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Capítulo 22: Previsiones


Era una trampa, ¿qué más razones había para una invitación así? Sin embargo, Víctor no entendía por qué estaba accediendo a dejarse caer en ella como si lo demás no importara. No, sí lo sabía, sabía que más que una trampa, era un reto: estaban picando su ego, jugando con la posibilidad de que se acobardara y, con eso, todos supieran que ellos estaban ganando esa guerra. ¿Tienes el valor de enfrentarte a nosotros? Entonces anda, ven, atrévete a adentrarte a la boca del lobo.

Suspiró exasperado. Siendo otras las circunstancias, se sentiría con mayor confianza al enfrentarse ante su padre y su hermano; ya había ocurrido antes algo similar en el funeral de Sasha, pero también sabía que todo sería diferente tomando en cuenta que a la ecuación se había sumado Yuuri. 

Terminó de atar su corbata y se miró en el espejo: su imagen le pareció disconforme, desde el hecho de que ya no llevaba su cabello largo, ese símbolo de poderío ante su propia libertad, hasta que el traje negro lucía aburrido en él. No se sentía fuerte, fiero, pero huir no era una opción, abstenerse tampoco. 

Solo, como detalle final a su imagen, se aseguró que su cabello estuviera finamente peinado hacia atrás y se colocó un poco de perfume. Después salió de la habitación y fue hasta la de Yuuri. Era hora.

—¿Listo? —preguntó tras tocar a la puerta y escuchar el suave “Adelante” que Yuuri respondió. 

Entró a la habitación y lo encontró frente al espejo: se observaba con una expresión tal vez más disconforme que la suya instantes atrás. Al igual que él, vestía un traje oscuro elegante, de etiqueta, pero en ese momento tenía la parte superior de la camisa blanca desabotonada, lo que permitía que el chaleco antibalas que el chico usaba se viera con detalle. Víctor también llevaba uno. 

—Ah, lo siento. Ya estaba, es solo que… es incómodo. Nunca había llevado uno. —Yuuri lo miró con una pequeña sonrisa nerviosa antes de volver su vista de vuelta al espejo. Se miraba con detalle y movía especialmente sus brazos y giraba su dorso para asegurar su movilidad. Era cierto que se veía incómodo, pues el chaleco le quedaba lo suficientemente justo para que no se notara debajo de su ropa. 

Esa escena, el significado de esas palabras, todo fue como un severo golpe que descolocó a Víctor, pero que lo atrajo a una realidad que había ignorado hasta ese momento. 

—¿Pero qué demonios estoy pensando? —masculló este entre dientes, más como si se hablara a sí mismo que si se lo dijera a Yuuri; no obstante, este había sido capaz de escuchar cada palabra. 

—¿De qué hablas? 

Confundido, Yuuri vio a su pareja acercarse hacia él con movimientos rápidos y bruscos, tomarlo de la camisa, halarlo de ella y después jalar cada extremo hasta que los botones restantes que sí estaban sujetos salieran disparados. 

—¡Hey! ¡¿Qué…?! 

—Quítatelo, no vas a ir. 

Yuuri había dado unos pasos hacia atrás, ahora un poco molesto, hasta que notó que, aunque la voz de Víctor tuvo un tono completo de autoridad, realmente no le estaba ordenando nada… le rogaba. Entonces comprendió qué sucedía. 

—Yo fui el que accedió a ir.

Ciertamente, Yuuri había estado algo sorprendido de que Víctor accediera tan rápido a que lo acompañara. Imaginó algo de negativa de su parte, pero aunque la idea de una trampa había aparecido en su cabeza con un letrero grande y luminoso, tuvo la impresión de que no ir sería peor para ambos. Y que Víctor no se negara a la primera fue la confirmación de ello. 

—No estás listo. Y aunque lo estuvieras, no debería permitirlo. Es un “no”.

Por fin estaba esa contundente negación que Yuuri había esperado desde un principio, pero que Víctor tardara en mostrarla, significaba que él había tenía razón en sus sospechas y que Víctor era consciente de ello: era mejor que ambos fueran. 

—Sé que todo esto puede ser una trampa, soy consciente de ello; pero, Víctor… Tú lo sabes mejor que nadie. Sabes que debo ir. ¿Por qué no te negaste desde un principio, entonces?

Víctor sabía la respuesta con claridad, aunque le costara aceptarlo: al igual que su propia ausencia a la invitación era una clara muestra de debilidad y temor hacia ellos, que se negara a llevar a Yuuri, a exponerlo ante tan evidente peligro, era dejarles claro lo importante que era para él como para no atreverse a mostrarlo. Y era cierto, Yuuri se había convertido en su pieza más importante de vida, y desde aquel incidente de la explosión en el apartamento, vivía aterrado ante la idea de perderlo. Pero… eso era algo que no debía hacer evidente, era una sospecha que no debía mostrar a su familia, porque entonces sabrían que ese era el punto en el cual podrían destrozarlo. Y, para evitar eso, debía exponerlo ante todos como si ese miedo no fuera una realidad. 

