I. Petición
—¿Cuánto tiempo falta para tu celo? —me preguntó Víctor mientras caminábamos por los jardines de su mansión. Quiso mostrarmelos inmediatamente al saber que me gustó verlos a través de mi ventana.
—Un mes —respondí avergonzado, tal vez un poco dolido. Era absurdo sentirme así, después de todo, la principal razón por la que un Alfa compra a un Omega es para tener un heredero. Seguramente antes no le importaba y por eso me dejó tanto tiempo en la institución de educación Omega, ahora en cambio debe querer un hijo. Suspiré. Debe desear un pequeño Alfa que herede todo lo suyo. ¿Se enfadara si no tengo un hijo Alfa? La verdad es que tampoco quisiera tener un hijo Omega, sería condenarlo después de todo.
—Un mes —repitió sonriendo—. Me gustaria marcarte, ¿estás de acuerdo? —instintivamente toqué mi cuello.
Marcar a un Omega es crear un lazo muy fuerte. Si él me marca podré sentir lo que siente, será como un libro abierto para mí: sabré si miente, si está enojado, si está triste. Una parte de mí se alegra de que quiera mostrarme tantas cosas de él, pero la otra se aterra, el lazo también me volvería totalmente vulnerable ante él. Sonrió ante la estupidez ese último pensamiento, después de todo, ya estoy completamente vulnerable ante él. Es mi dueño y puede hacer conmigo lo que desee.
—Está bien —respondí finalmente.
—¡Qué bien!, de ese modo podrás sentirte seguro a mi lado. Verás por ti mismo que deseo cuidar bien de ti. —Otra vez esa sonrisa fresca y cautivadora en sus labios. No puedo dejar de mirarlo, él se da cuenta y le complace. Me sonrojo.
Llegamos a un fuente de agua en cuyo centro hay una estatua, un hombre y una mujer que parecen danzar, como si flotaran en el aire, al mirarlos parecen tan livianos que me hacen dudar de que están esculpidos en piedra. Víctor se sienta en la orilla y sumerge una mano en el agua mientras sonríe.
—Cuéntame algo de ti, Yuuri, ¿cómo ha sido tu vida hasta ahora? —pregunta interesado.
—Aburrida —respondo con una sonrisa—, mi vida siempre ha sido muy monótona. En la institución educacional sólo nos enseñan a leer, escribir y operaciones matemáticas básicas, además de labores domésticas. El resto del tiempo nos están adoctrinando sobre nuestro rol en la sociedad y la felicidad que produce aceptar nuestro lugar en el mundo. Si no somos felices es porque renegamos de nuestra naturaleza inferior y eso debe ser castigado.
—Puedo ver que no estás de acuerdo con eso —afirmó. Lo miré, no había ningún tipo de juicio tras esas palabras lo que me animó a continuar.
—Por mucho tiempo lo acepté. Me educaron para ser sumiso y obedecer sin cuestionar. Pero conocí a un Omega diferente, un chiquillo que ahora sólo tiene trece años y que se niega con toda el alma a aceptar que lo traten como un objeto. Lo han lastimado mucho debido a su comportamiento, pero en vez de someterlo, con esos castigos hacen que su rebeldía crezca. Sus ojos muestran rabia y dolor a diferencia del vacío que siempre veo en la mayoría de los demás Omegas que están en esa institución.
—Así que escuchaste sus palabras.
—Sí, al principio me acerqué a él por empatía. No me gustaba verlo siempre lastimado y curaba sus heridas, con el tiempo lo conocí más. En el fondo es un chico dulce, pero demasiado inteligente, por lo que no puede conformarse con lo que le dicen. Tengo miedo por él —confesé—, tengo miedo de que lo sigan maltratando o de que sea comprado por un Alfa agresivo que castigue su rebeldía.
—Si es comprado probablemente ese Alfa use su Voz de Mando y él no podrá hacer nada más que obedecer. Así no se revelará y por lo tanto no será castigado —dijo con simpleza. Es cierto, yo también se lo dije a él.
