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Pasado y futuro (Cuidaré de ti)


Leo de la Iglesia era un buen enfermero. Estudió su carrera en Estados Unidos, donde su familia había emigrado siendo él muy pequeño, se graduó bastante joven, era uno de los mejores estudiantes de su generación y nunca reprobó sus materias. Su primer trabajo, una vez titulado, fue en una clínica psiquiátrica ubicada en el estado de California. Allí conoció a Guang Hong. 

Guang llegó a ese lugar debido a una orden judicial. Enfrentó un juicio por la tortura y asesinato de su madre y su padrastro. Lo hizo de manera brutal, asegurándose de mantenerlos con vida durante horas y horas, disfrutando del placer que le generaban sus gritos y la sangre que lo manchaba. Nadie podía creer lo que el joven muchacho había hecho. Todos conocían a Guang por ser un chico dulce y servicial, el resto de su familia y la comunidad en la que vivía quedaron en shock. 

Mientras se llevaba a cabo la investigación, los informes psiquiátricos evitaron que Guang Hong Ji fuera a parar a una cárcel, pero lo obligaron a internarse en una reputada clínica psiquiátrica, allí conoció a Leo de la Iglesia, el enfermero que estaría a cargo de su cuidado. 

Al principio, a Leo le costó imaginar que un chico de apariencia frágil y dulce hubiese hecho todo lo que los informes policiales decían, pero poco a poco comenzó a conocer la oscuridad que había bajo aquella apariencia amable, y esas tinieblas no lo asustaron, al contrario, lentamente se vio completamente seducido por ellas. Leo comenzó a amar la apariencia delicada de Guang, lo pacífico que parecía en su trato diario; cordial y sonriente, pero también comenzó a desear aquella crueldad que sabía ocultar a la perfección. 

Una crueldad que no siempre iba dirigida hacia otras personas. Su propio cuerpo parecía perfecto para practicarla.

—Azotame, por favor Leo… hazme daño. 

Le imploraba con esa voz dulce y demandante. Y aunque al principio Leo se asustaba y huía, llegó un punto en el que no pudo contenerse más. Después de semanas de ser perseguido sin descanso por las fantasías, decidió hacerlas realidad: Desnudó a Guang, y obligándolo a permanecer tendido sobre su cama, comenzó a azotarlo con el cinturón de su propio pantalón, mientras el más joven gemía y lloraba por el dolor que le estaba provocando. 

Cuando Guang llegó al clímax, derramando su semen espeso tan solo por haber sido azotado, Leo supo que no había vuelta atrás. 

Se volvió adicto a las lágrimas de Guang, a su cuerpo marcado, a su voz suplicante y sus gemidos gozosos. Se volvió adicto a follarlo con fuerza y a tenerlo a sus pies. Adoraba su sumisión y también su crueldad. 

Crueldad que pudo presenciar cuando asesinó a otro de los pacientes del lugar: Jugaba con la sangre como un niño en un charco de lodo. Feliz de dejarse llevar por su sadismo. 

Después de ese asesinato, Leo decidió huir llevándose a Guang Hong, cruzaron la frontera hacia México y desde allí volaron a España. Todo gracias a la ayuda de unos amigos de infancia que habían decidido entrar al mundo de los negocios ilegales, latinos que tenían el control de ciertos sectores de California y negociaban de igual a igual con importantes cabezas de la mafia. Documentación falsa no era un problema para ellos.

En España consiguieron trabajos de bajo perfil, tenían una vida modesta. Para el ojo público, eran una adorable pareja que se mostraba muy enamorada, en privado, comenzaron a explorar nuevas maneras de obtener placer mediante el dolor.

Leo podía pasar días torturando a Guang Hong, completamente hipnotizado por el sonido de sus gritos y sus súplicas. Los límites del joven asiático eran puestos a prueba diariamente, y eso le gustaba: disfrutaba ver a Leo en esa faceta que tan bien había imaginado cuando lo conoció como el perfecto enfermero.

Sin embargo, Guang no solo disfrutaba del masoquismo y comenzó a necesitar explorar también su parte más cruel. Leo estuvo de acuerdo, después de todo, él también quería dejar de contenerse, y aunque podía ser verdaderamente despiadado con Guang, siempre cuidaría de él, lo amaba y no deseaba perderlo. 

Con otras personas no tenía ese problema. Podía torturarlas hasta la muerte.

Después de un tiempo decidieron volver a emigrar. Quedarse en un lugar por demasiado tiempo no parecía buena idea cuando empezaban a desaparecer personas cercanas, algo que resolvieron cuando decidieron entrar en mundo BDSM: Un gran número de sumisos dispuestos a obedecer y a caer en las redes de una pareja agradable. Un gran número de Dominantes que podían ser sospechosos de dejarse dominar por sus propias fantasías sádicas.

