Yuri comenzó a despertar al sentir que su cuello era besado, rio entre sueños mientras sus manos blancas se posaron sobre los gruesos dedos que Otabek tenía sobre su abdomen.
—Despierta, gatito, ya es tarde. —La voz gruesa de su amante le hacía cosquillas al sentir su aliento sobre su oído.
—Beka, tengo sueño —se quejó hundiendo su rostro sobre las almohadas.
Los besos sobre su piel desnuda continuaron mientras risas y suspiros escapaban de su boca, las manos de Otabek acariciando su cuerpo se sentían divinas. Yuri se giró en la cama, quedando de espaldas; su cabello rubio caía desordenado sobre la almohada y sus ojos verdes se clavaron en los ojos oscuros de Otabek.
—¿Qué pasará ahora con la investigación? —preguntó el moreno.
—La parte difícil del trabajo ya terminó —contestó Yuri—. Ahora solo queda papeleo, pero Yakov es el principal responsable de todo eso, tendremos que estar al pendiente hasta que se dicte sentencia, probablemente tendremos que declarar.
—Entonces, ¿estarás disponible estos días?
—Sí, a menos que me requiera el fiscal o los abogados, en ese caso debo contestar enseguida— respondió mientras acariciaba la mejilla morena de su pareja—. Cuando se dicte sentencia tendremos dos semanas de vacaciones, a menos que se presente un caso urgente.
—¿Dos semanas en una cabaña en medio del bosque?, ¿te parece atractivo?
—¿Quieres ir con tu novio o con tu sumiso?
—Para mí está bien ir con mi novio, pero eso no quita que podamos tener algunas sesiones, ¿verdad?
—¿Y ahora con quien deseas estar?
—Por ahora deseo a mi novio, ¿y tú?
—También. —Yuri sonrió y giró su cuerpo empujando el de Otabek para quedar sobre él—. Te enseñaré que algunas veces también puedo tomar el control, mi querido osito.
Otabek rio antes de sentir sobre sus labios el beso ardiente que Yuri le obsequió.
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Los días pasaron, y mientras Yakov se hacía cargo de los asuntos legales, Phichit fue dado de alta, aunque aún necesitaba reposo y algunos cuidados, principal razón por la que aceptó la oferta de Seung,
Fue recibido con bastante afecto por Sara, la sumisa había estado muy preocupada por él y estaba feliz de poder ayudarlo durante su recuperación. Esto a Phichit le preocupó, ya que no quería ser una molestia ni interferir con el trabajo de la morena.
—No te preocupes por eso —dijo Sara con una sonrisa después de escuchar la aprehensión de Phichit. El policía ya llevaba dos días en el departamento de Seung, y mientras él trabajaba, Sara lo cuidaba y le hacía compañía—. He renunciado a la cafetería.
—¿Qué? Pero, Sara… no era necesario que tú…
—Eso no importa, la cafetería tan solo era un trabajo temporal —dijo Sara restándole importancia—. Yo realmente soy artista y he estado buscando oportunidades para exponer mi obra. Hace poco me contactó una galería de arte en Italia, así que en un par de meses viajaré a Florencia a exponer mis pinturas. Necesitaba renunciar pronto para dedicarme a terminar mis obras.
—¡Eso es maravilloso! ¿Qué tipo de cuadros haces?
—Eróticos —respondió sonriendo—, te enseñaré uno, esperame.
Sara salió rápidamente de la habitación donde reposaba Phichit y regresó minutos después con un cuadro en sus manos.
—¿Te gusta? —preguntó riendo al ver que el moreno perdía el color de su rostro.
—E-ese soy yo… —tartamudeó casi gritando.
—Los tres —respondió Sara—. Me gusta cómo nos complementamos y creo que en el cuadro se aprecia lo mucho que al Amo y a mí nos gusta tenerte con nosotros.
Phichit no podía apartar la mirada de aquel cuadro, se veía a sí mismo siendo penetrado por Seung mientras Sara le obsequiaba una felación, su rostro en aquella pintura expresaba placer, tanto placer que deformaba su expresión a una completamente llena de éxtasis.
Y sabía que era cierto, que estar con ellos era la cima del goce.