—¿La podrías usar conmigo? —pregunté sin pensarlo. Me miró extrañado, esperando una justificación a tal pedido, se la di—. Siempre nos han hablado de la Voz de Alfa, una voz de mando que ni Omegas ni Betas pueden desobedecer, pero nunca nos han dicho que consecuencias tiene para nosotros. Es cierto, tal vez Yurio, el Omega del que te hablé, sea sometido de ese modo y se vuelva sumiso frente a su dueño, pero me imagino que eso trae consecuencias psíquicas. Quiero saber, quiero saber como se siente obedecer a algo desagradable sin poder hacer nada para evitarlo.
—Yuuri… yo tampoco sé las consecuencias. He usado la Voz de Alfa cómo usaría cualquier otra habilidad que poseo cuando lo necesito. Nunca me puse a pensar en las consecuencias psíquicas que eso podía generar en las demás personas —respondió con honestidad.
—¿Quieres saber? —pregunté—. Ordenarme algo desagradable, intentaré desobedecer y te diré cómo se siente.
Me miró por un largo momento. Estoy seguro de que mis ojos le mostraban decisión. Quería poner a prueba mi propia voluntad, negarme a sus órdenes como sabía que Yurio lo haría y saber lo que se sentía, lo que él sentiría.
Víctor se puso de pie, caminó un poco, tal vez pensando en que orden me daría.
—Algo que no quieras obedecer —lo escuché murmurar—. Está bien —dijo finalmente deteniéndose cerca de mí—. Yuuri… —Su voz fue dulce, pero inmediatamente su expresión cambió—, arrodíllate —ordenó, su voz era diferente, su aura también cambió, era pesada, asfixiante—. Arrodíllate, Yuuri. —Su voz era aplastante, intenté oponerme pero sentí como mi voluntad se quebraba y mi cuerpo obedecía sin que yo pudiera hacer nada.
Cuando mi cuerpo se doblegó, Víctor se inclinó junto a mí y la atmósfera pesada se desvaneció, cambiándola por una suave y cálida. En ese mismo momento comencé a llorar, dolía, dolía mucho.
—Entiendo, Yuuri —dijo Víctor abrazándome—, no lo volveré a hacer.
Cuando me tranquilicé un poco nos sentamos en el borde de la fuente de agua.
—Es horrible, es doloroso —dije—, sientes que tu voluntad se quiebra, es un sentimiento de inferioridad e impotencia devastador. Si Yurio es sometido a esto diariamente lo harán pedazos.
—Es un niño aún. Tal vez madure y termine por aceptar su lugar.
—Aceptar su lugar —repetí, esas palabras dolieron, pero él parecía no darse cuenta.
—Los Alfas no somos tan malos, y si es un chico interesante quien lo compre lo conservará. Si se vuelve menos rebelde no le irá tan mal. Si es inteligente se dará cuenta de que debe mantener feliz a su dueño y vivirá como cualquier Omega al cuidado de un Alfa.
—Yurio no cambiará —dije, estaba seguro de eso—. Él no es cualquier Omega.
—Te preocupas demasiado.
—Cómpralo.
—¿Eh?
—Es problemático, pero yo puedo calmarlo, prometo que no te causará molestias.
—¡Vaya! —exclamó—, pero qué tipo de Omega vine a traer a casa —dijo mirándome con diversión—, no llevas ni un día aquí y ya me das órdenes. —Se acercó tanto que nuestros rostros prácticamente se tocaban. Sus ojos azules ahora me miraban con seriedad.
Soy un estúpido. Es imposible que acepte de esta manera: me dejé llevar por su amabilidad, me desesperé al pensar en el futuro de Yurio y terminé por cometer una estupidez. Tal vez Víctor me desprecie después de esto, un simple Omega viniendo con este tipo de peticiones debe ser detestable para cualquier Alfa. Quise llorar.
—Antes de pedirme algo así —dijo acariciando mis labios con su pulgar—, deberías darme algo que me haga desear complacer ese capricho —sonrió. No estaba molesto, su mirada se volvió juguetona y sentí como si mi alma volviera a mi cuerpo.
—¿Qué deseas, Victor? —pregunté sintiendo como mi corazón saltaba. Mi cuerpo estaba completamente sumergido en el aroma de ese Alfa, un aroma embriagante, sensual.
