Junto a la casa en la que vivía el joven matrimonio Nishigori, y ahora también Víctor, se encontraba la posada que la joven omega había heredado de su familia: Kyōto no hotaru, era bastante antigua y poseía un modesto, pero importante, prestigio en la ciudad. Era un establecimiento bastante amplio y en medio tenía un jardín y un estanque en el que pececitos de colores daban vida a las aguas transparentes y cristalinas.
Katsura, uno de los tres grandes líderes del Ishin Shishi se encontraba de pie en medio del jardín, en compañía de Katagai, uno de sus hombres de confianza.
—Señor Katsura —dijo Nishigori saliendo al jardín en compañía Víctor—, este es el muchacho del que le hablé, su nombre es Víctor Plisetsky, es hijo de rusos, pero él nació y se crió en Japón, está de acuerdo con nuestros ideales y es muy diestro con la espada. Como le dije, creo que sería un gran aporte para el Ishin Shishi.
—Es un honor conocerlo, señor Katsura —dijo Víctor haciendo una reverencia.
Katsura miró detenidamente al muchacho de largos cabellos plateados sujetos a una coleta alta. Sonrió.
—Me alegra saber que muchachos tan jóvenes están interesados en la construcción de un Japón más justo, igualitario y libre —dijo en tono sereno y con amabilidad—. Siéntete orgulloso por preferir seguir tus ideales en lugar de abandonar el país que te vio nacer y crecer cuando pasa por estos difíciles momentos. Ahora es cuando se necesita de la fuerza de personas como tú.
—Muchas gracias por sus palabras, señor —dijo Víctor sonriendo, sus ojos brillaban de emoción al recibir esas palabras de un hombre que admiraba tanto.
—De todas maneras, antes de ingresar al Ishin Shishi debes probar tus habilidades.
—Entiendo.
—¡Himura! —llamó Katagai y un joven alfa de aspecto delicado apareció detrás de unos árboles. Takeshi y Víctor se sorprendieron porque su presencia les había pasado totalmente desapercibida, incluso su aroma recién había empezado a ser perceptible.
Al mirarlo bien, Víctor se sorprendió aún más, ese espadachín de mirada fría debía tener su edad, era delgado y su apariencia era frágil. Aunque sus ojos color ámbar gritaban peligro. Otra cosa que llamó la atención de Víctor fue el cabello del muchacho, pese a que sus rasgos y su apellido eran japoneses, su cabello era del color del arrebol.
—Himura, por favor no seas muy duro con él —dijo Katagai sonriendo.
Katsura, Katagai y Nishigori se hicieron a un lado. Himura y Plisetsky desenvainaron sus katanas. Estocada simple, avance frontal, sablazo lateral, espada contra espada en un choque que los hizo mirarse directamente a los ojos. Ambos mostrando la misma determinación y fiereza. Aunque los ojos ámbar ya mostraban el peso que significaba arrebatar vidas, mientras que los ojos azules mostraban la pureza de la inocencia que aún no había sido arrebatada.
Feltsman apareció justo en ese momento. Quedó boquiabierto al ver a los dos muchachos, él en su juventud había practicado esgrima, era bueno, pero aquello no era ni remotamente similar a lo que ahora estaba presenciando. Los recuerdos de Víctor odiando cualquier cosa que requiera el mínimo esfuerzo físico se contraponían a la imagen de este joven Víctor luchando fieramente para no ser vencido por alguien claramente superior. Y es que poco a poco el pelirrojo iba dominando esa danza en que ambos participantes estaban aún sincronizados.
Himura buscaba romper esa sincronía y dar el golpe final. Plisetsky luchaba por forzar esa sincronización. Víctor sabía que sería derrotado, sabía también que su oponente no estaba usando toda su fuerza, pero quería obligarlo a utilizar algo más de su habilidad para vencerlo.
—¿No creen que lo que vemos es algo hermoso? —preguntó Katsura—, dos jóvenes alfas que de tan niños parecen aún frágiles y delicados, casi femeninos, pero que han ansiado más que nada volverse fuerte, tan puramente, tan simplemente, que nos regalan arte al chocar sus espadas. Realmente quisiera que sus espadas no se mancharan de sangre, pero habilidades como las suyas no pueden ser desestimadas en tiempos como estos. Los utilizaré aunque corrompa sus almas en el proceso, ese es el precio que hay que pagar porque es el propio Japón el que está corrupto.
La espada de Himura quedó en el cuello de Víctor, quien se detuvo inmediatamente para no ser rebanado.