Todo era perfecto.

Todo fue perfecto. 

Pero ahora estaban encerrados en una maldita furgoneta policial que los transportaba a un futuro juicio.


Leo estaba sentado en una esquina y en medio de sus piernas se encontraba Guang, apoyado en su pecho y mirando las esposas que él y de la Iglesia llevaban puestas.

—Leo —dijo el menor en voz baja—, ¿recuerdas cuando te dije que moriría por tu placer?

—Lo recuerdo.

—No mentía.

—Lo sé. 

—¿Me matarías?

—Nunca lo he deseado. 

—En cambio yo, deseo que me mates.

—Guang…

—No quiero volver a una clínica psiquiátrica, no será divertido sin ti —dijo el sumiso girándose, quedando sobre sus rodillas mientras acariciaba el rostro de Leo—. No quiero ir a la cárcel y morir mal follado en las manos de cualquier recluso. Prefiero que me mates tú.

—De los dos, siempre fuiste el más cruel. 

—Dame el placer de ser asesinado por tus manos, por favor, Amo. 

Una lágrima corrió por la mejilla de Leo mientras sus manos se dirigían al delicado cuello de Guang Hong, quien sonrió cuando comenzó a sentir la presión que poco a poco le arrebató el oxígeno. 

Ivan y dos hombres más estaban en la misma furgoneta, ninguno dijo nada cuando vieron a Leo acabar con la vida de Guang, tampoco cuando abrazó su cuerpo y lloró desesperadamente mientras besaba su pálida piel.


♧♧♧♧♧♧♧♧♧♧♧♧♧

En otra parte de la ciudad, Seung-gil Lee tomaba un café en la sala acondicionada para los médicos, inmediatamente al lado de la sala de urgencias donde atendían a sus pacientes. Seung, intentó contactar con otro médico para que cubriera su turno, Sara estaba asustada, destrozada por la desaparición de Phichit, y él, aunque no solía dejarse llevar por sus emociones, tampoco se encontraba bien. Lamentablemente le fue imposible encontrar un reemplazo, y como médico de urgencias, no podía simplemente faltar. 

Dejó a Sara al cuidado de Isabella y J.J después de darle un calmante que la ayudaría a dormir. Pocas veces había visto a su sumisa de esa manera, pero la entendía, a ambos les gustaba Phichit, definitivamente el moreno de grandes ojos aceitunos era una persona fácil de querer. 

La noche había estado calmada, solo un par de accidentes de tránsito con lesiones menores. Sin embargo, la urgencia con la que entró la enfermera de turno le indicó que eso estaba apunto de cambiar.

—Doctor Lee, acaba de llegar una ambulancia —dijo la mujer mientras Seung se ponía de pie para caminar hasta la puerta—, al parecer lo azotaron con un látigo o algo así, su espalda está destrozada. 

La sorpresa no se hizo esperar en el rostro de Seung cuando vio a Phichit inconsciente en aquella camilla. Primero lo invadió la rabia al verlo en ese estado y luego la imperiosa necesidad de curar sus heridas y cuidar de él. No perdió tiempo y mientras hacía algunas preguntas a quienes lo habían trasladado comenzó con su labor. 

—Pronto vendrán más ambulancias —dijo un enfermero—, la policía está en un operativo para rescatar a personas secuestradas. 

—Comuníquese con los médicos de guardia dentro del hospital para que vengan a apoyarnos con la emergencia —ordenó. 

☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆☆

Yuuri estaba sentado en una de las frías y duras sillas de plástico que había en la sala de espera, varias ambulancias habían llegado con los sumisos rescatados, pero aún no tenía noticias de sus compañeros, ni de Phichit. Se estaba impacientando.

—¿Usted acompañaba a Phichit Chulanont? —Seung había llegado junto a Yuuri, sacándolo de su ensimismamiento.

—Sí —respondió inmediatamente, poniéndose de pie, y sorprendiéndose al tener frente a él a Seung-gil Lee, quien no lo reconocía, pues nunca había coincidido con él en el club. —¿Cómo está Phichit? —preguntó. 

—En estos momentos se encuentra sedado, por suerte esos bastardos no dañaron ningún órgano interno al azotarlo, sin embargo, tiene una luxación en su hombro izquierdo y una fractura en el tobillo derecho. 

—Se pondrá bien.

—Sí, con los cuidados adecuados y reposo se recuperará totalmente. 

—¡Yuuri! —La voz de Víctor lo hizo girar, el platinado venía junto a los demás miembros del equipo. 

—¿Cómo está Phichit? —preguntó Mila corriendo junto a él. 

—Oficial Babicheva —dijo Seung algo confundido al ver a la pelirroja preguntando por Phichit. 

—Doctor Lee —respondió ella—, ¿usted atendió a Phichit? Él es un miembro de nuestro equipo. 

