—No —respondió Leroy—. No la llamé por eso. La llamé porque tengo una propuesta que hacerle, oficial Babicheva.
—¿Una propuesta? —preguntó Mila alzando una ceja—. Viniendo de alguien como usted, realmente no sé qué tipo de cosas pueda esperar tras esas palabras.
Jean soltó una carcajada abierta y alegre.
—Lo que pasa —dijo después de reír—, es que tengo un excelente olfato para detectar Dominantes; puedo asegurar que este mundo le llama mucho la atención oficial, ¿o me equivoco?
—No, no se equivoca —Mila sonrió—. Siento atracción cuando veo cuadros como los que adornan su oficina, incluso fascinación al ver como su sumisa se inclina a sus pies. Es excitante, pero eso no quiere decir que haya llevado a cabo prácticas de este estilo, ¡lo más fuerte que he hecho ha sido una sesión de spanking erótico!
—¿Y no desearía probar cosas más intensas? —cuestionó el dominante.
—Tal vez.
—Le propongo que juguemos con mi bella sumisa —soltó sin rodeos—. Me encantaría guiarla en una sesión con ella.
—¡Oh, vaya! Esto no me lo esperaba —contestó Mila ahora riendo—. ¿Quiere entrenarme en el arte de la dominación?
—¡Arte! Eso es exactamente lo que es —respondió animado—, la Dominación y la sumisión son un arte; erótico, hermoso, intenso y excitante —los ojos de Leroy brillaron—. Es tan hermoso ver el cuerpo delicado de Isabella atado con cuerdas rojas en poses que la hacen completamente vulnerable ante mis deseos. Es tan erótico ver como su humedad desciende por sus muslos mientras su voz llena la estancia con sonidos cargados de placer. Es tan intensa la sensación que provoca su obediencia y sumisión. Es tan malditamente excitante marcar su piel mientras grita de dolor. Si eso no es arte, yo no sé qué es arte —sonrió—. Y respondiendo a su pregunta: sí, quiero guiarla para que usted también se convierta en artista, Mila Bavicheva.
La pelirroja sintió como su boca se hacía agua de tan solo imaginar lo que el dominante relataba, su mirada clara se dirigió a la mujer que se encontraba a los pies de Leroy; su cabello negro cubría su rostro inclinado y una suave bata de seda carmesí cubría su cuerpo. Isabella era hermosa.
Mila sonrió, después de todo, no tenía nada que perder.
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Yuuri se encontraba desnudo y arrodillado sobre la cama, Víctor se había encargado de quitar cada una de las prendas que vestían al policía, lo hizo lentamente y con cuidado, apenas acariciando la piel de su sumiso y arrancándole suspiros mientras se estremecía ante suave contacto de aquellas manos grandes; las manos que tenían el poder de obsequiarle infinito placer y también dolor.
—Tengo algo para ti —había dicho Víctor antes de alejarse de la cama para pronto volver con una elegante caja negra.
Víctor se sentó en la cama y acarició el rostro de Yuuri.
—En esta caja tengo el collar que desde ahora en adelante usarás como muestra de tu sumisión a mí —dijo con calma—. Me costó muchísimo escoger su diseño —confesó riendo—, al principio pensé en una joya discreta que solo tuviera valor simbólico. Pero luego me di cuenta de que deseo que todo aquel que conozca aunque sea lo mínimo de este estilo de vida sepa que tienes dueño.
Víctor abrió la caja negra en sus manos y Yuuri observó con detenimiento aquel collar plateado que descansaba dentro de ella.
—Escogí una gargantilla de metal porque quiero que sientas su peso cada instante del día; quiero que te sea totalmente imposible olvidar que me perteneces. Sin embargo, tampoco quería que fuera demasiado pesado como para lastimarte, por lo que escogí titanio, más liviano que el acero y bastante resistente al paso del tiempo.
Yuuri tomó en sus manos el collar que se le ofrecía, era delgado, duro y redondeado, con el nombre completo de Víctor grabado en la parte interna. Al frente, destacaba una fina argolla que colgaba dispuesta a engancharse a las cadenas o correas que su amo dispusiera. El único adorno extra era una cadena que pendía tras la argolla y que finalizaba con una perla de lapislázuli.
—Es sencillo y lucirá elegante en tu hermoso cuello.
—Gracias, amo —dijo Yuuri sin despegar su mirada de aquel objeto—. Me hace feliz que haya pensado en mí, y en que merezco ser llamado suyo frente a todo el mundo.
—Eres el único al que puedo y deseo llamar mío, Yuuri.
Víctor besó suavemente los labios de su sumiso, sin dejar de mirarlo directamente a los ojos. Luego, se alejó un poco y le mostró una llave allen.