Sonaba irónico, absurdo… ¿pero desde cuándo la relación con su familia había tenido algún sentido?


Todos se mantenían en silencio. Christophe estaba tras el volante, como siempre, mientras que Otabek lo acompañaba en el asiento del copiloto; atrás se encontraban los dos Yuri y Víctor. Al final, este último había tenido que tragarse su asqueroso temor y comportarse como era debido, aunque eso no implicaba que ese miedo hubiera disminuido, sino que solo se encontraba oculto bajo mil máscaras de seguridad y arrogancia, ya que eso era lo que necesitaba mostrar al público, sobre a todo a su familia.

La mansión Nikiforov, esa noche, resaltaba como un navío en medio de un mar verde. Intensas luces la rodeaban, como si fuera un deseo claro que, ante todo, aquella edificación destacara entre lo oscuro de la noche y las decenas de hectáreas de pasto y árboles que la rodeaban. Pronto, el vehículo en el cual viajaban tuvo que bajar de velocidad, puesto que una larga fila de quince autos le impedía un avance más rápido. Habían procurado llegar a tiempo para que fuera sencillo camuflarse entre el resto de invitados, pero no habían considerado la fila de espera que podrían encontrar.

De todas formas, esta avanzó con rapidez y, ante el pulso acelerado de todos y el aliento contenido en sus gargantas, la camioneta se detuvo finalmente ante las puertas de la mansión. Un hombre en smoking les abrió la puerta, mismo que se inclinó primeramente en un gesto cortés antes de notar que Víctor era una de las personas que descendían. Fue evidente su sorpresa, misma que trató de disimular sin mucho éxito. Después les indicó que continuaran hacia las grandes puertas abiertas de la mansión antes de acercarse al lado del piloto para tomar ese lugar, pero Chris se mantuvo en el asiento y negó con la cabeza mientras lo miraba.
—Soy su chófer… Yo me encargo de estacionarlo, solo indícame dónde. 

Primera previsión: Chris no entraría a la fiesta, sino que se mantendría como un refuerzo exterior. Uno, para no quemar pronto sus cartuchos y hubiera alguien de respaldo fuera en caso de cualquier eventualidad; y dos, para asegurarse que no hicieran nada con su camioneta, ya fuera colocarle alguna trampa o que un hombre se ocultara en los asientos para atacarlos. Tenía, además, una tarea extra: robar las llaves de otro carro, solo por si acaso. 

La confusión del hombre encargado se mostró, pero la severa mirada que Víctor le dedicó (y que pudo sentir traspasándole la piel) le hizo contener sus palabras en la punta de la lengua. Volvió a asentir y comenzó a darle indicaciones a Chris. No fue hasta que este arrancó de nuevo la camioneta y continuó, que Víctor finalmente se movió y se dirigió a la entrada.

Ahí aguardaban Otabek y Yuri, justo a lado de su pareja. Esa era la segunda previsión: Yuuri era su prioridad. Si algo pasaba, debían protegerlo y sacarlo de inmediato. Víctor podría arreglárselas solo, en especial porque, gracias al testamento de su madre, él no sería atacado. Aquí el punto clave, el débil, para ser más exactos, era Yuuri.  

Todos entraron, no sin antes pasar por una revisión corporal por parte de unos guardias que cuidaban la puerta. Fueron registrados con ligeras palmadas que tocaron varias veces su pecho, costados, brazos y piernas; y sus armas (todos tenían una, incluso Yuuri) fueron encontradas y retiradas por estos. Ninguno pareció sorprendido o molesto por verse desarmado, lo esperaban, y claro que tenían una tercera previsión para eso. 

El salón recibidor estaba repleto, era más que evidente que la cantidad de gente ahí triplicaba la que hubo en el funeral de Sasha. Por una parte, eso les permitía pasar mayormente desapercibidos entre la multitud, pero eso igualmente era un problema, ya que ocurría lo mismo con el resto, incluso con su padre y su hermano. Además, debido a que Víctor ya no ostentaba su inconfundible cabello largo, no llamaba la atención como lo hubiera hecho antes. 

Era evidente que incluso el ambiente a su alrededor resultaba diferente, no por la obvia diferencia entre un funeral y una fiesta, sino que ahora casi nadie los miraba ni parecía cuchichear en torno a su presencia. Podría ser que incluso más de alguno no reconociera a Víctor. 

Con el fondo de una suave y dulce melodía interpretada por un cuarteto de cuerdas, Víctor y el resto de chicos caminaron entre la multitud y se dejaron guiar suavemente por la marea de personas hacia uno de los salones en el costado derecho: ahí se encontraba una gran mesa donde podía verse una enorme cantidad de bocadillos que lucían deliciosos; así como una pista de baile en medio de todo y, sobre la cual, alrededor de diez parejas disfrutaban la música en un baile íntimo y precioso. Además, varios meseros rondaban por todo el salón, tanto con pequeños aperitivos como con bebidas en bandejas que ofrecían a los invitados. Apenas entraron, uno de ellos se acercó con copas de lo que parecía ser champán. Víctor tomó de inmediato una y después miró hacia atrás, ahí donde Yuri era rodeado por los otros dos. Con un asentimiento, les dio a entender que todos tomaran una copa.

