Ataúdes blancos y una plegaria.
Víctor con Yuri en sus brazos. Junto a él Nishigori, Yuko, el maestro Maekawa y sus compañeros de dojo.
La ceremonia fúnebre fue corta, pero emotiva. Víctor se sintió acompañado, y pese a su natural tristeza se sintió sostenido por sus amigos y el deber que tenía para con su hermano y cuñada; asegurarse de que Yuri estuviera a salvo.
—Puedes quedarte con nosotros mientras decides qué hacer —dijo Takeshi, a lo que Yuko asintió—, la próxima semana llegan barcos desde el continente. Si vas a Osaka puedes tomar uno para irte a Rusia.
—No me marcharé —respondió Víctor.
—No me sorprende —dijo Nishigori con una casi imperceptible sonrisa—. Entonces, cuando estemos en casa te propondré algo.
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—¿Ser parte del Ishin Shishi? —repitió Víctor la pregunta que Takeshi le había hecho.
—Pienso que es lo mejor para Japón. Katsura, de Choshu, estuvo hace unos días en Kioto. Pronto volverá con más hombres, todos dispuestos a luchar contra el Shogún.
—Estoy de acuerdo con los ideales del Ishin Shishi. Me gustaría formar parte del grupo que pretende acabar con la tiranía del Shogún y los Daimyos. Pero, ¿me aceptarán? Aunque nací y me he criado aquí para todos sólo soy un extranjero.
—Katsura no tiene ese tipo de prejuicios. Ya le hablé de ti y está dispuesto a conocerte. No te aseguro que todos estén de acuerdo, pero él es el líder, si te quiere dentro a los demás no les quedará más remedio que aceptarlo.
—Entonces estaré esperando con ansias el poder conocerlo.
—Se quedarán en la posada de Yuko. La verdad yo deseaba que ella saliera de Kioto, pero insistió en quedarse y ayudar aprovechando que heredó la posada de sus padres. Es un lugar antiguo y con cierto prestigio por lo que no despertará sospechas.
—¿Y qué es lo que tienen planeado?
—Asesinatos a personas importantes del gobierno para debilitarlo y atentados a lugares estratégicos. Hasta reunir la fuerza suficiente para ir a una batalla directa.
—Entiendo.
—Víctor, ¿estás dispuesto a manchar tus manos de sangre? Aún eres muy joven y puedes escoger otro destino. Tomar un barco a Rusia o a otro país de Europa…
—¿Tú lo harías Nishigori? ¿Irías al puerto de Osaka pidiendo embarcarte fuera de Japón?
—No, pero yo…
—Yo también soy japonés —interrumpió Víctor con determinación—. Mi apariencia o la procedencia de mis padres no es importante, lo que importa es lo que siento por esta tierra. Y sí, sé que una vida siempre es valiosa, sé que escoger un bando hará que inevitablemente tenga que hacer cosas que corromperán mi alma, aún así, estoy dispuesto a hacerlo porque creo en un futuro mejor para este país.
—Entonces te presentaré a Katsura en cuanto regrese a Kioto.
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Yakov caminaba por las calles de Kioto. Recién había llegado después de un viaje de dos horas desde el puerto de Osaka. Muchas personas lo miraban con recelo y el hombre podía sentir que incluso rencor había en aquellas miradas. Decidió no darle importancia y buscar un lugar donde hospedarse.
Mientras caminaba recordaba el sueño que había tenido despacio de embarcarse en Rusia:
—¿Qué es lo que pretendes yendo a Japón, querido Yakov? —preguntó con una sonrisa ladina el alfa de largo cabello plateado. Estaba sentado en el pasto, apoyando su espalda en el tronco de un árbol. El viento mecía su cabello y sus ojos azules lo miraban interrogantes. Era el mismo Víctor que recordaba Yakov de sus años de instituto, antes de que eligiera la autodestrucción—. ¿Qué es lo que vas a buscar?
—¿Acaso no eres tú él que me ha estado llamando? —respondió con una pregunta, acercándose al alfa que contestó con una risa cantarina.
—¿Yo? ¡Pero si yo ya estoy muerto! —dijo entre risas.