—Un hijo —respondió—, cuando me des un hijo puedo pensar en cumplir tu deseo como agradecimiento —sonrió—. Prepárate para tu celo —me guiñó un ojo y luego me besó. Mi primer beso tuvo un sabor agridulce. Víctor era un Alfa amable, pero aún no me veía como un ser humano igual a él. Me gustaría creer que algún día lo hará.
II. Conocimiento
—Soy sólo una incubadora que ni siquiera tiene derecho a opinar sobre su primera relación sexual —dije mirándome a un espejo de cuerpo entero que había en mi habitación. Suspiré. Seguramente durante el celo olvidaré estas preocupaciones y mi parte Omega se pondría feliz por recibir al fin un Alfa. Pero ahora que mis instintos no dominan me siento triste. Víctor es hermoso y gentil, pero me duele no poder elegir nada. Me tomará durante mi celo y eso sólo lo decidió él—. Soy sólo una incubadora que ni siquiera tiene derecho a opinar sobre su primera relación sexual —repetí.
Caminé hacia la cama y me tendí de espalda en ella, puse mis manos sobre mi vientre, pronto una vida estará dentro de mí—. Él quiere un Alfa, un heredero. Espero poder dárselo —suspiré—, si mi bebé es un Omega terminará en una de esas instituciones, lo convencerán de que no vale nada y su destino será incierto, no quiero traer más Omegas al mundo. —Mi voz se quiebra—. Debe ser Alfa, si es Alfa crecerá aquí, Víctor lo educará para ser una persona amable, y yo le mostraré que los Omegas somos seres humanos también. Debe ser Alfa, para que Víctor acceda a comprar a Yurio —sequé las lágrimas que caían de mis ojos—. Será Alfa, lo será —intenté convencerme.
Tocaron a la puerta, sequé mis lágrimas y me dirigí a abrir. Es Mila.
—Hola, Mila —le sonreí.
—Hola, Yuuri —tomó mi mano—, ven conmigo —me dijo y luego comienzó a guiarme por los pasillos de esa enorme casa, bajamos las escaleras, caminamos un poco más y entramos a una enorme biblioteca. Quedé con la boca abierta—. En esta biblioteca hay toda clase de libros —dijo Mila entusiasmada—. Víctor ha dicho que puedes leer lo que quieras —me sonrió y yo la miré interrogante. Ella se rió ante mi gesto—. Lo del señor Nikiforov es sólo cuando hay desconocidos —dijo levantando los hombros—, él es bastante informal y nos ha pedido que lo tratemos por su nombre. Ahora eres parte de la familia así que no hay motivos para seguir siendo formales.
—Parte de la familia —sentí algo cálido recorrer mi cuerpo.
—Sí, Yuuri —dijo Mila, me abrazó mientras sonreía.
—Ojalá las Betas que crían Omegas fueran como tú —le dije devolviéndole la sonrisa.
—Las Betas que crían Betas tampoco son amables —dijo frunciendo el ceño—, creo que las educan para ser unas brujas.
Comencé a caminar por la biblioteca, hay libros de todo tipo, literatura, ciencia, historia… estoy realmente asombrado.
—Víctor dijo que podías aprender muchas cosas aquí —dijo Mila.
Estoy emocionado. Pero de pronto algunas medallas y trofeos que están en una vitrina llaman mi atención.
—¿Qué son estas cosas? —Le pregunté a Mila después de acercarme.
—Medallas y trofeos que Víctor ganó mientras patinaba.
—¿Patinaba?
—Sí, fue cinco veces campeón mundial de patinaje artístico sobre hielo —dijo emocionada.
—No sé qué es eso —respondí avergonzado.
—Eso tiene solución —tomó mi mano y me guió hasta una puerta que no había notado junto a las vitrinas, abrió y entramos a una habitación más pequeña, había una pantalla y un cómodo sillón—. Siéntate —ordenó.
Me senté mientras ella conectaba unos pendrives a la televisión, después de unos momentos pude ver a Víctor con un traje negro, ajustado y con una media falda. Era más jóven y su cabello era largo. Mi corazón dio un brinco, era hermoso.
