Recuerdo que era jueves.
A través de la ventana vi que las nubes se extendían de canto a canto por el lago, como pocas veces pensé en dios y decidí orar, fue una escueta oración aprendida de mi madre que repetí con rapidez con la única intención de extraer un milagro a ese cielo que me miraba con indiferencia. Pedí por Yuri y durante algunos segundos imaginé que esas palabras sí habían sido escuchadas.
Al borde del mediodía salí de mi habitación respondiendo al llamado de Ivana que me esperaba en el pasillo, respondió mi saludo, me dijo que Yuri me necesitaba y que su terapia contra el dolor ya había terminado. Ella estaba lista para salir con un vestido de lana que resaltaba su delgada figura y un pesado abrigo, tenía una reunión importante con los médicos de Yuri para decidir si sus últimos días los viviría en un hospital o en casa.
Yuri había sido claro al respecto.
─¡No iré a ningún puto hospital! ¡Entendiste, mamá!
El abuelo respaldó su decisión. Yo solo agaché la cabeza pues mi opinión no tenía importancia para aquella hermosa mujer de cabellos dorados.
Ingresé a la habitación de Yuri y de inmediato él me alcanzó un móvil. Con una sonrisa cargada de malicia me pidió que llamara a “la bruja”, es decir Mila. Él la llamaba así porque a veces se ponía algo pesada con sus recomendaciones y cuidados, yo pienso que ella era una mujer que podía embrujar a cualquiera con sus encantos y su bondad.
─Ahora tengo que firmar unos documentos con mi representante. —Mila parecía estar caminando dentro de un corredor concurrido—. Otabek dile a Yuri que estaré allí después del almuerzo. ─La cálida voz de Mila contrastaba con el ambiente frío de esa mañana.
Apenas terminó la llamada, la encargada de la limpieza ingresó portando una caja de regular tamaño que dejó sobre la cama de Yuri. El tigre miró con gran entusiasmo la que era su última adquisición por internet y con un gesto amable agradeció a la joven. Ella salió de la recámara y Yuri abrió el paquete con la mayor prisa que le permitieron sus delgadas manos.
Extrajo de la caja una tenida muy particular. Un grueso abrigo térmico de color negro, un uniforme para esquiar de tono azul eléctrico y una cafarena sintética negra. Tiró la caja al piso y de inmediato se propuso bajar de la cama.
─Tenemos que aprovechar este tiempo, mi madre no llegará hasta las cinco o seis de la tarde y mi abuelo me ha prometido cumplirme un deseo. ─Yuri sonreía muy feliz─. Vamos Beka, ayúdame a cambiarme rápido antes que venga la bruja.
Al inicio no entendí lo que estaba haciendo, pero me quedé callado porque no quise contrariarlo así que me encargué de bañarlo. Cuando mis manos repasaron su cuerpo con el jabón noté que la delgadez de Yuri era extrema. Casi no comía porque según él toda la comida le sabía a “mierda”, solo se sostenía con los batidos enriquecidos con proteínas y vitaminas que debía consumir seis veces al día. Para esa mañana, Yuri pesaba treinta y nueve kilogramos.
Lucía todo el tiempo cansado y tenía mucha dificultad para respirar, se veía agitado y por momentos inspiraba con fuerza como queriendo llenar sus pulmones de aire, solo que, cuando lo hacía por lo general terminaba tosiendo o ahogándose. Podía verle las costillas y todas las vértebras de la columna y aunque todavía se sostenía firme, por momentos necesitaba algo de apoyo para poder cambiar de posición dentro de la bañera, debido a la sensación de dolor que parecía apoderarse de su cuerpo con más frecuencia. Delgado, delgado al extremo tanto que sus mejillas se hundían y su mentón se afilaba cada día más. Yuri solo era ojos esmeralda y melena rubia.
