Sintiendo la humedad de su boca, el calor de su aliento y ese indiscutible sabor a menta de su lengua, supe cómo tenía que amar a mi bello Yuri.
Sin prisa lo sostuve entre mis brazos y lo besé durante un largo tiempo. Quería degustar esa deliciosa boca provocativa, repleta de dulce jugo y suspiros profundos. Mis manos tampoco tenían prisa y recorrieron su suave y tibia piel pedazo a pedazo. Con las yemas de mis dedos dibujé paisajes sin fin sobre su espalda, apreté su delicada cintura y abordé sin reservas sus duras nalgas. Yuri gimió por primera vez y me pareció la nota más hermosa y sentida que hubiese escuchado jamás.
Mis labios dejaron su boca enrojecida y buscaron el hoyo de su cuello. Dejé sobre sus curvaturas tiernos besos que le provocaron más de una cosquilla, besos profundos que lo estremecían, besos húmedos que provocaban la respuesta inmediata de sus caderas.
Me detuve porque Yuri estaba debajo de mi cuerpo, tratando de respirar y ubicarse en el sofá con más comodidad. Entonces me senté y mis manos amasaron con cuidado sus pequeños pectorales, sus delicados costados y su vientre firme. Sonreí al ver la mezcla de sus gestos, placer, sorpresa y éxtasis enrojecían sus mejillas. Mis dedos se detuvieron sobre los pezones de Yuri, los atraparon generando una suave tensión sobre su piel rosada y poco a poco los pellizqué hasta verlos tensos, abultados y enrojecidos.
Yuri se agitaba con mis juegos, no sabía qué hacer con sus manos, a veces las dejaba sobre mis muslos y por momentos rasgaba el tapiz del mueble. El momento que solté uno de sus pezones las llevó a su boca para detener un grito placentero.
No podía parar de mirarlo, sus ojos decían las palabras que sus labios callaban, estaban cargados de lujuria y pudor, me miraban con anhelo, con furia, con ansias, con cariño. Solo pude interpretar pocos sentimientos y emociones a través de sus iris que se oscurecieron con la noche, de sus párpados humedecidos y de la contracción de sus pupilas.
Su boca se convirtió en un instrumento de gemidos, jadeos y palabras entrecortadas. Su lengua se batía en duelo con sus dientes, su pequeña nariz brillaba sonrojada y sus mechones se esparcían como lluvia de oro sobre los cojines.
No pensé que provocar tanto placer en mi Yuri, me haría sentir tanto goce.
—¿Te gusta? — Volví a pellizcar esos botones mullidos de su pecho y él afirmó con la cabeza sin dejar de morder sus labios—. ¿Cuánto?
—Mu… cho. —Se retorció como un animalito salvaje entre las redes de un cazador y yo disfruté al verlo.
—Entonces si hago esto… —Me acerqué nuevamente a su fino cuerpo y lamí sus endurecidos pezones hasta sentirlos como racimos de diminutas uvas frescas entre mis labios.
Los atrapé con mis dientes y jugué sobre ellos con la punta de mi lengua. Las manos de Yuri sujetaron mi cabeza, la empujó y me pidió que me detuviera. Lo hice, pero solo para restregar mi mejilla sobre su pecho.
—¡Pica! —reclamó.
—No tengo tanta barba. —Repasé mi mentón con la mano y él juntó las cejas. Era tan lindo cuando mostraba sus pequeños conatos de furia.
Yuri recobró el aliento hasta que decidí lamer su piel cuesta abajo. Mi cuerpo ardía al sentir tanta suavidad, pero definitivamente me excitaba más ver sus movimientos y sus expresiones. Para ese momento mi pene estaba muy duro, pero sabía que podría hacerlo esperar un poco más.
Recorrí su vientre, rocé con mi nariz sus suaves y dorados bellos. Tomé con mi mano su húmeda y caliente carne que se movía pidiendo atención. Lo sostuve con firmeza y observé el gesto deseoso de Yuri, sus ojos suplicantes, sus labios entre abiertos y sus manos tensas apretando mis brazos. Sin dejar de ver su afiebrada mirada deslicé con suavidad el pulgar sobre el humedecido glande. Sabía que eso provoca indescriptibles y agudas sensaciones de placer y dolor. Sus caderas se tensaron de inmediato, gimió y aumentó más mi erección.
Con lentitud y cuidado, froté su pene desde la cabeza hasta la base, replegando el prepucio y evitando rozar con ligereza el frenillo, lo quería excitado, no adolorido. Yuri se relamía los labios, sacudía su cuerpo al ritmo de los movimientos de mis manos y mis dedos. Tensó y reló sus muslos una y otra vez hasta que en un impulso inesperado tiró su cuerpo hacia atrás. Yo paré mis movimientos.