—¿Y bien Himura? —preguntó Katagai—. ¿Qué opinas del nuevo?
—Es mucho más fuerte que cualquiera de los guardaespaldas de nuestros enemigos con los que me he enfrentado —dijo después de envainar su katana—. Pero es muy débil para enfrentarse a los capitanes del Shinsengumi, Okita o Saito lo harían pedazos.
—Pero ellos son los más poderosos del Shinsengumi —dijo Katsura al ver la desilusión en los ojos de Víctor—. Y pocos de nuestros hombres pueden enfrentarse a ellos.
—Es verdad —continúo Himura—, es por eso que el Shinsengumi es nuestro principal enemigo, esos lobos sedientos de sangre vendrán a cazarnos.
—¿Quién lo diría? —preguntó el burlón Katagai—, al final este gobierno será defendido por los mismos samuráis sin amo que tanto han despreciado.
—Víctor Plisetsky —dijo Katsura posando sus serenos ojos marrones sobre el muchacho—, se bienvenido al Ishin Shishi.
—Muchas gracias, señor.
Katsura se despidió y entró al interior de la posada seguido por Katagai. Himura también iba a hacerlo pero Víctor lo detuvo.
—Espera —le dijo haciendo que el pelirrojo se detuviera—, eres asombroso —elogió—. ¿Podrías enseñarme algunas de tus técnicas?
—Lo siento —respondió el espadachín—, pero yo no enseño mis técnicas a nadie.—Himura retomó su camino, pero se detuvo justo antes de entrar—. Eres talentoso, Plisetsky —dijo finalmente antes de desaparecer tras las paredes de la pensión.
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La primera misión de Víctor fue escoltar a Takasugi, un hombre que estaba creando una sección de infantería, hasta el puerto de Osaka. Nadie sabía que Takasugi había visitado Kioto y para no levantar sospechas fueron en un grupo pequeño y variado, incluso Yuko y otra muchacha beta que trabajaba en la posada. En total eran 6; Yuko, Tomoe y Yakov, que estaban para despistar, más Takasugi, Takeshi y Víctor.
Llegaron sin inconvenientes al puerto de Osaka y Takasugi embarcó en un pequeño barco mercante. Inmediatamente volvieron a Kioto. El atardecer pintaba el cielo con tonos anaranjados justo antes de entrar a Kioto.
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Minako Okuwaka lucía ocho meses de embarazo, y lo que haría sería arriesgado en su condición, pero no veían otra alternativa. Su casa había sido atacada varias veces por grupos de extremistas debido a que su esposo, Jean Pierre Giacometti, era Francés. Hacía pocos días les habían confirmado que podían viajar fuera de Japón, y aunque Jean Pierre estaba descontento por el avanzado embarazo de su esposa, no tenían más opción. Minako lo había convencido de que todo estaría bien, después de todo él era médico y podía atender con facilidad un parto. Minako confiaba en que su hijo nacería siendo un bebé saludable.
Minako y Jean Pierre viajaban en una calesa, habían salido de Kioto para tomar el camino rumbo a Osaka cuando fueron detenidos por un grupo de cinco hombres armados, quienes inmediatamente dieron muerte al cochero. Jean Pierre y Minako fueron bajados con violencia, él abrazó a su mujer.
—Hagan lo que quieran conmigo —dijo Jean Pierre—, pero dejen que ella se vaya, está embarazada y es japonesa.
—Esa mujerzuela se vendió a un extranjero, y ese engendro que espera tiene sangre impura en sus venas. No merecen piedad.
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Fuertes gritos interrumpieron el pacífico andar de Víctor y los demás.
—Escóndanse —dijo Nishigori. Yuko, Tomoe y Yakov salieron del camino y se ocultaron tras los árboles que bordeaban el camino. Takeshi y Víctor fueron a ver qué era lo que ocurría.
Cuando llegaron no había nada que hacer. Además del cochero, que había muerto primero, Minako estaba en el suelo con una herida de espada atravesándole el pecho y Jean Pierre tenía cortes en sus extremidades y en el abdomen. Los cinco hombres reían.
—¡Malditos bastardos! —grito Víctor al recordar lo que él había vivido hace tan poco tiempo, su familia siendo asesinada únicamente por su origen, por hombres como aquellos que reían de su fechoría.
Sin pensarlo, Víctor se arrojó contra esos hombres buscando calmar su propia ira, sus propios deseos de venganza. Nishigori le siguió. Estaban en desventaja numérica, pero esos hombres no eran unos buenos espadachines, sólo eran un grupo de bandidos que descargaba su ira y su frustración sobre personas inocentes bajo excusas enfermizas.
