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Segunda sospechosa: Minako Okukawa – La sexy dominante (Cuidaré de ti)


Pasada las nueve de la noche del día jueves, Christophe Giacometti hizo su entrada a “El imperio de los sentidos”. Iba con un traje sastre color marengo que se ajustaba a su cuerpo con elegancia. Caminó con prestancia hacia el bar y pidió agua con gas y hielo, se sentó en unos sillones de cuero y comenzó a mirar a los dominantes y sumisos que se paseaban por el lugar. En medio de la pista había unos tubos de pole dance donde unas muchachas desplegaban su talento moviéndose eróticamente con una envidiable destreza. 

Los ojos de Christophe se movían curiosos y varios sumisos le sonrieron invitantes, sensuales. Sin embargo ninguno llamó su atención. Siguió su exploración visual hasta que su mirada se cruzó con unos ojos marrones de mirada penetrante. Chris reconoció a la dueña de esos ojos: Minako Okukawa, su nombre y fotografía estaba en la lista de sospechosos, no obstante, se encontraba sola. Chris le sonrió coqueto, no podía perder esa oportunidad para hablar con ella, Minako le sonrió de vuelta y comenzó a caminar hacia él. 

Minako llevaba puestos unos ajustados pantalones de cuero negro y un corset con encaje que marcaba sus curvas; su fina cintura y sus senos turgentes eran una delicia para quien la observara. Chris se relamió los labios al recorrer su sexy cuerpo femenino para luego centrarse en su rostro altivo; su mirada orgullosa, sus labios carnosos y ese pequeño lunar bajo su ojo izquierdo le resultaban completamente sensuales, al igual que su abundante cabello castaño que caía grácil sobre su espalda y enmarcaba su rostro delgado.

—¿Es la primera vez que vienes? —preguntó la mujer sentándose a su lado.

—Así es, soy relativamente nuevo en este ambiente y nunca había venido a este lugar —Chris la miró a los ojos—, mi nombre es Christophe Giacometti, es encantador conocer a tan hermosa mujer. 

—Minako Okukawa —respondió ella sin perder de vista los brillantes ojos verdes de Giacometti, repletos de invitación y deseo—. ¿Qué es lo que estás buscando Giacometti?

—Jugar, por supuesto —respondió con su coqueta sonrisa.

—¿Eres Switch? —preguntó alzando una ceja, aunque más bien parecía una afirmación.

—¡Bingo! —respondió guiñando un ojo—. La verdad es que solo he experimentado del lado Dominante, pero no me importaría probar la sumisión con una mujer tan excitante como tú.  

—Me agradan los chicos que van directo al grano.

—En un lugar como este no vale la pena guardar las apariencias o hacerse el difícil. 

—Definitivamente me gustas. 

—Y tú a mí —respondió sin dudar.

Minako se puso de pie y luego se sentó a horcajadas sobre Chris, agarró con fuerza la quijada del rubio y lo miró apreciativamente.

—Sin duda me gustaría verte con una mordaza que ahogue tus gritos mientras te hago llorar. 

—Esa es una amenaza que desearía que cumplieras. De sólo pensarlo me pongo más duro que una piedra —Chris tomó las caderas de Minako y las acercó a su entrepierna para que lo sintiera. 

—Creo que tendré que castigar esa osadía, eres un perro sin domesticar. 

—Disciplíname.

—¿Cuáles son los límites de este perro?

—No tengo. 

—¿No tienes?

—Prefiero esperar a experimentar, si algo no me gusta te lo diré y tal vez después tenga mi lista de cosas indeseadas.

—Eres atrevido, pero deberías pensar mejor la respuesta. Podrías arrepentirte de lo que estás diciendo.

—Una de las reglas del BDSM es que el juego sea sensato, una Ama sensata sabe que no puede exigir demasiado a un primerizo y también sabe que tiene que conocer a su sumiso para aumentar la intensidad del juego de acuerdo a sus posibilidades. Otra regla es que sea seguro, una Ama que no quiere causar daño a su sumiso no hará algo que lo ponga en peligro. La tercera regla es que sea consensuado, una Ama que respete a su sumiso siempre se detendrá ante la palabra de seguridad. Contando con eso, creo que no tendré de qué arrepentirme. 

—Muy bien, entonces sígueme. 

Minako se puso de pie y comenzó a caminar con seguridad y donosura. Christophe se levantó de su asiento y la siguió de cerca, sin poder desprender sus ojos verdes de aquellas pronunciadas caderas que se movían sinuosas. 

