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2. El chico de la habitación seiscientos tres – Al final de verano


Abrí los ojos esa mañana con gran pesadez. Fueron sido largas y agotadoras horas de trabajo en la discoteca, la que abandoné cerca de las tres de la madrugada. Esa mañana solo quería envolverme entre mis sábanas y dormir hasta medio día. Cuando volví a abrir los ojos, el reloj digital en la mesa de noche decía que eran las ocho y treinta y siete minutos.

“¡Dios! ¡Yuriiii! ¡No llegaré a tiempo!”

Darme un baño para refrescarme y despertar solo me tomaría seis o siete minutos, ponerme la ropa otros cinco. Ya desayunaría con él. Iría por el circuito de vía rápida, pero… antes debía llenar el tanque de la moto y eso tomará unos cinco minutos más. Luego tomaría el desvío para la vía rápida, eso será tres o cuatro minutos y luego otros veinte hasta llegar la plaza central y estaría en su hotel en diez minutos más. En total cincuenta y cinco minutos para estar en la puerta de su hotel. Eso significaba dos o tres minutos de retraso en el peor de los casos.

Cálculo equivocado.

No tomé en cuenta el control por el que debe pasar obligatoriamente un vehículo. Mi corazón se salía del pecho. Yuri estaría esperando. Y yo no podía variar la ruta, porque esa era la más corta.

«Tendré que llamarlo».

«Qué vergüenza, cómo le explico el retraso».

«Maldición, por qué no le hice caso al despertador esta mañana».

Mientras esquivaba todos los vehículos que podía, mi celular comenzó a vibrar en el bolsillo. No podía parar, había tomado ese instante la ruta de la carretera y no tenía cómo detenerme. Mi celular vibró otra vez.

«¿Por qué no conecté el handsfree en su momento?».

Por fin hallé un estacionamiento cerca de una playa. Saqué el celular del bolsillo, miré la hora, nueve y cuarenta y dos minutos, muy tarde. Vi las dos llamadas entrantes, era Yuri. Devolví la llamada. No respondió.

Con el corazón a punto de estallar en mitad de mi garganta, aceleré la motocicleta y no sé cómo llegué a la puerta del pequeño hotel. No me fijé en el camino, ni en los obstáculos, solo deseaba rebasar todos los vehículos que estaban frente a mí.

Bajé de la moto y sentía quemar el aire que ingresaba a mis pulmones. Me quité el casco en plena caminata, ingresé por la puerta giratoria y me acerqué al mostrador tratando de recuperar de alguna forma la compostura.

—Buenos días… por favor… el joven Yuri Pli- Plit -Plis. —Maldita sea no recordaba bien su apellido —. El chico ruso de la habitación seiscientos tres.

El recepcionista me miraba con una extraña sonrisa, por un instante pensé que algo en mí se veía cómico, luego pensé que no me expresé bien en español. Finalmente entendí qué le parecía tan gracioso.

—El joven ruso de la habitación seis cientos tres de apellido Plisetsky. —A mi espalda, la voz de Yuri resonó en toda la recepción, volteé a verlo, sentía que toda la sangre de mi cuerpo se había acumulado en mi cara—. ¡Plisetsky kazajo!, ¡Plisetskyyyy! ¡Llegas tarde… y no sé por qué carajos te sigo esperando!

Con los ojos centellantes, Yuri estaba parado frente a este tonto a quien aún le costaba respirar. Parecía un guerrero a punto de arrebatarle la vida a su enemigo. Su mirada partía el acero más fuerte, su actitud podría espantar a una fiera y su voz sonaba como un general arengando a sus tropas.

­—Yuri… el tránsito… el peaje… la nafta de la moto… —Todo sonaba a escusa y yo no quería mentirle—. Me dormí, no hice caso a mi despertador y dormí media hora más de lo debido.

—Lo sabía, debí haberte llamado. —Dio la vuelta hacia la puerta—. Está bien, estás aquí y eso es lo que vale.