No tardé demasiado en bañarle y secarle con mucho cuidado para evitar que en su cuerpo se presentase un hematoma. Cualquier tope de más le provocaba una ligera hinchazón en la piel que conforme pasaban las horas se tornaba violácea. Sequé también su cabello y lo peiné en una trenza, me fue difícil acomodar los mechones rebeldes de los lados que se negaban a estar quietos. Lo llevé en brazos a la cama para ganar tiempo y como si fuera un niño pequeño lo cambié con toda la ropa abrigadora que Yuri escogió. Cuando terminé, Yuri parecía un gatito empaquetado. Tuve que ponerle doble media para que sus botas de invierno le calzaran bien. Algo de perfume de almendras para complementar su figura. Me alejé para mirarlo mejor y su sonrisa relajada me llenó con un sentimiento de plenitud y satisfacción.
Me acerqué y con gran cuidado rodeé su cuerpo con mis brazos. Lo sostuve pegado a mí por varios minutos y cuando nos separamos un poco besé sus labios con toda la suavidad que pude. Yuri parecía una bella muñeca de porcelana que con cualquier movimiento brusco podría romperse. Para ese momento tomar su mano y rozar sus labios con los míos era suficiente.
Mila ingresó en la habitación y nos encontró en medio de un nuevo abrazo. La miramos caminar hacia nosotros y la acogimos en ese nido caluroso y lleno de amor que habíamos formado entre los dos.
─Ya estoy aquí, Yuri… ¿ahora me quieres decir para que me hiciste salir con tanta prisa de la compañía de una reunión? ─Mila intentaba limpiar la mancha de carmín que dejó en la mejilla de Yuri.
─Quiero que me ayuden a convencer a mi abuelo para que me deje salir en el auto a dar un paseo. ─El pequeño tigre nos sostuvo de los brazos y comenzó a avanzar hacia el pasillo─. Si sigo aquí un minuto más no pasaré de esta noche.
Se atrevió a bromear con un tema tan difícil y doloroso. Mila y yo nos miramos con extrañeza y no pudimos decir nada más. Entonces comencé a pensar en el argumento que debíamos decirle al abuelo Nicolai para que diera el visto bueno a ese plan.
─Abuelo te lo prometo solo veré la ciudad desde el coche.
─Tu madre se enfadará mucho conmigo si algo te pasa. —El anciano nos miró por encima de las monturas de sus lentes y nos apuntó con el índice—. Y tendrá razón.
─No pasará nada, solo quiero recorrer Moscú. —Yuri sostenía la manga de aquel sacón de invierno que llevaba puesto el abuelo—. Mira, Gunter manejará muy lento y podré mirar todos los detalles.
─No creo que puedas recorrer toda la ciudad. —El señor Nicolai todavía mostraba dudas en sus ojos, pero comenzaba a ceder.
─Está bien, solo iremos a los sitios más importantes y bonitos. —Yuri parecía conocer muy bien a su abuelo y rogaba mirándolo a los ojos—. Por favor abuelo di que sí.
Los ojos de Yuri brillaban con intensidad y con su rostro de niño bueno convenció al abuelo Nicolai sin más trámite. El hombre se quitó la bufanda y la enredó en el cuello de Yuri. Yo le puse la máscara medicada sobre nariz y boca y Mila le acomodó la capucha del abrigo. Antes de salir hacia el auto, el abuelo nos advirtió con severidad.
─No debe salir del coche y ni siquiera deben bajar las ventanillas. Está haciendo mucho frío ─lo dijo dos veces. La primera en ruso que pude entender a medias y la segunda en inglés que también entendí a medias.
Al ver a Mila asentir ante sus palabras solo me quedó imitarla y salir a toda prisa hacia el coche para evitar que el frío vientecillo de otoño golpeara con sus improvisadas ráfagas el rostro de mi pequeño tigre.
Salimos de la mansión cerca de las tres y los árboles de la alameda parecían decirnos hasta pronto moviendo sus ramas que desprendían las hojas amarillas con las que regaban las veredas y pistas de la ancha avenida.
