Era extraño para Mischa el dejar el castillo de Kiritsy solo y apagado. Esas paredes cubiertas de cuadros hermosos, estatuas carísimas y pisos de mármol tenían un encanto especial que había conquistado el corazón del chico de cabellos selenos.
El joven había pasado una buena parte de su nueva vida en ese sitio y había tenido que aprender a lidiar con muchas cosas. En esa casa había hecho hueco a muchas prendas recién planchadas, había salado demasiado una sopa o había endulzado mucho un café o postre. También había roto vasijas y se quemó los dedos y la cara.
Cada cicatriz y cada cortada eran pequeños trofeos de guerra que lo hacían sentir útil y feliz consigo mismo. Mischa vivía cada día en ese lugar y ahora, de pronto, tenía que empezar a conseguir otros pequeños trofeos de guerra afuera de aquel sitio.
Cogió su maleta y revisó si todo estaba ordenado y limpio, dos cosas que, en su vida pasada, no hubieran sido parte de él.
A las ocho de la noche pasó Yuuri, como había prometido, por él. Aunque habían expresado sus sentimientos la noche anterior, no podían evitar sentirse nerviosos ante el primer intercambio de miradas después de aquella conversación.
Enrojecieron al saludarse, ambos con el corazón enloquecido y se fueron hacia la casa de los Katsuki conversando sobre los Plisetsky.
―¡Mischa, por fin con nosotros!―Fue lo que dijo Hiroko, dándole un fuerte y cariñoso abrazo, muy emocionada al verlo.
El chico no podía mentir, amaba a aquella familia. Le habían brindado cuidado y amor sin esperar nada a cambio. Hiroko era como su madre y Toshiya como su padre y ahora Yuuri era su…¿Qué era Yuuri? No tuvo momento para pensarlo mucho.
―Cuéntanos todas las novedades de los Plisetsky―añadió Toshiya mientras se acercaba con cariño a darle otro abrazo.
La familia se sentó a la mesa para tomar un té juntos. Conversaron hasta tarde, riendo y disfrutando del momento. Mischa sentía su corazón hincharse de alegría al ver que nada había cambiado entre ellos. Todo regresaba a ser como antes de que se fuera al castillo. Todos felices, emocionados, cariñosos, disfrutando cada momento. Cuando llegó la hora en que Yuuri debía despedirse, lo convencieron para quedarse en su habitación, la cual parecía últimamente una estación de trenes, gracias, por supuesto, a Toshiya.
―Esto es increíble―renegó Yuuri―¡Mi cuarto se parece a la estación Belorussky de Moscú!
―Ya no reniegues, estás sólo de invitado aquí―contestó Mischa desde la puerta, con una sonrisa burlona.
―¡Mira quién habla, el señorito del castillo!
―No me puedes decir nada, esta es mi casa desde hoy―le dijo Mischa burlonamente con una sonrisa de oreja a oreja.
Se acercó a Yuuri y lo miró dulcemente, éste le pidió que se siente a su lado, cosa que hizo sin protestar.
Ambos rostros mirándose fijos, vestidos con una hermosa y coqueta sonrisa. El chico de cabellos negros no podía evitar sentir rugir a su corazón, desparramando esperanza y felicidad por doquier. Sabía que, de tener a Phichit al lado, este ya le hubiera tirado un balde con agua fría gritándole “Quieto, loco, quieto”. Felizmente no estaba su mejor amigo allí, por lo que pudo tomarse la molestia de sincerarse de la forma más cursi que podía.
―Me alegra que estés aquí de nuevo, Mischa.
El chico no tenía idea de cómo hacía Yuuri para sonar en un segundo burlón y en otro como un príncipe encantador. La voz suave y relajante, tan varonil y a la vez tan seductora de Yuuri conquistaba las sensaciones de Mischa y éste podía perderse en ella.
―Yo también me alegro de estar aquí―respondió.
―Mañana aprovecha para descansar―siguió Yuuri―. Estas son tus vacaciones y te mereces dormir hasta más tarde, aunque sea el fin de semana.
―¿Y tú?―preguntó curioso―¿No me necesitas contigo en el campo?
―No, no te preocupes. Tengo que hacer unas entregas temprano pero después descansaré un poco. Pasaré por ti a las 4 de la tarde, ¿Está bien?
