Sentado en medio de un hermoso y moderno café, Christophe Nikiforov veía cada cierto tiempo la puerta que se encontraba a unos diez metros de él y pensaba en todo lo que había experimentado el fin de semana anterior.
No le molestaba el bullicio de la gente tanto como el par de señoras cuarentonas que se habían acercado para tomarse un par de fotos con él. Pero no haría nada para evitarlas.
Nunca le negaba nada a sus fans. Era consciente de que les debía mucho de su éxito y mostrarse disponible hacia ellos era su forma de agradecer. Incluso en ese momento en el que moría por un poco de tranquilidad.
Una semana atrás había visto a Victor, vivo, con un pasado perdido, otro nombre y otro tipo de trabajo pero feliz. Lo había visto feliz y por eso había decidido sentarse en ese café y esperar por su acompañante, que seguro no tardaría en llegar.
Una vez que sus fans se hubieran despedido de él, Chris volvió a sentarse en silencio.
Revisó sus mensajes y no encontró nada. Al menos nada de él. Esperaba que, al haberle dado su número, Victor lo contactaría de inmediato pero la realidad lo volvió a golpear. ¿Para qué le escribiría alguien que recién había conocido?
Era absurdo pensar que Mischa encontraría en él el hermano que había tenido. Mischa era en esencia el mismo chico que Chris amaba bajo el nombre de Victor pero a la vez, estaba marcado por una vida con eventos diferentes.
En su vida actual Mischa no tenía ningún hermano, no tenía una familia en realidad y por eso Chris tenía que darse cuenta que el chico no le escribiría, no sin una razón.
Agradeció que de pronto alguien lo sacara de sus pensamientos para preguntarle lo que iba a tomar. Sin pensarlo mucho revisó la carta y pidió un expresso bien cargado y una botella de agua.
Segundos después de la desaparición del mesero, alguien interrumpió nuevamente su silencio.
―¡Hola! Lamento haber demorado.
Chris levantó la mirada y se cruzó con unos ojos muy azules, una quijada angular y un traje muy fino.
―Descuida, Georgi, siéntate.
El recién llegado hizo lo que le ordenaron sin intercambiar de inmediato palabra alguna con su interlocutor. No se veían desde antes de la discusión en casa de su madre y, aunque había querido llamar a su hermano menor, no había encontrado la fuerza para ello.
Un mesero se acercó de pronto para aliviar la tensión y el abogado le pidió un café americano y unas tostadas francesas. Chris se sorprendió del desayuno ordenado.
―Anya está de viaje―explicó el mayor―, normalmente es ella quien prepara el desayuno para los dos y ahora que no está, no tuve ánimos para ponerme a preparar algo tan temprano en la mañana.
Chris se rió levemente de tal excusa.
―Parece que vivir con Anya no está funcionando, Georgi, porque no ha cambiado tu poca habilidad en la cocina.
―Y el alejarte de la familia tampoco parece estar funcionando, Chris, porque veo que sigues con ese extraño sentido del humor que tienes.
―Touché…
La sonrisa forzada otorgada por Chris hubiera satisfecho a cualquiera que no lo conociera, pero Georgi había visto lo mejor y lo peor de él durante muchos años. Aún así, no se sentía en la capacidad de profundizar mucho en los sentimientos y pensamientos del actor porque nunca habían sido tan cercanos. Siempre había sido a través de Victor que ambos se habían acercado. Georgi suspiró listo para acabar con ese incómodo silencio.
―Dime la verdad, Chris. ¿Por qué me pediste que nos reuniéramos aquí?
―¿Acaso ahora debo tener una excusa para ver a uno de mis «queridos» hermanos?
―Sabes muy bien que sí.
Ahora fue el turno de Chris para suspirar. Se le hacía difícil sincerarse con alguien que apoyaba a su madre. Pero tenía que hacerlo. Se lo debía a Victor y sabía que lo hubiese querido así.
―No te he citado aquí para compartir recetas de cocina, si eso es lo que te preocupa. Te cité para decirte que lo encontré. Por fin encontré a Victor.
Los ojos de Georgi se expandieron de inmediato llenos de sorpresa y a la vez de preocupación.
―¿Lo viste? ¿Viste a Vitya?
