Víctor tenía prohibido salir solo de su casa. Los ataques a extranjeros por parte de grupos extremistas que afirmaban que los extranjeros no hacían más que manchar y ensuciar las tierras japonesas se habían vuelto el pan de cada día. Como consecuencia, Nikolai ya había comenzado los trámites para retornar a Rusia. El pequeño Yuri contaba con casi cuatro meses de vida y era un niño saludable, Yulia era una mujer fuerte y se repuso rápidamente del parto. Todos confiaban en que el retorno a sus tierras de origen se daría exitosamente.
Todos parecían conformes con la decisión. Todos excepto Víctor.
Aquella mañana a finales de junio, Víctor decidió escaparse de su confinamiento. Despertó primero que todos y salió rumbo al río Kamo, lugar donde acostumbraba pasar mañanas enteras sumergido en sus aguas cristalinas.
En ese momento sólo deseaba que la tranquilidad de aquellas aguas le ayudara a reflexionar sobre las decisiones que tomaría. Su familia regresaría a Rusia, pero él no deseaba escapar de Japón, él amaba Japón, era su tierra. Por Rusia no sentía nada, y si bien no odiaba la idea de conocer la tierra de su padre, sí le desagradaba pensar que lo hacía huyendo en el momento en que Japón más necesitaba de su gente.
Según el punto de vista de Víctor, Japón había estado sumido en la oscuridad debido a las desigualdades y abusos cometidos por los daimyo, señores feudales que parecían tener poder absoluto sobre la vida de sus vasallos.
Sin embargo, este no era el único problema. Japón estuvo por siglos cerrado a la influencia extranjera, sin embargo, en los últimos años potencias extranjeras obligaron al shogún a negociar con ellas. El comodoro Perry desde los Estados Unidos era el ejemplo más claro de la debilidad de un país que no pudo hacerle frente a los barcos invasores, el shogún Tokugawa se vio obligado a firmar acuerdos comerciales que no beneficiaban a su país.
Esto provocó que algunos miembros de la aristocracia estuvieran a favor de renunciar a sus privilegios a cambio de fortalecer el país. Chochu y Satsuma fueron las prefecturas que alzaron su voz diciendo que había que crear una nueva etapa de luz para el Japón, donde el poder del emperador, descendiente de los dioses, fuera restaurado, expulsando al Shogún usurpador y aboliendo el sistema de castas que separaban a los ciudadanos japoneses y establecía una jerarquía injusta entre samuráis, granjeros, comerciantes, artesanos y aquellos que hacían las tareas que ellos consideraban más desagradables; carniceros, curtidores, sepultureros, entre otros.
A todo lo demás se le sumaban grupos extremistas que atacaban indiscriminadamente a cualquier extranjero por considerarlos culpables del debilitamiento del Japón.
Víctor estaba de acuerdo con que Japón debía alcanzar una nueva era. Pero también estaba consciente de que antes de alcanzar la luz debía sumergirse aún más en la oscuridad que la asediaba. Y sabía que no podía evitarse que fuera una oscuridad manchada de sangre.
—No se puede evitar —suspiro mientras se sumergía en las aguas del río—, después de todo, es necesario el caos para dar a luz una estrella danzarina. —La determinación era clara en la mirada de Víctor, él participaría de los acontecimientos que se avecinan. Él era japonés y como japonés ayudaría al nacimiento de una nueva era—. Japón será una estrella brillando en medio del mar —sonrió.
♤♡◇♧
Yuko lloraba mientras veía su ropa manchada de sangre menstrual. Otro mes pasaba sin quedar encinta.
—Amor, no llores —decía Takeshi Nishigori acariciando el cabello de su amada esposa—, apenas llevamos un año de casados. ¿O no te ha gustado que nuestro tiempo esté disponible únicamente para nosotros dos?
—Sabes que sí, pero tengo tanta ilusión por tener un bebé. Realmente pensé que esta vez sí me había embarazado. ¡Hasta tuve náuseas! Y el sangrado se retrasó.
—Ya tendremos tiempo para eso, somos jóvenes aún —sonrió Takeshi—, y quien sabe, tal vez cuando al fin te embaraces no sea un bebé, sino dos… o tres.
—En ese caso me volvería loca —dijo Yuko sonriendo al fin.
—Además… Yuko —Takeshi miró significativamente a la linda mujer, con algo de culpa en su mirada marrón—, se vienen tiempos difíciles, tal vez es mejor que no te embaraces aún.
—Lo dices por los grupos rebeldes.
—Yuko… Satsuma y Chochu se han unido bajo el liderato de Kogoro Katsura, Toshimichi Okubo y Saigo Takamori. Ahora están en Kioto clandestinamente reuniendo los hombres necesarios para crear un ejército capaz de enfrentarse al Shogún. También han conseguido un asesino letal que se encargará de sacar del camino a personas importantes del gobierno.