Cuarta previsión: nadie comería ni bebería nada. No temían por alguna clase de envenenamiento, era simplemente que querían estar en sus cinco sentidos todo el tiempo. De todas formas, tomarían la primera bebida que les fuera ofrecida y estarían con ella durante la noche para evitar que les ofrecieran más. 

Transcurrió cerca de una hora sin que hubiera alguna novedad ni que Víctor pudiera encontrar en algún lado a su padre o alguno de sus hermanos. Todos se movían en conjunto, como miembros de un mismo banco de peces que seguían a su líder, Víctor. Era preferible eso a mantenerse estáticos y predecibles en un solo punto. Así se camuflajearon entre el oleaje de personas, y sabían que funcionaba porque pasaban mayormente desapercibidos. Solo un par de personas habían reconocido a Víctor a su paso y se habían acercado a saludar. Algunos con una sincera sorpresa, aunque la mayoría con la misma cortesía plástica que Víctor les dedicaba de vuelta. Ellos eran aliados de su padre, no suyos, así que incluso con ellos debía ser cuidadoso, incluso más que con su propia familia.

—¿Me permites una pieza? —La pregunta llegó a oídos de Yuuri, quien inmediatamente giró su cuerpo para encontrarse con unos frívolos ojos azules y un cabello negro que ondaba dulcemente entorno a ellos. Yuuri, tras aquel vestido blanco con detalles negros que hacían lucir una silueta exquisita, reconoció a la hermana de Víctor y retrocedió con una evidente negativa, pero Inna ya lo había tomado del brazo antes de que pudiera huir. Hizo amague de jalarlo bruscamente hacia ella, pero una nueva mano (de Yuri) se había sumado a la ecuación, tomando la de la mujer con una evidente fuerza.

—Él no quiere… —exclamó el más joven con voz severa. 

Inna frunció el ceño y se hizo hacia atrás, soltando a Yuuri en el proceso, pero la mano del chico se mantuvo ceñida en el brazo de ella.

—Suéltame, sukin syn. 

De ser otra la situación, sin duda ambos estarían ya con un arma alzada contra el otro. Inna lo observaba con infinita rabia, pero era obvio que se contenía por apariencia. Yuri, si bien no era enojo lo que expresaba con sus ojos, sí era determinación y coraje, de ese que no pensaba doblegar ni aunque de verdad hubiera una pistola apuntando a su cabeza. No obstante, la soltó… No por la orden de esta, sino porque Víctor le había dado unos golpecitos en la espalda para que lo hiciera.

—Sestra… Luces preciosa hoy.

Víctor también debía guardar apariencias, sobre todo porque era consciente de cómo habían comenzado a llamar la atención con las personas que lo rodeaban y eso era peligroso para ellos. Le sonrió con una fingida alegría, e Inna le correspondió de la misma manera. Sus sonrisas parecían cortadas con las mismas tijeras, puestas sobre sus labios como si fueran de papel y no de carne. 

—Diría lo mismo, pero parece ser que por fin has decidido comportarte como un hombre por primera vez. —Los ojos de la mujer se habían posado sobre el cabello corto de Victor. Aquello había sido una puñalada silenciosa que este se sacudió discretamente—. ¿Me permites bailar con tu… “socio”? —El énfasis en aquella última palabra delataba su verdadero sentido oculto, ese que se mantenía aún como sospecha, pero que Inna era quien mejor lo comprendía de su familia—. ¿O acaso también eres celoso con ellos?

—No me lo preguntes a mí… Él es quien decide —respondió Víctor con indiferencia. Claro que él estaba seguro de que Yuuri se negaría y, ante ello, Inna no podría hacer nada para insistir; sin embargo, no esperó que su hermana, con una sonrisa que serpenteaba entre la coquetería y la malicia, se acercara al chico y le susurrara algo al oído que Víctor no fue capaz de escuchar. Yuuri rápidamente echó una mirada a su alrededor y paró unos segundos en Víctor con un asentimiento de disculpa. Después se volvió a Inna y tomó su mano.

—Será un placer. —Yuuri sonrió incómodo. A diferencia de Víctor, él no sabía aún ocultar los gestos sinceros de su rostro. Era claro su desagrado, pero no hizo nada para evitar acompañar a Inna a la pista, justo cuando la melodía de fondo se suavizaba para un baile que auguraba una pieza romántica y de lo más sensual. 

Tras ver aquello, Víctor quedó helado. Y no, no eran celos lo que sentía surgir de su estómago hasta agolparse en su garganta, era preocupación. A pesar de que Yuuri e Inna habían comenzado a bailar a solo unos metros de distancia, sentía que un enorme agujero los separaba… uno que no le permitiría llegar a tiempo si es que algo ocurría. Otabek y Yuri se acercaban a ellos, sigilosamente, paso por paso para estar lo más cerca posible sin traspasar ese círculo imaginario que separaba la pista de baile del resto de los invitados, pero Víctor no sentía que estuvieran lo suficientemente cerca.

