Capítulo beteado por @SiariJY ¡Muchas gracias!
Advertencia: este capítulo contiene drama así que preparen los pañuelos.
Mila y Otabek habían llegado al castillo apenas una hora después de que ellos hubieran escuchado la noticia. No había habido muchas palabras entre ellos.
El abuelo Nikolai había sido herido gravemente en su última misión, no había muerto en el acto, pero sus heridas se habían infectado. Quizás si aun fuese un alfa joven y fuerte podría haberse recuperado, pero la edad no perdonaba ni siquiera a una vieja gloria como él. Los médicos habían dicho que no sobreviviría más de unos pocos días y los guardias ataron la nefasta noticia a la pata del halcón más rápido para que llegara hasta sus nietos, ahora en el reino del fuego.
Jean sacó solo tres caballos de las caballerizas, los tres más rápidos que tenían en ese momento. La yegua de Mila, el caballo de Yuri y el suyo propio que no era tan rápido como los otros dos, pero sí lo suficientemente fuerte para llevar dos personas montadas en él durante muchos kilómetros. Pensaba llevar a Yuri con él porque no estaba en condiciones de cabalgar a ningún sitio, aún estaba acurrucado en una esquina del establo, rodeado por los brazos de Mila mientras temblaba y suspiraba el nombre de su abuelo.
En condiciones normales hubiera sido imposible que Yuri se montara en un caballo detrás de JJ. Mucho menos que el rubio se abrazara a su espalda y frotara sus ojos rojizos contra él. Lejos de alegrarlo, su corazón se comprimió dolorosamente; no podía proteger a Yuri del dolor que causaba la muerte de personas cercanas, aunque ese hecho le partiera el alma.
Otabek se dirigió a tomar el caballo libre, pero Mila se lo impidió dándole las riendas de su propia montura. La yegua negra de Mila relinchó mansamente mientras Otabek subía encima de ella.
—No lo tomes a mal, Tigerlion es un caballo muy tozudo, no aceptará que nadie que no sea un Plisetsky monte encima de él.
La pelirroja tomó las riendas y subió entonces al último caballo que sacudió sus pezuñas en la arena, preparándose para correr. Instantes después el grupo salió al galope.
No llevaban carros, ni nada demasiado pesado. Apenas las pertenencias esenciales para poder hacer el camino en tiempo récord. Todos se habían limitado a guardar lo indispensable para un viaje de urgencia a la ciudad vecina. Habían cargado algunos emparedados para el viaje, agua y otros utensilios de primeros auxilios por si ocurría algún accidente. La noche cayó, pero no pararon hasta la madrugada. Ninguno tenía muchas ganas de ello, pero los caballos necesitaban descansar y beber agua, no podían sobrecargarlos. Si alguno de ellos caía y se quebraba una pata jamás llegarían.
Acamparon al lado de un río si es que a eso se le podía llamar acampar, y Jean bajó a Yuri con cuidado. Se había quedado dormido hacía una hora y odiaría despertarlo cuando apenas había descansado.
Mila entonces se adentró en el bosque y el kazajo la siguió. No es que él fuera a donde quiera que ella fuera. En realidad, la pelirroja desaparecía durante horas y no le importaba. Acudía cuando lo requería, pero esta vez no sentía que estuviera del todo bien.
Ella aparentaba fortaleza, no se quebraba fácilmente y sospechaba que había visto morir a mucha gente importante para ella, pero incluso bajo la apariencia que trataba de enseñar a los demás, era la primera vez que sentía a la alfa vulnerable.
Le costó seguirla con sus largas zancadas, pero al final ella misma pareció cansarse de alejarse y pateó un árbol con ira para después sentarse en sus raíces. Hundió su cara entre sus brazos y Otabek se sentó varios árboles alejado dándole la espalda para evitar invadir su privacidad y dejarla llorar si lo deseaba. Sabía que Mila podía sentirlo claramente, pero no lo había echado y eso era más generoso de lo que él esperaba. Después de unos minutos en silencio ella lo rompió.
—Me llamo Mila Babicheva.
—¿Qué? —Otabek se giró hacia ella, estaba lo suficientemente confundido como para no poder decir nada inteligente.
Mila levantó su mirada hacia él. Sus ojos estaban secos.
—Babicheva, no Plisetsky. No soy realmente la prima de Yuri ni la nieta de Nikolai.
