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14. Estar allí para él – Al final del verano


─Mamá antes que me convierta en un zombie quiero visitar a mis maestros y compañeros del conservatorio, por favor no pasará nada solo será una hora. ─Usando solo las palabras, Yuri no era un buen negociador y si no lograba hacer que Ivana aceptara algo con sus argumentos o con un simple puchero, lo hacía mostrando su enfado hasta lograr que su rostro se encendiera como brasa.

─No Yuri, una visita al conservatorio sería demasiado para ti, además ya comenzó a sentirse el frío con más fuerza. ─Ivana no estaba dispuesta a ceder ante aquel niño caprichoso.

─¿Qué hay de aquello que dijeron los médicos? Eso de permitirme hacer todo lo que yo quisiera mientras pudiera hacerlo. ─Yuri la miró desafiante y ella tampoco bajó su mirada de autoridad.

─Debes hacer solo aquello que puedas, tu salud ya no es la más óptima para salir de improviso y con este clima. ─Ella sujetó el termómetro e instó a Yuri a que abriera la boca para tomar su temperatura.

─Mamaaaá solo serán unos minutos…

─He dicho que no, Yuri. ─Le puso el delgado dispositivo de vidrio bajo la lengua y se quedó con los brazos cruzados observando con gesto severo las muecas que Yuri hacía.

Las discusiones entre Yuri y su madre eran momentos muy difíciles para mí porque no sabía qué hacer, en especial si estaba en medio de los dos. Los dos tenían el mismo carácter y no lograban ceder con facilidad. Felizmente Potya sí sabía qué hacer y soltaba un sonoro maullido extraño llamando la atención de todos o se acercaba a mí y se frotaba como queriendo distraerme, ese gato era sabio.

─Ivana… el profesor Vasíliev está al teléfono. ─El abuelo de Yuri ingresó a la habitación y pude entender con más claridad lo que le decía a su hija.

Cuando ella salió de la habitación, el abuelo se acercó muy feliz a Yuri y, acariciando su cabeza, le dijo en voz baja:

—No te preocupes Yura, todo ya está arreglado para que mañana visites tu antigua escuela.

Yuri levantó los pulgares en silencio y los tres sonreímos cómplices de esta pequeña travesura del abuelo Nicolai. Unos minutos más tarde Ivana ingresó algo molesta y observando el tiempo en su reloj sacó el termómetro de la boca de Yuri, se puso a revisarlo en silencio, lo sacudió, limpió y guardó en su estuche.

─Tu abuelo y tú se salieron con la suya, mañana iremos al conservatorio, pero con una condición Yuri Plisetsky: seré yo quien escoja la ropa con la que te vestirás. ─Acarició con suavidad la mejilla del tigre y éste no pudo evitar rodar los ojos. Tras unos segundos de miradas cálidas, la dama me hizo una señal para que la siguiera.

En el pasillo me pidió que la acompañara a una compañía especializada en aparatos ortopédicos para comprar una silla de ruedas. En ese momento, Yuri no podía sostenerse en pie por mucho rato y yo tenía que cargarlo a donde él quisiera ir. Su debilidad iba en aumento y para mí no me era molesto tomar en brazos a mi dulce Yuri y llevarlo a donde él quisiera, pero Ivana deseaba que su hijo entrara con orgullo a su antiguo lugar de estudios, por eso se propuso comprar la silla de ruedas.

─Tú eres casi tan joven como él, podrías dar un criterio adecuado para comprar el aparato y como estás al tanto de todas sus necesidades y tu ayuda será importante para que podamos transportarlo, así que me dejaré guiar por tu criterio. ─Sonrió y acomodó tras la oreja el mechón de cabello que cubría su rostro.

─¡¡¡Mamá!!! ─Yuri gritó desde su cama. El muy ladino nos estaba escuchando con atención─. ¡Yo también quiero ir a comprar la silla!

─Yuri no puedes salir, si ahora te pones mal no podrás ir al conservatorio mañana. ─Ivana ingresó haciendo sonar con fuerza los tacones sobre el piso enmaderado y volvió a mostrarse muy seria.