—Solo con esta llave se abre el collar y solo yo podré hacerlo. ¿Estás de acuerdo con eso, Yuuri?
—Sí, Amo.
Yuuri ofreció el collar y Víctor lo tomó entre sus manos para luego ponerlo en el cuello de su sumiso, satisfecho, acarició el objeto y la piel de su amante sin poder evitar que una feliz sonrisa iluminara su rostro.
—Gracias, Amo. —La voz de Yuuri sonó afectada, se encontraba emocionado y debía contenerse para no arrojarse a los brazos de Víctor y besar cada rincón de su rostro.
—¿Estás feliz, Yuuri? —preguntó Víctor mientras sus dedos acariciaban las mejillas de su sumiso.
—Sí, Amo. Estoy feliz y agradecido.
—Me demostrarás esa felicidad y gratitud obedeciendo mis órdenes.
—Haré lo que desee, Amo.
—Tengo una fantasía que quiero cumplir —dijo con una sonrisa ladina mientras empujaba suavemente el cuerpo de Yuuri, dejándolo completamente extendido de espaldas en la cama—. Tienes tres órdenes que cumplir: No mover tu cuerpo, no hablar ni emitir ninguna clase de sonido y mantener los ojos cerrados, ¿Entendido?
—Sí, Amo —respondió Yuuri cerrando sus ojos, respirando pausadamente mientras esperaba por lo que Víctor haría.
—Así me gusta, Yuuri. Sumiso, muy sumiso y entregado a mí —Yuuri comenzó a sentir los dedos de Víctor recorrerlo suavemente y su aliento chocar con su cuello—. Imagina que estás dormido, es un sueño profundo del que no puedes despertar, tan profundo que te hace completamente vulnerable; estás indefenso frente a mí, en mis manos.
Yuuri sentía como su cuerpo se estremecía ante el toque gentil de Víctor y su voz, su voz grave y cargada de deseo que cálida llegaba hasta sus oídos. Las manos de Víctor viajaban por toda la extensión de su cuerpo, calentando por donde pasaban, provocando que mordiera sus labios para no dejar escapar los suspiros y jadeos que morían en su garganta; la gentileza que Víctor empleaba junto a las prohibiciones que le había hecho eran abrumadoras.
Yuuri apenas logró contenerse al sentir los labios de Víctor besar su cuello y comenzar a bajar lentamente, colmando su cuerpo de besos mientras su fino flequillo provocaba placenteras cosquillas. Sentía como la lengua húmeda de su amo serpenteaba a través de su cuerpo; excitando, estremeciendo, ahogando. La quietud y el silencio impuesto eran más difíciles de sobrellevar que el dolor que en otras ocasiones Víctor le había causado.
Yuuri saboreó el gustillo metálico de su propia sangre cuando los besos y el rastro de saliva sobre su piel llegó hasta su entrepierna; el calor húmedo de la boca de Víctor rodeando su pene le obsequiaba un placer tan hondo que contenerse de mover sus caderas era tortuoso.
Quiso quejarse cuando la boca de su Amo abandonó la tarea de devorarlo, pero logró contenerse a tiempo. Su cuerpo se estremeció involuntariamente cuando sintió los dedos de Víctor pasearse fríos, bañados en lubricante, entre sus nalgas; tuvo que utilizar toda su fuerza de voluntad para mantenerse quieto cuando dos de esos largos dedos entraron con ímpetu dentro de cuerpo.
Los dedos de Víctor hurgando en su interior, sin pizca de consideración, mientras golpeaba su punto de mayor placer querían volverlo loco y lograr que olvidara sus órdenes; que sus ojos se abrieran liberando su tensión, que su boca gritara su placer y su cuerpo buscara activamente su goce, su liberación. Pero se contenía, se contenía porque sabía que se trataba del placer de su Amo y no del suyo, porque su Amo deseaba disfrutar de su cuerpo sumiso e inmóvil, porque deseaba fantasearlo vulnerable e inerme, como si realmente un sueño narcótico le impidiera poner freno a sus acciones. Y Yuuri deseaba ser el sumiso que permitiera que todas las fantasías de Víctor se hicieran realidad; deseaba obedecer a Víctor e inclinarse ante sus deseos.
Cuando los dedos de Víctor abandonaron su interior y se alejó de él, Yuuri sintió frío. Lo invadieron unos deseos enormes de aferrarse al cuerpo de su amante y buscar calor entre aquellos brazos, respiró profundamente para no caer en la tentación de sus propios deseos y esperó paciente hasta que su amo volvió junto a él. Víctor volvió a tocar el anillo de carne que permitía el acceso al interior de Yuuri, pero esta vez no fueron sus dedos los que invadieron su cuerpo: un dildo lubricado entró de una estocada para luego comenzar a vibrar dentro de aquellas sensibles y estrechas paredes.