Con el discurrir de los segundos, y sin poder hacer nada más que tragarse esa preocupación y mantener la compostura, se cuestionaba bastante qué es lo que Inna le había dicho a Yuuri como para obligarlo a aceptar. Claro que lo interrogaría apenas tuviera la oportunidad. ¿Acaso lo había amenazado con algo? ¿Estaba en peligro y él todavía no lo notaba?

La pieza le supo a Víctor una eternidad y, en todo momento, no les quitó los ojos de encima. Inna sonreía y aprovechaba cada momento para abrazarse más del cuello de Yuuri y repegar su cuerpo contra él, especialmente sus pechos, pero era claro como Yuuri marcaba su distancia lo más que le era posible sin soltarla del todo. Casi parecía que apenas si la tomaba de la cintura con la punta de sus dedos y aprovechaba cada paso para estirar un poco más esos centímetros que Inna rompía al instante. Yuuri sonreía, pero era cada vez más clara su incomodidad. 

—¿Y qué tal es ese tal Katsuki? ¿Es un buen prospecto?

Víctor no necesitó girar su cabeza para saber que quien le había hablado era Markov, su hermano mayor. Podía sentir cierto picor en el lado derecho de su cuerpo, a la vez que un vacío en su estómago se creaba e, inmediatamente, se llenaba con una intensa rabia. 

—No sé a qué te refieres. —Claro que lo sabía, pero debía fingir que no era así. No obstante, las siguientes palabras de Markov sí que lo tomaron por sorpresa.

—¿Que si crees que es buen prospecto para nuestra hermana? —Víctor finalmente lo miró. Se mostró neutro en su expresión, cuidando de no revelar esa inmensa sorpresa que lo invadía. Markov lo observó de vuelta con una pequeña sonrisa… Jugaba con él, pero ¿por qué?—. Inna me dijo que lo conoció en tu departamento y quedó enamorada de él. De verdad ansiaba que viniera… Nos alegra que te atrevieras a atraerlo. Nuestro padre dice que eres bastante receloso con tus socios, especialmente con él.

Markov mantenía la mirada sobre su hermano menor. No se desaparecía de ella ese dejo de superioridad y arrogancia tan propio en él. No obstante, no cargaba sobre sus hombros esa aura oscura y violenta que también era parte de su esencia, esa que te hacía presentir el peligro en cada fibra de su ser, como si fuera una bomba de gas que explotaría ante la menor chispa. Víctor no veía la mecha de su hermano por ningún lado, pero eso, más que tranquilizarlo, le daba un mal presentimiento. Sabía que todos los Nikoforov reunidos en aquella fiesta mantenían las intenciones y la ira oculta por apariencias, porque no era el lugar adecuado para arreglar viejas riñas, pero Víctor nunca había visto a su hermano tan tranquilo cerca de él, con la guardia tan baja. ¿Se sentía seguro por estar rodeado de su gente? ¿Por saber que, claramente, ahí el de la desventaja era el menor de los hermanos? 

Al final de la pieza, un estruendo de aplausos resonó por el entorno de la pista. Inna se inclinó con toda la intención de besar a Yuuri en los labios, pero este giró su rostro y solo le plantó un beso en la mejilla. Desde que había notado como aquella mujer se enredaba a su cuerpo y trataba que sintiera todos los contornos de su figura, presintió que intentaría algo así. Intentó alejarse rápidamente, sobre todo al ver que Otabek y Yuri habían aprovechado el movimiento de las personas que salían de la pista para acercarse a ella, pero Inna se ciñó al brazo de Yuuri y comenzó a caminar de vuelta hacia Víctor. 

Yuuri solo había buscado a este con la mirada, casi suplicante que se encontrara en el mismo sitio; no obstante, detuvo sus pasos de golpe al reconocer el hombre que estaba a su lado. La última vez que Yuuri había visto a Markov, fue en aquel enfrentamiento en el bar, donde este había sido molido a golpes por sus hombres. Claro que sabía que lo encontraría ahí, no dejaba de ser su fiesta de cumpleaños; sin embargo, se había creído más preparado para afrontar ese momento. Sintió rabia, miedo, un dolor fantasma en esas heridas que ya no existían, todo revuelto y embullido en un solo trago amargo que quedó pendiente en su garganta; no obstante, como continuó su caminar debido a que Inna prácticamente lo jaló para ello, él también se percató que toda la vibra alrededor de Markov era muy diferente a la que recordaba de aquel día. Fue como ver una faceta agradable de Víctor, esa que le daba tanta familiaridad y paz al mismo tiempo. Hasta le costaba asimilar que ese era el mismo hombre que había ordenado una golpiza en su nombre y que posiblemente había intentado asesinarlo con la bomba en su departamento. 

