Yuri estaba semisuspendido en la oficina de Otabek, sus manos atadas a la polea que se encontraba instalada en el techo hacía que sus pies apenas tocaran el suelo. Estaba completamente desnudo, tal y como a su amo le gustaba que estuviera cuando se encontraban juntos. Lo único que conservaba puesto era el collar que mostraba a quien pertenecía.
Las manos gruesas de Otabek acariciaban el cuerpo expuesto de su sumiso, le excitaba poseer a Yuri de aquella manera, y le excitaba aún más saber que le daría un castigo, un castigo severo que lo haría suplicar por su perdón.
—Amo —dijo Yuri jadeante—, Amo, lo siento, yo creí…
—No estás aquí para suponer cosas, gatito, tu único deber es obedecer mis órdenes. No pensar, no suponer, no imaginar… obedecer.
—Pero…
—Silencio —ordenó Otabek—, debes escuchar a tu Amo.
Yuri bajó su rostro, avergonzado. Un silencio que le pareció sofocante se hizo entre ambos y Yuri no entendía el porqué en ese momento se sentía triste. ¿Por qué sería castigado? ¿Por qué sentía que decepcionó a Otabek? No comprendía los pensamientos que pasaban por su cabeza.
—Gatito —dijo Otabek, con su voz grave y su expresión severa, levantando la barbilla de Yuri para que sus ojos hicieran contacto—. Una de mis primeras órdenes fue que no debías entrar a Eros con ropa. Sabes que debes quitarte la ropa fuera del club y que soy yo quien decide si te quedas desnudo o te visto con ropa que yo previamente he preparado para ti.
—Lo siento, como me ha dado ropa para bajar al salón principal no pensé que fuera importante —respondió con vacilación en la voz—. Había gente en la calle y no podía esperar a que se marcharan, usted dijo que la puntualidad era importante y se me hacía tarde, Amo.
—La obediencia es importante, gatito.
—Lo siento, Amo. No lo quise decepcionar. —Otabek miró con atención los ojos brillantes de Yuri, era cierto, un sumiso totalmente entregado a la dominación de su Amo desea complacerlo, lo desea más que cualquier otra cosa, y Yuri había decidido entregarse a él.
Otabek acarició el rostro de Yuri, le gustaba saber que el policía se sometía de aquella manera a su dominio, le gustaba porque sabía que ese lado sumiso era solo para él; Yuri no se comportaría así con cualquiera, lo había elegido a él y saber eso lo satisfacía más de lo que nunca imaginó. Recordó el golpe que Yuri propinó al tipo del club y su pensamiento se reafirmó aún más; la sumisión de Yuri era completamente suya, y ahora también quería su rebeldía, aquella que podría mostrarle fuera de sesión. Pero, en esos momentos se encontraban en Eros, no eran solo Otabek y Yuri, eran Amo y sumiso, y en ese lugar, bajo esas reglas, la desobediencia debía ser castigada.
—Lo sé gatito, por eso debo castigarte. Después del castigo olvidaremos lo que ocurrió.
—Entiendo.
—Bien. —Las manos de Otabek recorrieron el rostro y el cuerpo de Yuri—. ¿Recuerdas tu palabra de seguridad?
—Sí, Amo.
—Quiero que la digas en voz alta una vez.
—Pirozhki.
—¿Sabes que la próxima vez que la digas el juego se detiene?
—Lo sé, Amo.
—¿Sabes que puedes decirla en el momento que quieras?
—Lo sé, Amo.
—Además de tu palabra de seguridad te daré algunos colores.
—¿Colores?
—Sí. Durante la sesión te preguntaré por tu color, si respondes verde significa que está todo bien y puedo continuar sin problemas, si tu respuesta es amarillo sabré que estás cerca de tu límite y necesitas un respiro, si contestas rojo entenderé que no puedes seguir con el castigo y haremos otra cosa. Si necesitas detenerlo todo debes decir tu palabra de seguridad, ¿de acuerdo?
—Sí, Amo.