«¡Es una cita, es una cita!», volvió a decir desesperada aquella vocecita que no aparecía en su mente desde hacía un tiempo. Mischa se sonrojó de pronto y tomó todas sus fuerzas para responder de la forma más tranquila del mundo.
―Sí, está bien. Te estaré esperando a las cuatro.
A pesar de todo, ambos se sentían como los colegiales más inexpertos y torpes del mundo. Quizás Yuuri algo más tranquilo pero las mariposas revoloteando en su estómago no lo dejaban pensar con claridad.
―Bueno, se me hace tarde y tengo que madrugar―contestó Yuuri, brindándole otra sonrisa a Mischa. Este enrojeció y sólo pudo mover avergonzado la cabeza repetidas veces como marioneta descompuesta.
Yuuri sabía que tenía que ganar fuerzas para darle tranquilidad, por lo que apretó la mano derecha de Mischa con su mano izquierda, ambos sentados en la cama y el chico levantó la cabeza para intercambiar miradas con su acompañante.
El fuego en los ojos de Yuuri consumían su interior sin tocarlo, dejándolo con una sensación de mareo embriagante, que lo dejaba poseso pero feliz. Mischa deseaba sentirse así cada día de su vida.
―Buenas noches, Mischa―el mayordomo enrojeció como un tomate.
―Bu-buenas noches, Yuuri.
En un segundo Yuuri se inclinó suavemente y le dio un delicado beso en la frente y ambos sintieron como una fuerza los inundaba en cuestión de segundos. Esa sensación de plenitud y confianza era compartida, por lo que, sin pensarlo mucho, tuvieron la necesidad de juntar sus frentes y cerrar sus ojos, respirando lento y profundo. Yuuri mantuvo su mano sobre la de Mischa y la acarició, provocando en aquel chico tantas descargas por todo el cuerpo que Mischa tuvo la urgencia de jadear suavemente.
Para Yuuri, era bello saber que podía causar tantas sensaciones en Mischa. Parecía que el chico estuviera enamorado por primera vez y Yuuri no deseaba más que estar allí con él, haciéndolo feliz y dándole las experiencias más lindas de su vida.
Estuvieron a punto de decirse algo pero Hiroko apareció en el umbral de la puerta.
―Lo siento, príncipe Yuuri, a Cenicienta le dieron las 12 y su carruaje se transformó en calabaza nuevamente.
Los dos voltearon a verla con las mejillas encendidas de la vergüenza pero Hiroko no se dio cuenta o sencillamente no le importó.
Mischa se levantó nervioso y apresurado, despidiéndose de Yuuri con una sonrisa al levantarse de la cama. Luego besó en la mejilla a Hiroko, al pasar al lado de ella.
―Buenas noches, cariño―le dijo tierna como siempre.
Mischa cruzó el pasillo, a sólo un par de pasos de allí y, mientras cerraba su puerta completamente avergonzado, no pudo evitar escuchar a su madre adoptiva decir.
―¡Hasta que por fin, Yuuri!
―¡Mamá, por favor!
―El que seas lento como tortuga lo has sacado de tu padre, no de mi. ¡Buenas noches!

A la mañana siguiente Yuuri ya no estaba cuando Mischa bajó a desayunar. Mischa esperaba de todo corazón que Hiroko no mencionara la escena de la noche anterior y, por suerte, fue ese el caso. Parecía que no había visto o dicho nada. Sencillamente Hiroko había preparado un omelette y Toshiya tomaba tranquilo su café.
Conversaron felices entre risas y anécdotas, Hiroko contándole lo que habían hecho en San Petersburgo y dándole algunos regalos.
―Te encantaría San Petersburgo, Mischa―exclamó Hiroko―, es una ciudad tan bonita. Quizás algún día puedan ir ustedes.
―¿Nosotros?―preguntó el joven.
―Sí―contestó Toshiya―Yuuri y tú.
Mischa enrojeció como fresa silvestre. Por supuesto que ellos dos…un momento…¿Ellos dos?¿Cómo había terminado siendo un plan de a dos?
Había sido linda la conversación con Yuuri, habían expresado sus sentimientos y sí, era consciente que ambos se querían pero, ¿ahora qué venía? ¿Qué eran en realidad?
