A esas horas de la noche, las calles de Moscú estaban desiertas y humedecidas por la lluvia que había caído un par de horas antes. El cielo, gris y carente de estrellas, parecía querer imitar el ánimo caído que Gregórovitch tenía desde que el otoño había empezado a azotar.
Su trabajo, al parecer, era lo único en su vida que no le molestaba en lo absoluto. Como ex miembro del escuadrón de investigación especial de la policía rusa, el hombre sabía cómo obtener información rápido y sin problemas. Conocía a las personas correctas y había algo en su nuevo oficio que le daba aquella sensación de estar reviviendo los mejores años de su carrera. Ahora ese «oficio» le daba mucho dinero y, aunque no podía decir que ganaba una fortuna, lo cierto es que le permitía vivir cómodamente.
El hombre era de gustos sencillos, eso le había permitido moverse con un bajo perfil en todas las esferas de la sociedad moscovita. Era conocido y respetado dentro del rubro por ser bastante correcto al momento de conseguir información. Y es también por esa razón que ahora se hallaba allí, de madrugada, sentado en su auto mientras esperaba que el ministro de economía de Rusia saliera de pronto de ese hotel de cuatro estrellas, de la mano de su nueva amante, a expensas del dinero de su mujer.
Ciertamente no era su hora favorita para trabajar, pero aquel servicio pertenecía a sus responsabilidades. La paga era tan buena que en realidad no podía quejarse; además que el tipo le parecía un cobarde, dejando a la mujer con cuatro hijos en casa mientras daba rienda suelta a sus placeres carnales.
Llevaba horas esperando dentro del auto en el callejón a espaldas de ese hotel. Todo el plan de seguimiento había sido, hasta ese momento, exitoso y deseaba tener la oportunidad para tomar una foto, grabar un video o sencillamente observar cómo Ilya Pankov terminaba de ensuciar su otrora pulcra carrera.
Con un café en mano, Gregórovitch miraba atento la puerta trasera de aquel hotel; en cualquier momento podría atraparlo con las manos en la masa y estaba contento sabiendo que ello le otorgaría el material que le faltaba para terminar el trabajo encargado.
El investigador seguía inmerso en sus pensamientos cuando, de pronto, el vidrio de su auto fue tocado con fuerza. Una mano grande, con un particular tatuaje de una luna y una rosa le permitieron saber quién osaba interrumpirlo.
Con molestia abrió el pestillo de la puerta y dejó que el hombre entrara en silencio al auto. Unos segundos de silencio sepulcral obligaron al recién venido a romper el hielo.
―Buenas noches, Gregórovitch… Te veo bien.
―No puedo decir lo mismo de ti, Voronin, al parecer la Bratva te maltrata.
El hombre gruñó incómodo, tratando de encontrar la mejor postura en aquel asiento lo mejor que podía, considerando su corpulencia.
Gregórovitch no tenía ganas de procrastinar.
―¿A qué has venido?
El tipo lo miró con recelo pero luego sonrió de forma macabra, mostrándole unos dientes dorados muy llamativos e intimidantes.
―¿Qué, acaso uno ya no puede visitar a sus amigos?
―Sabes muy bien que no somos amigos ―respondió el otro de inmediato―. A no ser que consideres que el presentar pruebas para encerrarte por veinte años haya contribuido para que estrechemos lazos…
Golpe bajo. El hombre pareció desencajarse con aquellas palabras sin no quiso hacerlo muy evidente.
―Te vuelvo a repetir la pregunta, Voronin. ¿A qué has venido?
El tipo suspiró. Al parecer no sería sencillo.
―Necesito información de alguien y sé que tú la tienes.
―¿De alguien?―La sorna con la que salieron aquellas palabras no sorprendieron al recién llegado―. Creo que con esos datos podría ser cualquiera así que debes ser más específico.
―Sé que has estado buscando al hijo desaparecido de los Nikiforov.
―No sé de qué me hablas.
―Vamos, entre gitanos no nos vamos a leer las manos, Gregórovitch. Tú tienes tus informantes… Y yo tengo los míos.
El investigador le sonrió, sin embargo supo de inmediato que estaba frente al culpable, o uno de los culpables del secuestro.