—Perfecto, gatito. Iré a buscar algunas cosas que me ayudarán a darte un buen castigo.
Otabek desapareció del campo visual de Yuri, el policía temblaba de solo imaginar cómo sería castigado, aunque una parte de él sentía que lo necesitaba, que no dejaría de sentirse mal por haber desobedecido hasta obtener el castigo que Otabek consideraba justo.
Poco tiempo después Yuri escuchó la voz del dominante.
—Gatito, ¿cuál es la mejor manera de complacerme? —cuestionó el dominante.
—Obedeciendo sus órdenes —contestó consciente de que era la mejor respuesta.
—Así es. Esta es la primera vez que eliges desobedecer una orden que te he dado, seré severo porque quiero que aprendas muy bien la lección.
Otabek caminó hasta posicionarse frente a Yuri, en sus manos habían algunos objetos, pero lo que llamó la atención de Yuri fue la larga varilla de ratán que el dominante tenía en sus manos. No pudo evitar que un jadeo de sorpresa y miedo escapara de sus labios.
—A-amo, yo…
—¿Confías en mí, gatito?
—Sí, Amo.
—Entonces quiero que te quedes en silencio, solo estás autorizado a utilizar las palabras de las que hablamos antes, ¿color?
—Verde.
Otabek dejó los artículos sobre una mesa y se acercó llevando solo uno de ellos, una cárcel para pene que impediría a Yuri tener una erección completa. El dominante colocó el miembro flácido de su sumiso en la jaula de acero y luego volvió a alejarse, esta vez para tomar las pinzas que pondría en sus pezones. Un quejido que a Altin le pareció delicioso escapó de los labios de Yuri en cuanto sus rosados botones fueron mordidos con fuerza.
—Tu sumisión es hermosa, gatito —pronunció Otabek mientras sus dedos se internaban en la cabellera rubia y apretaban con fuerza para que sus miradas se encontraran. Los ojos verdes brillaban intensamente mientras el sonrojo de sus mejillas se acrecentaba—. Perfecto —susurró para luego tomar sus labios delgados y besarlo, besarlo intensamente, sin descanso, hasta que sus pulmones dolieron reclamando por oxígeno—. ¿Color?
—V-verde.
Otabek tomó la varilla de ratán entre sus manos y golpeó el aire haciéndolo silbar. Yuri se tensó, buscó la mirada de su dominante con urgencia, pero se tranquilizó al ver la seguridad que había en esos ojos oscuros e intensos.
—Tranquilo, gatito —dijo Otabek acariciando el cabello de Yuri—, recuerda que no debes pensar, imaginar o suponer, simplemente debes entregarte a mí y confiar en que todo lo que hago es lo mejor para los dos. ¿Color?
—Verde.
—Voy a calentar la piel de tus nalgas, será más placentero que doloroso, la intensidad subirá poco a poco; no sobrepasaré tus límites.
Otabek comenzó a manipular la vara imprimiendo en ella un movimiento oscilatorio, rápido y continuo, poco a poco la aproximó al trasero desnudo de Yuri, regalándole golpes muy rápidos, pero superficiales y de poca intensidad. El sumiso sintió que su piel estaba siendo masajeada mientras se calentaba y enrojecía. Era una agradable vibración que se extendía placenteramente por sus nalgas. El dominante era un experto en el uso de la vara y lo estaba demostrando con maestría.
Yuri jadeaba y gemía sin tener el más mínimo control sobre el canto de su voz; completamente perdido en el placer que estaba sintiendo en esos momentos, el placer con el que su dominante estaba preparando a su cuerpo para el castigo. Otabek sabía que causar un monto de dolor alto al iniciar la sesión podía ser muy desagradable y repercutir negativamente en el ánimo del sumiso, pero a medida que se sumergía más y más en la escena, aumentando poco a poco la intensidad del juego, la resistencia aumentaba. La necesidad de recibir disciplinamiento por su desobediencia se conjugaba con aquella nueva resistencia para poder propinar un castigo adecuado a la falta, un castigo que se sintiera severo y doloroso, pero que no lo lastimara y tampoco fuera insoportable.