─Pero seré yo quien use la silla y no Beka así que quiero ser yo quien la pruebe. ─Yuri comenzaba a mostrar la frustración en su mirada y su rostro volvía a encenderse.

Así que le hice unos pequeños gestos para que cambiara de actitud, gestos que él interpretó de inmediato.

─Vamos mamá, iremos de compras después de mucho tiempo tú y yo, será divertido ¿sí? ─ Él suplicaba como niño pequeño y yo levantaba el pulgar cada vez que él acertaba en el tono de su voz.

─Está bien, pero seré yo quien te vista y te peine. ─Ivana giró un poco la cabeza, me miró de reojo y sentenció con malicia─. Y tú deja de hacer gestos con tus manos a mis espaldas.

Yo me puse colorado y comprobé que las madres tienen ojos en la nuca. Yuri se rio al verme en tan vergonzosa situación e Ivana me pidió que le diga al mayordomo que el chofer debía tener el coche listo en el frontis de la mansión para que vayamos a ver las sillas.

Cuando Yuri estuvo bien cambiado y cubierto con un grueso abrigo de plumas, Ivana nos llamó y junto a ella bajamos en el ascensor. Yo sostenía a Yuri entre mis brazos y él me hacía cosquillas en el cuello con sus dedos disimulando la mirada y escondiendo su sonrisa. Yo solo procuraba aguantar el suave toque, mientras Ivana hablaba por su celular.

En la puerta de la casa nos sorprendió la presencia del abuelo Nicolai. Muy bien vestido, con su traje oscuro, abrigo grueso de tono gris, gorra y guantes, esperaba junto a la puerta del auto. Subimos los cuatro y nos dirigimos rumbo al barrio de Présnenski para visitar la empresa especializada en la venta de sillas de ruedas.

Al ingresar en el lugar comprobamos que era una casa particular de tres pisos con un frontis adornado con extraños querubines. El lugar era enorme, además tenía un gran jardín delantero lleno de “romashkas” o flores de manzanilla, pequeñas y aromáticas, que nos dieron la bienvenida. Caminamos por veredas relucientes y tras los cristales pudimos ver un enorme patio en la parte trasera. Un amable hombre como de cincuenta años con barba larga y cabeza calva nos atendió. Mostró todos los modelos de sillas y Yuri se acomodó en dos de ellas.

Las probó con cuidado. En un principio no sabía cómo manejarlas por lo que tuve que empujarlo de sus manubrios. Pero el tigre no estaba contento, con la mirada fija repasó con detenimiento todos modelos existentes hasta que divisó uno muy llamativo.

─Esa es una silla heavy para pesos mayores a los cien kilogramos. ─El buen hombre trataba de explicar que Yuri se perdería en la silla, pero el tigre la encendió sin problemas y se acomodó muy feliz. Tomó el control y comenzó a avanzar y retroceder en el pequeño espacio que dejaban las demás sillas.

El vendedor explicaba a Ivana y al abuelo que una silla estándar sería más que suficiente para el tigre y mientras ellos preguntaban al vendedor sobre otros modelos, Yuri empezó a jugar con la silla motorizada hasta que se encontró frente a la puerta que salía al patio trasero de la casa y aceleró a toda velocidad.

Tras de él, el vendedor e Ivana corrieron presurosos, pero Yuri siguió avanzado y haciendo piruetas con el aparato.

─¡Yuri Plisetsky detente! ─Ivana no sabía si molestarse o taparse el rostro avergonzada por la conducta traviesa de su niño.

El vendedor intentaba explicar el uso de los controles y Yuri riendo a todo pulmón seguía maniobrando el aparato por el callejón que llevaba al jardín exterior.

─¡Beka detenlo por favor! ─Ivana me jaló de la mano y me empujó para que hiciera algo. Me interpuse entre Yuri y el callejón por donde volvía a entrar y antes de llegar junto a mí, con toda la habilidad del mundo, se dio media vuelta y volvió a salir con la silla.