—No lo sabía —era sincero. Jamás nadie había hablado de eso e incluso si Yuri lo sabía, que debía saberlo, siempre se había dirigido a ella como su molesta prima. Insufrible sí, pero parte de su familia.
—El abue… El viejo Nikolai me recogió. El acababa de llegar con su ejército, pero mi aldea había sido arrasada hace horas y yo era la única superviviente entre todos los cadáveres y los escombros —hizo una pausa y sus ojos brillaron por momentos. Sospechaba que Mila no solía contar esa historia y le resultaba increíble que pudiera hacerlo ahora sin terminar por quebrarse—. Tenía ocho años.
Mila cerró los ojos. Recordaba todo como si hubiera sido ayer. Los ojos de los hombres crueles que habían quemado su aldea a pesar de que ellos no estaban en guerra. Habían cargado en carros a algunos omegas que no opusieron resistencia, pero habían matado a todos los demás. Ella recordaba el calor abrasador y muchas caras de niños que habían sido sus amigos tirados en el suelo con heridas mortales.
Los alfas de su aldea lucharon valientemente, pero no estaban entrenados como los hombres a caballo. Ellos no tenían relucientes armaduras ni espadas, solo los instrumentos de labranza y con ellos habían intentado defender la aldea.
Su madre alfa también había luchado contra ellos para proteger su casa y su madre omega la había protegido de tal manera entre sus brazos que cuando entraron solo pudieron matarla a ella. Mila sintió el peso de su madre muerta durante horas mientras trataba de llorar en silencio para no atraer a los hombres malvados de nuevo. El agarre de la omega sobre su hija era tan fuerte que cuando el ejército de Nikolai llegó, este tuvo que romperle los brazos con un ruido espantoso para poder sacar a la pequeña de ahí.
El moreno sintió un escalofrío deslizarse por su columna vertebral, pero no se atrevió a interrumpir la historia.
—Él limpió mi cara lo mejor que pudo y me subió a su caballo. Me llevó a su casa y me trató como si realmente fuese su nieta.
—Lo eres.
Ella no dijo nada. Se levantó sacudiéndose el polvo del árbol.
—Ya hemos descansado lo suficiente, tenemos que continuar el viaje.
Yuri estaba despierto cuando volvieron. Tenía la expresión pérdida y Jean acariciaba sus cabellos. No había querido comer nada, toda la comida que llevaban para Mila y Yuri seguía intacta y no era buena idea hacer un viaje tan extenuante sin nada en el estómago. Con un breve intercambio de palabras volvieron a los caballos, el descanso no había sido suficiente para los animales, pero continuaron a la carrera, leales.
Aun con todo consiguieron llegar al ponerse el sol de la tarde siguiente. Un tiempo récord incluso si la villa era vecina.
Yuri saltó del caballo y corrió hasta la mansión siendo seguido por los demás. Todos los sirvientes del castillo vestían de negro y al rubio se le heló el corazón, no podían haber llegado tarde.
Corrió hasta la habitación principal, sorteando doncellas y soldados, todos con caras tristes y trajes lúgrubes. Las puertas de roble que finalizaban el castillo estaban custodiadas por dos soldados.
—¡¿Y mi abuelo?! —exclamó Yuri al llegar, más alto y exaltado de lo que realmente pretendía.
—Dentro, pero ahora mismo no puedes entrar.
—¡Y un cuerno!
Mila y Jean consiguieron alcanzarlo y los soldados se retiraron a su orden. La habitación estaba insoportablemente silenciosa y olía a días de encierro. Un anciano se hallaba recostado en la gran cama principal, entre sábanas de seda y un grueso pijama. Abrió los ojos pesadamente y emitió una débil sonrisa.
A Yuri le pareció que el anciano que había en la cama no era su abuelo. Su piel estaba tan pálida que parecía transparentarse en algunas zonas, y dónde antes había rosa ahora predominaba el gris. Y sus ojos verdes, rodeados por arrugas de la felicidad, ahora parecían haber perdido el brillo de la vida.
Su abuelo había sido tan fuerte que podía levantar a Yuri por encima de su cabeza y hacerlo girar cada vez que lo veía, pero ahora ni siquiera parecía poder incorporarse de la cama.
—Yuratcha… acércate.
Él obedeció. Temblando como una hoja se acercó al pie de la cama y su labio comenzó a hacer pucheros hasta que acabó derramando gruesas lágrimas sin control.