—Esa fue una pieza maravillosa, brat, ¿no crees? —comentó Inna en voz alta para que sus dos hermanos la escucharan. Estaba tomando un papel que no era usual en ella, pero que sí sabía jugar bastante bien: el de la mujer coqueta, quizá algo empalagosa y demasiado dulce, pero capaz de seducir con ello a cualquier hombre que se le presentara. Víctor cada vez se preguntaba más qué demonios planeaban sus hermanos—. ¿Por qué no me permites mostrarte el resto del lugar? —preguntó ahora a Yuuri, de quien todavía estaba sujeta—. Nuestros jardínes son bellísimos, los amarás. 

—Creo que ha sido suficiente… —Víctor intervinó al fin. Una cosa, ya bastante peligrosa, era que alejaran a Yuuri de su lado para poder bailar en presencia de todos. Pero otra muy diferente era que quisieran llevarlo a un sitio apartado.

—Puedes acompañarnos, brat —aclaró Inna con rapidez. Después sonrió picara—. Además, no es como querramos hacerle daño. De todas formas… Parece ya estar muy bien cubierto para eso…

Los ojos azules de Inna resplandecieron con un peligroso jugueteo y, sin vergüenza alguna, posó su mano sobre el pecho de Yuuri y recorrió toda su extensión, desde donde adivinó que estaría el ombligo hasta el primer botón de su camisa, aquel oculto bajo su corbata. Claro que había sentido el chaleco antibalas que Yuuri portaba bajo su ropa cuando estuvo bailando con él y aquel gesto había sido para dejarlo claro, aunque ante los ojos de cualquier otro, sonaba una insinuación que iba hacia un sentido completamente diferente.  

Markov veía la escena con una sonrisa llena de satisfacción, una que, extrañamente, parecía genuina, como si estuviera contento por cómo se estaban desarrollando las cosas.

—No… —Sin embargo, aquel “No” tan tajante que provino de quien menos lo esperaba la hizo desaparecer. Yuuri, quien había hablado, finalmente tomó con firmeza los brazos de Inna y la obligó a soltarlo. No obstante, la miró a ella al continuar hablando—: Fue un placer bailar contigo, pero no es el momento. Tal vez en otra ocasión. —Era obvio que Yuuri se esforzaba a sobremanera por mantenerse galante y respetuoso, por seguir esas líneas imaginarias y esa apariencia de que nada pasaba cuando en realidad todo se estaba escribiendo bajo líneas, pero de todas las cosas con las que mentalmente se había intentado preparar, nunca esperó nada como eso. Y, al igual que Víctor, entendía que la peor idiotez que podía ocurrírsele era aceptar aquella invitación, no importaba ya lo que Inna le hubiese dicho antes. 

Markov volvió a sonreír y, antes de que Inna pudiera protestar e insistir, este ya tenía una mano sobre el hombro de su hermana y la jaló de una forma brusca hacia un costado. Entonces se plantó justo frente a Yuuri. Claro que todos reaccionaron ante ese gesto: Yuri, Otabek y Víctor rodearon a Yuuri, y este último fue el que encaró a su hermano en lugar de él.

Una tensión latente comenzó a vibrar como la melodía del solo de violín que ahora se escuchaba de fondo. De pronto todo quedó en silencio, incluso hasta las conversaciones más lejanas del salón que no podían presenciar, ni por asomo, lo que parecía estar por ocurrir entre los hermanos Nikiforov. Y no, el silencio no había aparecido por ellos, sino porque, en la puerta principal, Baran Nikiforov había hecho acto de presencia. Ambos hermano lo sabían, aún así, no apartaron la mirada del otro hasta que Inna los llamó. Baran los esperaba. 

—Tal vez después… entonces… —Markov relajó el ceño, pero no volvió a ese estado “zen” que pareció tener instantes antes. Volvía a ser de nuevo esa mecha a punto de ser encendida, esa bomba que explotaría ante la menor agitación. 

—Estaré esperando esa cita con ansias, Yuuri… —Inna se alejó sonriente, siguiendo a su hermano mayor, quien se aproximaba al encuentro con su padre.

Los cuatro hombres restantes soltaron el aire al mismo tiempo. La música volvió a retomar su ritmo habitual, así como las conversaciones a renovar su rumbo. Sin embargo, se notaba ese movimiento inusual de muchas personas que intentaban acercarse a Baran para saludarlo.

Víctor no pretendía hacerlo. El encuentro con sus hermanos había sido inevitable, pero suficiente para llenarlo de desconcierto y sospecha. Todo estaba resultando demasiado extraño, en especial porque se había preparado para un enfrentamiento más directo por parte de su familia, y no aquellas tibiezias que estaba recibiendo. 

Quería cuestionar a Yuuri sobre por qué había accedido a bailar con Inna, qué es lo que esta le había dicho, pero él ya parecía algo nervioso y absorbido por la bruma del momento, quizá demasiado ansioso y puesto en guardia. Además, estando entre todo ese aglomerado de gente que los rodeaba, tal vez no era un buen momento para hablar sobre eso. De todas formas, Víctor se mantuvo atento y trató de mantener su mirada fija en su familia, quienes ahora caminaban juntos alrededor de todo el salón, siendo detenidos cada tantos pasos por nuevas personas que se acercaban a saludar.

