Encerrado en su oficina Victor Nikiforov trató de muchas maneras el olvidarse de que no le habían dado una sociedad en «Vasílevich, Smirnov & asociados».
Todos sabían del fiasco y muchos compañeros de la oficina habían perdido apuestas. Todos pensaban que esa sociedad se la merecía él. Era cantado en todas las áreas que el siguiente asociado de la compañía sería el genio de los contratos, el guapo Victor Nikiforov, el único que podría vencer la barrera límite de edad para convertirse en el socio más joven de toda la historia.
Nadie apoyaba más a Victor que todos sus compañeros, pero lamentablemente los demás no eran importantes para las tomas de decisiones de la firma.
Cuando se hallaba buscando una aspirina para acabar con la migraña que lo aquejaba, sonó su teléfono. Era Chris, quien estaba al tanto de lo importante que era ese día para su hermano.
―Oye, Vitya, dime: ¿Qué se siente ser socio del mejor bufete de abogados de Rusia?
―No lo sé, Chris, tendrías que preguntarle a Mila porque a mi no me lo dieron.
Chris quedó callado de la impresión por varios segundos. La voz de Victor sonaba fatal y no estaba preparado para una noticia como esa. Él había supuesto que esa sociedad ya era suya.
―Oh, Victor, lo lamento mucho…
― Bueno, así es la vida.
―Oye, vamos a vaciar las penas, hermanito. Hoy mandas al diablo a tu trabajo y te vienes para disfrutar lo que es bueno.
―¿Estás loco, Chris?
―Para nada, Vitya. Nos vemos en una hora en la barra del hotel Four Seasons.
Cualquier otro día Victor hubiera seguido concentrado en sus labores, sin hacerle caso a Chris y diciéndole lo ocupado que estaba. Pero ese día no tenía ganas de seguir trabajando como burro sabiendo que sus esfuerzos habían sido en vano.
Mandó a rodar a Vasílevich, Smirnov y con ellos a todos sus asociados y se fue, por primera vez en su vida, a tomar en horas de trabajo.

―Anímate―le dijo Chris mientras ponían en frente un vodka―. ¡Ellos se lo pierden!
―Me he sacado la mugre por esa firma―lamentó Victor―, no tengo amigos, no tengo vida fuera del trabajo ¿Y todo para que al final se la den a alguien con mucho menos experiencia que yo y a quien yo mismo le he enseñado mucho de lo que sabe?―Victor tomó con cólera el vaso con vodka y lo vació en cuestión de un segundo.
―Así es en el mundo de estos abogados ―respondió Chris luego de vaciar también su vaso―, te utilizan y jamás te aprecian, todo lo basan en lo que ellos quieren y no en lo que los demás merecen así que…―tomó otro vaso lleno de vodka y lo levantó―¡A la mierda con ellos!
Victor hizo lo propio diciendo lo mismo y vaciando con mucha rapidez su segundo vaso.
Con el pasar de las horas Victor no sabía cuánto había tomado. Sólo sabía que la humillación que había sentido en la mañana ya no estaba en la tarde. En realidad, no sentía nada. Su cuerpo estaba adormecido y todo pasaba a su alrededor en cámara lenta. Cuando trataba de hablar su voz salía casi como un rugido, con el pasar de las horas había preferido no tratar de hablar más. Su nuevo amigo Sergei, el bartender del reconocido hotel, le servía de cuando en cuando un vaso de agua, tratando de convencerlo que era Vodka y Victor estaba tan borracho que se lo creía, llegando a aclamar incluso que estaba muy fuerte.
Chris no estaba mucho mejor que él. Se encontraba cantando con una chica que lo había reconocido y que le había pedido horas atrás su autógrafo.
Ambos se estaban quedando dormidos cuando Sergei amablemente les dijo que regresaran a casa a descansar. Ya era tarde y Moscú era solitario en las noches invernales. El piso parecía gelatina, las luces de la ciudad empezaban a encenderse y el calor del trago no les posibilitaba sentir el frío aire que empezaba a correr.
Ambos caminaron juntos, tratando de ser el sostén del otro y lográndolo con algo de astucia y suerte. Por la calle cantaban alegres lo que se les ocurriera mientras trataban de caminar derechos.
Algunos transeúntes los miraban y se alejaban de ellos, pero a ellos no parecía importarles.
Varias cuadras avanzaron hasta que, en algún momento, exhaustos, llegaron afuera del edificio de Chris. El aire frío los había calmado mucho.
―Vitya ―El rubio borracho lo tomó de los hombros, mirándolo directamente a los ojos antes de seguir―, ánimo y nunca dejes de mantener en alto la cabeza. Yo sé que te merecías ese puesto pero recuerda, por algo pasan las cosas.
―O no pasan sencillamente―contestó Victor lanzando un suspiro― Adiós, Chris.
―Adiós, Vitya. Te llamo mañana.
La noche estaba muy fresca y las calles poco a poco se vaciaban. Moscú era una ciudad demasiado grande y demasiado llena, excepto en la noche, donde parecía abandonada a su suerte.