—Carajo Beka, estaba por venirme, ¿qué haces? —Me miró como gato irritado.
—No quiero que te vengas aún Yuri. —Sonreí con su gesto y mordí mi labio antes de lanzar un par de palabras obscenas. —No hay prisas pequeño sinvergüenza.
Me observó algo desconcertado, pero pronto entendió que mi mirada, el tono alto de mi voz y mis palabras significaban que lo mejor recién estaba por llegar.
El movimiento en solitario de su húmedo sexo me dijo que quería más. Lo volví a tomar con mi mano humedecida en saliva y comencé a frotarlo de la misma forma que hacía con el mío cuando quería aliviar tensiones. Yuri cerró los ojos, cubrió su boca con su antebrazo y jadeó sin parar.
Me era extraño que, teniendo yo una potente erección, me importara más la de Yuri. No es que no sintiera la mía, pero me sentía más complacido de ver a mi bello ruso retorciéndose de placer.
Entonces hice algo que yo mismo no podía creerlo. Si iba a tomar todo de Yuri, sería importante darle todo el placer posible para que estuviera más dispuesto a ser mío. Lamí el pene de Yuri, como si se tratara de una paleta, deslicé la lengua de la punta a la base, repasé con firmeza sobre sus venas hinchadas y rodeé el glande varias veces. Fue extraño, pero me gustó mucho, su sabor no me pareció muy amargo. El gato ruso no pudo reprimir un pequeño grito cargado con sorpresa y placer. De inmediato sentí cómo unas gotas cristalinas se precipitaban y las lamí. Yuri se quejó, se retorció y yo decidí engullir ese tenso pedazo de carne húmeda.
Absorbí su pene con el cuidado y la velocidad que me gustaba que hicieran con el mío. Yuri comenzó a empujarlo hacia mi garganta y gemía sin control. Reconocí por sus sonidos que su orgasmo se acercaba y entonces lo dejé. Yuri volvió a mirarme con furia y yo reí al ver su gesto de desaprobación.
—Yuri mírame, estoy ardiendo por ti… quiero que te relajes para abrirte bien antes que hunda todo esto en tu interior. —Por la expresión que Yuri tenía en sus ojos me di cuenta que no le sería tan fácil recibirlo.
Mientras probaba su líquido con la lengua, tomé de la mesa el frasco de gel que previamente había abierto y mojé mis dedos como me aconsejó mi amable jefe. Los deslicé por su perineo provocando pequeños saltos y temblor en su estómago, lo estaba disfrutando tanto. Mi índice y medio caminaron por la raya hasta que llegué a su trasero, jugué con las yemas en la entrada pequeña y apretada, fui dando golpecitos suaves hasta que sentí cierta relajación y pude introducir uno de ellos con mucha lentitud y cuidado.
No quería lastimar a mi bello Yuri, me senté y observé sus reacciones, sus ojos cerrados no me decían si estaba gozando o aguantando dolor.
—¿Te duele? —le dije sin detener el ingreso de mi dedo.
—No. —Jadeó—. Solo… se siente extraño… raro… frío… es eso.
Unos minutos después introduje dos dedos, Yuri tensó las caderas y para calmarlo volví a acariciar su pene esparciendo su jugo hasta abajo. Confieso que los gemidos de Yuri me ponían cada vez más duro, pero no podía ceder a mis instintos, aún no. Ya habría tiempo de sobra para mí.
—¿Te dolió? — Miré un gesto extraño en el rostro de mi chico y paré mis movimientos.
—¡No, maldición! ¡Sigue Beka, sigue… más…! —Sus deseos fueron excitantes órdenes que cumplí sin protestar. Con todo el sentimiento de mi corazón, el deseo de mi mente y el ardor de mi cuerpo seguí con mi lascivo juego.
Comprobé su resultado cuando noté el pequeño bulto hinchado de su interior, lo toqué y Yuri gritó. Al mismo tiempo que mi corazón saltó, solté algunas gotas de líquido y un potente suspiro. Había encontrado “ese lugar”.
No dudé en seguir haciendo vibrar mis dedos allí adentro y para aumentar su placer volví a lamer sin su latiente erección. El cuerpo del pequeño tigre se agitaba sin control, lo vi de soslayo y su rostro semejaba al de un ángel a punto de morir, mientras que sus gemidos ahogados anunciaban el final.
¡Y qué final! Un agudo grito se perdió en el aire, dejó de respirar unos segundos, pude ver sus ojos volverse blancos, sus uñas se encarnaron en mi brazo. Se detuvo un segundo y al siguiente disparó un chorro caliente y espumoso de semen que mojó mis labios e inundó mis dedos.