Al menos el tono sinceramente doliente de Georgi le hizo sentir que había hecho lo correcto.
―Sí, lo vi y hablé con él, mira…
Georgi cogió el celular colocado frente a él y empezó a mirar aquellos selfies con Yuuri, otros con Mischa y otros en los que estaban los tres, muy felices y sonrientes.
Era la misma sonrisa tierna, los mismos ojos turquesa y aquella sonrisa en forma de corazón que recordaba.
Su respiración se dificultó y una lágrima cayó de pronto de uno de sus ojos.
―Está vivo…
―Sí, lo está…
―¿Pero qué pasó? ¿Por qué desapareció?
―¿Puedo preguntarte primero por qué no te importó antes?
La mirada fría de Chris fue suficiente para que Georgi se avergonzara de sí mismo.
―No es justo que me digas eso, Chris. Sabes que amo a Vitya, es mi hermano…
―Un hermano por el cual no buscaste ni una puta vez—interrumpió.
―¡Eso no es verdad! Al principio estuve investigando con la policía. Ellos me aseguraron de informarme ante cualquier hallazgo…
Chris se burló.
―Como si la policía no tuviera mejores cosas que hacer que buscar a un supuesto suicida, deprimido por no conseguir un ascenso…
La llegada del mesero con el pedido le dio a ambos el espacio suficiente para tratar de calmarse. Chris no iba a olvidar tan fácil el poco interés puesto por su familia en la búsqueda de Victor. Siempre se había sentido diferente a los Nikiforov y con la desaparición de Victor la brecha que los separaba se había cuadriplicado.
El mesero dejó todo muy bien puesto y ambos volvieron a cruzar miradas. Georgi sintió la necesidad de defenderse ante las palabras de su hermano.
―Jamás fue mi intención actuar como un imbécil―dijo Georgi de pronto, casi susurrando― Tienes razón en la parte en que me comporté como si no me importara, ¡pero jamás fue así, Chris, lo juro!
Chris estaba dolido y Georgi lo sabía. Ya era un esfuerzo sobrehumano estar ahí con él.
―Te dejaste manipular por ellos, Georgi. Me decepcionaste. Victor siempre te quiso mucho, siempre confió en ti…
Georgi lo sabía. Y no tenía palabras para expresar lo mal que se sentía por ello.
―Lo lamento, en verdad lo siento―Su voz quebrada no le permitía pronunciar bien las palabras―. Traté de convencer a mamá y ella se encerraba en el cuarto tan pronto le tocaba el tema. Yo…me dejé llevar, creí que debía acatar las órdenes de mamá, si era verdad que Victor se había suicidado…―Varias lágrimas inundaron su rostro―No quería saberlo, Chris. Me negaba a aceptarlo…
Chris pudo apreciar el rostro afectado y lleno arrepentimiento de su hermano, tomó aire para calmarse y hacer lo que en verdad había venido a hacer.
―Bueno, no estoy aquí por mi, Georgi. Tú ya sabes lo que pienso de todo esto. Estoy aquí por Vitya, porque sé que le hubiera gustado que supieras de él.
―¿»Le hubiera gustado»?―El tiempo verbal usado confundió a Georgi―¿A qué te refieres?
―Me refiero a que a Vitya le hubiera gustado que te enteraras que está bien. Si tan sólo él supiera quién es.
Georgi se sintió perdido ante tal afirmación. Miró al menor confundido, tratando de atar cabos sueltos sin éxito. Chris le otorgó una mirada penetrante y seria que lo preocupó.
―Vitya tiene amnesia, Georgi. No sabe quién es.
Eso cayó como balde de agua fría sobre el abogado, quien se puso pálido.
―Pero…
Chris necesitó tomar un poco de su café para ganar fuerzas. Aunque lo sabía, eso no hacía que hablar de la amnesia de Victor fuera fácil para él.
―Victor desapareció porque lo secuestraron.
―¿Qué?―La impresión causó que Georgi se sintiera mareado de pronto.
―Sí, como lo oyes, Victor fue tomado contra su voluntad y estuvo a punto de morir en manos de unas bestias, pero increíblemente sobrevivió a una caída aparatosa desde un acantilado. Un chico lo encontró muy herido y lo llevó a su casa, sin saber nada de él. Su familia lo acogió de inmediato.