—Abu —dijo sin poder completar las palabras—… no puedes dejarme.
Nikolai sonrió dulcemente y acarició su cara apartando algunas lágrimas. Un esfuerzo inútil pues estas no dejaban de salir.
Jean y Mila se pusieron a su lado también. Ella tomó la mano de Nikolai entre las suyas y Jean entrelazó su mano con la de Yuri que no lo rechazó, al contrario, la apretó más fuerte para sostenerse en él.
—Ah, el muchacho.
Jean miró al anciano perplejo de que lo mirara a él. No estaba seguro de si lo confundía con otra persona. Después de todo hacía años que no habían coincidido.
—Señor…
—No pongas esa cara, la cabeza aún la tengo en perfecto estado. Claro que te recuerdo. Tú eras aquel cachorro que siempre corría con mi nieta. Cada vez que intentaba echar una cabezada me despertabais con vuestros juegos.
Nikolai se inclinó forzosamente sobre su pecho tosiendo sin parar. Una tos seca que debía desgarrarle la garganta.
Mila le ofreció un vaso de agua que tenía en el mueble al lado de la cama y bebió, reinando el silencio por unos segundos.
—Ahora estás mucho más grande y fuerte, me recuerdas a tu padre. Y te has desposado con mi nieto — sonrió ante la sorpresa de los que para él aún eran cachorros—. ¿Acaso creían que no me mantengo informado de mi familia?
—Siento no haber podido pedir su mano formalmente —Jean inclinó la cabeza con respeto.
—Deja eso, muchacho. Me alegro que seas tú, eres un buen hombre. Sólo hace falta veros —el anciano miró las manos de los chicos entrelazadas.
Eso es lo que quería para su nieto, no solo un alfa fuerte capaz de protegerlo o un hombre guapo que pudiera darle cachorros hermosos. Quería que Yuri tuviera un compañero, alguien que no solo lo acompañara en los momentos felices sino en el que también pudiera apoyarse en los momentos duros. Él sabía por experiencia que la vida estaba llena de momentos difíciles y podía morir en paz sabiendo que su nieto menor tenía alguien que pudiera volverlos menos amargos, y si no era posible, compartir su carga.
—Y lograr eso tiene un gran mérito. Bien saben los dioses que mi nieto no es un omega fácil.
—¡Abuelo!
El viejo rio, dirigiéndose entonces a su nieta mayor. Mila estaba a su lado, aun sosteniéndole la mano en silencio, pero no era ella la que tomaba la de él. Las manos de la pelirroja temblaban incluso cuando era la que trataba de brindar apoyo y era el anciano en cambio el que las sostenía entre las suyas, dándole el poco calor que a su cuerpo le quedaba.
—Mila, mi valiente niña.
—Nikolai…
—No me llames así.
—Abuelo —luchaba por no quebrarse y la mirada del anciano se dulcificó.
—No podría estar más orgulloso de ti. Sin duda alguna vas a sobrepasar por mucho mi nombre.
—No, no podría siquiera acercarme.
—Shh, claro que lo harás. Tus ojos muestran más fuerza que la que jamás he visto en un alfa. Y no he visto pocos. No podría dejar mi ejército en mejores manos.
—Pero abuelo…
Nikolai la cortó con un gesto y volvió a dirigirse a su nieto menor.
—No creas que no tengo un regalo para ti también.
Nikolai tomó el collar que siempre llevaba atado al cuello y lo sacó de un tirón, colocándolo en la mano de Yuri.
Era un colgante muy rudimentario, demasiado para lo ostentosos que solían ser los objetos de la familia Plisetsky, pero Yuri jamás lo había visto sin ese collar. Lo tomó en sus manos, y aún con lágrimas recorriéndole la cara lo anudó en su cuello. El collar no era más que una simple cuerda de color canela que atravesaba un dije blanco con forma de caracola marina, pero el significado detrás era inmenso.
—Señor —una mujer mayor y vestida de negro llamó para entrar instantes después sin esperar respuesta—. El médico indicó que debíais comer, hicieron sopa de calabaza.
—¡Otra vez esa estúpida sopa! —Nikolai sacó la lengua en un gesto de asco mientras la mujer depositaba la bandeja en un mueble cercano y salía silenciosamente de la habitación—. No hay quién se trague esta bazofia, ¿verdad, Yuri?