Yuri se torció como una bella serpiente y cayó casi sin aliento, jadeante, confuso, feliz. Sus manos iban y venían sin saber dónde parar, sus caderas se curvaban sin control, su pecho se hundía y expandía y su risa loca afloró como un arroyo intempestivo.
Cuando volvió en sí, Yuri abrió los ojos y comprobó el desastre blanquecino que yo limpiaba con unos paños húmedos. La vergüenza mansa que genera el sexo cubrió su mirada y sus mejillas hasta convertirlas en manzanas, entonces hizo un gesto tierno con sus labios, sus brazos me reclamaron y yo lo cubrí con mi cuerpo.
La noche había comenzado con una buena dosis de placer para Yuri. Ahora era mi turno, mi piel estremecida y excitado reclamaba con cada poro sentir toda la plenitud de Yuri.
—Yuri vamos a tu cama, será algo más cómodo para ti —Intenté ponerme en pie, pero él apretó sus brazos alrededor de mi cuello.
Permanecimos durante un rato en esa posición, yo estaba urgido de hacerlo mío, de sentir el calor de su interior. Me levanté y lo cargué entre mis brazos, el extremo placer que había sentido minutos atrás lo dejó algo extenuado.
Al llegar a la cama me tumbé y Yuri cayó sobre mi cuerpo, me volví sobre él y comencé a frotar mi pubis contra el suyo. Entonces recordé que dejé el gel y los condones en la mesa de la sala. Tuve que desprender los brazos de Yuri con cierta fuerza. Mi hermoso gato no quería que me apartara de él.
A la velocidad del rayo fui a la sala y regresé a su lado, estaba algo agitado. Ese corto viaje me sirvió para detenerme al pie de la cama contemplando su extraordinaria belleza. Lo miré tanto que su rostro se encendió y desvió la mirada hacia la ventana. Comprendí que se sintió incómodo al ser observado. Me recosté junto a él y lo besé como si quisiera devorarlo. Agitado, Yuri me pidió que me sentara.
Sus manos recorrieron mi pecho, mi abdomen y mi ombligo hasta que tomaron con firmeza mi falo que ya estaba adolorido para ese momento. Lo dejé jugar un poco y me entregué a esa sensación cálida y deliciosa. Lo frotó como yo lo hice, pero fue apretando su agarre hasta que sus movimientos atrajeron una marejada de placer. Me contuve respirando.
─Échate de panza Yuri, así será mejor. —Lo detuve porque no podía soportar mis deseos.
Creo que Yuri comprendió bien lo que tenía que hacer, tal vez lo leyó en su móvil, tal vez era un poco del propio instinto, se echó de bruces con el rostro sobre la almohada, arqueó la espalda y levantó las caderas, brindándome el espectáculo excitante. Era un chico como yo, un hermoso chico que pedía que lo poseyera, que lo penetrara y lo dominara.
Mi ego creció tanto como mi pene. Y mientras una voz me decía que debía actuar con prudencia porque sería Yuri quien soportaría esa invasión, otra repetía con insistencia que tomara y arremetiera sin piedad dentro de estrecho culito.
Entre la dulzura de mis sentimientos, el poco raciocinio que me quedaba y el desborde de mis instintos me acomodé detrás de Yuri, me protegí para protegerlo y volví a penetrarlo con mis dedos llenos de lubricante. El solo ahogó gemidos sobre la almohada sin decir nada más.
Con la cabeza expandida de mi pene, comencé a jugar sobre su entrada que pasó de estar apretada como un botón de rosa a mostrarse suave y relajada. La froté algunos segundos hasta que Yuri me trajo a la realidad.
—Maldición Beka ¿vas a meterlo o no? —Su voz era la mezcla de un reclamo airado y una súplica desesperada.
Reí a todo pulmón y solo se me ocurrió decirle.
—Bien pequeño indecente, tú lo has pedido… pero no te quejes, solo quiero escucharte gritar de placer. —Le di una pequeña nalgada —¡Entendiste!
Abrirse más para mí con sus propias manos fue su manera de decirme que sí había entendido. Poco a poco invadí ese espacio caliente y apretado. El gel ayudó muchísimo y también mi autocontrol que no sé de donde salía para evitar un movimiento brusco que lo dañara.
Toda la espera valió la pena. Con cada centímetro de mí que entraba en Yuri entendí que me esperaban sensaciones de placer que nunca había sentido antes. Entré hasta que mi pubis acarició sus nalgas. Yuri emitía quejidos algo graves.
—¿Te duele? —Volví a preguntar.
—Un poco… —Yuri intentaba tomar aire—. No te muevas…
Esperé un poco y fue el mismo Yuri quien me provocó contrayendo y expandiendo su interior. Comprendida la señal, comencé a moverme con lentitud sintiendo todo ese calor intenso. Verlo recibirme con sumisión me encendió y obligó deslizar mi pene con más ligereza dentro de su cuerpo.