Yuri sonreía. Podía verlo en sus ojos. Sus párpados teñidos de azul se abrían por completo contemplando cada detalle del paisaje, cada persona que pasaba junto al auto, cada letrero publicitario y cada monumento que se erigía en las plazas y parques. Yuri los miraba como si fuera un niño pequeño que por primera vez llega a una gran ciudad, con el rostro pegado a la ventana y el silencio absoluto de la contemplación. Mila y yo nos limitábamos a responder sus preguntas cuando veía alguna novedad.
Tras salir del área residencial, el coche se enrumbó hacia el corazón de Moscú. Por algún motivo allí era el punto donde la voluntad de Yuri quería llegar.
Sin mucha prisa el auto nos condujo por las anchas avenidas hasta entrar a centro vital de la gran ciudad, pasamos cerca de la Torre de la Trinidad e ingresamos a la vía que lleva directamente al Kremlin, llena de turistas que posaban para sus cámaras fotográficas o filmadoras y que no dudaban en tomarse decenas de selfies. Los moscovitas caminaban a toda prisa a sus destinos casi sin detenerse.
Llegamos a la Plaza de la Catedral y quedé maravillado al ver las iglesias situadas en este monumental lugar. Yuri observaba en silencio cada detalle de las calles y las plazas que en años anteriores había recorrido sin interés, mientras Mila me explicaba que esos templos pertenecían a la religión ortodoxa rusa y que se puede considerarla como la cuna de los zares.
Luego pasamos por la Plaza Roja, impresionante y emblemático lugar, lleno de históricos monumentos. Por un instante el auto paró y pudimos apreciar la bellísima Catedral de San Basilio y a los cientos de visitantes que a esa hora poblaban el lugar. Mila volvía a ser mi guía y me decía que fue construida por Iván el Terrible y que su torre central está rodeada de diez cúpulas de diferentes tamaños y colores.
─Joven Yuri, ¿desea que paremos un momento aquí? ─El chofer abrió la pequeña ventana que lo aislaba de nosotros.
─No, continúa el recorrido, quiero verlo todo Günter. —Yuri volvió a callar y pegar su rostro en la ventana. Noté en el reflejo que estaba muy triste, Mila y yo nos miramos e intentamos llamar su atención, pero como no nos hizo caso volvimos a observar los monumentos y avenidas que se presentaban frente a nosotros como coloridas y bellas estampas del frío Moscú.
De improviso, Yuri se incorporó y, mediante el auricular del teléfono del coche, pidió al chofer que nos acercara hacia un lugar maravilloso lleno de vida, color y alegría.
El parque Gorki que está ubicado a lo largo del río Moskva, no muy lejos del centro de la ciudad. Paramos en la entrada principal que nos dio la bienvenida con su blanca monumentalidad, adornado de placas que nos hicieron recordar que fue construido en honor al célebre escritor Máximo Gorki.
Un lugar de ensueño que mostraba monumentos, plazas, juegos recreativos, amplias avenidas y alamedas, fuentes de agua, jardines impresionantes, lagunas y espacios para el deporte. Y por supuesto verde, mucho verde, árboles que en todo lugar brindaban sombra y abrigo a sus visitantes.Las canciones que nombran este lugar no hicieron mérito a su grandiosidad y hermosura.
El auto se detuvo cerca de la puerta para que siguiéramos admirando la grandiosa entrada cuando de pronto Yuri abrió la puerta y salió a prisa hacia la vereda. Fue una decisión tan imprevista que nos tomó por sorpresa. Mila y yo lo seguimos intentando hacerlo volver al coche, pero él no se detuvo, caminó por la berma central rumbo a la entrada. Lo único que nos quedó fue tomarlo de los brazos y caminar junto a él.