—Este video es de cuando ganó su primera medalla, en el grand prix final junior, tenía dieciséis años y arrasó con todos —dijo entusiasta. Yo asentí, aunque la verdad no entendía nada de lo que me decía. Pero cuando la música empezó y lo vi danzar sobre el hielo todo lo demás dejó de tener sentido. Fue maravilloso.
El resto del día me la pasé ahí, viendo video tras video. Hasta que él llegó y se sentó junto a mí.
—Eso no fue hace tanto —dijo apuntando el video que me encontraba mirando—. El último mundial de patinaje, gané el oro —sonrió.
—Como siempre —dije divertido—. Hasta hoy no sabía que existía algo llamado patinaje artístico sobre hielo.
—¿Y te ha gustado?
—Es hermoso. Danzar sobre el hielo, es hermoso.
—¿Quieres hacerlo?
—¿Puedo?
—Claro que sí, mi padre construyó una pista de hielo cuando era niño. Está en los jardines, mandaré a que la acondicionen y te enseñaré.
—Gracias, Víctor.
Me miró sonriendo y se acercó a mí. Nuevamente tomó mis labios en un profundo y gentil beso.
—Debo ir a Osaka —dijo después—, por temas de negocios. Me voy en dos días, el lunes, estaré una semana. Cuando vuelva seguramente la pista estará lista para patinar —sonrió.
—Osaka —repetí—. Lo siento, no sé donde está. No me han enseñado nada.
—Ven —Víctor tomó mi mano y salimos de la sala encontrándonos en la biblioteca. Junto a la puerta de salida había una escalera tipo caracol, subimos a una estancia más pequeña, había una mesa de madera antigua, algunas sillas y un sofá. En una de las paredes había un mapa de Japón, nos acercamos—. Nosotros vivimos en las afueras de Yokohama —dijo apuntando una ciudad portuaria—, tú viviste en una institución de Tokio —dijo ahora mostrandome una ciudad que parecía bastante cercana a Yokohama—, y yo viajaré a Osaka, que está más al sur —me mostró—, junto a Osaka se encuentra Kioto, que es la antigua capital. Es una ciudad hermosa, llena de templos antiguos de cuando aún existía la religión. Cuando tome vacaciones te llevaré —sonrió. Me abrazó por la espalda y acomodó su cabeza sobre mi hombro, junto a mi cuello mientras yo seguía mirando el mapa.
—Quiero aprender muchas cosas, Víctor —dije mirándolo.
—Puedes aprender las que quieras, Yuuri —me respondió con esa sonrisa encantadora que poseía mientras me miraba con sus ojos suaves.
III. Osaka
Christophe Giacometti era el heredero de una cadena de restaurantes de comida europea y quería abrir una sucursal en Osaka. Nos encontramos por casualidad mientras cenaba después de las reuniones que había tenido durante esa semana. Conocía muy bien a Chris porque él también había sido patinador, varias veces compartimos podio, aunque él se retiró siendo aún bastante joven.
Después de cenar se le antojó ir a un bar y beber un poco. Osaka se caracterizaba por la vida nocturna y los placeres, era la ciudad más bohemia de Japón.
—Así que compraste un Omega y te radicaste en Yokohama. Quien diría que Víctor pensaría en los negocios y su futuro heredero.
—Ya era hora.
—¿Y el Omega ya está preñado?
—No, aún falta para su celo. ¿Y a ti como te va en Suiza?
—Bien. También compre una Omega. Una belleza italiana llamada Sara. Está en su tercer mes de embarazo. Estoy seguro de que mi hijo será un Alfa.
—Dime Chris, ¿la marcaste? Yo quiero marcar a Yuuri
—Sí, la marqué.
—Háblame sobre el lazo, ¿qué emociones de Sara puedes sentir?
—Al principio ninguna. Pero es obvio, son Omegas, no tienen porqué tener emociones.
—¿Nada? ¿Seguro?
—Nada… bueno, al principio. Ahora que está embarazada siento cosas, algo así como un instinto de protección y pertenencia hacia el bebé. Supongo que es su naturaleza.
—No me parece que Yuuri no sienta nada. A decir verdad, imagino que el lazo me hará sentir un torbellino de emociones.
