
4. Lanceta
Victor despierta cuando Yuuri le está inyectando algo. Tiene mirada seria, incluso algo contrariada; es una expresión que Victor no le había visto. Al notar que el hombre en la cama le observa, Yuuri le sonríe con dulzura, como si nada ocurriera.
—Hola, Victor. ¿Estás bien?
—Yuuri… ¿Cuándo podré salir de la cama? —De pronto, el joven asiático parece mortificado ante la pregunta. No es lo que Victor esperaba provocar y, aun a riesgo de causar polémica, decide insistir—. Necesito caminar, yo…
—No tienes fuerza aún. No creo que sea pertinente que salgas de la habitación.
Victor se muestra decepcionado; se siente ahogado por el encierro, las paredes parecen írsele encima, la oscuridad parece cobrar vida; pero tampoco desea importunar a quien lo ha cuidado con tanto esmero. El decaído joven de mirada celeste intenta concentrarse en su acompañante, recorriendo con los ojos su figura delgada, sus manos, sus labios…, mas el peso del aire es mayor y parece aplastarlo. Yuuri conversa y sonríe a Victor, pero la sonrisa no le llega a los ojos.
Y continúa la lectura:
«El poeta dice la verdad.
Quiero llorar mi pena y te lo digo
para que tú me quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores
con un puñal, con besos y contigo.
Quiero matar al único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.
Que no se acabe nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con decrépito sol y luna vieja.
Que lo que no me des y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida»