―¿Pero está bien, está en Moscú?―Georgi trataba de procesar dicha información lo más tranquilo posible.
―Está bien pero no está en Moscú. Él…—Hizo una pausa, tratando de ordenar sus ideas—Él se encuentra viviendo a cuatro horas de aquí.
Georgi quería saber más pero a la vez eso mismo le aterraba. Se sentía emocionado al saber que Victor estaba bien, que seguía con vida. Pero no sabía con qué derecho podía exigir saber más. Aún así preguntó.
―¿Y cuándo piensa regresar a Moscú?
Ahora fue Chris quien no pudo evitar sentirse más afectado aún.
―No esperes que regrese pronto. Él ahora no tiene una razón para regresar. No sabe que tiene un trabajo o una familia aquí. Confórmate con saber que es feliz.
―¿Feliz?―eso no pudo entenderlo Georgi―¿Pero cómo puede ser feliz si no sabe quién es? ¿Y cómo puedo conformarme y estar tranquilo sabiendo que ni siquiera sabe quién soy?
―¿Y cómo crees que me sentí cuando me vio y me saludó como si fuera un desconocido?―espetó Chris con molestia―¿Cuando me vio sin acordarse siquiera que somos familia?―La verdad dolía mucho y Chris calló porque se negaba a llorar allí, frente a uno de esos hermanos que siempre lo habían visto como el más rebelde y débil de todos. Trató de calmarse y suavizar su voz, casi a modo de súplica― Georgi, te pido que no le des tantas vueltas a esto. Sólo quiero decirte que está vivo y es feliz. Por favor acéptalo y ya, no hagas un drama donde no lo debe haber.
―Quiero verlo―dijo Georgi de pronto.
―Las cosas no funcionan así, Georgi. No puedes aparecerte frente a él como si nada, no te conoce.
―¿Y cómo tú pudiste acercarte a él?―le reclamó.
―¡Lo mío fue un encuentro fortuito! Él me chocó en la calle y caímos. Ya te pedí que no hicieras un gran lío de esto. No me hagas arrepentirme de habértelo contado…
Georgi notó la furia que se desprendía de esas palabras, aunque habían sido dichas con cierto tono de tranquilidad. No podía forzar a Chris, tenía que darle un tiempo. Lo miró preocupado pero asintió, guardando silencio por un buen rato. De una u otra forma había perdido a Victor por no saber acercarse mejor a él y no quería, además, perder la poca relación con Chris. Lo quería, aunque no entendiera su desenfadada vida.
―Esto se ve bueno―exclamó Georgi minutos después frente a sus tostadas―. ¿Quieres probar?
Chris lo miró sorprendido de esa pregunta y asintió. Hacer las paces le iba a costar mucho pero tenía tiempo. Eso se lo podía dar.

—¿Un coach de vida? ¿Qué es eso?―preguntó sorprendido Yuuri.
―Es como un «gurú» de vida―respondió Mischa―. Un entrenador en el duro camino del autoconocimiento.
―¿Me estás hablando en serio?
―Esas fueron las palabras de la señora Plisetsky, yo sólo te las estoy repitiendo.
Mischa tampoco había comprendido ese término cuando la señora Plisetsky le presentó a su tan esperada visita el día que regresó a casa.
Todos los empleados del castillo habían esperado ansiosos por saber quién sería el invitado sorpresa de su jefa.
Muchos rumores habían circulado durante los días previos a su llegada. Quizás vendría con una amiga recién divorciada que tenía el tiempo y el dinero para vacacionar eternamente en su casa, quizás traería a un pariente rico de Siberia, dueño de alguna mina de Diamantes. O, lo que casi todos creían, vendría con un nuevo novio que hubiera conocido en el Mediterráneo.
Pero ninguno ganó la apuesta porque el hombre alto, de cabellos rojos y ojos verdes con mirada penetrante no era más que la nueva adquisición de moda de la señora Plisetsky, un consejero de vida. El coach, llamado Thorsten Schmidt, estaba en sus cuarentas y llevaba unos lentes que lo hacían ver muy intelectual.