—Lo sé, pero aún así… dijiste que nos volveríamos a ver en Kioto. Y aunque he intentado convencerme de que no fue más que el desvarío de un moribundo, yo no he podido dejar de pensar que realmente nos encontraremos de nuevo.
—Encontrarás la mitad de mi alma —dijo Víctor mirándolo fijamente mientras jugaba con su suave cabello—. La otra mitad está en tierras budistas.
—¿La otra mitad? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso te refieres a Yuuri?
—¿Sabías que los budistas no creen en el alma individual? —preguntó Víctor ignorando los cuestionamientos de Yakov. El mayor frunció el entrecejo.
Víctor se puso de pie perezosamente. Levantó el rostro hacia el cielo y dijo:
—Justo antes de su muerte le preguntaron a Buda “Más allá de la muerte ¿existirás?” y Buda respondió “¡No! No existiré. Desapareceré de la existencia igual que se extingue una llama”. ¿Qué pasa con una llama después de que se extingue, Yakov? —preguntó, mas no esperó respuesta—. Buda decía que el nirvana es precisamente eso, la extinción de la llama. Dijo “Esto es la liberación: extinguirse completamente. Existir es estar en alguna forma, en algún lugar, ser un esclavo”.
—No entiendo lo que quieres decir.
—¿Qué quieres encontrar en Japón, Yakov? Yo fui una llama que ya se extinguió.
—Cuando una llama se extingue queda su calor. Cuando una persona se va queda su fragancia, y después, cuando hueles esa fragancia nuevamente, sientes la presencia de esa persona aunque ella ya no esté ahí.
—¿Eso es lo que encontrarás en Japón? ¿Mi fragancia?
—Tal vez.
—Pues ve tras mi fragancia, posiblemente encuentres algo más que eso. Pero te advierto, cuando conozcas al acompañante del príncipe tailandés, probablemente sientas algo similar.
Yakov despertó mientras era mecido por las aguas del mar, que movía suavemente el barco en el que se encontraba. Pronto llegaría al puerto de Osaka.
Yakov movió su cabeza para quitar esos pensamientos de su mente, debía concentrarse en buscar hospedaje. Pero la fortuna no quiso sonreirle y un par de sujetos lo arrastraron a un callejón. Yakov supo que estaba en problemas en cuanto vio las katanas ajustadas a los cintos de esos sujetos.
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Victor había ido al mercado con Yuko. Ya volvían a casa, él cargando algunas bolsas y Yuko con Yuri entre sus brazos sonriéndole y cantándole con dulce voz.
—Serás una excelente madre —comentó Víctor.
—Eso espero. Deseo mucho tener un bebé, aunque viendo como se ponen las cosas es mejor esperar —suspiró y levantó su vista hacia el camino. Fue en ese momento cuando vio que dos sujetos empujaban a un hombre extranjero hacia un callejón—. ¡Víctor! ¿Viste eso?
—Sí, espera aquí, Yuko —Víctor dejó las bolsas en el suelo y corrió hacia el callejón al que habían llevado al extranjero.
Cuando llegó vio al hombre sujetando su brazo herido.
—Aléjense de él, largo de aquí —dijo usando su voz de mando. Mas los japoneses también eran alfas.
—Otro extranjero —dijo uno de los japoneses.
—Y este habla nuestro idioma —expresó con fastidio el otro espadachín.
—Deshagamonos de él primero, lleva una katana en la cintura, tal vez sea divertido —observó el primero.
Yakov había levantado la vista al escuchar esa voz que le pareció familiar. Y una profunda nostalgia lo invadió al cruzar su mirada con aquellos ojos azules que siempre parecieron contener el cielo y las diversas tonalidades con las que este nos obsequiaba. Eran sus ojos, su cabello, su aspecto. Era Víctor.
Yakov sintió miedo cuando ese par de hombres, espada en mano, se lanzaron contra el jóven alfa. Nunca esperó la leve sonrisa que se dibujó en el rostro del que en otra vida había sido su mejor amigo. Víctor desenvainó su katana y con suaves y gráciles movimientos se defendió de los ataques para posteriormente contraatacar con aterradora precisión.