Cuando la piel blanca de Yuri ya se había vuelto roja, cuando su temperatura corporal en la zona aumentó, Otabek se detuvo y masajeó el pequeño y redondo trasero de Yuri con sus manos gruesas.
—Aplicaré más fuerza en los golpes, ahora sí sentirás dolor; la intensidad será similar a la que ya hemos practicado, pero lo percibirás de manera diferente a la que conoces. El tipo de dolor que produce este objeto es muy particular; la sensación es la de un corte, pero se disipará pronto y quedará solo una impresión de calor. Ahora gatito, dime tu color.
—V-verde.
Otabek aumentó ligeramente la fuerza con la que golpeaba el trasero del sumiso, buscando que Yuri sintiera el beso afilado de la vara y se acostumbrara a una sensación de dolor distinta.
—¿Color? —preguntó sin detener sus azotes.
—V-verde, v-verde —gimió Yuri.
Otabek continúo la tanda de azotes, la intensidad era todavía suave para lo que podía realizar con aquel instrumento, pero Yuri ya podía sentir como el dolor se enlazaba con el placer.
—¿Color?
—Verde.
Poco después, Otabek nuevamente se detuvo, masajeó las nalgas desnudas, las acarició e incluso se inclinó a besarlas y lamerlas. Acarició los costados de Yuri y pegó su cuerpo a la espalda del sumiso, llevó sus manos sobre las pinzas en sus pezones y comenzó a golpearlas ligeramente, provocando que el cuerpo del policía se retorciera. La voz de Yuri, su canto único y dolorosamente placentero se hizo oír con fuerza cuando las pinzas abandonaron su cuerpo y la sangre retornó con vigor, llenando sus botones color rosa. Otabek masajeó con cuidado hasta que la tortura disminuyó.
—¿Estás preparado para tu castigo, gatito?
—Sí, Amo.
—Aumentaré la intensidad, recuerda que te estaré castigando, gatito. —El dominante acarició la mejilla de Yuri haciéndolo temblar—. Daré seis azotes y tú los contarás en voz alta, sin embargo, esta vez dirás el número antes de que yo te azote. No es necesario que digas el siguiente inmediatamente después de que te golpeé, puedes descansar y decir el número del siguiente cuando estés listo para recibirlo, ¿entendido? Yo no te azotaré hasta que tu digas el número.
—Entendido, Amo.
—¿Color?
—Verde.
—Cuando quieras comienza el castigo, gatito.
—Uno.
Yuri gritó al recibir el primer golpe, la caricia cortante punzó dolorosa en sus suaves nalgas y la marca se dibujó llenando de satisfacción a su dominante.
—¿Color?
—V-verde.
—Lo haces muy bien, gatito. Recuerda que no tenemos prisa.
Otabek sujetó la cintura de Yuri y comenzó a mordisquear sus clavículas con cuidado.
—Dos.
Después de dejar un beso suave en su mejilla, Otabek azotó nuevamente las nalgas redondas; las lágrimas de Yuri comenzaron a correr por su piel enrojecida.
—¿Color?
El sumiso no respondió. Otabek tomó el rostro de Yuri entre sus manos y miró en sus ojos la duda, bebió sus lágrimas y con voz tranquila le dijo.
—Puedes decir el color que necesites.
—V-verde.
—¿Seguro?
—Sí, Amo, verde.
—¿Qué te hizo dudar?
—La posición, mis brazos duelen.
—¿Debería ser un amarillo, entonces?
—No estoy seguro… puedo soportarlo.
—De todas maneras, creo que podemos buscar una mejor posición.
Otabek desató las muñecas de Yuri y lo recibió en sus brazos. Lo cargó y caminó con él hasta el sofá de cuero al centro de su oficina, se sentó e hizo que Yuri se recostara sobre su regazo, sus manos se movieron por la espalda de su sumiso y luego sobre sus nalgas, con delicadeza, mientras observaba las finas marcas paralelas de los azotes previos.