― ¿Ahora la Bratva está persiguiendo abogados inocentes recién salidos del nido? ¿O es que se la quieren cobrar por toda la gente de tu clan que Lilia Nikiforov ha puesto tras las rejas?
Voronin lo miró con recelo y un pequeño brillo lleno de rabia se coló, por un segundo, por sus ojos.
No podía, sin embargo, exaltarse. Gregórovitch era demasiado conocido y sus allegados demasiado importantes como para tocarlo.
―No he venido a hablar de ética, sólo a buscar información.
―Está bien, esto es lo poco que puedo decirte: Sí, he buscado a Nikiforov y creo que tú podrías hacer lo mismo.
―¡Ando buscándolo hace semanas y no lo encuentro!
―Será que estás buscando mal…
Voronin no pudo evitar golpear el tablero furioso al escuchar el tono burlón del hombre.
―¡Sólo dime dónde está, maldita sea!
Gregórovitch chasqueó la lengua múltiples veces, moviendo la cabeza de un lado a otro de forma negativa.
―Sabes muy bien que así no funcionan las cosas. Tú tienes un código de lealtad que respetar, y yo uno de silencio.
Los ojos de Voronin destellaban fuego, sus manos se movían como cuerdas rotas de una guitarra que, por tanta tensión habían cedido.
―¡No me vengas con tus juegos!―exclamó―. ¡Nada me cuesta matarte!
―¡Pues hazlo!―Contestó con tono burlón―. Hazlo ahora mismo, estoy solo en un callejón. Es perfecto.
―Sabes bien que no puedo―contestó más calmado―, además que no eres tú a quien estoy buscando.
Gregórovitch sabía que no podía seguir tentando a su suerte. No quería ganarse problemas con gente del hampa que podía entorpecer su trabajo y negarse a colaborar en algún momento. Le brindó una sonrisa tiesa, ensayada tantas veces, perfeccionada con la práctica y se animó a darle un par de palmadas sobre la espalda del hombre.
―Vamos, Voronin, no quedemos en malos términos―la sangre le helaba y el corazón le latía fuertemente pero no podía darse el lujo de mostrarlo―. Tu gran problema durante estas semanas es que no has sabido buscar. Sólo te diré esto: Rusia es demasiado grande y Moscú demasiado pequeño para conseguir lo que estás buscando.
Ambos cruzaron miradas por eternos segundos, observando al otro con sigilo, analizando cada surco de piel en el rostro que pudiese indicar cobardía. Gregórovitch no cedió ante el implacable apretón de puños de Voronin, sin embargo, todo pareció apaciguarse en el interior de aquel hombre. Un minuto después el secuestrador sonrió de forma terrorífica mostrando aquellos horribles dientes dorados, ganados con peleas y muertes.
―Muy bien, agradezco tu ayuda.
―Lamentablemente yo no puedo agradecerte por la visita. Ahora, si me disculpas, tengo un maldito bastardo que atrapar…
Voronin abrió con molestia la puerta y desapareció en medio de la noche, dejando una semilla de preocupación en el pecho del investigador. ¿Cómo era posible que un chico como Victor Nikiforov hubiera conseguido tanta atención de uno de los mejores asesinos a sueldo de la mafia rusa?

―Mischa, ya llegamos.
El mayordomo pareció despertar de un profundo sueño cuando la voz de Phichit rompió aquella burbuja de abstracción que lo había rodeado durante casi todo el camino. Mientras que Phichit se había pasado la mitad del viaje renegando por los choferes avezados y las carreteras sin adecuada señalización, Mischa había tenido ocupada su mente con cosas más placenteras.
Los últimos días con Yuuri habían estado plagados de miel, de sonrisas y caricias. Había sido un tiempo hermoso. Lo habían compartido con todos los sentimientos que habían podido emanar de ellos y habían sido sinceros completamente, a tal punto que habían sufrido un poco los dos. Pero la sinceridad les había permitido exteriorizar sus dudas y miedos y había causado que se sintieran más unidos aún por el amor.
Ahora, lejos, era momento de afianzar ese amor en base a la confianza y la seguridad de los sentimientos del otro. Mischa sabía que tenía que demostrarle a Yuuri que nada cambiaría, a pesar de lo que descubriera en la capital. Por eso también era consciente que lo único que podía hacer para demostrarlo era seguir siendo honesto con Yuuri durante todo ese tiempo.