—Así que, un policía…

⊙⊙⊙⊙⊙⊙⊙⊙⊙⊙⊙⊙ 

Lo primero que vio Phichit al despertar fue a Seung-gil Lee junto a la camilla.

—Seung… —pronunció algo confuso.

—Tranquilo, estás en el hospital —respondió el médico con voz calma.

—¿Tú, me atendiste?

—Sí, aunque no te lo había dicho, supongo que ya sabías que soy médico. 

—Sí, lo sabía. 

—Fue una sorpresa saber que eres policía. 

—Uhm… 

—¿Era un sospechoso?, ¿por eso te acercaste a mí?

—Sí, pero yo… sesioné contigo incluso después de descartarte como sospechoso.

—¿Eso quiere decir que al policía le gustó ser tratado como mi juguete? —preguntó inclinando su cabeza, mirándolo de cerca. 

—Y-yo… —el rostro de Phichit se tintó rojizo y desvió la mirada—, me siento algo mareado. 

—Es normal —respondió Seung con una sonrisa ladina—, los efectos del sedante aún no desaparecen por completo. 

—Ya veo.

—Tus compañeros me dijeron que vives solo y que tu familia está en Tailandia.

—Así es…

—Necesitarás a alguien que cuide de ti, las heridas que tienes deben ser revisadas y sus vendas cambiadas. Además, tienes fracturado un tobillo y una luxación en tu hombro izquierdo, requieres de mucho reposo. 

—Pediré ayuda a Yuuri…

—Es mejor que vengas a mi casa.

—¿Qué?

—Te conviene, tendrás a un médico pendiente de ti y a Sara ayudándote en lo que necesites. 

—Tú… ¿quieres que yo vuelva a tener una escena contigo?

—Más de una —respondió sin dudar—. Cuando estés completamente recuperado, por supuesto —Seung tomó la quijada de Phichit mientras lo miraba fijamente. 

—¿Estamos interrumpiendo algo? —preguntó Yuuri desde la puerta, venía junto a Víctor. Ambos habían ido a su departamento en la madrugada.

—¡Yuuri! ¡Víctor! Me alegra que estén aquí —dijo Phichit sonriendo—, me perdí toda la diversión por estar inconsciente. Pero me conformo si ese par de bastardos se pudren en la cárcel.

—En realidad… Leo de la Iglesia asesinó a Guang Hong Ji cuando los transportaban en el carro policial —respondió Víctor. 

Todos se quedaron en silencio ante esas palabras.

¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤¤

La noche anterior, después de haber ido al hospital para enterarse del estado de Phichit y los otros sumisos internados, Yuri se marchó con Otabek, esta vez, el Dominante lo llevó hasta su departamento; un espacioso penthouse en una de las zonas más costosas de la ciudad.

—Tener un club BDSM si que deja dinero —comentó Yuri cuando entró al espacioso y elegante lugar. Recorrió la sala y caminó hasta los amplios ventanales que daban una visión perfecta de la noche despejada y estrellada. 

De pronto, Yuri sintió los brazos anchos de Otabek abrazarlo desde su espalda.

—Nunca había tenido tanto miedo de perder a alguien —le dijo. 

—No soy un muchacho indefenso, Otabek, soy un policía. Y mi equipo de trabajo es el mejor —respondió acomodándose entre los brazos cálidos que lo hacían sentir seguro y en calma.

—Ahora que la misión ha terminado, ¿te quedarás conmigo?

—Eso ya lo hemos hablado, seguiré siendo tu sumiso. 

—Quiero que seas más que eso —dijo con determinación en su voz. 

Yuri no supo qué decir, esas palabras lo tomaron absolutamente desprevenido. El silencio se extendió por largos momentos, pero el rubio policía podía jurar que los latidos de su corazón eran audibles, al menos él escuchaba retumbar en sus oídos el sonido que provocaba el palpitar acelerado que sentía en movimientos fuertes y enérgicos contra su pecho. 

—Quiero que seas mi pareja —dijo Otabek mientras su aliento chocaba con el delgado cuello que lucía ese collar de pertenencia, ese collar que indicaba que el cuerpo de Yuri le pertenecía, al igual que su sumisión, pero que ahora se le hacía insuficiente; quería más de ese hermoso policía, lo quería todo—. ¿Te gustaría intentarlo, gatito? 

—Me gustaría intentarlo, Otabek —respondió finalmente mientras giraba en sus brazos para verlo de frente, para mirarlo a los ojos—. Seamos pareja.

Y Yuri fue apresado entre el cuerpo moreno y el grueso cristal, un beso apasionado dio inicio a esa larga noche, una noche en la que no fueron Amo y sumiso, una noche en la que simplemente fueron amantes dejándose arrastrar por la pasión. 

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