—¿Realmente te gusta, Sara? —preguntó sin dejar de admirar el cuadro—. ¿No te has sentido obligada por ser su esclava? Tal vez preferirías que Seung solo estuviera contigo.
—Hace mucho tiempo que logré deshacerme de mis celos —respondió Sara levantando sus hombros—. La mayoría de los sumisos con los que hemos compartido sesiones me son indiferentes, pero tú me gustas. Nos gustas a ambos, por eso estás aquí ahora.
—Ya veo…
—Sé que eres policía, sé que no te acercaste a nosotros por un deseo de sumisión, pero ¿lo has pasado bien?, ¿te ha gustado? Sí es así, creo que al Amo Seung le gustaría que siguieras sesionando con nosotros, y a mí también. Pero si ya no quieres hacerlo, será un buen recuerdo, al menos para mí.
—Bu-bueno, debo admitir que me ha gustado —el rostro de Phichit mostró un leve sonrojo—. No pensé que podría sentirme atraído por este mundo, entré pensando en hacer bien mi trabajo nada más, pero Seung… él me gusta en su rol de Amo, logra que acepte someterme a él como si fuera lo correcto. Y tú, eres tan hermosa y agradable que me encanta que estés con nosotros, se siente bien que formes parte de esto.
—¿Eso quiere decir que cuando te recuperes volverás a someterte a mí? —La voz de Seung atrajo la atención de Phichit y Sara hacia el marco de la puerta de la habitación. Seung estaba allí, lucía algo cansado, Phichit pensó que el turno de urgencias debió ser duro.
—Bienvenido, Amo —dijo Sara dejando el cuadro de lado y acercándose a Seung, se arrodilló a su lado y abrazó las piernas del Dominante mientras sonreía. Seung acarició el cabello negro de la sumisa mientras miraba a Phichit, esperando una respuesta.
—Tal vez —contestó Phichit desviando la mirada.
Seung sonrió con suficiencia. Luego posó sus manos en los hombros de Sara y la ayudó a ponerse de pie, acarició su mejilla morena y dio un suave beso en sus labios.
—El turno estuvo pesado, descansaré un poco —dijo Seung.
—Yo prepararé la cena mientras usted descansa, Amo. He dejado carne marinando para cocinar al horno, pensaba preparar arroz con vegetales también, ¿le parece bien o prefiere otra cosa?
—Es perfecto, Sara.
La morena sonrió y salió de la habitación rápidamente. Seung miró el cuadro que quedó abandonado y lo observó con detención.
—Sara es talentosa, pero hace un tiempo estuvo frustrada por no poder exponer sus obras. La rechazaron en algunas galerías de arte por el contenido de sus cuadros —comentó Seung.
—Me ha dicho que irá a Florencia a exponer su trabajo.
—Sí, está muy feliz.
—La relación de ustedes es distinta a como me la imaginé. Hablar de esclavitud para mí es pensar en un sometimiento total, pero ella tiene la suficiente libertad para buscar cumplir sus sueños.
—Soy su Amo y si le ordeno algo, Sara lo hará sin chistar, pero no soy su Amo solo para eso. Soy su Amo también para conocerla profundamente, si no la conociera no podría hacer las cosas que hago con ella, pero ese conocimiento también me hace responsable de su felicidad. Si le ordenara que dejara de pintar, trabajar o tener amigos, ella lo haría porque su prioridad son mis órdenes, pero en ese caso la estaría anulando como persona y eso la haría infeliz, y también a mí, porque la esclava que deseo es Sara, no una muñeca cualquiera.
—¿Y yo? ¿Qué es lo que quieres de mí?
Seung se retiró los zapatos y se subió a la cama, sentándose junto a Phichit, se apoyó en el respaldo y dejó descansar sus manos en su regazo.
—Quiero que seas más que un sumiso que comparte sesiones ocasionales con nosotros.
—No seré tu esclavo.
—No es necesario que lo seas, pero me gustaría que formaras parte de nuestra relación, que compartas tiempo con nosotros y que seas sumiso cuando juguemos. Respetaré los límites que desees conservar, en sesión y en tu vida.
—Me parece una oferta tentadora.
—Yo creo que es la mejor. —Seung se giró un poco hacia Phichit y puso sus largos dedos en el mentón del moreno, acarició sus labios y se acercó lentamente, hasta dejar sobre ellos un apasionado beso.