—Jajaja —Chris no pudo evitar carcajearse ante mis palabras—, es un Omega, Víctor —dijo remarcando lo obvio—. Esas cosas no sienten nada, sólo son cuerpos bellos que necesitan gozar durante su celo y parir la mayor cantidad de veces posible.
—Tal vez tengas razón —dije, no quería discutir estas cosas con él, así que le sonreí y tomé un sorbo de mi trago.
—Claro que la tengo, amigo. Ya verás, será tan aburrido ese lazo que pronto querrás deshacerte de él.
—¿Te desharás de Sara? —pregunté—. Sabes que eso sería muy cruel.
—Es sólo una Omega, Víctor —me regañó.
—Es cierto —sonreí—, pero si te deshaces de ella avisame.
—¿Por qué?
—Dijiste que era una belleza —levanté mis hombros queriendo expresar que era un interés obvio—, no me gustan las casas rosas, son Omegas que tienen decenas de Alfas entre sus piernas. Sara sólo ha estado contigo, y si es realmente una belleza, no estaría mal tenerla por un tiempo. Claro, si finalmente la deshechas.
—¿Y Yuuri es lindo?
—Muy lindo, pero si lo marco lo conservaré para siempre. No soy tan cruel como tú.
IV. Sobre el hielo
Cuando regresé a Yokohama, Yuuri me recibió sonriente. La pista de hielo estaba lista y él se encontraba emocionado. Yo me encontraba cansado por el viaje, pero verlo así me hizo desear ir inmediatamente a patinar. Me cambié de ropa y fuimos juntos. Caminamos quince minutos por el jardín trasero hasta encontrarnos con el edificio que contenía la pista.
Yuuri se puso unos patines que fueron míos cuando era más joven y calzaba un poco menos. Le quedaron perfectos, yo me puse los míos, de cuchillas doradas. Lo tomé de la mano y entramos al hielo.
—Estoy nervioso, Víctor —dijo Yuuri aferrándose a mis brazos.
—No hay nada que temer, estás junto al mejor patinador del mundo —le guiñé un ojo y él pareció relajarse.
Poco a poco comenzamos a patinar, despacio. Lo sostenía de la cintura con mi mano izquierda, y sujetaba su mano derecha con la mía. Sonreía mientras se deslizaba, poco a poco sus nervios desaparecieron y nos llenamos de paz. Fue un patinaje suave, como una caminata a la luz de la luna.
—¿Te ha gustado? —pregunté, estábamos de pié en medio de la pista, el seguía sosteniéndose de mí mientras me miraba.
—Me ha gustado mucho —respondió con su melodiosa voz.
Sus ojos otoñales lucían soñadores, su piel brillaba algo sonrojada, sus labios estaban húmedos. Todo en él era invitante y sugestivo. Tenía unas ganas locas de tomarlo allí mismo. Pero me contuve. Quería que me conociera un poco más, que disfrutara estar conmigo y que durante su celo no llamara a cualquier Alfa, que me llamara a mí. Para hacerlo mío, para marcarlo y reclamarlo para siempre. Faltaban alrededor de veinte días para ese día, veinte días para tenerlo por completo.
Veinte días que pasaron en el hielo. Cada tarde, después de regresar a casa, llevaba a Yuuri a la pista. Un par de días después, Yuuri se atrevía a ir sólo, a los diez días hizo su primer salto, algo sencillo pero que lo emocionó hasta la médula. Amaba el hielo, realmente lo amaba. Y yo estaba feliz de poder brindarle esa felicidad.
Si no estaba en la pista, Yuuri se encontraba en la biblioteca, leía mucho, quería aprender todo lo que le negaron. Le interesaba la historia y la literatura. A través de la historia conoció sociedades que funcionaban de manera distinta, lugares donde los Omegas fueron libres, pero también se enteró de guerras y hambrunas. A través de la literatura conoció emociones nuevas, y me dijo que se había contactado más con sus propias emociones.
Los veinte días pasaron, Yuuri había sido feliz ese tiempo, estaba seguro de eso.