—Eso quiere decir…
—Pronto estallará la guerra civil, Yuko. Kioto se convertirá en un verdadero infierno y yo… yo me he unido a Kogoro Katsura. Seré parte del Ishin Shishi.
—Ishin Shishi…
—Sí, ese es el nombre que lleva el grupo que traerá la luz a nuestro país. Como su nombre lo indica, tenemos un propósito elevado, y ese es el de construir una nueva era de igualdad, prosperidad y esperanza para japón.
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Víctor regresó sonriente de su pequeña escapada, sabía que su padre lo reprendería, pero no le importaba. Más le importaba cómo escoger las palabras que le diría para comunicarle que no se iría de Japón.
—Si no lo mato de un infarto querrá golpearme —dijo para luego soltar una carcajada.
El buen humor de Víctor decayó cuando estuvo frente a su casa. Un silencio sepulcral lo atravesó haciéndolo temblar. A esa hora las personas del servicio debían estar conversando mientras hacían sus deberes con las ventanas abiertas para dejar que el aire limpio entrara a la casa, Yulia alegre les ayudaría mientras Yuri seguía dormido. Su padre debería estar esperándolo junto a la puerta con el ceño fruncido y su hermano junto a él reiría burlesco por el regaño que le caería.
Pero sólo había silencio.
El corazón de Víctor comenzó a latir con anticipación. Abrió la puerta despacio y lo que vio le produjo un fuerte mareo, náuseas y deseos de vomitar.
Los cuerpos de las tres personas del servicio, dos chicos y una chica, atravesados limpiamente por katanas, sangre en el suelo, mensajes en las paredes.
Malditos extranjeros.
Ensucian nuestra tierra.
Su sangre será nuestro sacrificio.
Víctor tuvo que sujetarse de las paredes para no caer al suelo. Caminó despacio y el siguiente cuerpo que encontró, a los pies de la escalera, fue el de su padre. Nikolai yacía boca abajo con un corte que le atravesaba la garganta. Las lágrimas comenzaron a caer por las mejillas de Víctor.
—Padre —pronunció sin atreverse a tocar el cuerpo.
Temeroso comenzó a subir las escaleras, en el pasillo, fuera del cuarto que compartía con su esposa, estaba su hermano. Lukyan había tomado la katana de Víctor en un vano intento por defenderse y proteger a su esposa e hijo, pero Lukyan nunca fue bueno en el kenjutsu. Sólo logró sufrir más que su padre antes de morir.
Víctor tomó su katana y la funda que estaba tirada a un par de metros, la envainó y la ajustó a su cintura. Sintió un pequeño ruido proveniente de la habitación de Lukyan. Se dirigió rápidamente a ella y vio a su cuñada mirándolo con los ojos abiertos.
Yulia tenía sus manos sobre una profunda herida que sangraba en su abdomen, pero aún estaba con vida.
—Yulia, Yulia —dijo Víctor acercándose a ella e hincándose a su lado—, te sacaré de aquí, estarás bien —la mujer negó con la cabeza—, Yulia…
—Moriré —balbuceó la mujer— cuida de Yuri, por favor —pronunció con apenas fuerza para luego girar su cabeza. Víctor siguió la mirada de Yulia y luego corrió hacia donde esta se dirigía. Bajo la cama, envuelto en algunas mantas, se encontraba el pequeño Yuri. Ileso.
Víctor lo sacó de su escondite y lo abrazó.
—Yulia, debo sacarte de aquí. Aún puedes vivir… —insistió Víctor.
—No hay tiempo —negó ella—, volverán… por objetos de valor. Huye.
—No puedo dejarte.
—¡Huye! —La mirada de Yulia expresaba su angustia y la súplica en esa petición. Víctor entendió que ella tenía razón.
—Prometo que Yuri estará a salvo —le dijo, para después después despedirse dándole un beso en la frente.
Afuera miró a su hermano con tristeza, las lágrimas caían por sus mejillas al ver como su hermosa familia había perecido. Abrazó a su pequeño sobrino, intentando que ese bebé le diera las fuerzas que necesitaba para seguir adelante. Se tragó su dolor y bajó la escalera, se despidió de su padre y se dirigió a la puerta trasera. Salió de la casa y corrió con el bebé rubio entre sus brazos.
Yuri no lloraba, pero estaba despierto, mirándolo todo con sus grandes ojos color jade. Como si pudiera comprender el dolor que había en los ojos color cielo que no paraban de llorar.
Victor sufría y lloraba. Pero no estaba dispuesto a dejar que el dolor lo paralizara. Con mayor determinación que antes Víctor sabía que no podía huir del japón.
—Japoneses o extranjeros. Esta tierra tiene que ser un hogar para quien la ame.