―¡Mischa, vamos, necesito que me ayudes con las maletas!
Fue el segundo aviso de su amigo y la señal clara para el mayordomo de que debía empezar a moverse.
Se levantó tan pronto como pudo y cogió las cosas que la señora Plisetsky y ese odioso de Schmidt habían traído consigo.
La familia poseía varios inmuebles, entre ellos oficinas y residencias en la capital. Muchas de ellas se encontraban arrendadas y servían para aumentar aún más la fortuna de la familia. La señora Plisetsky, por eso, decidió hacer uso de uno de los inmuebles ubicados en una zona muy suntuosa de Moscú, lleno de residencias antiguas en el conocido barrio de Arbat.
Mischa no necesitó más que darle un vistazo al edificio para saber que el departamento iba a ser lujoso. Ostozhenka, la zona más cara del distrito, era un lugar en el que mucha gente rica vivía.
―Señora Plisetsky, ¿a qué piso nos dirigimos? ―la voz de Phichit resonó, ni bien Mischa terminó de sacar las maletas.
―¿A cual más va a ser? Al último, Phichit, es obvio ―explicó para luego darse la vuelta y avanzar sin mirar atrás, como si el sólo hacerlo le diera más estatus que antes.
―Ay, estos nuevos ricos ―exclamó el moreno poniendo los ojos en blanco.
Mischa no pudo evitar impresionarse ante el recibidor de la propiedad. Con paredes de madera laqueadas, un chandelier hermoso Art Nouveau de formas redondeadas y hermosas y un conserje muy serio y ataviado con un traje negro solemne.
―Buenas tardes, señora Plisetsky ―saludó el hombre muy formal.
―Miroslav ―exclamó regalándole una leve sonrisa―, veo que has cambiado de turno.
―Estoy este mes trabajando por las mañanas, señora, hay más gente pero es más interesante.
―Me imagino. Por cierto, estos dos chicos han venido conmigo. Mikhail es mi mayordomo y a quien le darás los recados y el correo, y este es Phichit, mi chofer.
―Mucho gusto ―les dirigió un saludo amable pero seco, que ellos contestaron de la misma forma.
―¿Llegaron los de la compañía de limpieza?
―Vinieron a dejar todo en orden ayer.
―¡Perfecto! Cualquier cosa, Mischa estará en casa.
El mayordomo se hizo cargo de la mayoría de las maletas y ya se imaginaba un terrible ascenso hasta el piso donde residirían, pero vivir en el último piso no era para nada incómodo. Con un ascensor moderno, Mischa tuvo que quedarse callado y ver que llegaron sin problema.
Una vez en lo alto del edificio, Mischa se dio cuenta que solo habían dos departamentos en dicho piso. La señora Plisetsky le entregó unas llaves a su Coach y este abrió las puertas encantado.
― Ach, Lena, das ist doch wunderschön!*
Sólo con esa expresión en alemán Mischa supo que la residencia era hermosa. Y en realidad lo era.
Hermosos pisos de parquet de color miel adornaban todo el piso de la propiedad, los que contrastaban con el hermoso color crema de las paredes. El recibidor, adornado con una mesa mediana y unas rosas era la antesala para la muestra de muebles clásicos que venía a continuación.
La propiedad era hermosa y espaciosa; lo único de lo que Mischa podía quejarse era del tamaño de la cocina, que parecía haber sido un poco reducida para ganar más espacio para las otras habitaciones.
Uno a uno Mischa fue descubriendo lo que cada habitación escondía, los baños que tendría que limpiar, las alfombras que tendría que aspirar y de pronto se quedó sin habitaciones para recorrer en el primer piso.
El penthouse tenía mucho más de lo que podría desear una persona común, se notaba que la señora Plisetsky adoraba esa residencia, la había mandado a decorar con mucha dedicación.