—Perdóname, no volverá a pasar —juré como un niño. Caminé tras de él esperando que se detuviera, volteara hacia mí y me dijera “no hay problema, entiendo”, pero él siguió caminando sin prestar atención a mis palabras.

—¿Dónde iremos ahora? —Aún demostraba su mal humor, sin embargo, yo sentí que podía acercarme a él sin preocupación.

—Te voy a compensar esta tardanza y te voy a llevar a un lugar muy hermoso que… —No me dejó terminar la frase.

—Es lo menos que puedes hacer ahora. —En otras circunstancias habría mandado al diablo a cualquier chico engreído como él. No sé por qué me quedé callado mirándolo y sintiendo que esa displicencia era una característica muy particular que lo hacía más interesante.

—¿Sabes bucear? —Le alcancé un casco y él asintió—. Entonces prepárate para conocer una maravilla bajo el mar.

En Puerto San Miguel mientras tomamos un desayuno ligero, esperamos una hora para subir a un barco que transportaría a varios buceadores que también irían rumbo a las Cuevas de la Luz y las Columnas de Hércules. Un circuito frecuentado por buceadores con cierta experiencia. Yuri y yo teníamos certificado PADI así que sería fácil sumergirnos en uno de los lugares mágicos del planeta.

Y así lo hicimos.

Pasamos algo más de dos horas navegando y sumergiéndonos en las aguas más hermosas y cristalinas del mediterráneo para observar cómo la luz del sol jugaba con el mar y sus gigantescas estructuras de piedra semejantes a catedrales llenas de coral y pólipos de color naranja.

Yuri estaba encantando, a cada instante volteaba a verme y señalar cada pez, cada anémona, cada detalle entre los corales y las rocas. Yuri abría de par en par los ojos todo el tiempo, parecía un niño pequeño descubriendo el mundo y su mirada iluminaba tanto como la luz del sol que ingresaba por las grietas de la roca.

Dos horas para sonreír, para conocer, para disfrutar y para vivir. Dos inolvidables horas en las que Yuri era muy feliz y yo también era feliz junto a él. El instructor nos tomó algunas fotos con una cámara submarina de alta resolución y en el barco las envió a nuestras casillas electrónicas. Ese día aún está plasmado en esas imágenes que siempre me acompañan a donde quiera que vaya.

De regreso en la playa y muertos de hambre entramos a uno de los restaurantes a devorar como náufragos todo lo que pudimos. El apetito de Yuri era insaciable. Al verlo devorar su tercer plato de arroz acompañado de mariscos en vino me preguntaba a dónde iba todo lo que comía. Era tan delgado y a simple vista se veía tan frágil. Nadie imaginaría que Yuri comía por tres. Un detalle más que me gustaba en él.

Cerca de las cinco de la tarde dimos un paseo por la playa, dentro de pocos minutos el sol daría uno de los espectáculos más hermosos que puede existir para los ojos de los mortales.

Repasábamos juntos los momentos vividos y comentamos todo aquello que no pudimos decirnos sumergidos en las cuevas marinas, cuando de pronto noté que Yuri se balanceaba hacia adelante y atrás, al principio pensé que estaba jugando, pero luego me di cuenta que algo le pasaba.

—¿Estás bien? —Lo tomé de la mano y él se paró buscando algo de estabilidad.

—Solo es un mareo. —Empezó a respirar profundamente mientras cerraba los ojos y se sujetó con fuerza de mi brazo—. Creo que me excedí con la cerveza.

Mintió. No era la cerveza, un solo vaso no podía tener ese efecto, tal vez el paseo fue el responsable de su situación.

—Ya está pasando, ¿ves? —Yuri estaba muy pálido y aún buscaba un lugar donde apoyarse.

—Vamos a sentarnos entre esos árboles —sugerí y lo llevé de la mano como si fuera un infante.

En lugar de sentarse pareció caer y volvió a cerrar los ojos. Tras varios minutos en silencio los abrió y estiró el cuerpo.

—Ya pasó…ya… ya me siento mejor. —Cuando trató de pararse, observé un ligero temblor en su mano—. Creo que fueron muchas emociones hoy. —Sonrió.

