Notas de autor: Iré publicando drabbles de los cuatro ganadores que participaron con sus preguntas los días anteriores. Ellos me han dado un tema y yo he escrito de acuerdo a sus deseos. Estos drabbles son como pequeños «regalitos» para mis lectores.
El amor tiene una parte boba y romántica que al comienzo puede matar de ternura a cualquiera que lo admire. En ese sublime y cursi momento, son los protagonistas de la historia de amor quienes roban suspiros de quienes los observan y, en el caso de un ingeniero agrónomo y un mayordomo en la ciudad de Kiritsy no era la excepción.
No era novedad en casa de la familia Katsuki que Mischa y Yuuri habían caído inevitablemente víctimas del más puro y diabético amor.
Sus primeras semanas juntos habían sido tan tiernas y tan dulces, que Hiroko y Toshiya creían que pronto terminarían necesitando una triple dosis de insulina.
Por las noches, Yuuri dejaba en casa a Mischa después de un día arduo de trabajo. El menor de los Katsuki se quedaba a cenar con ellos y compartían felices anécdotas del día, se contaban chistes o terminaban jugando Scrabble o Cartas. Era encantador ver a los enamorados sonrojarse de vergüenza al mínimo roce en frente de Toshiya y Hiroko. Ellos, mientras tanto, actuaban como si no hubieran visto los intercambios tiernos de mirada ni las sonrisas cómplices, por miedo a robarles ese momento dulce que presenciaban.
Luego llegaba el momento de darles a los enamorados un tiempo a solas, aunque ellos no se dieran cuenta de tal consideración. Hiroko bostezaba en algún momento y se quejaba de lo agotada que estaba. Entonces Toshiya le sugería ir juntos a descansar.
Se despedían de ambos, deseándoles buenas noches y luego los tórtolos se sentaban juntos a ver televisión.
Sentados en el sofá, la escena se volvía ternura líquida. Mischa recostaba su cuerpo sobre el lado derecho de Yuuri, quien lo rodeaba con su brazo cariñosamente. Se había vuelto una costumbre y la verdad se veían adorables compartiendo de forma tan cercana ese tiempo juntos.
Mischa cogía la mano izquierda de Yuuri y la entrecruzaba con la suya, mientras que Yuuri le soltaba de cuando en cuando deliciosos y tiernos besos sobre su cabello.
La situación continuaba un tiempo más, hasta que se quedaban dormidos inevitablemente y a veces Mischa con pena terminaba despertando a un Yuuri adormecido por el cansancio.
Ambos se levantaban y el mayordomo acompañaba al otro a la puerta.
Mischa aún era algo tímido al momento de besar a Yuuri. Los besos eran todavía muy cortos y sencillos, aunque ya el chico era capaz de rodear su cintura con sus brazos. El ingeniero moría por llegar al punto en el que Mischa se sintiera cómodo para recorrer con pasión su cavidad bucal y perderse en un encuentro sensual pero ya se había prometido actuar llevado por los tiempos de su novio.
Mischa, mientras tanto, adoraba que Yuuri fuera delicado y le diera su espacio pero no sabía cómo decirle que estaba listo para un beso más pasional. No era un tema del que se sintiera cómodo para hablar aún pero se moría de ganas por disfrutar un momento más cálido y cercano con Yuuri.
Aún así, ambos se conformaban con dedicarse ese tierno espacio entre pequeños besos para despedirse e irse a descansar.

Un día como cualquier otro, Yuuri y Mischa se hallaban en el campo solucionando un problema de pedidos con Boris. Este les había explicado que el chofer del camión de repartos se había desviado y había llegado muy tarde al sitio de entrega, por lo que el cliente se había molestado y había rechazado los productos. Después de darle una llamada de atención al chofer, Yuuri había decidido ir personalmente donde su cliente, que tenía mucho tiempo trabajando con él, para brindarle sus disculpas y llevarle nuevamente los productos.
Como ya anochecía, Yuuri y Mischa decidieron ir juntos y de ahi regresar a casa.
―No te olvides del celular, Yuuri―le recordó el novio antes de apagar las luces de la oficina.
―¡Ay, cierto!
Ambos se metieron el celular a los bolsillos frontales del pantalón y fueron con la camioneta a entregar el pedido. El cliente vivía a una hora de allí, así que tendrían un buen tiempo en la carretera antes de poder llegar al destino. En ese tiempo se pusieron a conversar, a reirse y a cantar, como siempre lo habían hecho. Yuuri adoraba la voz desafinada de Mischa, que se mataba por exagerar con muecas los altos de las canciones y bailaba en su sitio como niño en fiesta infantil.