El segundo piso te recibía con un hermoso salón circular con ventanas de pared a pared. La vista inmejorable mostraba los techos de los alrededores de Ozthozenka y un cielo celeste que contrastaba con el frío que ya parecía querer dominar el ambiente. Una pequeña puerta a un lado llevaba a un pasillo estrecho y nada adornado, que conducía a un baño y dos habitaciones. El baño, sencillo pero amplio, tenía una bañera con patas de bronce y un lavabo amplio frente a un espejo y la habitación disponía de dos camas, un espacioso armario, un velador y un escritorio.
―¿Les gusta, chicos? Tendrán una vista inigualable desde aquí―expresó la señora Plisetsky, ni bien se encontró con ellos en el segundo piso.
Pues sí, les gustaba. Obviamente las habitaciones del primer piso eran las más lujosas del lugar. Mischa y Phichit sabían que serían mandados a los ambientes más modestos, pero Mischa no podía quejarse. Las camas eran amplias y el ventanal cubierto por tul les proporcionaba mucha luz. El mayordomo se preguntaba cómo sería compartir habitación con Phichit quien, ni lento ni perezoso, se tiró sobre la cama más cercana a la puerta y gritó «mío», sin darle oportunidad a Mischa para protestar.
―¡Mischa; Thorsten y yo vamos a salir! ―avisó su empleadora una hora después, entrando a la cocina, donde Mischa buscaba, sin éxito, algo para preparar― Te dejo este sobre con dinero, por favor, ve con Phichit a Globus para comprar abarrotes para la cocina. Estoy segura que todas las despensas están vacías. ¡Regresamos por la noche! ¡No nos esperen, comeremos fuera!
Dicho esto, Thorsten Schmidt rodeó la cintura de la señora Plisetsky con su brazo y le regaló una sonrisa llena de falsa entrega. Cuando la señora Plisetsky volteó, su acompañante dio una mirada a Mischa y le guiñó el ojo, mandándole un beso volador. Esto indignó a Mischa quien, en un arrebato, se sonrojó y arrojó el secador que tenía en la mano en el suelo, ni bien ambos salieron de la habitación.
―¡Ay, cómo lo odio!
―Creo que ese hombre morirá pronto―exclamó Phichit, quien apareció de pronto por el umbral.
―¡Phichit!―Mischa saltó asustado―¿Viste todo?
―Lo suficiente como para saber que ese tal Schmidt morirá en mis manos o en las de Yuuri, el que primero lo agarre…
―Antes que ustedes lo maten le patearé tan fuerte que no podrá reproducirse…
―¡Oye, esa no es mala idea!―siguió el chofer ―¡Que no deje crías!
Ambos rieron felices, agradeciendo la complicidad lograda luego de meses conociéndose. Mischa había logrado muy fácilmente instalarse en el corazón de Phichit y su amistad se había fortalecido.
–
El supermercado Globus Gourmet quedaba a sólo a siete minutos en auto. Mischa llevó su lista en la mano de lo que necesitarían para los siguientes días. Aunque la cadena de tiendas era conocida, Mischa no pudo dejar de asombrarse al ver los precios de los productos, uno más extravagante que otro. El sitio gozaba de una amplia selección de frutas, verduras y otros productos de todo el mundo, todos ellos de elevado precio. Mischa no entendía cómo algo podía costar tanto en relación a los precios que manejaba Yuuri por sus productos, que incluso presentaban mejor color, presentación y calidad.
―Yuuri podría hacer una fortuna ofreciendo sus productos en un supermercado como este…
―Podría hacerlo, aunque no sé si él sea de los amantes de los negocios transnacionales―agregó el menudo chofer―. Yuuri no disfruta siendo el punto de atención por mucho tiempo.
―A veces me imagino cómo sería si ambos nos mudáramos aquí a Moscú, una vez que él empiece a ofrecer sus productos a gran escala.
―Dudo mucho que Yuuri desee regresar a vivir a la ciudad, Mischa ―el chico entonces detuvo su camino por el pasillo donde se encontraban para mirar a su acompañante―. Él es mi mejor amigo y por eso sé que no es una persona de ciudad, a él le gusta la naturaleza, la vida tranquila y el tiempo con la familia…¿Acaso a ti no?