—Preciosas —murmuró ante ellas—. ¿Color?
—Verde.
—Cuando estés listo, gatito.
Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Cada número fue dicho entre lágrimas y jadeos, con voz entrecortada, pero sin ninguna duda deslizándose a través de ella. Como Otabek le había dicho, no se apresuró. Sintió cada golpe; fue consciente de cómo el agudo dolor se desvanecía poco a poco mientras el calor en sus nalgas aumentaba y se expandía, disfrutó de las caricias analgésicas de las manos grandes de Otabek y solo cuando se sintió preparado recitó un nuevo número, aprovechando el pequeño margen de control que le había cedido su dominante al experimentar algo completamente nuevo.
—Lo has hecho muy bien —elogió Otabek acariciando el cabello de Yuri—. Has aguantado tu castigo y ahora puedo ver hermosas marcas en tu trasero.
—Gracias por el castigo, Amo.
—¿Cómo te sientes?
—Creo que no podré sentarme por un tiempo —respondió—, pero me siento mejor, aliviado. Es como si el peso del error que cometí se hubiese desvanecido.
—Me siento muy complacido de que hayas soportado tu castigo, gatito. Mereces un premio.
—Gracias, Amo.
Otabek ayudó a Yuri a cambiar de posición, dejándolo a horcajadas sobre él, aunque sin apoyar sus nalgas, solo las rodillas en el sofá mientras sus piernas se encontraban abiertas. El dominante quitó la cárcel de pene que encerraba el miembro de Yuri y comenzó a estimularlo con sus dedos mientras las manos del sumiso se sujetaban de sus hombros con fuerza.
—Amo, ¿puedo tocarlo? —preguntó el rubio, el deseo bailaba en sus brillantes esmeraldas, con fuerza, con pasión.
—Puedes —autorizó el moreno.
Yuri recorrió el pecho de su dominante, la tela de la camisa gris impedía que lo tocara directamente, pero solucionó ese problema desabrochando la larga corrida de botones negros. Yuri pocas veces podía disfrutar de la piel desnuda de Otabek, realmente se sentía premiado por poder tocar su abdomen firme, su pecho cálido. Acercó sus labios a la piel morena y repartió besos húmedos mientras aspiraba el aroma masculino de su Amo; aroma a bosque y tierra mojada, completamente embriagante.
Las manos blancas del sumiso no se detuvieron, pero actuaron lentamente, dispuestas a detenerse si el dominante lo ordenaba, pero rogando porque no fuera el caso. Se dirigieron hacia el botón que cerraba el pantalón de Otabek y lo abrieron para luego bajar el cierre, sus manos acariciaron sobre la ropa interior del moreno y Yuri pudo sentir la dureza de su Amo, la excitación que deseaba recibir dentro de él. Sus dedos se dirigieron a la pretina del boxer y luego de buscar autorización con una mirada encendida, comenzó a meter sus dedos entremedio de la prenda.
Otabek lo miraba intensamente, dejaba que el sumiso trabajara por su premio mientras él disfrutaba de las ansias que Yuri mostraba por complacerlo, por tocarlo, por gozar de su cuerpo. Los dedos delgados de Yuri se internaron lentamente entre la espesura suave y cálida del vello púbico de Otabek; el rubio no pudo contener el gemido erótico que aquella sensación le provocó, hundirse en aquellos rizos causaba que su piel temblara y que su pene goteara el líquido transparente de su placer. Pero su mano no se detuvo hasta acariciar la sedosa erección de Otabek.
—Amo, lo necesito dentro de mí.
—En el primer cajón de mi escritorio hay condones y lubricante, ve por ellos gatito.
Yuri se levantó e hizo lo que Otabek había ordenado, después entregó a su amo lo que fue a buscar y se mantuvo de pie esperando instrucciones. Otabek puso lubricante en sus dedos y luego miró a su sumiso.
—Abre las piernas —ordenó.