Cerca de media hora después, la música una vez más hizo silencio. No obstante, algo más ocurrió en conjunto con eso: las luces del salón descendieron en su intensidad, y solo unas pocas quedaron encendidas para alumbrar la parte de la pista que ya era despejada por las personas que habían estado bailando hasta ese momento. Allí apareció Markov en compañía de su hermana Inna y su padre; tenía un micrófono en mano y, apenas se detuvo a medio salón, comenzó a dar una bienvenida a todos los presentes.

Víctor había estado sido partícipe en decenas de fiestas de su familia, así que sabía qué es lo que ocurría: llegaba la hora del discurso del anfitrión. Casi siempre era solo una palabrería obsoleta que hacía alusión al agradecimiento por la presencia de todos en ese “evento especial”, además de celebrar el duro trabajo hecho hasta ese momento y lo mucho que la familia Nikiforov prosperaba gracias a todos los que se encontraban ahí. Víctor resopló asqueado, no quería estar presente durante ese momento. Y, como si alguna fuerza le quisiera brindar un momento de paz, notó que varios de los balcones habían quedado vacíos, puesto que todos entraron para escuchar la palabrería ridícula de Markov.

Víctor tomó la mano de Yuuri solo un par de segundos para llamar su atención y, con un gesto de cabeza, hacerle saber que lo siguiera. Otabek y Yuri lo hicieron también, y pronto los cuatro se encontraban fuera, gozando del aire fresco a bosque y pasto recién cortado que podía respirarse. Era como salir de una burbuja llena de bruma y pesadez. Los dos acompañantes se mantuvieron cerca de la puerta para vigilar, mientras que Víctor y Yuuri caminaron hasta el fin del balcón, donde una baranda de mármol fino les impedía caer los dos pisos de altura.

Víctor se recargó ahí y después miró fijamente a Yuuri con una expresión sería. Este supo adivinar la pregunta que vendría acompañada de esta. 

—¿Qué te dijo Inna antes de que aceptaras bailar con ella? —Yuuri resopló algo angustiado.

—Lo siento. Dijo que armaría un escándalo si no accedía. —Mientras hablaba, se apoyó también en la baranda. Durante unos segundos se dedicó a mirar la extensión del jardín que rodeaba la mansión. Apenas podía apreciar una bella organización de arbustos, árboles y conjuntos de flores, mismos que habían sido acomodamos de forma armónica y preciosa; pero más allá, todo lucía lúgubre, perdido entre miles de árboles que desaparecían en el horizonte—. No creí que eso fuera bueno para nosotros… Aunque… lo de pasear por el jardín… Hasta yo mismo entiendo que eso era una pésima idea, mucho peor que el escándalo. 

Víctor sonrió. Su mano pasó rápidamente por el cabello de su pareja para acomodar un mechón que se había escapado de su peinado. Pero eso no era lo único que deseaba hacer: quería tanto abrazarlo, pero por más que todos estuvieran dentro y atentos a su hermano, cabía la posibilidad de que algún curioso volteara a verlos a través de los enormes ventanales de cristal. 

Todo estaba resultando más tranquilo de lo que imaginó, así que pensó que era el momento apropiado para irse. Ya había hecho acto de presencia, ya había expuesto a Yuuri demasiado… Una vez su hermano terminara con el discurso, aprovecharían el momento en que las personas se dispersaran de nuevo para salir discretamente de ahí.

—¿Sabes qué estuve pensando durante todo ese baile? 

Víctor se había quedado observando a Yuuri fijamente sin notarlo, con una pequeña sonrisa sobre sus labios que era una traducción muda de aquello en su interior que cada vez se volvía más fuerte: el amor, el cariño, la dulzura… el infinito deseo de mantenerlo a salvo, resguardado a su lado. 

—¿Que los pechos de mi hermana son desagradables? —respondió con burla.

—No… es decir sí… Pero eso no…  —Víctor rio al mirar a Yuuri ponerse nervioso… Necesitaban eso, relajarse un poco de toda la mierda que implicaba estar allá adentro—. Que tú y yo no hemos bailado de esa forma juntos…

Yuuri miró hacia su copa. El líquido dorado había dejado de burbujear desde hacía mucho rato, por lo que ahora podía reflejar mucho mejor las luces artificiales que iluminaban el exterior. 