Me mordí los labios para no echar a reír, mientras que tras de mí Ivana levantaba su bolso y amenazaba con darle cien castigos al tigre travieso y desconsiderado que daba vueltas en todas las veredas del jardín exterior.

El abuelo Nikolai reía con la escena con tanto entusiasmo que no pude aguantar más la risa. Ivana se detuvo en medio del jardín algo cansada de perseguir a Yuri, éste retrocedió y paró la silla muy junto a su madre, tomó su mano la besó y con gran determinación le dijo.

─Esta mamá, ésta es la que yo quiero. ─Sonriente le miró y ella le pellizcó con suavidad la punta de la nariz. Con gran sentimiento lo besó en la frente y le dijo al vendedor que esa sería la silla que nos llevaríamos esa tarde.

El hombre entonces ordenó a sus ayudantes desempacar una nueva silla de ruedas y armarla, la que usaba Yuri era solo una de exhibición. Mientras alistaban los papeles y acomodaban el aparato en el coche, Yuri siguió dando vueltas por el patio. Se paró junto a mí, me dio la mano y apoyándose en mi barco se bajó de la silla y le dijo al abuelo que la probara. El anciano se sentó y con mucho cuidado maniobró un poco los controles, los tres reímos porque el abuelo no quería imprimir mucha velocidad.

─Vamos abuelo tú manejas el coche mejor que eso. ─Yuri era implacable.

Luego me pidieron que yo lo hiciera y en seguida di un par de vueltas en ella, tenía el asiento bastante amplio y cómodo como también el espaldar. Se sentía muy sólida y segura. El motor no era tan ruidoso y las llantas tenían buen agarre.

Desde ese momento la silla pasó a formar parte de nuestras tardes y nuestros juegos. Incluso Potya la aprobó, porque cuando yo acomodaba a Yuri sobre la silla y lo cubría con una manta gruesa para salir al jardín de la casa, el pequeño gato se subía sobre su regazo y se acomodaba muy feliz y relajado.

Yuri solo dejaba la silla cuando tenía que acostarse o cuando contemplábamos el atardecer desde su ventana, echados sobre el diván que Ivana dispuso para que pudiéramos acomodarnos los tres. Yo me sentaba primero, luego Yuri se acomodaba entre mis piernas y reclinaba su cabeza sobre mi pecho y Potya junto a nosotros o a los pies del tigre, moviendo las orejas aunque estuviera dormido.


Al día siguiente Yuri vistió un elegante traje de color hueso sobre una chompa de cuello alto en tono verde olivo, que disimulaba en algo su extrema delgadez. Los maestros del Conservatorio de Moscú, una de las escuelas más prestigiosas y centenarias del país, recibieron con mucho cariño a su querido alumno, que muy emocionado avanzó en forma lenta hacia ellos en su recién estrenada silla de ruedas.

Todos le dieron la mano y con cariño sostuvieron sus hombros. Luego algunos de sus compañeros de estudios, muchos de ellos ya mayores de edad y algunos muy jóvenes y talentosos como Yuri, lo saludaron. El tigre se perdió por unos instantes entre los abrazos y las bienvenidas.

Después, todos pasamos hacia uno de los salones del Conservatorio donde la mayoría de los alumnos ensayaban para sus conciertos. El elegante lugar había sido acondicionado con sillas talladas con tapiz color arena que fueron ocupadas de inmediato por alumnos y maestros. En el escenario, un gran piano de cola de color negro esperaba por Yuri.

Todos tomamos asiento y pronto ingresó en el recinto la egregia figura de una de las docentes más destacadas y más temidas del lugar: Lilia Baranovskaya. La misma dama que vi visitar a Yuri algunos días.

Junto a ella ingresó Mila, traía puesto un traje muy elegante de color perla, así que Yuri y ella parecían estar uniformados. También traía entre manos un hermoso y reluciente violín.