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Leo de la Iglesia se suicidó en la cárcel.
Nadie supo cómo obtuvo el cordel con el que se quitó la vida, atándolo con maestría de los altos barrotes de su celda para luego dejarse morir asfixiándose con la cuerda incrustada en su piel, impidiéndole oxigenarse.
Leo extrañaba a Guang, sin él, no quería vivir. Un Amo no lo es si su esclavo, pero él mismo era esclavo de esos ojos color miel. Adicto a verlos llorar del dolor, pero también a mirar ese brillo cruel que los iluminaba cuando era él, el dulce Guang, quien dejaba las máscaras para satisfacer su despiadado sadismo.
El resto de los sádicos que fueron apresados ese día y los posteriores fueron condenados a largos años en la cárcel. De los sumisos desaparecidos, poco más de la mitad se encontraban vivos, pero en malas condiciones físicas y psicológicas, la recuperación sería larga y dolorosa. Los que estaban muertos fueron hallados enterrados en un lugar próximo al que utilizaban para sus juegos perversos.
Cuando las sentencias fueron dictadas, las dos semanas de vacaciones comenzaron para el equipo platino.
Dos semanas que Chris estaba dispuesto a disfrutar en grande paseándose por los diferentes clubes BDSM. Conociendo sumisos y dominantes que quisieran experimentar un poco con él.
—Alex, dame uno de tus maravillosos mojitos sin alcohol —pidió sentándose en la barra del club Algolagnia. A lo lejos vio a Mila e Isabella bailando mientras Jean las observaba y reía conversando con un Dominante alto, de ojos marrones y cabello castaño, algo largo. Lucía terriblemente guapo.
—Aquí tienes, precioso —dijo el barman entregando el refrescante mojito.
—Dime quién es ese hombre sexy que está con Leroy.
—Ese hombre divino se llama Masumi —contestó confidente—, es todo un bombón.
—Esta noche me lo llevo a la cama, quiero que me azote.
—Eres una perra, cariño.
—Solo disfruto de los placeres que se ponen delante de mí, y mirar a ese hombre es un placer visual que me hace desear descubrir qué otros placeres me puede brindar.
—Pues ve por él… y luego me cuentas cómo te va.
Chris se puso de pie, y sin despegar sus hermosos ojos verdes del Dominante que deseaba, caminó con su vaso en la mano mientras Alex lo animaba deseándole suerte desde el otro lado de la barra.
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Víctor y Yuuri caminaban tomados de la mano.
—Esto será vergonzoso —dijo Yuuri hundiendo su cabeza en la bufanda que cubría su cuello.
—Vamos, cariño, este último tiempo haz hecho cosas más vergonzosas —rio alegre.
—Lo sé, pero aún así… —El sonrojó cubrió la piel del sumiso, incluso sus orejas se vieron teñidas por el adorable tono carmín.
—Solo vamos a una tienda…
—Una tienda BDSM.
—Las personas que veamos allí estarán buscando cosas similares.
Siguieron caminando de la mano hasta que llegaron a una tienda que por fuera lucía bastante sobria, nadie se imaginaría las cosas que allí vendían, nadie entraría sin antes saber que artículos podías encontrar allí.
Al cruzar la puerta, el ambiente cálido los recibió. La calefacción era agradable.
—Creo que esto ya no es necesario —dijo Víctor tomando la bufanda de Yuuri.
—Pe-pero…
—Quiero que aquí muestres tu collar, Yuuri —respondió mirándolo fijamente—, ¿acaso no estás orgulloso de llevarlo?
—Sí, Amo —respondió dejando que Víctor quitara su bufanda y abriera un par de botones de su camisa para que el collar fuera perfectamente visible.
—Mío —dijo Víctor besando los labios de Yuuri. Luego tomó su mano y se adentró junto a él a la tienda que prometía todo tipo de artículos para dar placer y dolor.
Mientras Víctor se entretenía mirando la variedad de fustas, floggers y varas, Yuuri se acercó a una exhibición de bondage, donde varios maniquíes se mostraban atados con distintos tipos de nudos y cuerdas. Al lado de ellos podía encontrar diferentes tipos de soga; de nylon, de algodón, de cáñamo… cada una con las indicaciones correspondientes
—Me gustaría practicar bondage contigo. —La voz de Víctor sobre su cuello lo sobresaltó, había estado concentrado en apreciar la textura de las cuerdas y la belleza de los nudos que cubrían los cuerpos simulados de los maniquíes blancos.