—Lo haría ahora mismo… —Víctor respondió tras unos segundos en silencio. Después acortó un poco más la distancia que ya era ínfima entre sus cuerpos—. Tomaría tu mano… —Y lo hizo en ese momento pese a lo que la lógica le dictaba. Fue un movimiento sútil, casi como si sus dedos hubieran jugado sobre la baranda a acercarse lentamente a los de Yuuri y tomarlos de pronto por sorpresa, entrelazarse entre ellos, disfrutar segundo a segundo como la piel del otro se aderezaba con la suya. Su calidez. Su sudor—. Te llevaría hasta la pista… Y te miraría a los ojos todo el tiempo… —Y así lo hizo, sus miradas se cruzaron como un suspiro, se contenieron, se observaron en una infinidad que no colapsaba—. Solo para asegurarme que tu mirada brilla igual a la mía cuando te veo… —Yuuri se había quedado pasmado, absorto en aquellas palabras, en esa firmeza y suavidad conjunta con que su mano era sujeta contra la de Nikiforov. Se hubiera lanzado a él, se hubiera puesto de rodillas ante su presencia solo para hacerle saber que no necesitaba encontrar ningún brillo para entender que ya lo tenía a sus pies, pero… tal vez, un poco más consciente de su situación actual, se contuvo. Solo mordió sus labios con fuerza para evitar que un suspiro (más bien un jadeo en forma) escapara de sus labios. Víctor sonrió y mordió los suyos en respuesta. Acortó más la distancia y, a diferencia del chico, él sí suspiró—. Pero supongo que ambos estamos de acuerdo que queremos salir con vida de esto. 

Tener que cortar la distancia tan abruptamente tendría que haber sido un cruel pecado, pero Yuuri no se molestó. Otro poco más, y hubiera perdido el autocontrol. Solo exhaló de forma ahoga mientras sentía como el calor había subido de abdomen (y más abajo), hasta colorear sus mejillas. 

Víctor, por su parte, miró hacia el interior del salón, más que deseoso por ver el momento en que el discurso de Markov terminara y tuvieran su preciada oportunidad de escapar. No obstante, algo llamó su atención: un movimiento inusual de las personas… Pasos rápidos… ¿Corrían? Y gritos… ¿Gritos?

—¡Mierda! —Otabek y Yuri miraban hacia el interior también, como, de un momento a otro, algunas personas habían comenzado a correr hacia la salida. 

—¿Qué sucede?! —Víctor se acercó a ellos. Era difícil saberlo, en especial cuando, de la misma forma tan frenética como había iniciado, todos en el interior pararon su aparente intento de escape. Ninguno miraba hacia el balcón o algún punto del exterior, todos se mantenían con su mirada fija hacia el centro del salón.
—¡Quédense con Yuuri! —Víctor ordenó, acercándose decidido hacia la puerta. Necesitaba comprobar qué sucedía y encontrar alguna forma de salir de ahí. No obstante, la puerta fue abierta poco antes de que siquiera Víctor lograra tocar la perilla. Había estado más concentrado en intentar mirar hacia la salida del salón que notar a la mujer que se había acercado con prisa hasta ahí.
—Tenemos que salir de aquí, tu hermano ha enloquecido —exclamó esta con bastante agitación.

Yuuri exhaló un gesto de sorpresa al reconocer a la mujer que había llegado: era Mila. Lucía un vestido carmín, con una abertura extensa en la espalda y un estilo de corte en la falda que la hacía lucir ligeramente más abultado a un corte sirena. No obstante, no hubo tiempo para que este pudiera apreciar más detalles de su apariencia: sin titubeo alguno, Mila se inclinó y levantó parte de su vestido para extraer, de unas pequeñas bolsas de tela  adheridas a sus muslos, un par de armas. Una que entregó a Víctor y otra, a Otabek. Ella había sido su tercera previsión: una mujer que entrara después que ellos, que pudiera ocultar mejor las armas en zonas que no permitiría a algún guardia tocar sin armar un escándalo antes. 

—¿De qué estás hablando?

—No logré escuchar muy bien los detalles, solo llamó a uno de sus guardias, y de la nada sacó un arma y le disparó…. Ha bloqueado la salida e impide que la gente salga… Te llama, Víctor. 

La premura con la que Mila hablaba hacía evidente que la situación se había vuelto crítica. Incluso, aunque Víctor conocía mejor a su hermano, le parecía increíble la idea de que este hubiera sido capaz de asesinar a uno de sus hombres en medio de la fiesta. Era evidente que los asistentes conocían muy bien el verdadero oficio de la familia Nikiforov, no obstante, hacerlos sentir de su lado, no como intrusos, era fundamental para mantener la estabilidad y evitar traiciones. Atacar a alguien sin alguna razón aparente y, peor aún, evitar que los asistentes se fueran, no era la mejor forma de hacerlos sentir parte de, que se sintieran seguros. 

—Tal vez lo mejor sea saltar.

Mila corrió hacia la punta del balcón y asomó su cabeza por la baranda. Era una altura considerable, pero no peligrosa. Y tomando en cuenta las opciones, era tal vez la mejor que tenían en ese momento. Víctor se mantuvo quieto, en silencio, bastante alerta y en guardia. De ser un animal, seguramente hubiera visto su pelaje erizarse al momento. No miraba hacia Mila y su intento de buscar una salida sin tener que cruzar por el salón, sino que observaba hacia la puerta que había quedado abierta y el hombre que se había detenido allí, observándolos con una expresión bastante neutra. 

—Señor Nikoforov, por favor, acompáñenos. Su hermano lo solicita a su lado. 