Mischa regresó a su habitación lleno de muchas dudas. ¿Yuuri esperaría a cogerlo de la mano en público? ¿Tendría que darle un beso en la cita? ¿Y si lo hacía mal? ¿Y si no le gustaba?
Se sentía inexperto a un nivel avergonzante y, cuando pensaba que Yuuri llevaba en esto muchos años, se moría aún más de pena.
¿Cómo tendría que comportarse con Yuuri?, ¿Tendría él algún tipo de expectativa? ¿Quizás ya andaba pensando en el sexo? Y ahí sonaron sus alarmas. Oh no, ¡Para eso él no estaba preparado!
Su corazón latió histérico después de eso. En realidad quería a Yuuri y le había encantado los momentos juntos e íntimos que habían tenido. Pero ahora iban a salir, frente a todos y no sabía cómo comportarse. Realmente no tenía idea.

A las cuatro de la tarde, Yuuri se hallaba en su auto camino a recoger a Mischa. Fiel a sí mismo, llevaba puesto un sencillo pantalón beige que se veía muy bien con la camiseta azul que había escogido para la ocasión.
Sorprendentemente se sentía muy tranquilo después de haber hecho catarsis en medio de la naturaleza. Había hecho unas entregas y además había regresado a dar indicaciones a sus trabajadores. Estando allí no había podido dejar de pensar en la frase que le había dicho Phichit cuando habían conversado sobre sus sentimientos: «lento como tortuga embarazada».
Era obvio que Yuuri debía ser paciente y muy comprensivo con él. No quería asustar a Mischa con miles de sensaciones y sentimientos a la vez. Claro, quería perderse en sus ojos turquesa hasta la eternidad, se moría por darle un beso apasionado y se imaginaba todas las sensaciones que sus labios podrían causar, deliraba por acariciarle suavemente la espalda, por jugar con sus cabellos de plata y recorrer con sus labios cada uno de los recovecos de su cuerpo que le faltaban por descubrir. Quería darle toda la felicidad del mundo, hacerlo sentir único y querido. Pero no era sólo su cuerpo lo que le importaba. Él quería a Mischa y lo respetaba como su amigo, su acompañante y ahora…¿su pareja?
Pensar en ello le causó un gran suspiro. Jamás se lo hubiera imaginado y, sin embargo, no podía estar más feliz.
Sus sentimientos hacia Mischa eran probablemente más fuertes de lo que pensaba y justo por eso quería hacer las cosas bien. Entendía que les tomaría un tiempo a los dos para sentirse por completo cómodos el uno con el otro. Le daría su espacio y el tiempo que necesitaría para acostumbrarse. Tenía que ser maduro para empezar con esta relación que lo hacía silbar canciones románticas mientras subía el volumen de la radio. Después de haber llegado tan lejos, se tomaría las cosas con calma. Lo importante era que ya tenían en claro cómo se sentían. Lo demás vendría a su tiempo.

Mischa, mientras tanto, se sentía como novia esperando por un auto para llevarla a la boda.
Nervioso, no podía dejar de pensar si lo que tenia puesto estaba bien o muy exagerado, sobre lo que haría con Yuuri durante las dos horas de camino hasta Kolomna y sobre lo que harían llegando allá. ¿Querría Yuuri conversar en el auto? ¿Qué le diría? ¿Y si ponía canciones románticas? ¿Terminarían cantándolas juntos? ¡Oh, Mischa rogaba que no!
¿O quizás se quedarían en silencio durante las dos horas de camino?
Se quedó mirando su reflejo un largo tiempo, con el corazón repiqueteando en el pecho como pájaro carpintero. Tenía puesto un pantalón de color azul, con unos finos zapatos de cuero en color caramelo que imitaban el color de la correa que rodeaba su esbelta cintura. Su camisa, una que resaltaba su blancura con unas delgadas rayas, la tenía remangada en los brazos para darle un look mucho más informal.
Mientras seguía inmerso en sus pensamientos, alguien entró a la habitación.
―¡Mischa, ya llegó Yuuri!
Hiroko entró no sin antes tocar suavemente la puerta y vio al muchacho con las mejillas sonrosadas e inseguro de su atuendo. La escena le pareció muy tierna, así que se acercó a acomodarle la espalda.
―Luces guapísimo―le dijo Hiroko mirándolo a través del reflejo del espejo.