Anduvimos sin prisa apreciando el lugar y encontrando a cada paso personajes interesantes: un mimo que simulaba estar atrapado en una caja. Dos hombres disfrazados de payasos que se movían en unos enormes zancos, varios arlequines ataviados con trajes carmesí que saltaban a nuestro alrededor, unas danzarinas que traían puesto unos gruesos sacos y unas diminutas faldas bailaban entre la gente entregando volantes que promocionaban un montaje para esa noche. Muchos payasos, hombres y mujeres disfrazados de trajes brillantes que caminaban haciendo malabares. Los tres reímos mientras seguíamos nuestra caminata por la alameda y el coche nos seguía en marcha lenta por la avenida.
De pronto, frente a nosotros se presentó un hombre alto vistiendo una túnica negra con capuchón y una guadaña… la muerte. Nos quedamos paralizados, no dijimos nada, solo lo miramos con mucho miedo. Y no era el temor infantil ante esa figura que hace estremecer a cualquiera, era el temor que se nos introdujo hasta en los huesos ante el significado de su aparición. Nos recordaba que el tiempo se acortaba y lo frágil que era la vida de Yuri. Retrocedí un par de pasos y apreté el brazo de mi amado Yuri, Mila hizo lo mismo; sin embargo, la cantidad de gente que estaba a nuestro alrededor nos obligó a quedamos quietos hasta que el último arlequín desapareció entre los árboles. Elevé la mirada y vi que comenzaban a caer pequeñas chispas heladas, era extraño, aún no estábamos en invierno, pero ese día cayó una ligera nevada sobre Moscú.
—Yuri entremos al coche. —Sabía que ya era riesgoso permanecer allí.
—No, quiero caminar un poco más, Beka. —El tigre comenzó a avanzar y jalarnos junto con él.
—Yuri no puedes exponerte tanto, hace mucho frío. —Mila intentó hacerle recapacitar.
—Déjenme disfrutar de este lugar, de esta tarde, de la gente. —Los suplicantes ojos de Yuri nos llenaron con sus destellos—. Déjenme sentir un poco de nieve sobre mi rostro, caminemos un poco más… vivamos juntos… este momento…
Sentí que mi pecho encarcelaba a mi corazón. No podíamos negarle ese pedido a un condenado, así que, tomamos nuevamente a Yuri por los brazos y caminamos en medio de la gente, sintiendo esa fina nevada, contando los pasos, escuchando el sonido de nuestras respiraciones, viendo el vapor de nuestro aliento salir y convertirse en nada frente a nosotros. Escuchamos los sones de guitarra de unos músicos callejeros, sentimos el aroma de los árboles que se mecían con el viento y seguimos aplastando las hojas secas que se iban humedeciendo.
Vimos a los niños correr locos de contento bajo las chispas heladas y a las madres apresurar el paso tras de ellos, las parejas caminaban tan lento como podían regalándose besos. La respiración de Yuri era agitada bajo la máscara que le cubría el rostro, pero sus ojos emanaban felicidad. Nos jalaba y nosotros caminábamos a ritmo sin detenernos. Levantaba la mirada cada diez o quince pasos y reía al sentir las chispas heladas estrellarse contra su rostro y cabello.
Yuri estaba empeñado en continuar esa aventura hasta el final.
─¿Saben qué quiero ahora? ─No dejó de caminar mientras comentaba con voz cansada ─Quiero correr, no… quiero tener alas y volar, quiero abrazar ese árbol. ─Con pasos imprecisos alcanzó el tronco de un abeto y lo abrazó descansando su rostro sobre la áspera superficie─. Quiero mojar mis pies en esa fuente, quiero ver el río. Estamos aquí y ahora y solo tenemos este tiempo para nosotros y no quiero que el tiempo se termine. Quiero seguir caminando a vuestro lado, quiero que me sigan sosteniendo, quiero que me sigan amando siempre… quiero que nunca me olviden…
─Yuri jamás te olvidaremos, te amamos tanto que siempre estarás aquí ─Mila puso su mano cerca del corazón mientras las lágrimas invadían sus párpados─ ¿No es así, Beka?
