La sonrisa se le congeló en los labios. El nombre de Yuko cayó como un proyectil frío sobre su pecho y vació sus pulmones de aire mientras las imágenes pasaban ante sus ojos. Yuko asustada y sola en las cuarentenas, agonizando, mientras ella seguía con el antídoto en la mano. El dolor en su nucaSigue leyendo «Capítulo 35: Cacería I»