Vicder intuyó al taumaturgo antes de verlo, como una serpiente que se adentraba en su cerebro. Que la exhortaba a dejar de huir. A quedarse quieta y dejarse capturar. Su pierna derecha obedeció; la izquierda siguió avanzando. Profirió un grito y cayó de rodillas. El hombre inconsciente -¿Volk?- estuvo a punto de aplastarla antes deSigue leyendo «Capítulo 41: Acorralados»