Saludó a todos con entusiasmo y amabilidad pero, al ver a Mischa, no pudo evitar guiñarle el ojo y regalarle una sonrisa coqueta. Mischa se había quedado sorprendido ante ello pero prefirió actuar como si nada hubiera pasado. Eso sí no creía necesario contárselo a Yuuri.
―Jamás entenderé a esta gente rica―expresó Yuuri mientras abría la puerta de su departamento y dejaba pasar a Mischa―. Estos millonarios tienen todo el dinero del mundo para crear la vida que quieren y prefieren gastarlo pagando a otros que les diga qué deben hacer.
Mischa entró feliz a la vivienda. Había extrañado toda la semana esas habitaciones donde había compartido con Yuuri tantos momentos agradables. Ahora el castillo se sentía como un hotel de lujo y la casa de Yuuri su hogar.
Makkachin se acercó al instante y se paró en dos patas emocionada de ver a Mischa nuevamente, este se agachó y se dejó lamer el rostro por la perrita cariñosa, quien aullaba y se moría por recibir cariño de su segundo amo.
―¡Makkachin, yo también te extrañé!―dijo riendo emocionado, acariciandola con efusividad.
―¡Hey, ella no fue la única que te extrañó!―exclamó Yuuri haciendo un puchero fingiendo estar ofendido―¿Acaso tu novio no merece también un beso?
Mischa no pudo evitar reír y se levantó, acercando su rostro coquetamente al de Yuuri. Este último pensó que lo besaría, por lo que cerró sus ojos. Sin embargo, lo único que salió de la boca de Mischa fueron algunas palabras.
―Mi novio se merece un beso y mucho más… Solo déjame primero limpiarme el rostro de los besos de Makka.
Mischa fue corriendo al baño y se lavó el rostro. Luego buscó una toalla y encontró dos. En realidad todo en ese baño indicaba que vivían dos personas allí. A pesar de que Mischa se había llevado todo consigo, Yuuri había procurado mantener dos cepillos de dientes, dos toallas, dos batas de baño y el lado derecho del armario tenía productos que Mischa normalmente usaba, desde su absurdamente caro shampoo hasta esa colonia que tanto le encantaba.
Salió del baño sorprendido ante tal gesto, buscando a Yuuri en la habitación. Allí, lo esperaba el ingeniero, con una hermosa rosa roja en sus manos.
Mischa se enterneció de inmediato al verlo.
―Yuuri…
―Lo siento, te extrañé. Extrañé tu cepillo de dientes, tu ropa en el lado derecho del armario y tus libros apilados a un lado de la cama. Mira, ahora tienes nuevos libros allí, me los recomendó Phichit, llegaron ayer…
Mischa observó una pila de libros, muchos de los cuales había querido leer desde hace mucho. Phichit y él eran lectores profesionales y solían intercambiarse ideas y conversar sobre diversos autores.
Volteó a mirar a Yuuri, agradecido por todos los detalles que siempre tenía con él. Su cabello negro y alborotado, sus lentes adorables y torcidos de color celeste, su mirada profunda clavada en él. ¿Como no amar a un hombre como ese? Era imposible.
―¡No puedo creer que hayas comprado mi shampoo, debe haberte costado una fortuna!
―Sí―contestó el chico―, pero por suerte los humanos todavía podemos vivir con un riñón. El otro tuve que venderlo.
Mischa se rió y le acarició el rostro, logrando que Yuuri reaccionara de inmediato ante el toque. El ingeniero recostó su cabeza en la mano del novio que lo acariciaba y, de pronto, la besó.
―¿Por qué eres tan adorable?―preguntó Mischa antes de rodearlo con sus brazos y otorgarle un suave beso.
―¿Y tú por qué eres tan hermoso? ¡Yo que sé! Hay cosas en este universo imposibles de entender.
Ambos rieron felices y tan enamorados como siempre. Se llenaron de besos dulces, de caricias suaves y se echaron juntos sobre la cama, con ganas de no hacer nada más que de disfrutarse y de aprovechar ese minúsculo pedazo de tiempo de sus vidas en el que podían compartir entre los dos.
A la larga, esos pequeños momentos les daban más vida y los volvía a llenar de amor, un amor que parecía no apagarse nunca, un amor sin fecha de caducidad y que ambos estaban decididos a cuidar, con o sin fantasmas del pasado de por medio.