―¿No te parece muy exagerado? No sé cómo es este festival.
―Te ves perfecto como estás. Felizmente has sacado tu belleza de mi parte de la familia―dijo Hiroko otorgándole una genuina y tranquilizadora sonrisa.
―¡Noséporquéestoytannervioso!―dijo Mischa tan rápido como una metralleta.
―Hijo, en verdad yo tampoco lo sé―la mano derecha de Hiroko le tomó con delicadeza la suya―, te vas a ir con Yuuri, es solo Yuuri. Tú sabes, ese chico de lentes que siempre pierde en monopolio, babea cuando duerme y le gustan las películas raras. Más conocido como mi hijo.
Mischa tuvo que reír ante tal comentario. Hiroko siempre sabía como hacerlo sentir mejor.
―Vayan, relájense, diviértanse y coman rico―agregó la mujer.
Mischa asintió y se dio a sí mismo fuerzas para bajar las escaleras. En la planta inferior se hallaba Yuuri conversando con Toshiya alegremente.
― ¡Papá, no hay forma de que le ganemos a Croacia, tienen un equipazo!*
―Ni te creas Yuuri, ahora que somos locales, la selección está jugando bien.
―Los rusos tendemos a dejar muchas cosas a la suerte―intervino Mischa―, así que en verdad no hay nada escrito, cualquiera puede ganar.
Yuuri se levantó como resorte al escuchar su voz y le brindó una sonrisa coqueta pero nerviosa. No podía dejar de mirar a Mischa con devoción. El chico lucía impecable y perfecto, siempre con ese estilo de vestir tan único y elegante, con el que Hiroko había contribuido al principio y Mischa había seguido nutriendo por internet, gracias a la tarjeta de Phichit.
Frente a él, Yuuri se sentía uno de los millones de terrícolas sin importancia del planeta.
Ante los ojos de Mischa, sin embargo, el paisaje era distinto. Yuuri se había peinado el cabello para atrás y se había puesto lentes de contacto. Aunque su atuendo era más informal, lo cierto era que también se veía guapísimo. Sus brazos bien trabajados y bronceados por el sol sobresalían de la camiseta y se veía casual pero muy elegante a su manera. Mischa pensaba que sólo con su mirada, Yuuri podría flecharlo de amor.
―Bueno, ¿nos vamos?―preguntó Yuuri sonriendo con timidez y causando un mini infarto en Mischa.
―S-Sí, claro.
Aún hacía calor, por lo que tomaron sus suéters y se despidieron de los Katsuki.
―¡Ay, como siempre bellos los dos!―exclamó Hiroko―Yuuri, cuida de Mischa. ¡Y no se olviden de usar protección!
Esta vez Yuuri estaba mejor preparado para el comentario de sus padres.
―Mamá, me he fijado en los anuncios del clima y no lloverá.
―Tu madre no se refiere a la lluvia, Yuuri―respondió Toshiya mirándolo retadoramente.
―¡Papá!―exclamó rendido. ¿Por qué sus padres eran así?
Mischa no sabía dónde esconderse de vergüenza. A diferencia de la otra vez, donde se habían supuesto cosas que para él eran inimaginables, esta vez en la expresión había una parte de verdad y de frescura que lo hicieron sentir avergonzado hasta la médula.
¡Por supuesto que iban a pensar que Yuuri y él tendrían sexo! Y lo peor era que eso lo hacía sentir muy nervioso. ¡Porque seguro tendría que hacerlo! ¿Pero cómo, cuándo y dónde?
Se había imaginado a Yuuri besándolo, tocándolo suavemente. Pero se moría de pena en lo demás. Se sentía un reverendo inútil y eso lo estresaba más. ¿Tendría que esperar a que Yuuri diera el primer paso? ¿Y si no se sentía listo cuando lo hiciera? ¡Oh, qué vergüenza!
Su cara escarlata al salir de la casa no pasó desapercibida por Yuuri. Pero, a diferencia de la otra vez, Yuuri no se sentía avergonzado, sino divertido. Encontraba adorable que la situación hubiera cambiado en cuestión de meses. Ya de por sí, Yuuri Katsuki había perdido la cabeza por Mischa, así que sólo imaginarse todo lo lindo que vendría, lo motivaba a actuar con más confianza y comprensión.