─Los dos son los mejores alumnos que Lilia ha tenido hasta ahora y siempre fue muy exigente con ambos, por eso es que se conocen tanto y han estrechado sus lazos de amistad con Mila ─Ivana me explicó en voz muy baja mientras la maestra vestida con traje en tono canela abrió las partituras y las acomodó en los respectivos atriles.

─¿Mila no estudió piano? ─Fue una sorpresa para mi verla acomodando el violín sobre su hombro.

─Se inició con el piano, pero luego se enamoró del violín; toca muy bien los dos… ─Ivana me hizo una señal de silencio con el dedo sobre sus labios y todo quedó listo para escuchar el pequeño recital de los dos mejores alumnos de la gran maestra.

Con gesto serio, la dama les dio las instrucciones. Ivana comentó que la maestra Baranovskaya tenía la misma actitud cuando les hablaba y corregía desde que ellos eran pequeños. Lilia discutió un par de asuntos más con sus pupilos y de inmediato se dispuso a dirigirlos.

Los dos observaron la señal de la maestra y las Cuatro Estaciones llenaron el ambiente con los alegres y enérgicos compases y la vitalidad de su melodía. Al verlos interpretar juntos la Primavera de Vivaldi supe por qué habían sido presentados por otro de los músicos del conservatorio como los mejores alumnos de la gran maestra Baranovskaya.

Terminada la ejecución de la primera obra se abrió paso las primeras notas de “Las Voces de la Primavera” de Strauss, que Yuri interpretó magistralmente y Mila acompañó con tonos suaves. Para terminar los dos juntos con el Valse Sentimentale de Tchaikovsky que dejo a todos con expresiones de dulzura y plenitud.

Yuri no había perdido el mágico toque de sus expertas manos, ni ese dominio pleno del escenario o la entrega absoluta al ritmo y melodía que lo convertían en un genio. Sus maestros y sus compañeros se pusieron de pie para aplaudir y el tigre retribuyó esas muestras de cariño con una gran sonrisa. Apoyándose en Mila, se acercó al borde del escenario, esperó que dejaran de aplaudir y con voz temblorosa pronunció unas cuantas palabras.

─Gracias por todo, maestros y compañeros… perdónenme si no pude acompañarlos a las presentaciones que habíamos programado. ─Agachó la cabeza y con gran humildad volvió a pedir perdón─. Perdonen mi mal carácter, mi terquedad y las bromas que les hice, no quise jamás hacerlos enfadar.

Tomó la mano de Mila se inclinó despidiéndose mientras la sala otra vez estallaba en aplausos y Lilia Baranovskaya secaba las lágrimas de su rostro.

Mi corazón se rompía una vez más al ver esa despedida y me preguntaba cuántos fragmentos tendría que recoger para volver a mi vida cotidiana, estaba seguro que serían miles. Yuri caminó con gran lentitud hacia las gradas y corrí para ayudarlo a bajar.

En pocos segundos, todos los presentes se habían congregado a su alrededor, sus manos y sus sonrisas fueron la mejor muestra de cariño sincero. Algunos escondían las lágrimas, otros no; pero todos de alguna manera mostraban su alegría para que el tigre se sintiera acogido y acompañado en ese Conservatorio que desde muy pequeño fue su segundo hogar.

Luego salieron hacia el patio central de la centenaria construcción donde se tomaron decenas de fotografías para recordar ese momento tan especial.

Una de ellas es la que más atesoré siempre. La gran maestra estaba acompañada por sus dos alumnos ubicados entre los dos anchos pilares de la puerta principal del Conservatorio. Cuando terminaron de hacer las tomas los atrajo con un gran abrazo y besó sus mejillas con el amor que solo una madre lo haría. Ivana se sumó al grupo y los tres mejores alumnos de Lilia Baranovskaya quedaron retratados para siempre en esa imagen. Esa es la imagen que conservo en la repisa principal de mi hogar. Aquella que he observado cada vez que busco inspiración.