Yuri sonrió restregando sus lágrimas. Era una broma interna entre ellos.
—Solo mamá.
Nikolai rio, pero tuvo que interrumpirse para toser de nuevo, esta vez de forma más violenta que la anterior.
Jean apretó la mano de Yuri queriendo darle ánimos para pasar ese momento, aunque parecía imposible.
—No pongáis esa cara —dijo una vez recuperado de su ataque—. Bastante tengo con que todo el personal haya decidido vestirse de negro. ¡Aún no estoy muerto! Es como estar rodeado de buitres danzando a mí alrededor, esperando a que al fin estire la pata.
Lo había dicho con la intención de hacerles reír, pero ninguno de los tres tenía la menor gana de ello.
Cachorros.
—Ahora necesito descansar —apenas lo dijo Yuri saltó sobre él. Justo sobre la herida vendada, pero hizo lo que pudo para recomponer su expresión de dolor. Yuri sollozaba agarrado a su cuello llenando las sábanas de gotas saladas.
—Abuelo —murmuraba entre sollozos mientras él lo abrazaba con sus débiles brazos.
—Tranquilo, aun no me he muerto. Pero sí que necesito descansar y vosotros comer algo. Y más os vale que no me despertéis con vuestras chiquilladas —dijo dirigiéndose esta vez a los dos alfas. Otra broma interna entre ellos.
Los tres salieron de la habitación, y entonces Nikolai pudo cerrar los ojos. En pocos minutos su respiración se volvió pausada.
Otabek había estado esperando afuera en el pasillo. No creía que su presencia hubiera sido adecuada en la habitación, pero le preocupaba Mila. Se preguntaba si sería correcto que él la consolara. Se había imaginado abrazándola, con la cabeza de la alfa apoyada en su pecho y sus mejillas se habían puesto rojas con sus pensamientos.
Pero no tuvo tiempo de decidir nada, Mila había desaparecido por el pasillo. Y su instinto le decía que esta vez no quería ser encontrada.
Yuri al contrario se había resistido a abandonar el pasillo. Jean lo había intentado y se había llevado varias patadas y un par de arañazos.
—¡No quiero comer, idiota!
—Está bien, pero podemos pasear. Serán solo diez minutos, Yuri-chan y te sentirás mejor si te da el aire fresco.
Tampoco tenía ganas de sentirse mejor, pero se dejó arrastrar por Jean. Afuera no hacía aire fresco, mas bien las nubes se arremolinaban anunciando tormenta bajo un techo gris.
El cielo parecía reflejar sus emociones, ni uno solo de los últimos rayos de sol del día se filtró bajo las espesas nubes. Jean trajo a Yuri una taza humeante.
—Te dije que no quería comer.
—No es comida, es bebida —dijo ofreciéndole la taza de chocolate caliente. A Yuri le encantaba el chocolate, siempre le hacía sentir mejor cuando estaba muy triste y Jean lo sabía.
Yuri se la llevó a los labios bebiendo un poco mientras el alfa paseaba junto a él. El calor invadía su cuerpo y sabía que no era por el chocolate. Durante las últimas semanas Yuri había experimentado ese calor cuando estaba junto a JJ.
Normalmente se extendía por el bajo vientre y subía dejando toda su piel sensible haciéndole sentir unas horripilantes ganas de besarlo y morderlo. Dejarle marcas allí dónde la piel se tensaba por los músculos. Ahora esas ganas no estaban, pero el calor que se alojaba en su corazón sí. Yuri sabía que no era el celo y su remedio de flores y hojas no le serviría más que para no quedarse embarazado.
Esa noche ambos se metieron en la cama de Yuri. Ninguno de los dos dormía, pero Jean abrazaba con todo su cuerpo al omega menor mientras escuchaban en silencio las gotas de lluvia caer fuera. A Yuri no le apetecía pensar en cómo le hacían sentir los brazos de Jean. Solo sabía que era lo que necesitaba en este momento y ni siquiera su orgullo podría evitarlo.
Largos minutos después de que el reloj principal anunciara otra hora, el ruido de las pisadas apresuradas por el pasillo los hizo tensarse y el corazón de Yuri comenzó a latir con fuerza contra su pecho. Miro a Jean y este le devolvió una mirada triste, confirmándole que él también sospechaba lo peor. Salieron de la cama a toda prisa, con la ropa del pijama aún puesta. Aunque era alguna hora de la madrugada había mucha gente por los pasillos, sirvientes corriendo de aquí para allá con expresiones de dolor en el rostro.