Yuuri podía ver la ansiedad en Mischa, sentía los nervios que lo inundaban y quería ayudar a que se tranquilizara.
Por eso se sentó casualmente en el asiento del conductor y, calmado, volteó a brindarle una sonrisa a su acompañante.
―Mischa…
―¿Sí?―el pobre chico sólo podía mirar hacia adelante, con el rostro escarlata y sin ver hacia un punto específico.
―Lamento mucho que mis padres sean tan molestos. Si no te sientes bien, podemos salir en otra oportunidad. No tiene que ser hoy.
―No, yo lo lamento, no debería avergonzarme pero…
―Hey…―Con su mano, Yuuri acarició suavemente la mejilla de su interlocutor e hizo que este por fin volteara a verlo. Sus ojos parecían hermosos paneles turquesas temblorosos y asustados.
―Yuuri, yo…
―Mischa, tú y yo nos conocemos muy bien y antes que cualquier cosa hemos sido siempre amigos. Yo no quiero que eso cambie si salimos. Lo último que quiero es que te sientas incómodo o que creas que yo espero algo en específico. Me encanta pasar tiempo contigo, eres una persona muy especial para mi. Pero no quiero forzar nada entre nosotros. Tómate todo el tiempo que quieras para ordenar tus sentimientos.
―Lo lamento…
―Tranquilo, no hay nada que lamentar―la risa de Yuuri, tan chispeante y cantarina, tranquilizó el afligido corazón de Mischa. No estaba con un extraño, sino con Yuuri. Él lo conocía y probablemente lo entendía muy bien.
Mischa suspiró aliviado. En realidad estaba frente a un hombre que adoraba, en el cual confiaba y sabía que jamás se aprovecharía de él.
Le brindó una sonrisa calmada y trató de burlarse de la situación.
―Tienes razón Yuuri, no me hagas caso.
―Bueno, ¿todavía quieres ir?, recuerda que también podemos ver netflix o jugar monopolio con papá y mamá.
―¿Para qué?¿Para que termines llorando tu derrota?―las palabras de Mischa salieron calmas y cómodas, exactamente como debían ser.
―¡Hey, eso fue cruel!―contestó Yuuri fingiendo indignación.
Ambos rieron, por fin cómodos entre sí y sabiendo que, antes que nada, eran importantes el uno para el otro.
Después de todo, no había necesidad de pensar tanto, reconoció internamente Mischa, sólo sentir como siempre lo habían hecho.

Kolomna es una ciudad a dos horas al noroeste de Moscú. Tiene un centro histórico muy atractivo y suele estar lleno de turistas en verano.
El festival que se estaba organizando allí era el más grande del lugar y atraía a muchos turistas de los alrededores.
Habían pequeñas ferias regionales con productos de la zona, juegos, comida y bebida. Pero, lo más importante era el sendero de las luces.
Se había organizado un circuito alrededor del lago con caminos serpenteantes adornados sólo por pequeñas luces blancas a través de todo el parque de la zona que parecían pequeñas estrellas en el cielo. Las rutas, interconectadas y desordenadas creaban el aspecto de ser pequeñas lianas tejidas entre sí, que llevaban al caminante a perderse en medio de los árboles del bosque.
Primero se perdieron entre los puestos de comida. Caminaron alegres por el lugar, probando de todo un poco y disfrutando de la novedad.
Conversaron de todo lo que se habían olvidado de contar y se sentaron a comer un helado en un pequeño anfiteatro donde se presentaron artistas callejeros que hicieron reír a los curiosos.
Era agradable estar con alguien a quien conocías tan bien que no había mucho que explicar. La situación, antes impensable para Mischa, se daba de forma tan natural que pensaba en lo ridículo que había parecido en la tarde, antes de recordar que todo era mejor si era con Yuuri.
Yuuri, por su parte, disfrutaba con adoración el momento. Se sentía un chiquillo emocionado, coqueto y enamorado. Había procurado ser discreto con Mischa y evitar caricias y roces que pudieran causar su incomodidad y por ello Mischa estaba sumamente agradecido.
Ambos corazones latían a gran velocidad y dejando una estela de calor en sus pechos. Las sonrisas coquetas y las miradas discretas pero emocionadas no dejaron de cruzarse durante toda la noche.Había mucha complicidad en sus silencios, fuego en sus miradas y confianza en sus corazones.