Precaución… Confusión… Temor… Cabeza fría… Sin respirar. Víctor asintió. Tal vez había un hombre muerto en medio del salón, pero sabía que él estaba a salvo. No obstante, le preocupaba la cuestión de tenerse que separar de Yuuri. ¿Era parte del plan de su familia? Sin embargo, pensó en la primera previsión y, con ese pensamiento en hilo, dedicó una mirada a Yuri y Otabek. No había necesidad de decir más. Dio un paso… Y Yuuri también.

—¡Víctor, no! —Yuuri corrió hacia él, lo intentó detener; no obstante, tanto Otabek como el otro Yuri lo detuvieron en el acto. Nadie además de Chris, del propio Víctor y su familia sabía de la existencia del testamento de su madre. Era un secreto, uno de los muchos que adornaban su propio resguardo mental, uno que había decidido mantener lo más oculto. Solo algunos de sus hombres tenían el conocimiento de que, pese a lo que se pensara, su familia nunca se lastimaría. No obstante, Yuuri no sabía esa verdad a medias, y lo único que pensó es que Víctor se estaba lanzando a las fauces de los lobos para que pudieran escapar. No era cierto, pero tampoco resultaba falso. 

—Llama a Chris… 

Víctor intentó hacerle saber con una sonrisa que estaría bien… Y que no solo recordara la primera previsión, sino aquello que le había hecho jurar como condición para que lo acompañara: “Si las cosas se complican, sal de ahí. Otabek y Yuri te estarán acompañando. Es lo único que pido. Yo puedo arreglármelas, pero será difícil si, además, debo protegerte”. Había sido un golpe doloroso, pero eficaz. Yuuri podía aludir a lo mucho que había mejorado en cuanto combate y el uso de su arma, pero era más consciente que nunca de lo demasiado que le hacía falta mejorar, de los años luz que lo separaban de la posibilidad de protegerse solo. Mucho más, de proteger a otros. Debía tragarse aún esa insignia de carga… Y que lo mejor que podía hacer por la seguridad de Víctor era solo hacerse a un lado.

Mordió sus labios, asintió con todo el pesar del mundo sobre su rostro y, por última vez, Víctor le sonrió medianamente en respuesta. Era un “Todo estará bien”, pero uno plagado de incertidumbre y cero promesas.

Poner un pie dentro del salón, para Víctor, fue como entrar a una habitación pequeña llena de agujas. El más mínimo paso parecía acercarlo a punzantes armas que podrían lastimarlo en cualquier momento. Era, más bien, como saberse caminando sobre un campo minado, donde cada paso era una nueva posibilidad de explotar en pedazos. Había silencio…. Y conforme pasaba entre la multitud quieta,  miraba sus expresiones de confusión, mismas que se volvían cada vez más aterradas con el andar de sus pies. Y entonces una luz lo enfocó.
Brat! —celebró Markov con un entusiasmo inusual en él.

Su corazón se estremeció, pero mantuvo la misma máscara de negrura que se precipitaba al ocaso. 

Markov, con una sonrisa tan grande como si hubiese ganado ya la guerra, se hizo a un lado y permitió que Víctor pudiera admirar con detalle el cuerpo inerte del hombre que flotaba en un charco de sangre fresca. No se movía, no respiraba, parecía igual de quieto que todo a su alrededor. Víctor no entendía, y tal vez era eso lo más escalofriante de todo. Markov le estaba mostrando aquel cadáver como si de un trofeo se tratara. ¿Por qué?

Brat! —repitió Markov con una voz que se acercaba a la excitación. ¿Por qué?—. Aquí tienes al culpable de atentar contra la vida de Yuuri Katsuki, tu más preciado socio—. ¿Qué? Víctor finalmente rompió el contacto del cadáver y se atrevió a ver a Markov. Este sonrió más… Era la primera vez que Víctor quebraba su compostura, mostrándose genuino ante alguien que no dudaría en destrozarlo pedazo a pedazo… ¿Pero cómo ocultar la sorpresa? ¿La confusión? No entendía… De verdad que no… Y Markov lo gozaba como nunca—. Esta es mi ofrenda de paz para ti, brat. Este hombre no actuó bajo mis órdenes, sino contra ellas, y por eso he tenido que eliminarlo —Mentía. Tenía que estar mintiendo—. Y mi mayor deseo de cumpleaños es que limemos asperezas por fin y vuelvas a la familia… Seas un Nikiforov otra vez.

Markov extendió su brazo. Una ofrenda de paz. Una ofrenda de muerte. Un estrechón de manos que parecía sellar más una sentencia que una promesa. Víctor no le correspondió, pero Markov atrapó una de sus manos y, tras sujetarla con una fuerza irreal que pudo haberle podido romper los dedos a alguien más pequeño y débil, lo jaló hacia él. Llegó entonces un abrazo frío, como una sentencia de muerte que se construía silenciosamente bajo su piel. 

—Bienvenido a casa, brat.

Seguido de un beso fraternal dejado sobre su mejilla y una resonancia de aplausos parcos del público que, al igual que Víctor, tampoco terminaba de entender. 

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