—Yo quisiera que lo hiciera, Amo.
—Pero debo aprender primero, no quisiera lastimarte por inexperiencia. En el “Imperio de los sentidos” habrá una exhibición de shibari, tal vez allí podría conseguir a algún experto dispuesto a enseñarme.
—Gracias, Amo… ¿podemos llevar entonces?
—Escoge lo que quieras, Yuuri.
Dos días después, Víctor estaba emocionado recibiendo algunos muebles que había comprado para el cuarto que comenzaba a implementar; un potro y una cruz de San Andrés.
—Cariño, tendremos un gran cuarto de juegos —dijo Víctor abrazando a Yuuri por la espalda, mientras el japonés mordía sus labios mirando como ese espacio, que anteriormente había sido destinado como cuarto de invitados, comenzaba a cobrar otra vida entre fustas, paletas y muebles destinados únicamente al placer de quienes disfrutaban más allá de la norma.
—Creo que merecemos tener una pequeña celebración de inauguración —respondió Yuuri girando entre los brazos de Víctor con un brillo peculiar en sus ojos marrones, un brillo lleno de deseo, uno que Víctor supo interpretar muy bien.
—Entonces tendremos que comenzar por fijar las normas de este lugar —dijo Víctor empujando suavemente a Yuuri hasta acorralarlo contra la pared junto a la puerta.
—¿Normas?
—Claro —sonrió—, la primera regla es que no puedes estar aquí con ropa.
—¿Debo salir entonces, Amo?
—No.
Víctor comenzó a desabrochar los botones de la camisa de Yuuri, lo hacía lentamente mientras lo miraba a los ojos, el amor que sentían el uno por el otro era evidente, pero por el momento, ocultaban ese sentimiento tras el juego de roles que deseaban interpretar. Esa nueva forma de amarse, más allá de los límites, amenazaba por consumirlos, y ellos querían, anhelaban ser víctimas de ese fuego intenso que ardía en sus entrañas.
Lentamente, cada una de las prendas de Yuuri fue retirada por las manos hábiles de Víctor. Hasta quedar totalmente desnudo, solo vestido por su collar, esa joya que Víctor acariciaba con devoción; la prueba de que Yuuri le confiaba todo su ser. El éxtasis, la emoción vibrante de tener en sus manos todo el poder que ese intercambio voluntario le cedía lo excitaba más que cualquier otra cosa.
—¿Qué desea hacer conmigo, Amo? —dijo Yuuri doblando sus rodillas sentándose sobre sus talones, mostrando esa sumisión que nacía de la absoluta confianza que tenía en las decisiones de Víctor. Completamente entregado a él y sintiendo la liberación que esa docilidad que le regalaba: no había nada que pensar, solamente sentir.
Y Víctor deseaba hacerlo sentir.
Caminó hasta un armario que recientemente había llenado con los juguetes comprados, sacó varios de ellos y luego los puso sobre la colcha de seda roja que cubría la cama con dosel, otra de las nuevas adquisiciones de la pareja.
Víctor se acercó a Yuuri con una cadena, la sujetó del collar de su sumiso y luego caminó hacia la cama, Yuuri lo siguió gateando y al llegar junto a la cama, tras la orden de su amo, subió a ella, ubicándose en el centro. Víctor aseguró el otro extremo de la cadena al respaldo de metal entre los postes gruesos; ahora Yuuri estaba impedido de alejarse de la cama sin el permiso de su amo.
Víctor acomodó el cuerpo de Yuuri hasta dejar que su mejilla reposara en las almohadas esponjosas y suaves, sus rodillas flectadas y su trasero en alto formaban la posición perfecta para que Víctor accediera a su cuerpo de la manera en que deseara, pero antes de eso, tomó algunos grilletes. Víctor esposó la muñeca izquierda de Yuuri a su tobillo izquierdo, y su muñeca derecha a su tobillo derecho, deseaba su cuerpo inmóvil y asequible, para azotar y para follar.