Esa mañana Yuri brilló como una estrella y compartió con esos músicos de renombre su alegría y sus conocimientos. El abuelo y yo quedamos algo relegados en medio de toda esa algarabía, hasta que Ivana nos llamó y presentó. No sé exactamente que dijo de mí, pero muchas chicas se acercaron y el tigre me miró con suspicacia. Yo solo me quedé muy quieto y respondí con monosílabos lo poco que podía entenderles.

Ivana me miraba y miraba a Yuri y parecía estar sonriendo. Pensé que era una pequeña vendetta por haberla hecho enojar el día anterior. Una vendetta que duró hasta que el abuelo Nikolai vino a rescatarme y me pidió que acomodara a Yuri en la silla de ruedas.

Fueron momentos inolvidables: la música, el ambiente, las voces, las miradas, la alegría y la pena. Al partir, Yuri miró con nostalgia su antigua escuela y con una triste sonrisa se despidió de ella.


Llegando a casa del abuelo, Yuri manejó con mucha seguridad su silla, se adelantó en muchos tramos y a toda prisa cruzó el corredor que llevaba hacia el ascensor. Presuroso, el mayordomo corrió tras de él y le abrió la puerta. Subió solo hacia el segundo nivel de la casa y yo subí a prisa por las escaleras. Cuando llegué Yuri ya entraba a su habitación. Pensé que necesitaba alguna atención así que entré tras de él.

Cuando lo vi tenía la cabeza gacha y respiraba con dificultad, me acerqué y vi sus lágrimas caer sobre sus manos, me senté en el suelo junto a él y me quedé en silencio a su lado. Recordé las palabras que Bastjin me dijo aquella tarde que pedí su ayuda: “debes estar allí para él”. Lo dejé llorar, le pasé papel tisú y no hice un solo movimiento durante los minutos que nos quedamos quietos en nuestras posiciones.

Cuando el llanto vencía a Yuri él mismo estiró sus brazos y yo me apresuré a recibirlo. Se aferró a mi cuello y lo dejé sollozar hasta que se cansó y su rostro volvió a mostrar ese tono encendido. Noté que la fiebre se apoderaba de su cuerpo una vez más. Parecía estar hirviendo cuando con cuidado lo cambié con sus pijamas y lo recosté, de inmediato la enfermera le puso las vías en la vena y aplicó una inyección y un calmante.

Había sido un día extenuante para él. Ivana entró junto con el abuelo y en silencio se ocuparon de atender a Yuri y a mí me mandaron a almorzar. Una hora después ingresé a su habitación y me quedé en silencio junto a él. En mi mente volví a repasar cada detalle de la visita al Conservatorio y aun sonaban nítidas las notas del piano en mis oídos, aun la figura de Yuri se movía como poseída por la melodía y sus manos presurosas recorrían las teclas con maestría. Cerré los ojos y sin querer me quedé dormido.

Cuando desperté estaba agitado y sentí una leve presión en mi pecho. Enfoqué la vista para ver qué me aplastaba. Era Potya que, con un suave ronquido clavaba sus pequeñas garras en mí, y parecía querer tranquilizarme. No recuerdo lo que estaba soñando, pero sé que me sentía pésimo. Entonces vi a Yuri que me contemplaba en silencio.

─Mi abuelo te puso esa manta y Potya te cuidó toda la tarde. ─Sonriendo estiró su mano hacia mí, yo la tomé con cariño ─Gracias Beka… gracias por estar junto a mí hoy.

Besé su mano, me perdí en su inmensa mirada de musgo, aspiré su perfume a menta, sentí el frío de la tarde y acaricié su alma con la mía.

“Estar allí para él”, charlando o en silencio, jugando con él y consintiéndolo, ocupándome de su cuidado y compartiendo cada minuto del día, esa era la mejor manera de darle valor y de acompañar a mi tigre ruso por ese difícil tramo final del camino que le tocó recorrer.

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Publicado por Marymarce Galindo

Hola soy una ficker que escribe para el fandom del anime "Yuri on Ice" y me uní al blog de escritoras "Alianza Yuri on Ice" para poder leer los fics de mis autoras favoritas y escribir los míos con entera libertad.

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