Yuri corrió hasta la habitación principal seguido por Jean. El médico, un alfa de pelo canoso y espalda ancha tenía sus dedos en las muñecas del anciano que estaba más pálido que nunca, con sus ojos cerrados y una expresión de paz. Volvió a depositar su muñeca sobre la cama y negó con la cabeza para dirigirse a un alfa adolescente, probablemente su hijo por el parecido, que apuntaba en una libreta.
—Hora de la muerte, las cuatro y media.
Todo se sintió como si pasara en cámara lenta. Vio a Mila derrumbarse y llorar en una esquina de su habitación. Otabek estaba a su lado. Y Jean iba hasta él. Por la expresión aterrada de su alfa debía de saber que su fuerza se estaba yendo porque justo cuando sus pies dejaron de sostenerlo él lo tomó cargándolo en el aire y todo se volvió negro.
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Despertó en su cama, con Jean a su lado. Por un instante no recordaba nada de lo que había pasado y se sintió confundido por el cambio de cama pero, entonces los recuerdos acudieron a su mente como una puñalada. Su labio tembló y pensó que volvería a llorar con fuerza, pero sorprendentemente las lágrimas no salieron.
—Estás muy deshidratado.
La boca la sentía totalmente pastosa y seca así que dedujo que debía ser verdad. Jean le tendió un vaso con agua y lo ayudó a incorporarse para beberlo. Cuando lo vació, Jean volvió a llenarlo, pero esta vez lo rechazó y él lo dejó en la mesa auxiliar de al lado.
—Tienes que comer algo también.
El mayor tenía el rostro angustiado, parecía dispuesto a obligarle a comer. pero sería inútil. Tenía su estómago totalmente cerrado. Incluso si de verdad lo intentara, lo vomitaría. Yuri suspiró y Jean sonrió pensando que accedería a comer a regañadientes, pero nada más lejos de la realidad, se volvió hacia él.
—Quiero estar solo.
Jean juraba que pudo sentir su corazón crujir. Yuri no se había separado de su lado desde que habían llegado, se había apoyado en él y pensaba que al fin era de la confianza de su omega, pero se equivocaba. Abrió la boca para insistir y el rubio le miró fríamente, no iba a ceder en eso, realmente quería que se fuera.
—Está bien, vendré en la hora de comer y comeremos juntos. Yuri se quedó solo, sujetando el colgante que le habían regalado contra su pecho. Las horas pasaron mientras los recuerdos con su abuelo llenaban su mente, ahora todos esos momentos felices le sabían agrios.
Cuando Jean volvió, de nuevo se negó a comer.
—¡No voy a permitir que te dejes morir de pena!
El alfa había insistido en las cocinas, no demasiado porque todos estaban dispuestos a buscar la forma de que el dueño de la casa comiera. La cocinera había preparado una selección de las comidas preferidas de Yuri. Desde un pastel de chocolate que desprendía el aroma más delicioso a platos elaborados delicadamente con verduras, carne y pescado.
Yuri rechazó todos, uno por uno. Incluidos unos pirozhkis rellenos con carne de cerdo que Yuri hubiera podido engullir de dos en dos en otro momento. Jean estaba tan irritado que se le habían acabado las ideas y en la misma situación estaba la cocinera.
Estaba por gritar de desesperación cuando tuvo una corazonada. Fue a la cocina y volvió un rato después con un cuenco artesanal cuidando de no derramar el líquido que contenía. Nada más olerlo Yuri contrajo su cara con asco.
—¿Eres idiota o tu cerebro apenas sí funciona? Sería el último plato del mundo que comería. ¡Lo odio, estúpido!
Jean sonrió viendo como Yuri miraba con desprecio la sopa de calabaza.
—Lo sé. Y también tu abuelo. Solo le gustaba a la señora Plisetsky, por eso seguís dejando que se cocine.
Yuri gruñó y por un instante pensó que le lanzaría el cuenco ardiente a la cara, pero sorprendentemente tomó la cuchara y se la llevó a la boca.
fue un capi agridulce pero necesario y reflexivo con ese final. el final me pareció de lo más perfecto porque hace juego con el contexto que planteaste ❤ felicitaciones ❤
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