Amaba esa inocencia en Mischa, tanto que no sabía cómo quererlo aún más.
Mischa, por su parte, adoraba hacer reir a Yuuri, por lo que se esforzaba mucho por hacer el ridículo, tan sólo para escuchar esa risa tan hermosa que lo cautivaba de Yuuri, esa risa que era su perdición y hacía más bello todo alrededor.
Llegando al sitio, pudieron estacionar el auto y descargar las cosas.
Felizmente el cliente de Yuuri fue muy comprensivo y agradeció el detalle de las disculpas personales. Aceptó los productos y les ofreció una limonada helada antes de continuar el viaje.
Camino a casa se toparon con una parte de la carretera que se perdía con el atardecer al fondo. El cielo, de tonos naranjas, se iba despidiendo poco a poco del sol en el horizonte y Yuuri pensó que era una linda ocasión para disfrutar. Se estacionó al lado del camino y convenció a Mischa para sentarse en el capó del auto para observar el atardecer.

En casa, Hiroko había preparado una lasagna de verduras que olía sencillamente delicioso. Toshiya ponía la mesa y, de cuando en cuando, se acercaba a su esposa a robarle un beso. Ambos podían ser muy románticos en la intimidad del hogar.
Esperaron un tiempo prudente, antes de preocuparse por sus hijos. ¿Dónde estaban metidos? Normalmente llegaban mucho antes del atardecer.
―¿Dónde estarán estos chicos?―se preguntaba Hiroko.
―Bueno, sea donde sea que estén, ya les hemos dicho que usen protección.
―¡Toshi!―le dijo llamándole la atención cariñosamente.
―¡Es cierto, mujer somos padres responsables!
―Creo que es mejor que los llamemos. ¿Qué te parece si tú pruebas llamando a Yuuri y yo le hablo a Mischa?
―De acuerdo, voy por el celular…

Ciertamente había algo especial en el hecho de encontrarse en el medio de la nada observando al sol ocultándose.
Para ese entonces, ningún auto pasaba por ahí y ambos tórtolos sentían como si el atardecer fuera sólo para ellos.
Era hermoso poder compartir algo con alguien que podía significar tanto para uno. El apreciar con alguien cosas tan sencillas pero hermosas como un atardecer hacía algo en sus corazones y se sentían movidos a sonreir e intercambiar miradas cada cierto tiempo.
Yuuri tomó la mano de Mischa con timidez y entrelazaron sus dedos mientras apreciaban al astro frente a ellos despidiéndose de ese día.
El sol, cálido, majestuoso y enorme, se ocultaba segundo a segundo frente a ellos y parecía que las respiraciones de ambos se mimetizaban y se aceleraban al unísono. Aunque no se miraran, se sentían uno al lado del otro y no podían evitar pensar en todas aquellas hormiguitas que parecían caminarles por el cuerpo. Unas hormiguitas que los llenaban de calor y de deseo, un deseo muy humano y tácito, que los hacía desear que el otro se lanzase a ellos para comérselo a besos.
Armado de valor, Yuuri se paró frente a Mischa y lo miró con admiración, casi jurando que de sus ojos salía el brillo que poseía el sol. No pudo luchar contra sus impulsos, no en ese momento con su hermoso novio allí, así que acarició su bello rostro con ambas manos y lo miró con ferviente deseo.
―Podría pasarme toda la vida admirando tus ojos…
Mischa no pudo pensar más. La sensación en la parte baja de su vientre y las caricias de Yuuri hicieron algo en él que, sumados a la belleza del paisaje y lo solos que se encontraban, hizo que él mismo se sintiera llamado por esos labios que observaba y que quería saborear como una deliciosa y jugosa fresa. Se mordió los labios a causa del deseo que le causaban y se animó a cerrar los ojos y atraer a Yuuri con sus brazos para así poder rodear su espalda.
Ambos se perdieron en una milésima de segundo entre el deseo y el magnetismo que ejercían sus labios, en la electricidad que estos les causaban y las respiraciones jadeantes que salían de sus bocas.
Empezaron a juntar sus labios y Yuuri no pudo evitar acercarse un poco más al cuerpo de su pareja, buscando que el contacto los hiciera disfrutar más el momento.