Victor no quería regresar rápidamente a casa. No había por qué. En casa nadie lo esperaba, no pensaba tocar ningún documento más y su cama fría no le iba a hacer gran compañía. La decepción aún llenaba su corazón y su mente se esforzaba por no caer presa del alcohol ni el pesimismo. Sabía bien dónde se encontraba, pero no quería tomar la misma ruta de siempre para llegar a casa. Pensó por un momento tomar el metro pero ahí se dio cuenta de que no tenía su billetera consigo. Seguro que la había dejado olvidada en su escritorio al momento de salir y probablemente al día siguiente tendría que ir caminando o en bicicleta a trabajar.
Decidió irse en dirección al río, donde seguro tendría la acera para él solo. Eso es justamente lo que necesitaba en ese momento: la soledad y el aire helado de la noche para calmar todos los sentimientos que ese día le habían causado.
Una vez que notó que el río Moscova se encontraba frente a sus ojos cruzó la pista y metió sus manos dentro de los bolsillos del abrigo. Caminaría algunas cuadras hasta llegar a la esquina donde tenía que voltear para llegar a casa.
Se mantuvo a las orillas del río para no volver a perderse. No había ni un alma pero eso no le preocupaba, a veces caminaba por las noches por ahí. El río le hacía muchas veces la compañía que otros humanos no le hacían.
El frío hacía tiritar su cuerpo, el viento le golpeaba la cara y los pies mal cubiertos para dicha caminata le empezaban a doler. Debía llegar pronto a la comodidad y calor de su hogar.
Pensaba en cómo sería su vida a partir del día siguiente. Se sentía de una u otra forma humillado, relegado y no valorado. Había dado tanto por aquel bufete, había dado su vida completa para entregarse a su única pasión: su profesión. ¿Acaso no había sido el mejor del rubro? ¿Acaso no había ido a trabajar incluso domingos y feriados en favor de aquella firma? Y ahora esa firma había elegido a otra persona para llevarse los créditos de un trabajo bien realizado, a paso lento pero seguro.
¿Y ahora qué diría su madre Lilia? No podría llegar a casa con la cabeza en alto. Era muy probable que Lilia estuviera enterada de todo al día siguiente. ¿Cómo podría mirarla a los ojos? Era una vergüenza familiar.
Georgi y JJ eran excelentes y reconocidos abogados, Victor era una burla andante que habían rechazado después de años de entrega y dedicación.
Incluso Chris era muy reconocido como actor. Había ganado premios y era adorado por miles, no sólo por su belleza sino también por sus habilidades histriónicas.
¿Y ahora el sacrificio de tantos años no había valido la pena? ¿ Es que a eso se podía resumir toda una vida?
―¿Victor Nikiforov?―preguntó detrás suyo una voz muy gruesa. La escena lo tomó por sorpresa y volteó asustado. Un hombre corpulento y muy grande se hizo el dueño de aquella voz tan gruesa. Sus ojos aterradoramente grises y entreabiertos veían a Victor expectante.
El joven sintió su corazón acelerarse. No era de aquellos de asustarse por cualquier cosa, pero no podía evitar sentir repudio ante ese hombre con dientes de oro que lo veía.
―¿Sí?―preguntó armándose de valor―¿Quién es usted?
Una sonrisa dorada de oreja a oreja acompañó a una mano con una pistola. Victor no pudo evitar ver con miedo aquella mano atemorizante y llena de tatuajes que además estaba armada.
―Oh, estoy seguro que no quieres saber quiénes somos…
Ante aquellas palabras Victor no pudo evitar agudizar su vista para observar su entorno. Detrás del hombre corpulento habían cinco hombres más, cada uno igual o más atemorizante que el primero.
―¿Qué…qué quieren? ―Por su voz temblorosa cualquiera podía deducir el miedo que corría por sus venas y le hacía latir el corazón.
Los hombres rieron ante aquella pregunta.
―Pensé que era obvio―Le contestó el hombre de la sonrisa dorada―. Te queremos a ti.
Victor no esperó más y echó a correr, tanto como su estado etílico y el frío se lo permitían. El corazón estaba por salirse por su boca y sólo podía pensar en correr hacia algún lugar seguro. ¿Qué estaba pasando? Victor temía voltear y darse cuenta que su huida no había servido de nada, que en cualquier momento terminaría atrapado bajo las garras de esos desconocidos.
Pocos metros después de salir a la carrera sintió un fuerte disparo y temió lo peor.
Instintivamente se tiró al suelo cubriéndose la cabeza con las manos, esperando a salir libre de toda esa escena. El ruso no era de rezar pero en ese momento sólo podía pensar en pedir a Dios la oportunidad de seguir viviendo.
«Por favor, Dios. Déjame vivir, pasé tanto tiempo pudriéndome en ese lugar, déjame vivir, déjame conocer realmente qué es vivir…»
―No seas patético, Nikiforov―dijo la misma voz que lo levantó como si fuera papel―. Correr o llorer no te ayudará de nada. Tenemos una misión que debemos cumplir y esa es hacerte desaparecer.