V. En celo
Fue un sábado por la mañana que comenzó a sentir los síntomas del celo. Despertó antes de lo normal, con un poco de fiebre. Supo inmediatamente a qué se debía, pero sabía que no sería sino hasta la noche que el celo se presentaría totalmente. Bajó a la cocina y se encontró con Mila y otras chicas del servicio, tomó desayuno con ellas, conversaban cuando me sintió llegar. Me acerqué a él y lo abracé, busqué su oído.
—Te huelo —le dije en un murmullo—, ya quiero hacerte mío —se sonrojó. Era tan adorable cuando se sonrojaba.
Estuvo nervioso durante toda la mañana. Incluso en la pista de hielo no pareció relajarse. Tal vez no debí haberle dicho eso, no se lo pudo sacar de la cabeza durante todo el día. Sólo durante el almuerzo se sintió más relajado. Yuuri apreciaba a Mila y Phichit, ellos fueron siempre amigables con él, decidí que comieran con nosotros en el patio para que no se sintiera presionado por mí. Estuvimos los cuatro durante varias horas conversando de cualquier cosa.
Mila era rusa, cuando me radique en Japón la traje conmigo, siempre hizo su trabajo con mucha perfección. Phichit era japonés, pero suponía que el que fue su progenitor no lo era, por sus rasgos, ojos grandes y piel oscura. Siempre fui gentil con los Betas, pero a decir verdad nunca me interesé por ellos, eran personas inferiores después de todo, sin embargo, me sentía a gusto escuchándolos, me parecían agradables, más que la mayoría de los Alfas que conocía. Es que muchos Alfas no saben el significado de la palabra amabilidad, como si fuera un crimen no mirar con desprecio o hacer uso de la autoridad.
Después de un rato me retiré, el olor de Yuuri me estaba haciendo poner inquieto y no quería saltarle encima. Quería que él me llamara a calmar su deseo.
No nos vimos hasta la cena, ordené que la sirvieran un poco más temprano. Después llevé a Yuuri a su habitación, se veía cansado, su piel estaba perlada por el sudor, su temperatura estaba aumentando.
—Quiero darme un baño —dijo y se dirigió al baño. Aproveche para ir a mi cuarto y me preparé también, con algo más cómodo. Veinte minutos después salió envuelto en una bata azul. Se veía inquieto.
Comenzó a caminar por la habitación mientras yo lo observaba sentado en su cama.
—Víctor —dijo acercándose a mí—, no me abandones, Víctor —se sentó a mi lado y me abrazó—. Si me marcas y luego me dejas moriré —se aferró a mi camisa—, no me uses, no soy un juguete, soy una persona igual que tú —me miraba con angustia—. Es verdad que somos diferentes, pero ¿por qué uno tiene que ser el amo y el otro su esclavo? Los dos somos personas igualmente —sollozó—. Víctor, no me dejes, no me uses para tirarme después, te lo ruego.
—No lo haré —dije abrazándolo—. Yuuri, mi Yuuri, lo entiendo. No completamente, es difícil, durante casi veintinueve años me enseñaron otras cosas y tal vez sin querer te haga daño con mis palabra o actitudes —besé su cabello—, pero no te dejaré. Te marcaré para que me veas completamente y sepas que hablo en serio. También para sentirte completamente y aprender de ti. ¿Quieres que te marque Yuuri? ¿Quieres que calme tu celo?
Yuuri me miró con los ojos llenos de lágrimas, acaricie su mejilla y estas cayeron mojando mis dedos, me sonrió.
—Calma mi celo, márcame, Víctor. Confío en ti.
Yuuri cerró lo ojos y lo besé. Su boca estaba más cálida que de costumbre y sus labios me respondían por completo por primera vez. Saboree completamente su húmeda cavidad, masajeando su lengua y devorando sus suspiros. Las manos de Yuuri me abrazaban posesivamente entrelazándose atrás de mi cuello. Su piel ardía, su celo se hacía presente.
—Víctor, Víctor —llamó una vez que nuestro beso se rompió—. Estoy ardiendo, Víctor, te necesito.
—Lo sé, mí Yuuri —respondí extendiéndolo sobre la cama mientras abría la bata que lo cubría.