Yuuri en algún momento le limpió a Mischa la boca cuando éste empezó a devorar un Shashlik delicioso que provocó en Yuuri miles de sensaciones. No sólo Mischa lo devoró, sino que disfrutó cada mordida como si fuera la última, con pequeños gemidos infantiles que causaron asombro y salivación en su acompañante.
La salsa marinada de aquella brocheta, sin embargo, se rehusó a quedarse en su boca y corrió desesperada a un lado de su labio, dejando una estela jugosa por ahí.
Yuuri no pudo evitar coger su servilleta y la pasó por el labio de Mischa, quien enrojeció y sonrió tímidamente ante el contacto.
El mayordomo observó embelesado a Yuuri, quien con una sonrisa estaba a punto de desarmarlo. Era injusto no poder ser inmune a tal bello rostro, a tal sonrisa de oreja a oreja y a esos ojos caramelo que brillaban como fuego bajo tal cantidad de luces brillando alrededor.
¿Cómo había sobrevivido todos esos meses al tener a Yuuri al lado? ¿Había estado tan ciego que no había apreciado lo que tenía frente a él?
Yuuri era demasiado atento, demasiado tierno y demasiado bello como para no rendirse ante él.
―¿Mischa, vamos por el lago?―le preguntó Yuuri algo tímido.
―¿Ah?―dijo perdido entre sus pensamientos―Sí, claro.
Ya había anochecido y las luces brillaban románticas, cada una más brillante que la otra, algunas más cálidas y otras más tenues, causando un impacto visual incomparable.
Los grillos, distribuidos por todo el perímetro, causaban una serenata bajo la luna incomparable y acompañaban a los susurros que se escuchaban a lo lejos de las demás personas que recorrían el lugar.
Había algo mágico en aquella escena, algo que hacía latir a ambos corazones con más fuerza. Quizás era el hecho de por fin sentirse solos, quizás era la tranquilidad que la oscuridad les brindaba o quizás era el amor que los embargaba pero fue Yuuri quien rozó sus dedos con los de Mischa, mientras caminaban y se perdían entre miles de luces. El joven respondió, moviendo tímidamente sus dedos, entrelazándolos suavemente con los de su compañero y, sin decir ni una palabra, siguieron caminando, ambos con las mejillas ardiendo y una enorme sonrisa en sus labios.
Mischa nunca se había sentido tan cómodo con el silencio como cuando lo disfrutaba con Yuuri. No había necesidad de nada, tan solo estaban ahí, compartiéndose cómodamente entre una tenue oscuridad.
La caminata duró un buen tiempo. Recorrieron el enorme parque con lentitud, alejándose de los tumultos,conversando alegres, riéndose de sus anécdotas y aprovechándose juntos hasta que, en algún instante, cedieron al momento y rehuyeron del perímetro iluminado, dando pase a la oscuridad del bosque.
Ya solos, Mischa observó por momentos el rostro de su acompañante mientras este le contaba, a pedido de él, parte de su infancia.
Esta había sido exactamente como Mischa se lo había imaginado, llena de cariño, de situaciones familiares alegres y momentos tristes y no tan tristes en la escuela. Sus padres, apoyando su homosexualidad desde siempre, dándole seguridad y demostrándole que antes que cualquier prejuicio, chisme y crítica, él siempre sería su hijo y eso nunca iba a ser condicionado con nada.
La sinceridad con la que Yuuri se explayó causó estragos en Mischa, quien no pudo evitar sentirse más cerca a él que nunca. Yuuri Katsuki tenía el poder de hacer todo más bello, más íntimo y creaba sin saberlo una hermosa burbuja llena de confianza y felicidad, por lo que terminó recostando su cabeza sobre el hombro de Yuuri. Este contestó el gesto con la misma ternura, ambos recostados entre sí y respirando serenamente en esa noche de luna apacible, sencilla y romántica. A pesar de las chaquetas, el viento frío les daba la excusa para cubrirse entre ambos y Yuuri apretó su mano con más firmeza.
―Qué lindo poder pasar una noche así contigo.
Las palabras de Yuuri salieron sin ningún tipo de filtro pero ya a esas alturas no lo necesitaba. Mischa se detuvo suavemente para mirarlo tiernamente y con devoción, encontrando aquellos ojos almendrados puros y rasgados, que lo miraban con devoción.