El hombre lo cogió del cuello húmedo de su camisa y lo levantó un poco. Victor pidió ayuda a gritos, pero al encontrarse a orillas del río a altas horas de la noche era improbable que alguien pudiera oírle. Como no se callaba, otro de los hombres tomó el arma en sus manos y se acercó a su víctima, golpeándolo con la culata del arma sin que pudiera reaccionar.
De pronto Victor no sintió nada más.

Victor despertó con un inmenso dolor de cabeza en oscuridad completa.
Por el movimiento y el ligero olor a monóxido de carbono dedujo que estaba en la cajuela de un auto en movimiento. Trató de zafarse de las cuerdas que le ataban las manos pero estaban demasiado apretadas. Sus pies estaban atados de la misma forma. De sus ojos caían inevitables lágrimas que lo ayudaban a sentirse vivo aún. Tenía mucho miedo ante lo que podría pasar. Creía que si no moría por asfixia por la falta de oxígeno, moriría por intoxicación a causa del monóxido de carbono esparcido por el aire. De todas maneras tenía todas las de perder.
¿Qué pasaría con él? ¿Por qué lo estaban buscando? Victor jamás se había metido en negocios turbios, jamás había buscado amistades peligrosas. Siempre había sido una persona de bajo perfil. No entendía por qué de pronto unos matones querían acabar con su vida.
Sintió que pasaron horas hasta que el auto se detuvo. Las puertas se azotaron y pronto sintió que alguien se acercaba. La cajuela fue abierta y por la falta de costumbre Victor tuvo que cerrar sus ojos para protegerse de la luz de la luna que entraba por ahí.
―Bienvenido a tu lugar de descanso.
Lo cargaron como si fuera de papel y lo tiraron al suelo sin más. La caída le causó un dolor profundo que no podía expresarse debido a la cinta que le tapaba la boca.
―¡Levántalo, imbécil! ―dijo otro.
El hombre que se encontraba más cerca lo cogió del cabello y le levantó la cara. La tierra mojada por las lágrimas cubrían cada recoveco de su rostro y le daban a sus ojos llenos de miedo más intensidad.
―¿Qué acaso no te puedes levantar por ti solo, inútil?
―¡Ya basta! ―dijo otro gritando, haciendo que el tipo soltara el rostro de Victor y éste se estrellara nuevamente contra el suelo lleno de tierra mojada.
Uno más vino para levantarlo y se lo colgó al hombro, llevándoselo por un camino a cuestas. Se hallaban en medio de un campo, se escuchaban a lo lejos grillos y otros animales nocturnos que hacían que la escena fuera más escalofriante. Victor se preguntaba si esos serían los últimos minutos de vida que tendría y se lamentaba. Se lamentaba de no haber vivido, de haber estado metido en libros y en su trabajo. Se lamentaba no haber abierto su corazón a alguien pero por sobre todo, se lamentaba no haber amado de verdad.
Lentamente lo llevaron hacia la cima y lo colocaron al ras de un acantilado. Podía ver gracias a los rayos selenos la frondosidad de los árboles abajo. Tan tranquilos e inamovibles. Muy diferentes a como se encontraba en esos momentos su corazón.
―Recuerda bien esta fecha, Nikiforov―le dijo el hombre de los dientes de oro―: Es el día de tu muerte…
Tras él se encontraba el acantilado y abajo lo esperaba vegetación y árboles que probablemente le arrebatarían la vida si caía mal. Pero era su única opción.
Sudor y lágrimas caían por su rostro. No quería morir. No ahora. No justo cuando se había dado cuenta que no había valido la pena no haber vivido de verdad.
El hombre levantó la pistola que tenía en la mano y apuntó a su corazón. No había otra forma de escapar. Se le acababa el tiempo y no tenía modo de pensarlo más. Victor cerró los ojos y por primera vez en su vida creyó ser capaz de decidir si morir en ese momento o no. Cuando el hombre iba a tirar del gatillo se tiró hacia atrás, en caída libre, sin tener brazos y piernas libres para protegerse.
La caída pareció durar toda una eternidad. Abrió los ojos mientras caía y veía a la luna, tan serena arriba en el firmamento. No escuchaba nada aunque podía ver a los hombres allá arriba lanzando improperios.
Después de eso sintió el efecto del golpe. Primero chocó contra algunas ramas de árboles que amortiguaron la caída, pero al sentir el suelo que lo dejó sin aire, se dio cuenta no era una superficie plana y que su cuerpo empezaba a rodar, cada vez con más velocidad.
Al principio le dolió hasta la punta de los cabellos pero poco a poco, mientras rodaba como bola de nieve en medio de una avalancha, el dolor había desaparecido y había sido reemplazado por una sensación de letargo. Se sentía irreal y sin cuerpo. Todo parecía suceder en cámara lenta y de pronto se detuvo, se detuvo el instante suficiente como para mirar nuevamente la luna y cerrar los ojos.
Aquellos ojos que parecían que no volverían a abrirse más.