La música nos envolvía marcando el ritmo de nuestros corazones, se nuestras piernas, de las manos, de los vientres y de nuestras caderas que se fueron acompasando a sus beats con mágica naturalidad.
Con cada movimiento me fui entregando a mi lado animal, era imposible ser más prudente y delicado. Mi hermoso Yuri tuvo que resistir mis embestidas con quejas, con suspiros, con groserías y con gestos obscenos. Mi mente y mi cuerpo reaccionaron a sus gemidos, a sus impulsivos apretones, a sus vibrantes caderas; pero lo que más me inundaba de lujuria infinita era ver su rostro apoyado de costado, con su dulce boca abierta, mordiendo la almohada o pidiendo que esperara un poco.
Me detuve un instante para acomodarnos mejor y noté que Yuri se sobaba el falo con furia. Le sujeté la cintura y me impulsé dentro de él. El calor de mi cuerpo me vencía, estaba mojado, ardiente, bramaba como un oso sobre su delgado cuerpo, yo tampoco podía soportar más y apunto del orgasmo me detuve otra vez a recuperar el aliento.
—¡Mierda! —gruño Yuri desde el fondo de sus entrañas y movió su trasero en pos de mi cuerpo—. ¡No pares, Beka!
Lo envestí, una y otra vez hasta que noté que su interior se contraía, apretaba sin piedad mi dolorida y caliente pieza, la succionaba cada vez que salía de él. Temblé con cada movimiento, con cada gemido, con cada palabra de Yuri.
—Beka, Beka, no puedo… Beka… dios mío, me corro… me co… —el pequeño tigre rugió con furia sobre la almohada sacudiendo su cuerpo sin control.
Me apretó en su interior con tanta fuerza que pude ver mis músculos contraerse como olas bravas. Arremetí contra Yuri, sintiendo que todo mi líquido salía sin parar. Ese condón no sería suficiente para contener mi semen.
—Yuriiiii… demonio… me estás apretando mucho… me haces venir… —Por un segundo me hundí en mi interior, me expandí por el mundo entero y me sentí rodeado de infinita paz.
Despojados de toda vergüenza, mojados, inundados y calientes, caímos sobre la cama arrebatados por la lujuria, respirando con dificultad y sintiendo las últimas contracciones de nuestros cuerpos. Yo sentía que el corazón no me cabía en el pecho y que ese momento de gloria no era suficiente. Quería más.
Yuri se quedó callado, podía escuchar su agitada respiración, podía sentir los suaves movimientos de sus nalgas y su cintura. Necesitaba su espacio. Me eché junto a él y lo abracé con fuerza que el mar abraza las rocas en los despeñaderos. Traté de cubrir su piel mojada con la mía y abrigar su cuerpo, retenerlo junto a mi todo el tiempo.
Yuri volteó y me regaló la más bella de las miradas, mezcla de niño ingenuo y de soldado experto. Me sentí preso de su mirada y a la vez carcelero de su cuerpo. Su mano rozó con suavidad mi mentón, deslizó sus dedos sobre mis labios, me hizo cosquillas y yo los mordí con cuidado. Pero Yuri siguió jugando y metió su dedo dentro de mi boca, solo para acariciar mi lengua y provocar una sensación extraña en mi paladar.
Sin bajar la mirada acercó su nariz a la mía y me besó con tanto cariño que pude sentirme amado. Todo lo que no me decían sus labios con palabras lo expresaron en ese dulce, suave y casi infantil beso.
—Quédate a mi lado Beka, duerme conmigo esta noche… por favor. —Su expresión era nostálgica, así que pensé que estaba extrañando a su familia.
Yo también quería quedarme junto a él, esa noche, todas las noches, toda la vida. Con misteriosa magia, Yuri envolvió mi cuerpo con sus sentidos y mi alma con su sonrisa. Estaba vencido, completamente a su merced, sin fuerzas para huir de su mirada, de sus besos y de su calor.
Durante el resto de la noche lo amé, bañé su cuerpo entero con mis besos, tomé el agua de sus labios para calmar mi sed de amor, lo sentí caer una y otra vez en los brazos del éxtasis absoluto, vi su rostro palidecer y encenderse a cada instante, lo escuché clamar mi nombre entre suspiros y observé sus párpados teñirse de añil por el cansancio.
Dormí junto a él, lo abracé, acaricié todos los rincones de su cuerpo, más de una vez confesé que me parecía hermoso, le cobijé contra mi pecho, me resguardé entre sus brazos, aspiré el aroma dulce de su piel toda la noche y no dudé en robarle besos a sus labios para adueñarme de esa esencia que tanto me gustaba: su sabor a menta.