La pregunta, dirigida de forma sencilla, no tenía una respuesta igual de simple. Esa es toda la vida que Mischa, desde que había aparecido en Kiritsy, conocía. Pero estar en un ambiente como Moscú, lleno de vida, con comodidades y actividades que en Kiritsy no habían, era algo atrayente para él. Amaba su vida con Yuuri pero pensaba que no tenía nada de malo querer mezclar el amor con una vida de ciudad.
―Creo que amo mi vida en Kiritsy―contestó―, y si tuviera que elegir entre uno y otro definitivamente me quedaría allí, pero no veo nada de malo el tener una vida con Yuuri entre el campo y la ciudad. Quizás yo podría conseguir un buen empleo y él tener su oficina central aquí. Es posible, ¿no crees?
―Bueno―dijo Phichit sonriendo―, si es posible que estemos en un penthouse de Moscú, casi ricos y famosos, en verdad creo que todo es posible. Así que, si eso sucede, te advierto que yo seré el primero que venga a ocupar su cuarto de invitados…
Poco tiempo después, Mischa y Phichit emprendieron el camino de regreso. El mayordomo se puso cocina y Phichit le dijo que prefería descansar antes de cenar.

Cuando Christophe abrió los ojos podía sentir la brisa fresca de verano acariciando su rostro en medio del jardín de la casa. Los árboles, plantados en sitios estratégicos, lo cubrían parcialmente del sol de la tarde que abrasaba todo a su paso.
Caminó unos metros escuchando sus pasos sobre el pasto. Era extraño el silencio que lo rodeaba, como si todo alrededor se hubiera detenido por un momento. Bajó la mirada para observar sus zapatos, ahora llenos de lodo, y ahí estaban.
¡Cómo adoraba esas zapatillas Vans mandadas a traer de Estados Unidos a escondidas! Se acordaba de ellas porque su madre se había rehusado a comprarlas múltiples veces. Lilia no las quería porque eran americanas y aún después de la caída de la gran Unión Soviética, podían ser consideradas una traición a la patria pero eso a Chris no le importaba. Sólo le importaba ser el único entre sus amigos en tenerlas. Le gritó, lloró, pataleó y luchó por ellas día y noche sin cansancio. Las Vans las veía en las revistas Bravo que sacaba a escondidas del cajón de su hermano JJ. Si todo el mundo fuera de Rusia las tenía, ¿por qué él no? Al final su madre había cedido ante sus gritos y pataletas y él había aprendido que en la vida hay que insistir por cualquier cosa hasta el cansancio porque en algún momento, verdaderamente en algún momento tanta insistencia convencía.
Fue avanzando feliz entre las flores bien cuidadas del jardín, sintiéndose nuevamente como el niño de ocho años que recordaba que era cuando, de pronto, una voz cantarina cerca a él rompió con el silencio.
―¡Chris, aquí estoy, búscame!
―¿Vitya?
Chris volteó buscando de dónde provenía la voz de su hermano. La había sentido tan cerca a su oído que su corazón se aceleró de pronto y empezó a girar desesperado buscándolo.
―Vitya, ¿dónde estás?
―¡Estoy aquí, Chris, sigueme!
La voz se sintió de pronto en otro lado. Chris volteó pero no pudo encontrar rastro alguno de su hermano. Empezó a desesperarse por la falta de pistas y volvió a insistir.
― Victor, esto no es gracioso, ¡aparece!
La risa cantarina y juguetona de Victor aumentó las palpitaciones del pequeño rubio de ojos verdes.
No lo hallaba, por más que lo buscaba y gritaba su nombre esperando una respuesta. Oía ramas crujir por todos lados y la risa cantarina moviéndose con el viento pero no veía al único ser que estaba buscando.
De pronto sintió la brisa acariciando su espalda, pequeñas gotitas de sudor empezaron a caer de su sien y sus pasos fueron haciéndose cada vez más rápidos.
―¡Victor, no quiero jugar!―el tono de Chris era impaciente y molesto―¿Dónde estás?
―¡Estoy más cerca de lo que imaginas!
Esta vez la voz se sintió por otro lado.
Siguió corriendo desesperado hasta que escuchó la risa viniendo del lado derecho, por lo que volteó y pudo observar a Victor, corriendo despavorido hacia la casa, con aquel cabello corto plateado tan singular que brillaba con la luz vespertina.
―¡Ahí estás!―gritó Chris emocionado.