―Pienso exactamente lo mismo.
Yuuri se acercó lentamente, dándole un suave beso en la mejilla que hizo que Mischa cerrara los ojos, adorando aún más la escena que estaba disfrutando.
Media hora después encontraron una pequeña banca. Yuuri, sentado con las piernas abiertas entre cada lado de la banca, se dedicó a mirar a Mischa, quien se sentó con ambas piernas hacia el frente, algo tímido pero tan enamorado como su interlocutor.
Conversaron alegremente de sus planes del domingo,de la película que podían ir a ver en la noche y de lo que tendrían que hacer en la semana.
Ambos rieron, en parte por los nervios de la cita, en parte por pensar en lo íntimo del momento que vivían.
Era genial estar allí, en ese momento y en ese lugar. Mischa levantó la mirada al cielo y no pudo evitar sentirse pequeño ante la magnimidad del cielo y las estrellas. Luego tuvo que bajar la mirada y observar a Yuuri quien, en silencio, lo miraba con deleite. Mischa se avergonzó de haber llegado a una situación así pero no podía dejar de preguntarse cómo había sido tan afortunado por estar allí, justamente con él.
―¿Por qué me miras así?―tuvo que preguntarle con una sonrisa nerviosa.
―¿Mirarte cómo?
―Como si quisieras comerte mi corazón de un bocado.
―Lo siento, pero no puedo evitarlo.
Ambos enrojecieron ante la situación. Las estrellas, la noche y el hermoso silencio con tribuían a aumentar el romanticismo de la escena. Mischa estaba seguro en ese instante que quería dar un paso más, pero no sabía cómo pedirlo.
Yuuri entonces buscó los ojos del mayordomo, sonriendo y esperando que él correspondiera su acción. Tan fácil como eso, ambos se perdieron en el momento.
Yuuri no podía dejar de pensar en lo hermoso que era Mischa. Veía sus ojos brillar, y se imaginaba a ese cielo que compartía sus colores en el que se creía capaz de volar. Su respiración parecía acelerarse y Yuuri sentía que se ahogaba por tratar de mantenerla rítmica. Las estrellas sobre él brillaban, deslumbrando al ruso, haciendo que sus cabellos plateados relucieran más bajo la luz de la luna. Esos segundos se convirtieron en el momento en el que el mundo desapareció, dejando solo a dos idiotas enamorados.
La necesidad de Yuuri de besar a su hermoso acompañante incrementaba y, sin darse cuenta, pasó su lengua por sus labios preguntándose qué sabor tendrían los ajenos, estaba seguro que serían más deliciosos que cualquier manjar. Pero Yuuri aún no sabía si Mischa estaba preparado para ello.
Las mejillas de ambos dolían, ninguno podía apartar su mirada hipnotizada del otro, no era como si alguno quisiera hacerlo.
Por una fracción de segundo, Yuuri vio los ojos de Mischa moverse y centrarse en sus labios, y fue allí cuando al fin lo supo.
Levantó una mano hacia la mejilla de Mischa, sus nudillos rozando esta y apartando un poco su cabello, Yuuri mordió su labio inferior, su mirada patinaba entre los ojos cielo que lo derretían y los labios que lo llamaban.
Su cuerpo parecía ser llamado por una fuerza mayor, el cuerpo de Mischa lo impulsaba como si la gravedad lo llamara a juntarse, dos imanes que difícilmente podrían alejarse.
La mano del japonés acunó su mejilla, cerró poco a poco sus ojos y fue acercándose a su rostro, hasta que por fin sus labios rozaron los ajenos.
La sensación viajó en fracciones de segundo como electricidad por sus cuerpos. El beso, suave y delicado, unió dos labios que andaban deseosos de juntarse y terminó, segundos después, con un suave sonido. Ambos podían escuchar el latido acelerado de sus corazones queriendo salir de sus pechos por la dicha que tenían. Sus sonrisas eran enormes, ninguno dijo nada más, solo se quedaron allí de nuevo, más cerca el uno del otro y con sus manos entrelazadas. No eran necesarias las palabras o acciones, sus ojos se comunicaban en silencio y el brillo eterno de estos les gritaban a los cuatro vientos lo mucho que se amaban.