Víctor lubricó un pequeño vibrador anal que luego introdujo en el cuerpo de su sumiso, haciendo que él soltara sus primeros jadeos. El dominante tomó una pala y comenzó a dar certeros golpes que lograban mover el aparato dentro de Yuuri, haciendo que recorriera su interior sin dejar de vibrar, provocando que la voz del sumiso gimiera entre vibraciones entrecortadas a medida que su nívea piel se volvía un lienzo ardiente, enrojecido.
—¿Te gusta? —preguntó Víctor mientras acercaba su mano libre al pene ya erecto de Yuuri, acariciando gentilmente la piel sedosa de su glande inflamado y goteante.
—S-sí. —Un gemido escapó de sus labios.
—¿Sí, qué? —preguntó Víctor azotando con mayor fuerza mientras apretaba el miembro de Yuuri.
—Sí, Amo… —contestó rápidamente, mientras una mueca de dolor se alojaba en su rostro.
Víctor aflojó el agarre sobre su erección y comenzó a masturbarlo con una lentitud asfixiante.
—Amo, por favor… —pidió Yuuri mientras intentaba mover la cadera para aumentar el ritmo del contacto.
—Quedate quieto o tendré que castigarte, y no será un castigo placentero —advirtió Víctor con una sonrisa ladina que sugería peligro.
Los ojos vidriosos de Yuuri miraban suplicantes mientras la estimulación en su ano subía de intensidad y los dedos de Víctor jugaban con sus testículos.
—¿Qué deseas, Yuuri?
—Amo, por favor, me falta poco…
—¿Poco? ¿Para qué?
—Para… un orgasmo.
—¿Y lo quieres, pequeño cerdito?
—Sí, por favor.
—Ruega por él, Yuuri, sólo si ruegas lo suficiente tendrás tu premio.
—Amo, se lo suplico… lo necesito, por favor.
—Tendrás que esforzarte más si quieres convencerme —dijo con tranquilidad mientras posaba la yema de su dedo índice sobre la punta del glande.
Yuuri comenzaba a sentir el cosquilleo ardiente en su pecho y en las puntas de sus orejas, el orgasmo comenzaba a crearse en su cuerpo y la tensión por retenerlo se volvía dolorosa mientras sentía la vibración viajando por sus estrechas paredes, la pala golpeando sus nalgas doloridas, los largos dedos de Víctor paseandose por su pene y jugando con sus testículos.
—Amo se lo ruego, no puedo resistir más.
Lágrimas cristalinas brillaron en los ojos de Yuuri. Víctor soltó la pala y desabrochó su pantalón, liberando su dura erección; su bálano completamente humedecido debido al líquido preseminal que daba cuenta de su propia necesidad.
Víctor se acomodó tras Yuuri, quitó el vibrador de su interior lubricado y abrió sus nalgas para posar su pene entre ellas, luego tomó con mayor firmeza el pene de Yuuri y comenzó a masturbarlo con fervor.
—Libera tu cuerpo Yuuri, vuela para mí —susurró Víctor en su oído para inmediatamente sentir los músculos de su sumiso contraerse con fuerza.
Antes de que el orgasmo azotara a Yuuri, Víctor ingresó en él de una sola estocada impetuosa, forzando sus paredes a recibirlo aunque estas se estrecharon debido al orgasmo que en ese momento sacudió a Yuuri de manera arrebatadora, como una explosión cerebral devastadora.
Víctor enterró sus dedos en las caderas temblorosas de Yuuri, y antes de que el placer se difuminara del cuerpo de su sumiso, lo embistió con fuerza, una y otra vez, deleitándose con los temblores de su cuerpo sudado, con sus jadeos desesperados y la saliva que escurría por la comisura de sus labios, perdido aún en un punto intermedio entre la consciencia y ese más allá que se alcanza junto a la culminación.
Y Víctor también convulsionó al derramarse dentro de Yuuri.
El placer intenso fue seguido de respiración errática.
Sus cuerpos convulsos poco a poco se relajaron.
La entrega sin límites fue desbordada por el amor que vino después del éxtasis. Y el cuidado que Víctor empleó con Yuuri fue proporcional a su sumisión.
Y la calma del sueño los encontró abrazados.
FIN