El chico no pudo evitar la enorme sonrisa dibujada de forma automática en su rostro. Victor seguía corriendo emocionado y volteaba a ver de cuando en cuando, feliz y tratando de huir mientras pura risa salía de sus labios.
Chris reía y corría hacia Victor, ansiando tocar su cabello, cogerlo y abrazarlo.
Siempre había tenido las piernas más largas que su hermano mayor, por lo que lo alcanzó hacia la entrada del jardín, embriagado de felicidad absoluta. Victor volteó hacia él, mirándolo emocionado. Estiró sus manos para sostenerlo entre sus brazos y el menor abrió las suyas de par en par, deseoso de atraparlo.
―¡Vitya!―gritó emocionado saltando hacia él.
―¡Te dije que estaba cerca!―la sonrisa de corazón que enmarcaba el rostro del mayor hizo que Chris se sintiera completamente feliz.
Y cuando se lanzó a los brazos de su querido hermano, todo de pronto todo se volvió oscuridad y silencio.
Chris saltó sobre la cama con el corazón latiendo a velocidades extremas. Se hallaba empapado, como si en verdad hubiera corrido durante ese lapso de tiempo y miró la hora de su reloj despertador. Eran las cuatro de la mañana.
Luego de darse cuenta de que todo se había tratado de un sueño se sintió inmensamente agotado y deprimido.
Extrañaba a Victor, lo extrañaba cada día más y saberlo sano y tan lejos de sí ya no le bastaba. Sin pensarlo cogió el celular y buscó la última foto que se había sacado con él en el desayuno. La misma mirada juguetona y sonrisa de corazón que le llenaba más que nada.
Su hermano le hacía falta, mucho más de lo que pensaba. Se había hecho a la idea de que estaba feliz en Kiritsy, incluso en algún momento le había preguntado a Yuuri por él y este le había dicho que todo estaba perfecto. Y, aunque le alegraba saber que su hermano era un hombre feliz, eso no impedía que se sintiera algo solo.
Empezó a recordar múltiples momentos con Victor, cuando eran niños como en el sueño, cuando Victor lo cuidaba de pequeño o le curaba las heridas por alguna caída, cuando Chris lo instaba a hacer alguna travesura y después era Victor el que terminaba recibiendo el castigo. Siempre por ser el mayor. Siempre por ser el más responsable.
Victor siempre había sido el mejor hermano y eso era lo que más dolía, su ausencia, sencillamente la falta de Victor. Sus ojos empezaron a escocer y su rostro se enrojeció lleno de frustración.
―Tengo que ir a verte, Vitya―exclamó con los ojos llorosos―. ¡Te extraño!
Chris no pudo evitar llorar esa noche hasta quedar dormido tiempo después rendido por el cansancio.

A la mañana siguiente, Mischa se despertó poco antes del alba. Unos suaves besos repartidos sobre su oreja lo hicieron sonreir. Aún algo aturdido por el cansancio del día anterior, dejó que el ataque húmedo continuara, sonriendo plácidamente.
Era muy agradable recibir con dedicación tantos pequeños besos plagados de amor, era como siempre quería despertarse, cada día de su vida, junto a Yuuri disfrutando de la completa felicidad.
Un momento.
Mischa estaba en Moscú y Yuuri estaba en Kiritsy.
En menos de tres segundos Mischa saltó de la cama desesperado, tratando de entender lo que pasaba. Los gritos ocasionaron que Phichit saltara de su cama y cogiera su zapato, mirando asustado el piso.
―¿Dónde está esa cochina araña? ¡Dímelo!
Pero no era una araña, porque lo que saltó de la cama de Mischa había sido un pequeño roedor de ojos oscuros y suave pelaje que ahora se hallaba temblando debajo de la cama.
―¡Es una rata!―gritó Mischa desesperado trepándose a la cama.
Phichit se agachó furioso para aplastar a la bestia que se había atrevido a asustar a su pobre amigo pero lo que vio lo hizo ir en búsqueda de aquel roedor.
―¡Ay, mi cosita hermosa! ¿Cómo te saliste de tu casita?
Mischa vio asqueado como Phichit cogía a la bestia infernal con sus manos.