Por primera vez las manos de Víctor se mancharon de sangre. Dos hombres cayeron ante su afilada espada. Otro cayó a manos de Takeshi, los otros dos lograron huir.
—Víctor, ¿estás bien? —preguntó un preocupado Nishigori al ver la mirada de Víctor posada sobre los hombres muertos.
—Sí, yo… estoy bien —respondió alzando su mirada y percatandose de que Takeshi había sido herido en el brazo derecho—. Necesitamos ir con los demás y curar tu herida.
—Oh, esto no es nada. Pero… —Takeshi miró el cuerpo de la mujer embarazada—. Su bebé, aún podemos salvarlo.
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Yuko, Tomoe y Yakov se encontraban sentados atrás de unos árboles cuando vieron a Takeshi y Víctor llegar cargando el cuerpo de Minako. Lo pusieron en el suelo.
—Está muerta —dijo Víctor—, pero debemos intentar salvar al bebé.
—No hay más opción que abrir su vientre y sacarlo —dijo Yuko para luego ir a ver a su marido que sangraba profusamente por el brazo derecho.
—Tendrás que hacerlo tú —dijo Nishigori mirando a Víctor.
Tomoe descubrió el cuerpo de la mujer y le indicó a Víctor donde cortar, el adolescente desenfundó su katana y con las manos temblorosas, sintiendo miedo de lastimar al bebé, comenzó a cortar el vientre de la morena, fue un corte horizontal en la parte baja del vientre.
—Prefecto —dijo Tomoe—, ahora ayúdame a abrir el espacio para sacar al bebé.
Yuko mientras tanto buscaba en un bolso que pertenecía a las personas asesinadas y que Takeshi había llevado con ellos, habían algunas mantas y artículos médicos con los que comenzó a curar la herida de su esposo. Yakov observaba perplejo cómo actuaban los japoneses, admirándolos en su fuero interno, especialmente a Víctor, una persona totalmente nueva, no el amigo que lo dejó a temprana edad, pese a que conservara su fragancia.
Víctor y Tomoe comenzaron a abrir el vientre de Minako, y mientras lo hacía el corazón de Víctor palpitaba cada vez con más violencia, expectante. Antes de que Tomoe dijera nada y en un impulso que no logró comprender, él mismo extrajo al bebé que aún vivía dentro del vientre materno.
Víctor cortó el cordón umbilical y el niño lloró llenando de aire sus pulmones, se removió inquieto en los brazos de Víctor mientras el alfa lo miraba sin poder despegar su mirada. Los ojos celestes se llenaron de lágrimas que corrieron dolorosamente por sus mejillas, sentía un dolor en el pecho y no lograba descifrar a qué se debía.
El bebé pareció sentir el aroma intenso que Víctor estaba desprendiendo y poco a poco se quedó tranquilo, buscando la cercanía del adolescente.
—Hay que limpiarlo — dijo Tomoe acercándose con unas mantas humedecidas con agua de una botella que también venía en el bolso del fallecido médico y su esposa.
—Yo lo hago —dijo Víctor sin entender porque no quería soltar a ese niño.
Yuko se acercó a Víctor con una manta limpia para envolver el cuerpo del pequeño una vez que estuvo limpio, el de ojos celestes sonrió al verlo tranquilo, su piel se ponía de un aspecto rosado y su cabello negro era perfectamente liso, cuando abrió los ojos estos eran oscuros y parecían mirarlo.
—Serás un muy buen padre en el futuro —dijo Yuuko enternecida por la imagen de Víctor con los ojos enrojecidos—, es un bebé muy lindo.
—Es Yuuri —dijo Víctor sin estar plenamente consciente de lo que decía.
—Muy bien —dijo la chica—, se llamará Yuuri —sonrió—. Creo que extrañas a tu sobrino —agregó después mirándolo como si de una hermana se tratase.
Víctor sonrió, la verdad es que no pensaba en su sobrino cuando escogió el nombre del bebé, había sido una emoción diferente la que lo había llevado a nombrarlo así, aunque no podía explicarse a qué se debía aquello.
El único que entendía porque Víctor se aferraba al bebé y se negaba a entregarlo a alguien más era Yakov, que miraba silencioso como su amigo miraba con fascinación al niño en sus brazos.
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En tierras budistas otro bebé nació. Un bebé que fue observado con asombro por los ojos aceitunos del pequeño príncipe tailandés.