Mischa moría porque Yuuri lo invitara a su boca, lo dejara descubrir más y seguía jadeante el movimiento de sus labios hasta que pudo sentir una vibración cerca a su miembro que lo hizo emitir un jadeo que desarmó a su pareja en un instante. Su celular, en su bolsillo vibraba con fuerza y emitía descargas que hasta Yuuri podía sentir. Mischa trató de controlarse cuando, después de un rato el celular dejó de torturar a la parte de su cuerpo que se estaba levantando.
―Mischa no me contesta―le dijo Hiroko a su esposo preocupada.
―Deja que ahora le marco a Yuuri―contestó Toshiya.
Más calmado, Mischa regresó a su actividad con más control y Yuuri pudo volver a respirar, excepto cuando de pronto el que empezó a vibrar fue él.
―¡Oh, por Dios!―fue lo que dijo entre dientes, incapaz de contener el deseo que se desbordaba en la acción. Le estaba costando mucho trabajo besar a Mischa y contenerse. Las vibraciones lo estaban matando y pronto sintió que toda su sangre corría en su parte baja y le obnubilaba la capacidad de pensar.
―Nada mujer―contestó Toshiya.
―Bueno, intentemos los dos a la vez hasta que nos contesten.
―Hecho.
Yuuri y Mischa siguieron repartiéndose besos ansiosos, casi incontrolados, cuando, de pronto, ambos empezaron a vibrar sin interrupciones.
Mischa y Yuuri emitieron un gritito incapaz de acallar mientras se besaban y no pudieron aguantar. El deseo y el placer que las vibraciones les causaban era demasiado fuerte, demasiado crudo. Demasiado real.
«Al diablo esperar por Yuuri», pensó Mischa, quien, emocionado y decidido, tomó al toro por las astas y buscó entre besos la lengua de su compañero.
Yuuri abrió los ojos sorprendido de la profundidad del beso. Gimió sin poder controlar sus instintos y siguió el intento de su novio.
Un mundo nuevo se abrió ante sus ojos cuando ambas lenguas se encontraron y empezaron a masajearse. Sus sentidos, agudizados al mil por ciento, no podían soportar las vibraciones de los celulares y los movimientos bucales sin causar estragos en su capacidad de pensar.
Mischa no podía más entre tantas sensaciones, por lo que empezó a acariciar a Yuuri toda la espalda.
Su novio era un mar de jadeos imposibles de acallar y tampoco era que quisiera hacerlo.
La voz ronca de Yuuri, llena de deseo y a la vez de placer lo motivaba a seguir besándolo avezadamente como lo había hecho hasta ese momento.
Yuuri no podía controlarse, la boca le dolía, los pantalones le ajustaban y su corazón latía a mil por hora.
La continua vibración lo estaba matando y se preguntaba quién diablos lo buscaba con tanta desesperación que no paraba de llamarlo.
Se separó de Mischa con el poco sentido común que aún le quedaba.
―Espera, Mischa…
Su novio tenía completamente rojo el rostro, sus labios hinchados le latían salvajemente y, en general, era un desastre. Un bello desastre.
Yuuri sacó el celular, algo molesto por haber detenido la acción pero en shock cuando pudo ver quién había sido el causante de tan divino placer.
―¡Oh, cielos, es mi padre!―dijo avergonzado hasta la médula.
―¡Oh, diablos, y a mi me estaba vibrando, digo, timbrando Hiroko!
La pasión murió tan pronto interpretaron mórbidamente la información en sus cabezas.
Yuuri llamó a su madre inmediatamente, preocupado por la insistencia de ambos por localizarlo.
―¿Aló, mamá? ¿Pasa algo?
Mischa quería ser un avestruz para enterrar su cabeza en la tierra. Yuuri siguió hablando.
―No, no nos demoramos, estamos a media hora de allí. No sentimos el celular porque ambos estaban en silencio. Sí, sí, ¡Adiós!
Cuando Yuuri colgó quería morirse de vergüenza. El pensar en su padre y madre relacionándolos con esa vibración le causaba algo de pavor y prefería olvidarlo para siempre.
―Vamos a casa―Fue lo único que dijo.
Mischa se mantuvo en silencio mirando por la ventana sin emitir ni una palabra.
En Kiritsy, sus padres conversaban.
―¿Ves lo bueno que es ser padres responsables?―dijo Toshiya―Valía la pena nombrar lo de la protección.
Hiroko sólo pudo asentir y suspirar. ¿Qué habrían estado haciendo sus angelitos? Mejor no quería pensar en ello.