Luego, Yuuri sintió el peso de Víctor sobre la cama; había dejado aquel juguete preso en su interior y él se había acercado a la parte superior de su cuerpo. El corazón de Yuuri comenzó a latir con fuerza cuando sintió el peso de Víctor muy cerca de su rostro, hundiendo su cabeza en medio de sus piernas.
Yuuri sintió caer sobre sus labios el sabor ligeramente salado del líquido preseminal de Víctor, el pene erecto del ruso estaba muy cerca de su boca, tanto que Yuuri podía jurar que lo sentía palpitar anhelando la caricia de su lengua.
El cabello de Yuuri fue sujeto entre los dedos de Víctor, quien acercó el rostro del japonés a su sexo endurecido. Los pálidos labios del sumiso fueron acariciados por la piel suave y húmeda del glande de su amante, quien lentamente provocó que su boca se abriera y recibiera dentro de sí toda la excitación que durante esa sesión había acumulado entre sus piernas.
Yuuri se sintió lleno, totalmente colmado por el falo de su Amo, invadido hasta perder la facultad de respirar con comodidad, pasando a coger aire con dificultad y desesperación, pero deseando que su Amo lo siguiera tomando sin cuidado, con fuerza, con el vigor y la desesperación de quien está bordeando el éxtasis. Yuuri también se encontraba al borde del orgásmo; el sentirse usado por su Amo, cumpliendo así con sus propias fantasías de sometimiento, sumado al estímulo que le provocaba aquel dildo, lo llevaba a las alturas.
Y subía, Yuuri subía mientras su cuerpo se tensaba, mientras el calor se concentraba en su bajo vientre, mientras los dedos de sus pies se estiraban y encogían sin su consentimiento. Yuuri subía, subía, hasta que tocó el cielo y de golpe cayó. Cayó arqueando su espalda mientras su semen se derramaba sobre su cuerpo y su boca apretaba el miembro de Víctor haciéndolo tocar el cielo también; el placer de Víctor fluyó con fuerza desembocando en la garganta de Yuuri, quien por reflejo logró tragar para inmediatamente boquear por oxígeno.
Víctor se retiró de prisa de la boca de Yuuri para darle espacio a aspirar una profunda bocanada de aire, se recostó a su lado y comenzó a acariciar las mejillas ardientes y sonrosadas.
—Amor, ¿estás bien? —preguntó Víctor.
—Estoy bien —respondió Yuuri con un hilo de voz; respiraba agitadamente y sentía su corazón palpitar con violencia—, eso fue… intenso.
Víctor acarició el cuerpo de Yuuri, bajando lentamente desde sus mejillas, paseando sus dedos por sus costados y luego internándose entre sus muslos. Con cuidado quitó el dildo del interior de su sumiso.
—¿Qué prefieres, cariño? ¿Traigo toallas húmedas para limpiarte y nos dormimos pronto? ¿O prefieres que junte agua en la bañera y nos demos un baño relajante?
—No creo que pueda estar despierto por mucho tiempo, Amo.
—Entonces dejaremos el baño para mañana. —Víctor se levantó de la cama para dirigirse al baño, se aseó y luego volvió para limpiar a su amante, quien no logró mantenerse despierto y se durmió mientras Víctor se encargaba de retirar los rastros de semen y lubricante.
Víctor sonrió al ver a Yuuri completamente dormido, lo acomodó en la cama y luego se acostó junto a él, cubrió sus cuerpos con un cálido cobertor y atrapó a Yuuri entre sus brazos.
—Te amo, Yuuri —susurró despacio para luego cerrar sus ojos y disponerse a dormir.
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El día lunes finalmente llegó. Víctor y Yuuri se disponían a presentarse en el club; Víctor lucía elegante en su traje marengo confeccionado a medida, su porte y su atractivo lo hacían lucir como alguien inaccesible, pero al mismo tiempo, su sonrisa lo revestía de un carisma que lo volvía atrayente.
Yuuri en cambio lucía sensual, vestía un ajustado pantalón de cuero que resaltaba sus atributos y una camisa de seda negra que se pegaba a su piel y que dejaba ver sus clavículas; su collar resaltaba en medio de su atuendo. Yuuri lucía sexy, pero su mirada candorosa contrastaba con aquella imagen, haciéndolo aún más hipnótico.
Cuando llegaron finalmente al club Víctor borró de sus labios la sonrisa que antes había obsequiado a Yuuri, y Yuuri inclinó su cabeza ocultando parte de su rostro tras la cortina de cabello negro que caía sobre su frente. Sumergidos en sus roles, de policías infiltrados, entraron al Club Eros, sin saber que la mirada de quien buscaban había caído inmediatamente sobre ellos.