―Phichit, suéltalo, puede estar infectado…
―No hables así de John, es el más limpio de toda mi tropa.
―¿Tropa?¿De qué hablas?
Phichit acarició al roedor con sus dedos y se lo mostró.
―Este pequeño animalito no es una rata, es un hamster y es uno de los que me traje de casa.
Mischa miró con atención y, en efecto, un pequeño y gordo hámster se hallaba abrazando con sus patitas a uno de los dedos de su amigo.
―¡No sabía que tenías hamsters!
Phichit no pudo evitar reír ante el comentario.
―Bueno, nunca me preguntaste.
El chofer llevó a su pequeña mascota hacia el armario semiabierto. Mischa lo siguió y recién ahí pudo ver que, en una jaula semi abierta tenía dos hamsters más.
―Bueno, Mischa, te presento a mis hijos, soy un orgulloso padre de trillizos.
Phichit se colocó el hámster sobre su cabeza, sacando con sus manos a los otros dos animalitos parcialmente encerrados.
―Ya conoces a John Lennon…él normalmente es muy tranquilo pero seguro su esposa lo cansó y prefirió hacer de Kamikaze.
―¿John Lennon?
―Sí, y esta es su esposa…
―No me digas…¿Yoko Ono?
Phichit asintió feliz.
―¡Así es! John y Yoko se llevan genial pero Yoko tiene mal carácter y a veces lo molesta.
―¿Y como se llama tu otro Hamster? Tengo mucha curiosidad.
―Loki―contestó simplemente―, me obsesioné con Marvel, lo lamento.
Mischa vio con ternura la forma tan delicada como Phichit empezó a acariciar a las pequeñas criaturas.
―Phichit, ¿cómo se te ocurre traer a tres hamsters a esta casa? ¡La señora Plisetsky te va a matar!
―¡Pshht!―exclamó Phichit―. No molesta lo que no se conoce, por eso los he dejado aquí en el closet semicerrado.
―¿Y si uno se escapa?
―Mischa, tranquilo, mis hijos están bien educados.
―Excepto John que fue a atacarme a mi cama.
―John es una bolita de amor, él jamás te atacaría. Seguro se salió de la jaula y le dio frío, por eso fue a buscar tu calor.
―Phichit, no me lo tomes a mal pero quisiera que el único que busque mi calor sea Yuuri.
Phichit se rio escandalosamente.
―Está bien, está bien, hablaré con él. Ahora, vuelve a dormir.
―No puedo, son casi las cinco y media, no sé a qué hora regresó la señora Plisetsky ni a qué hora se levantará, mejor me voy a duchar y luego preparo el desayuno.
El mayordomo se dirigió a la puerta de la habitación, deteniéndose solo al escuchar la voz de su amigo que lo llamaba nuevamente.
―Mischa, no te molesta que haya traído a mis hijos, ¿verdad?
―No, Phichit sólo me sorprendió, es todo. No te preocupes por mi. En realidad, ahora que los veo bien, me parecen adorables.
―¡Bien! Me alegro que sea así porque Yuuri es su padrino y ahora tú también. Al menos ya sé que, si me pasa algo, mis bebés tendrán dos padres muy cursis para cuidarlos.
Mischa suspiró, le brindó una sonrisa en forma de corazón. Phichit era uno en un millón.
―Descansa Phichit, aún puedes dormir un poco más.
Mischa se fue pensando en las locuras de su amigo y sintiendo curiosidad por lo que aún tendría que descubrir en Moscú. Esperaba que todo lo que estaba a punto de venir fuera para el bien de todos. En verdad, con todo su corazón, lo esperaba.

Nota de autor:
*Ach Lena, das ist doch wunderschön! = Ay Lena, esto es maravilloso!
¡Hola a todos! Llegó una nueva actualización 😊❤
Mischa empieza su camino en Moscú en un barrio muy adinerado de la ciudad, mientras que Chris esta soñando con él…¿Podrán encontrarse no sólo en sueños?
Por fin sabemos el nombre del matón que secuestró a Victor. Voronin trabaja para la mafia rusa. Ahora les pregunto…¿como creen que seguirá?
Muchas gracias por seguir conmigo esta aventura con Mischa😊
¡Saludos y gracias por leer!❤