—Tal vez fue el buceo.

—No, no fue eso.

—Bueno si tú lo dices. —Escudriñé en sus ojos tratando de indagar en su respuesta —. Aunque ustedes los rusos están acostumbrados a bucear en aguas congeladas.

Yuri soltó la más sonora de las carcajadas y con ella llenó todo el ambiente de ese atardecer que ya se dibujaba en el horizonte. Sentí que verlo reír era como ver el primer día de primavera en los campos de Kazajistán. Reí con él.

—¿Qué haces por la vida? ¿Estudias o trabajas o ambas cosas? —De pronto quería saber más de él.

—Ya terminé la educación básica secundaria, aunque lo hice con instructores en casa. Mi madre es muy estricta en cuanto a la disciplina de formación así que llevé mis estudios con un tutor general y tres especializados. —Lo vi ruborizarse y callar de improviso. «Tal vez es un niño rico y mimado», pensé—. ¿Y tú qué haces además de trabajar en las discotecas de Ibiza?

—Terminé mis estudios en Toronto y luego quise conocer el mundo. —En verdad aún estaba en plena búsqueda de mí mismo­—. Una cosa lleva a la otra desde hace dos años estoy aquí haciendo lo que más me gusta.

—¿Qué hacía un kazajo en Canadá? —Me miró con una expresión pícara.

—Eso dile a mi padre, su trabajo lo llevó allá cuando yo era pequeño y terminé de criarme como un occidental. —Saqué un refresco de la mochila y se lo ofrecí—. ¿Puedo preguntarte a qué te vas a dedicar?

—Yo quiero seguir mi pasión —Lo miré esperando que me revelara esa actividad que lo apasiona —: el arte.

—¿Qué tipo de arte? —Por un momento pensé que mis preguntas eran similares a las de un interrogatorio, pero es que Yuri era algo difícil para explicar con amplitud su historia, sus gustos, sus sueños.

—La música, también es la música —me dijo mirando el mar—. Pero no es la electrónica. Mi familia se dedica a cultivar las bellas artes, como ellos las llaman, y estoy ligado a la música clásica y los grandes compositores.

—Así que tocas un instrumento. —Observé su rostro con admiración.

—El piano. No soy experto aún, me hace falta practicar mucho. —Por un instante pareció evadir mi mirada—. Eso es… el piano.

Sentí que no me revelaba todo de sí. Yuri era el típico chico que confiaba poco en los demás y, claro, yo en ese momento era “los demás”.

No quise insistir en el tema así que me quedé callado. Me dije que seguramente que habría tiempo para que me revelase algo más.

De pronto el cielo comenzó a dibujar sus intensos tonos naranja en el horizonte, la brisa era algo más fresca que hacía unos minutos y el sol empezó a ocultarse detrás de unos celajes amarillos y rojos que surgían en medio del azul infinito del mar.

El atardecer nos miraba con su cálido resplandor, las voces de los bañistas parecían fundirse con el canto de las aves y todo alrededor se tornó en un brillante color carmesí. Las aguas del mar reflejaban al gigantesco astro que sin pausa seguía su camino hacia la bruma del océano, ese reflejo nos permitía verlo sin parpadear y admirar todo su poder.

Di la vuelta y vi a Yuri observando con cierto aire de nostalgia los barcos que se veían diminutos en altamar, sus pálidas mejillas cobraron una tonalidad naranja y la brisa acercó hacia mí su suave perfume cítrico. No me di cuenta de que mi mente navegaba entre sus bellos ojos, su fina y pequeña nariz, la melena revuelta por el viento y sus labios rosa. Creo que quedé contemplándolo por más de tres minutos seguidos. Era demasiado extraño que un kazajo se quedase mirando a un ruso de este modo y entonces… el gesto imponente de Yuri me sacó de mi embeleso. No supe qué hacer cuando sus ojos atravesaron los míos como dos llamaradas en medio de la noche.

—El sol está allá en frente —me dijo incendiando aún más mi ruborizada cara.