Yuri inmediatamente separó sus piernas, Otabek entonces llevó su mano derecha, lubricada, entremedio de sus nalgas, puso su dedo medio en la apertura de su estrecha cavidad anal y sin rodeos penetró, haciendo que Yuri gritara por la intrusión.
—Muévete, gatito, fóllate con mi dedo.
Yuri comenzó a moverse a un ritmo suave mientras sus jadeos escapaban sin control. El sudor perlaba su cuerpo y rodaba convertido en finas gotas que hacían brillar su piel.
—Amo… Por favor, necesito más.
Otro dedo entró en el interior de Yuri, abriendo las estrechas paredes. Los dedos de Otabek se movieron como tijeras, dilatando aún más aquel cálido lugar, humedecido por el lubricante.
Los dedos de Otabek eran apretados con fuerza por el estrecho canal de Yuri, que poco a poco cedía a la intrusión, hasta que permitió que un tercer dedo también le invadiera. Cuando los dedos podían moverse con relativa facilidad, el dominante los quitó del interior de Yuri, provocando que el sumiso se sintiera vacío y emitiera un jadeo de insatisfacción.
—Tengo algo mejor para ti, gatito —dijo Otabek esbozando una pequeña sonrisa y tomando entre sus dedos su propio pene, goteante y dolorosamente erguido. Tomó el paquete con el condón, lo abrió y luego vistió su miembro con el látex transparente y mojado—, ven aquí.
Yuri obedeció y volvió a quedar a horcajadas sobre Otabek, despacio, ubicó la entrada de su ano sobre el falo erecto de su amante, y mirándolo a los ojos, absorbiendo esa mirada oscura y esa lujuria escondido tras las pupilas dilatadas, comenzó a penetrarse lentamente, sintiendo como sus paredes eran forzadas a abrirse aún más, como el miembro endurecido rozaba caliente la piel de su interior, como sus partes más sensibles eran tocadas, estimuladas, friccionadas hasta hacerlo perder la cabeza, sumergido en el placer. El placer que había deseado desde que se desnudó para su amo, pero que había tenido que posponer hasta ese momento, ese momento en el que, al fin, se sentía completo, absolutamente lleno y maravillosamente pleno.
La arrebatadora sensación no le permitió a Yuri soportar por mucho tiempo. Su orgasmo llegó con violencia, intensamente, como si hubiese subido a lo alto de una montaña y de pronto lo hubieran lanzado al vacío; rápido, sin protección. Cayendo, cayendo, cayendo… hasta que los brazos fuertes y protectores de su Amo lo sujetaron con fuerza y lo aprisionaron contra esa piel con sabor a bosque y aroma a lluvia.
Y un grito fuerte escapó de su garganta, un gemido a través del cual dejó ir todo lo que había sentido durante esa sesión, para luego flotar… flotar mientras solo percibía esa fragancia a tierra mojada, mientras seguía sintiendo que su interior estaba lleno, mientras otra piel ardía contra la suya.
Otabek, que había estado demasiado tiempo controlándose a sí mismo, al fin se dejó ir también, sintiendo la adictiva fricción sobre su carne y derramándose por completo mientras estrechaba con fuerza el cuerpo laxo de su sumiso.
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Otabek y Yuri reposaban en el cuarto que le pertenecía al Dominante. Yuri estaba tendido sobre su estómago y Otabek se dedicaba a masajear sus nalgas con una pomada analgésica y refrescante.
—Esta noche hablaré con Guang Hong —dijo Yuri relajado ante las atenciones de Otabek—. Le pediré disculpas por mi comportamiento del otro día, sé que ya lo hice por orden tuya, pero sabes que no fui honesto.
—¿Acaso esta vez lo serás? —preguntó alzando una ceja y con algo de diversión en la voz.
—Claro que no, ese sujeto me cae mal —respondió haciendo una mueca de asco—. Pero es muy sociable y creo que le gusta conocer a los sumisos que frecuentan el club. He pensado que sería bastante útil estar cerca de él.