Jamás olvidaríamos a Yuri, como jamás olvidaríamos que caminamos por el parque Gorki en medio del frío, de la nevada, los músicos y los payasos.
─Yuri cómo podría olvidarte. ─Tuve que resistir mis ganas de gritar y estrellar mis puños contra los muros de la ciudad─. Siempre vivirás en mí… porque te amo.
Llegamos al final de la alameda principal del parque, Yuri perdió el paso y se desvaneció. Yo lo sujeté entre mis brazos. Su rostro mostraba acalorado y rojizo. Lo cargué de regreso hasta el coche que esperaba por nosotros con la puerta abierta. Mila y yo lo acomodamos sobre nuestros regazos hasta que llegamos a la mansión.
En la sala de recepción nos esperaba Ivana. Estaba bastante enfadad con los tres. Al vernos entrar nos miró con furia, pero no dijo nada porque yo tenía a Yuri entre mis brazos. Con un ademán señaló las escaleras y sin perder un segundo lo llevamos a prisa hasta su dormitorio.
Ivana subió tras nosotros taconeando con fuerza y refunfuñando palabras que yo intentaba descifrar sin éxito. Cuando dejé a mi tigre sobre la cama, él intentó hacerme quedar tomándome de la mano, pero su madre se acercó y de inmediato comenzó a sacarle la ropa húmeda mientras nos pedía que saliéramos de la habitación. Yuri se quejaba quedito mientras su madre le ponía una remera y la gruesa pijama de algodón, se quejaba porque no podía evitar que su cansado y enjuto cuerpo le doliese. La terapia alternativa tampoco estaba dando los resultados que todos esperábamos.
Después de media hora en la que el mayordomo nos sirvió chocolate caliente con pasteles por órdenes del abuelo Nicolai, pudimos entrar de nuevo en su habitación, con las cabezas gachas y las miradas temerosas. Mila corrió hacia la cama de Yuri, pero yo tuve que enfrentar los ojos encendidos de su mamá, que me sujetó con fuerza del brazo y me llevó hasta el pasillo.
—Beka, no fue nada responsable de tu parte permitir que Yuri salga de la casa y llegue en ese estado. ¿Es así como quieres cuidarlo? —Estaba en verdad muy enfadada, sin embargo, supongo que comprendió el temor en mis ojos y bajó el tono de su voz—. Te pido que no vuelvan a salir, incluso si Yuri te pide ir al jardín no lo permitas, cualquier pequeño cambio de temperatura podría afectarlo tanto, que no podrá luchar contra una bacteria o virus que flota en el ambiente. — Aunque la madre de Yuri me hablaba calmada, su mirada seguía teniendo ese matiz de enfado extremo—. ¿Quieres que su partida se adelante?
Ivana Plisetskaya tenía razón, fue una torpeza haber dejado que Yuri saliera y se expusiera a ese clima severo; pero también era cruel encerrarlo en esa habitación, sobre todo cuando su mirada se perdía en el horizonte cada que se ocultaba el sol.
Adelantar su partida o dejarlo vivir como él quería. Hasta ahora me pregunto ¿qué era lo mejor para Yuri?
En ese momento agaché mi cabeza y escuché en silencio las posibles causas de muerte en pacientes terminales por descuido y sentí que me merecía la reprimenda que la madre de Yuri me dio. Al ver que las lágrimas acudían a esos ojos enfadados comprendí que Ivana estaba aterrada y que si podía arrancar un minuto más al tiempo para dárselo a Yuri lo haría. El sermón no fue tan severo después de todo.
Cuando Ivana terminó de alzar sus manos hacia la cabeza, de apuntarme con sus índices y de poner énfasis en sus órdenes, me sentí culpable, pero en el fondo de mi mente escuché una voz que decía que ese día fue muy especial para Yuri y que los tres aventureros siempre recordaríamos el corto paseo por Moscú, el aroma de los abetos en otoño y la nevada en el Gorki Park.
