
5. Miedo
Los sonidos de agitación le sobresaltan, provocándole sentarse de manera abrupta, incluso antes de abrir los ojos. Una vez ajustada la vista, nota a Yuuri pálido y sudoroso, sujetando un zapato e intentando con él alcanzar algo en lo alto; y en seguida la distingue: pequeña y pálida, moviéndose en todas direcciones e intentando escabullirse del azabache.
«Oh, está tratando de cazar a esa pobre polilla», se dice el entrecano y pronto cae en la cuenta de que Yuuri ha estado murmurando algo, cada vez más ahogado y con la voz llena de angustia. «Déjame en paz, aún no es tiempo» repite casi como un ruego.
—¿Yuuri? —El susodicho se gira dándole la espalda y aplasta por fin al insecto. Luego de rematarle un par de veces con el zapato en el suelo, exhala y se calma, se levanta, acomoda su ropa y vuelve a girarse hacia Victor con una sonrisa inocente.
—¿Sí?
Victor lo mira, entre incrédulo y divertido, y piensa: «Eres un tontito, mi Yuuri».
«¡Ay voz secreta del amor oscuro!
¡ay balido sin lanas! ¡ay herida!
¡ay aguja de hiel, camelia hundida!
¡ay corriente sin mar, ciudad sin muro!
¡Ay noche inmensa de perfil seguro,
montaña celestial de angustia erguida!
¡ay perro en corazón, voz perseguida!
¡silencio sin confín, lirio maduro!
Huye de mí, caliente voz de hielo,
no me quieras perder en la maleza
donde sin fruto gimen carne y cielo.
Deja el duro marfil de mi cabeza,
apiádate de mí, ¡rompe mi duelo!
¡que soy amor, que soy naturaleza!».