—Es cierto, Guang Hong siempre intenta conocer a los sumisos que vienen al club. Creo que él es quien más personas conoce y quién más información tiene sobre las personas que frecuentan este lugar.
—Sí, creo que es buena idea estar cerca de él.
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Yuri lucía totalmente ruborizado mientras caminaba tras su amo en el salón principal de Eros, el dominante, había decidido hacer unos cortes en el pantalón ajustado que Yuri llevaba puesto, dejando expuestas su redondas nalgas marcadas con los azotes que previamente había recibido.
—Para que el roce de la tela no te moleste —había dicho divertido cuando le ordenó vestir aquella ropa. Aunque Yuri sabía que lo estaba haciendo para exhibir las marcas ante los demás Dominantes, y aunque le avergonzara, una parte de Yuri también quería mostrarlas.
Rápidamente ubicaron a Guang y a Leo bailando melosamente al ritmo de Depeche Mode, Otabek y Yuri comenzaron a bailar junto a ellos después de saludarlos e intercambiar algunas palabras.
—Algún día tienen que hacer un especial de música latina, si quieres hasta puedo ofrecer un show para enseñarles a bailar a mi ritmo —dijo Leo entre risas.
—Eso sería divertido —contestó Yuri con una sonrisa que se veía más natural de lo que realmente era.
Después de un par de canciones Otabek volvió a hablar.
—Leo, ¿vamos por agua?
—¡Claro! También estoy sediento.
Leo y Otabek se dirigieron a la barra del bar y Yuri se quedó en la pista junto a Guang Hong.
—Quería disculparme contigo por lo del otro día —dijo Yuri—, estaba alterado por lo de la chica y reaccioné mal.
—¡Oh! No te preocupes, ya lo había olvidado —respondió con una sonrisa—. Pero entiendo, fue muy desagradable lo que ocurrió.
—Así es, pero ella ya está bien, mi Amo la contactó con un Dominante experimentado con el que tendrá su entrenamiento. Ella era nueva también en este mundo.
—Es cierto, eres muy nuevo aquí… ¿habías experimentado algo antes?
—No, estaba un poco reticente, suelo ser bastante independiente y aunque sabía de mis impulsos los creía enfermizos… hasta que conocí a Otabek y me enseñó a ver mi sumisión desde una perspectiva diferente.
—¡Qué suerte!
—Es cierto, pero tú también eres afortunado, se nota que eres feliz con tu Amo.
—Sí, mi Amo es perfecto para mí.
—Guang, no conozco a nadie en este mundo, solo a Otabek, si realmente estás dispuesto a disculpar mi anterior comportamiento me agradaría mucho que fuéramos amigos. Como sumiso experimentado, creo que podrías ayudarme a entender algunas cosas que aún no logro expresar a mi Amo. Cosas que un sumiso me podría explicar de mejor manera.
—¡Claro! Me encantaría hablar de cosas de sumisos contigo.
Mientras charlaban se dieron cuenta de que la gente se acercaba a un rincón particular del salón.
—¿Qué ocurre? —preguntó Yuri.
—Tal vez alguien dando una demostración —respondió Guang tomando la mano de Yuri y acercándose junto a él a curiosear—. ¡Oh! Una competición de sumisos.
—¿Competición?
—Sí, algunos Dominantes hacen competir a los sumisos. Ellos se han intercambiado los sumisos, los conozco. —Atados a unas cruces de San Andrés dos sumisos desnudos se encontraban recibiendo azotes, cada uno recibía golpes con un flogger de cuero, pero quien se los daba era el Dominante de su compañero—. Lo hacen para mostrar la resistencia de sus sumisos, ambos buscan que el sumiso del otro Dominante diga la palabra de seguridad, el primero en decirla pierde.
—Es desagradable —dijo Yuri frunciendo el entrecejo.
—A algunos sumisos les gusta participar de esas cosas, a mí no.
—No haría que Guang compitiera con otro sumiso, mucho menos que otra persona lo azotara —dijo Leo llegando junto a ellos y abrazando a su pareja.