—Sólo quería saber si estás bien. —Traté de disimular y creo que no lo logré.

Con el final de la tarde se aproximó el final de nuestro día. Tenía que llevar a Yuri a su hotel y luego debía pasar por casa a recoger mi material, cambiarme de ropa e ir a trabajar. El corazón le decía a mi mente que hiciera todo lo contrario.

«Quédate un rato más», pedía.

«Otra media hora junto a él», rogaba.

«No rompas la magia de este atardecer», suplicaba en cada palpitar. No le hice caso.

—Creo que es tiempo de volver Yuri, aún debo ir a casa —le dije cortando todo el encanto del momento—. Te llevaré a tu hotel.

—Si quieres puedo pedir un taxi —me dijo algo entristecido.

—No, yo te llevo aún tengo tiempo de sobra —insistí porque sabía que era media hora más junto a él y no quería perderla. No quería decirle buenas noches. Aún no.

—¿Dónde dejaste tu moto? —Yuri se puso en pie y resignado estiró los brazos.

—Allá por donde están esos carros. —Caminamos casi sin hablar.

Estábamos cerca del vehículo cuando nos sorprendió una sombra que corría furtiva y esquivó nuestros pies. Un gato, un pequeño gato que se escabullía con algo en la boca. Seguro lo sacó de algún restaurante o asaltó algún contenedor de basura en la playa.

—Me gustan los gatos- ­—Yuri lo miro sonriendo y se quedó observándolo hasta que desapareció—. Son muy buenos compañeros.

—Los gatos… pensé que te gustaban los mastines o tal vez los rottweilers —no sé por qué lo dije.

—Los perros son demasiado enérgicos, demandan demasiado de mí. Tengo algunos en casa, pero de ellos se ocupa el personal de servicio, a mí me gustan los gatos porque son silenciosos, autosuficientes, orgullosos y porque hay que ganarse su confianza cada día. —Su mirada pareció volar hacia su amado… puma… scorpion… gato.

—Buen punto. —Cuando subió tras de mí en la moto, revisé que todo estuviera seguro y partimos rumbo a su hotel.

En el camino decidí hacer una pequeña parada.

—¿Ves ese gran portón de metal con un círculo rojo en medio? —le pregunté, él siguió la trayectoria que le señalaba mi dedo índice y afirmó con la cabeza—. Ese es “El Templo” y allí trabajo.

—¿Seguro que no puedo entrar? —me volvió a preguntar con curiosidad infantil.

­—Yuri me gustaría mucho que fueras, es espectacular. —Torcí mi boca y la mordí—. Pero las reglas son estrictas, no quiero que pases un mal rato. En dos años más podrás hacer lo que quieras en ese local.

Alzó los hombros, miró de nuevo el lugar y dijo con algo de pena:

—Dos años es demasiado para mí.

No entendí.

Las primeras luces de la ciudad comenzaron a iluminar las vías y con ellas una aguda y dulce voz se aproximó por detrás de los dos. De pronto sentí un efusivo abrazo y un beso en la mejilla.

—¿Qué haces a esta hora Otabek? Aún es algo temprano, ¿no crees? —Era Sara Crispino, una bella italiana que junto con su hermano se adueñaban de la barra y otros espacios de la gran discoteca haciendo los espectáculos de malabares más increíbles con botellas y copas. Ellos hacían delirar a todos los visitantes que esperaban pacientes los tragos cortos y cócteles finos que preparaban.

­—Solo pasaba por aquí y le mostraba a mi amigo el lugar donde trabajo. —Su mano soltó la mía con rapidez y saludó con un efusivo “buon pomeriggio” (1). Yuri respondió con un movimiento de cabeza a su cálido saludo y su linda sonrisa.

—Bueno, trae a tu amigo esta noche para pasarla bien —Sara no dejó que diera más explicación —. Nos vemos. — Se despidió con una fantástica sonrisa y bajó hacia el malecón rumbo a la discoteca. Esa noche junto a su hermano Michele tenía que presentar al dueño del Templo una nueva carta de tragos para la temporada baja.