Segundos después el par de japoneses estaban tendidos en el suelo con sendas heridas. Y de pié el muchacho de cabellos plateados recogido en una coleta limpiando su katana con tranquilidad para luego envainarla.
—Tú… ¿realmente eres Víctor? —preguntó Yakov en ruso.
—¿Nos conocemos? —respondió también en ruso, clavando sus ojos cristalinos en los del extranjero.
—Sí —respondió Yakov—, fue hace muchos años…
—Oh, seguro era muy pequeño, por eso no lo recuerdo. ¿Conocía a mis padres? Es ruso como ellos, ¿verdad?
—Sí, yo los conocí muy bien.
—Bueno, será mejor salir de aquí. Tenemos que revisar su herida.
—Claro.
—Sígame, por favor.
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Yakov siguió a Víctor hasta donde se encontraba la muchacha japonesa con el bebé entre sus brazos. Los escuchó intercambiar palabras que no entendía y luego la muchacha lo saludó con una sonrisa y una reverencia, él contestó de igual forma.
Caminaron rápidamente hacia una pequeña casa que estaba junto a una posada. Al entrar se quitaron los zapatos y Víctor le pidió a Yakov que esperara en la sala mientras él iba a dejar la compra a la cocina. Yuko por su parte fue a buscar alcohol y vendas para curar la herida en el brazo del ruso.
Yuko comenzó a curar la herida, la que resultó bastante superficial, mientras Víctor sostenía a Yuri sentado frente a Yakov.
—¿Ese bebé? —preguntó Yakov.
—Es Yuri —Yakov casi tiene un ataque de tos cuando escuchó ese nombre—, es el hijo de mi hermano mayor, Lukyan. Lamentablemente él, su esposa y mi padre fueron asesinados hace dos semanas, por personas como las que lo atacaron a usted. Fanáticos que van contra cualquier extranjero.
—Lo siento mucho —dijo Yakov tratando de descifrar los sentimientos de Víctor. No obstante lo veía tranquilo pese al atisbo de dolor que había en su mirada.
—¿Cómo conoció a mis padres? —preguntó Víctor.
—En Rusia.
—Hace bastante tiempo entonces, yo aún no he conocido Rusia.
—¿Por qué no vienes conmigo? Al parecer Japón se ha vuelto peligroso para los extranjeros, es mejor que volvamos, yo puedo ayudarte a establecerte. Tú y tu sobrino pueden vivir conmigo y mi esposa —Víctor lo miró interrogante—. En consideración a tus padres, ellos hicieron mucho por mí en el pasado —mintió intentando ganar su confianza.
—Yo me considero japonés, por lo tanto, no puedo abandonar el país en estos momentos —contestó Víctor analizando a ese ruso que decía ser amigo de sus padres. Por un lado había algo que lo hacía dudar de sus palabras, no obstante, no podía evitar confiar en él. Realmente el beta le agradaba mucho y lo hacía sentir tranquilo—. Sin embargo, si pudiera cuidar de Yuri se lo agradecería mucho.
—Puedo contratar a alguien para que lo lleve a Rusia, mi esposa lo recibirá. Pero no me gustaría marcharme sin ti. Yo apreciaba mucho a tus padres, no puedo dejarte solo en un país hostil.
—No debería preocuparse por mí. Cómo vio yo sé defenderme muy bien, a diferencia de usted. Lo tuve que rescatar después de todo.
Yakov sonrió. Esa arrogancia que percibió en las últimas palabras dichas por Víctor le recordó a su amigo.
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Yuko les presentó a Kohana, una omega de trece años que había quedado huérfana, la muchacha era dulce y Yuko había asegurado que merecía toda la confianza del mundo. Debido a las palabras de Yuko, ella fue la escogida para cuidar de Yuri hasta ponerlo a salvo en Rusia, llevaría al pequeño, una suma importante de dinero y una carta para Lilia. Yakov, además, le pagó a uno de los funcionarios rusos que volvían a casa para que al llegar llevara a Kohana con Lilia y le diera una primera explicación de lo sucedido.
El dieciocho de Julio, mientras el sol brillaba en lo alto del cielo, Víctor se despidió de su sobrino y lo vio partir a la tierra de sus padres.