—Amo, sé que no dije nada sobre esto, pero quisiera agregarlo a mi lista de límites infranqueables —dijo Yuri recibiendo una botella de agua por parte de Otabek.
—No haremos nada que no desees —respondió con simpleza—, pero tampoco pienses que es tan malo. Los sumisos que están allí están de acuerdo con hacerlo y usar la palabra de seguridad no les traerá ninguna consecuencia, es un juego.
—Aún así, prefiero no competir de esa manera con otro sumiso.
—De acuerdo, respeto tus límites, gatito.
Los cuatro se quedaron observando un rato más, hasta que uno de los sumisos gritó su palabra de seguridad. En ese momento su Dominante soltó el flogger con el que azotaba al otro sumiso y se dirigió hasta él, desatándolo rápidamente para luego abrazarlo y acariciar la zona lastimada.
El resto de la noche avanzó sin mayores novedades. Víctor y Yuuri también se encontraban en el club, pero su interacción fue escasa, Víctor seguía tanteando el terreno con Sokolov y Petrov, mientras Yuri compartía palabras e impresiones con Guang Hong. Al finalizar la jornada, ambos sumisos habían intercambiado números telefónicos y acordado verse para tomar un café.
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Guang: ¡Hola, Yuri! ¿Estás libre mañana en la tarde?
»Hola, Guang. Estoy libre.
Guang: ¡Genial! ¿Te parece bien si tomamos el café que acordamos?
»Me encantaría, ¿te molesta si llevo a alguien? Recién me he enterado de que un amigo también es sumiso, no ha ido a Eros por eso no lo había visto, pero me ha dicho que sesiona en Algolagnia.
Guang: Está bien, seremos los tres entonces.
»¿Te parece bien el café Utopía? Es bastante céntrico y hacen unos pasteles deliciosos.
Guang: Sí, lo conozco. Me queda perfecto, ¿a las seis de la tarde?
»De acuerdo, nos vemos mañana.
Guang: Hasta mañana, Yuri.
Yuri inmediatamente llamó a Phichit, Yuuri habría sido su primera opción pero era imposible, el japonés debía fingir que no hablaba ruso, sin embargo, también confiaba en su otro compañero, además, el carácter alegre y abierto de Phichit podía funcionar bien con alguien como Guang.
—Seguramente podrían ser amigos —se dijo mientras esperaba que le contestara. La llamada fue rápida y Phichit concordó en que lo mejor era acompañarlo.
El día siguiente llegó sin mayor novedad, Phichit y Yuri se encontraron primero en casa del rubio y luego salieron rumbo al café donde se encontrarían con Guang Hong.
A las seis con treinta minutos el teléfono de la oficina de Otabek Altin comenzó a sonar. Su secretaria le informaba que tenía una llamada de Guang Hong, su expresión, siempre imperturbable, se tensó.
—¿Guang Hong? —preguntó en cuanto le transfirieron la llamada.
—Buenas tardes, señor. Espero no importunar, pero quería preguntarle si sabe algo de Yuri.
—¿No está contigo? Yura dijo que se verían para tomar un café —contestó.
—Llevo más de treinta minutos esperándolo en el café Utopía, me preocupa porque no contesta mis llamadas y no ha visto mis mensajes… pensé que tal vez usted lo había requerido por más tiempo.
—No —respondió Otabek—, hoy no nos hemos visto, pero la última vez que hablamos iba saliendo de su departamento. Ya debería estar contigo.
—Esperaré un poco más, por favor avíseme si sabe algo de él.
—Por supuesto, si lo ves antes dile que me llame.
—Así lo haré.
En cuanto la comunicación se cortó Otabek sintió un escalofrío recorrer su espalda. Tomó su teléfono móvil y comenzó a marcar el número teléfonico de Yuri, pero era inútil, estaba apagado. Recordó que Phichit estaba con él y marcó el número del moreno, pero también le fue imposible conectar con él.
Una fina capa de frío sudor y una fuerte opresión en el pecho sobresaltó a Altin.