Yuri se quedó mirándola intrigado y me preguntó:

—¿Quién es ella?

—Es Sara la barwoman más popular de la discoteca —le dije sin mucha preocupación—. Trabajamos juntos.

—¿Sales con ella? —su pregunta me sorprendió.

—¿Por qué lo dices? —realmente estaba algo descolocado.

—Te saludó con tanto afecto que pensé es tu… chica. —Me miró con cierto sonrojo en el rostro.

—¿Sara? Noooo. —Yo también sentí que el bochorno ganaba mis mejillas —. Ella es mi mejor amiga y compañera de trabajo. En verdad somos muy unidos porque nos conocimos aún en Canadá cuando yo cursaba la secundaria y sus padres frecuentaban a los míos por razones de trabajo.

─Ummm…  tu mejor amiga. —Por su tono de voz Yuri no parecía convencido con mi respuesta.

—Sí, ambos somos como confidentes. Hace algo más de dos años, ella y su hermano fueron quienes me animaron a venir a Ibiza y trabajar para ahorrar algo de dinero para nuestros estudios. —Sonreí recordando—. Los tres dijimos que nos quedaríamos solo ese verano, pero mira aún estamos aquí.

—Y tú ¿tienes alguna chica esperándote en Rusia? —Decidí invertir la situación.

—No, mi madre es muy estricta con eso. Siempre controló cualquier tipo de acercamiento que alguna chica quisiera tener conmigo y hasta ahora para ella no surgió alguien especial con quien comprometerme. ­—Me miró y sentí que se estaba burlando de mí, dibujó su sonrisa ladina y muy resoluto dijo—: Ja, no me interesa estar con una chica, son molestas, confunden todo, reclaman por cualquier cosa, quieren que las complazcas en todos sus caprichos, se quejan, te controlan, te joden todo el día y lo peor… siempre terminan llorando.

Sí, sabía de qué me estaba hablando, pero si él tenía ese concepto comprendí que había tenido una “chica” en algún punto del camino. Debía ser así por eso no quise preguntar más.

Llegamos a su hotel como a las siete, insistió en comer algo en la taberna del frente. Lo acompañé media hora más. Como estábamos hambrientos devoramos todo como dos furiosos mastines, casi no hablamos y acabamos con la comida en pocos minutos.

—Puedo recomendarte un lugar para esta noche si quieres salir. —Me dio un poco de pena dejarlo solo.

—No gracias, Otabek. Estoy algo cansado. —Era verdad, su rostro estaba pálido y sus ojeras pintaban azules bajo sus ojos.

—Mañana me recoges a las… —Me miró como pidiéndome que sea puntual.

—Nueve, esta vez seré puntual porque debemos estar a las once en la casa donde haré mis mezclas. —Volvió a verme de reojo como queriendo decirme que todavía no me creía—. Verás que cumpliré.

Chocamos puños y nos dimos la mano antes de decir buenas noches. Con paso lento empezó a caminar hacia el ascensor del hotel. Sí que estaba cansado. Yo en cambio debería seguir la jornada. Un energizante no me haría mal. Se paró frente a las puertas del aparato y antes de entrar sentenció.

—Una cosa más O-ta-bek. —Arrastró las sílabas a propósito—. Tu nombre es muy largo para pronunciarlo a cada rato, así que te llamaré: ¡Beka!

Dio la media vuelta sobre sus talones e ingresó al ascensor.

Yuri Plisetsky, mis labios se movieron al ritmo de su nombre. Por fin su apellido estaba muy bien grabado en mi memoria, aunque mi corazón era el primero en recordarlo y repetirlo en cada latido obligándome a repetirlo una y otra vez por más que yo intentara callar su voz.

Yuri Plisetsky, el chico ruso de la habitación seiscientos tres.

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Publicado por Marymarce Galindo

Hola soy una ficker que escribe para el fandom del anime "Yuri on Ice" y me uní al blog de escritoras "Alianza Yuri on Ice" para poder leer los fics de mis autoras favoritas y escribir los míos con entera libertad.

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