Quería ser gentil, era la primera experiencia sexual de Yuuri y no quería dañarlo, pero ese aroma que estaba desprendiendo me hacía las cosas difíciles, sentía ganas de clavarme dentro de su cuerpo sin contemplaciones, apenas podía controlar mis salvajes instintos. Haciendo uso de todo mi autocontrol comencé a besar y acariciar lentamente la pálida piel de mi Omega. Él gemía y pedía más.
Tratando de no descuidarlo comencé a quitarme la ropa, llevaba sólo una camisa y un pantalón holgado, una vez desnudo me senté en la cama y coloque a Yuuri a horcajadas sobre mi regazo. Acariciaba su espalda mientras besaba su cuello y su pecho. Sus pezones marrones estaban deliciosamente sensibles y mis labios disfrutaron al lamerlos, succionarlos y morderlos.
El cuerpo de Yuuri era hermoso, su piel era suave y cautivante, sentirlo gemir para mí era fascinante, quería más. Baje mis manos lentamente por su espalda, acaricie sus nalgas y luego busqué en medio de ellas, estaba húmedo, tan húmedo que dos de mis dedos entraron fácilmente en su interior. Yuuri gimió con fuerza y de sus ojos escaparon un par de lágrimas de placer. Comencé a mover mis dedos en su interior buscando dilatarlo un poco más, él movía las caderas deliciosamente mientras mis dedos lo penetraban. Lo besé con fuerza mientras un tercer dedo entraba en su interior, acallé su gemido y continué estimulandolo. Cuando el beso se rompió sus labios quedaron ligeramente entreabiertos, arqueo un poco la espalda mientras apretaba los ojos con fuerza, esa imágen es una de las cosas más eróticas que he visto en mi vida. Ya no podía esperar más.
Saqué mis dedos con cuidado y levanté la cadera de Yuuri para acomodar mi pene en su entrada. Despacio inicie la penetración y luego ayudé a Yuuri a bajar con delicadeza mientras recibía mi miembro en su cuerpo. Un gemido profundo escapó de sus labios cuando estuve totalmente dentro de él, lo abracé y besé su rostro para luego comenzar a moverme. Yuuri también comenzó a moverse deliciosamente, el celo lo obligaba a desear la eyaculación del Alfa. Tomé su pene también erecto y lo masturbé al ritmo de las embestidas, poco tiempo después, cuando ambos estábamos llegando al climax, lo marqué, mordí su cuello haciéndolo gritar de dolor y placer, fue en ese momento que él llenó mi mano con su esencia y yo llené su cuerpo con la mía, lamí la herida y esta cicatrizó de inmediato. Nos abrazamos y estuvimos así por largos momentos, sin decirnos nada mientras aún estaba atado a su interior.
Esa no fue la última vez que lo hicimos esa noche. Quedamos exhaustos y nos dormimos abrazados.
Cuando desperté sentí tranquilidad, Yuuri dormía y sabía que sus sueños eran pacíficos, sonreí, el lazo estaba hecho. La noche anterior no podía sentir más que el deseo y el placer, los instintos de su celo manaban por montón, pero ahora podía sentir su tranquilidad y eso me alegraba.
Yuuri despertó un poco después, se sentía algo desorientado, pero después de unos momentos recordó, enrojeció totalmente, estaba avergonzado. Lo abracé.
—¿Me sientes? —pregunté tocando su cicatriz.
—Estás feliz —respondió él mirándome sorprendido.
—Así es —confirmé—. ¡Mi Omega es tan lindo! Y estará siempre conmigo.
Yuuri me abrazó y volvió a llorar, pero eran lágrimas de felicidad porque sabía que era sincero en mis palabras.
—Ya no estoy en celo… es raro, siempre dura tres días —dijo Yuuri después de calmar su emoción.
—¿No sabes lo que eso significa? —pregunté. Me miró confuso—. Los Omegas que son fecundados dejan el celo —dije sonriendo.
—Entonces… tú y yo… ya estamos… estoy…
—Sí, mi hijo ya está aquí —dije tocando su vientre. En ese momento sentí su miedo. El lazo era reciente por lo que no sabía exactamente cómo interpretar todo lo que sentía, así que simplemente lo abracé—. Todo estará bien. Lo prometo —Yuuri se tranquilizó en mis brazos y volvió a dormirse mientras acariciaba su cabello.