♤♤♤♤♤♤♤

Minako era quien asesoraba a Celestino Cialdini en el funcionamiento del club, razón por la cual tenía acceso a un cuarto privado que usaba para sesionar. Minako tenía una relación estable con una muchacha japonesa, pero aquello no le impedía tomar otros sumisos, algunos por una sesión, otros por más tiempo. 

Pese a que Christophe había dicho que no tenía límites, entregando el control completo de lo que ocurriría en sesión, Minako le advirtió sobre el tipo de cosas que haría con él, deseaba consensuarlo, como cualquier Dómina responsable haría con un sumiso novato y desconocido. 

Y ahora Chris se encontraba desnudo en medio de la habitación, sus manos atadas pendían de una estructura metálica anclada en el techo mientras sostenía entre ellas una bolsa llena de monedas que si soltaba pondría fin al juego; su boca estaba presa en una mordaza negra que tenía una bola de silicona en el centro impidiéndole cerrar la boca. El cuerpo expectante de Chris se estremecía encendiendo su deseo, pero una jaula para pene impedía que la excitación se transformara en una erección completa; los anillos de acero lo contenían sin piedad. 

Minako sonreía complacida al ver el cuerpo desnudo de Chris, su abdomen trabajado y sus piernas fuertes la encendían, su espalda amplia la incitaba y despertaba sus más salvajes fantasías; quería azotar, ansiaba marcar. Apretó la fusta en sus manos y se dejó acariciar por el deseo que hormigueaba sobre su piel. 

Cuando Chris sintió el primer azote su cuerpo tembló y sus dientes se encajaron en la silicona que llenaba su boca. Al tercer azote Christophe ya respiraba con dificultad, como si sus fosas nasales no bastaran para llenarse de oxígeno ante la dolorosa estimulación a la que estaba siendo sometido. Dos azotes más y su saliva escurría sobre su barbilla, su espalda ardía, su pene dolía dentro de aquella prisión. 

Minako rodeó su cuerpo hasta quedar frente a él, miró sus brillantes ojos verdes y se deleitó con aquella expresión suplicante. Acarició la piel del sumiso con la lengüeta de cuero de su fusta, bajó lentamente por en medio de su abdomen y al llegar a su entrepierna golpeó suavemente en los testículos y el pene, provocando espasmos en el cuerpo masculino. Minako sonrió y luego golpeó con fuerza los fibrosos muslos, disfrutando de marcar esa piel por primera vez. 

La Dómina soltó la fusta y se acercó al cuerpo sudoroso del sumiso, acarició con cuidado sus mejillas provocando un cosquilleo placentero. La caricia continuó bajando por su cuello, siguió por su hombro derecho y luego su espalda, masajeó despacio mientras su respiración rozaba la nuca de Chris. Bajó sus manos lentamente hasta llegar a las nalgas redondas; acarició con la yema de los dedos y rasguñó con las largas uñas que posteriormente enterró sin misericordia en aquel blanco y blando trasero. Placer y dolor reunidos, un juego en el que Chris no sabía lo que estaba por venir; ¿una burbujeante caricia o el rudo beso de una fusta?

Minako soltó la amarra que mantenía a Chris atado a la estructura metálica que pendía del techo y le ordenó que se arrodillara, le quitó la mordaza luego ordenó: 

—Limpia mis zapatos con tu lengua.

Fue obedecida. Chris comenzó a lamer aquellas botas taco aguja, adorando a la diosa estricta que lo miraba altiva.

—Retírame las botas. 

Chris descalzó a su Ama y besó sus pies, disfrutando servirla y completamente centrado en ella; tal vez ayudado por la imposibilidad de alcanzar la erección. 

—Quítame el pantalón.

Christophe desabrochó el pantalón de cuero y luego llevó sus manos a las caderas de la Dómina, comenzó a bajar lentamente la ajustada tela, mientras la hermosa piel de aquellas largas y femeninas piernas quedaba al descubierto. El pantalón fue retirado y el sumiso fijó su vista en el pequeño calzón negro de encaje que la cubría, Minako sonrió y puso su entrepierna sobre la cara de su sumiso. Chis se embriagó con el aroma que lo invadía.

—Lame.

La lengua del sumiso comenzó a recorrer lentamente el calzón de su Ama, presionaba con suavidad y luego parecía que deseaba invadirla, variando la intensidad del roce, deseando el placer de quien ahora jalaba su cabello y lo embelesaba con ese aroma y sabor a sexo, ligeramente dulce, ligeramente ácido, fuerte y sexual. 

—Ve a la cama y ponte en cuatro —ordenó alejándose de él. Fue obedecida con presteza—. El perro salvaje resultó ser un lindo cachorrito —dijo para luego azotar con su mano aquellas nalgas redondas mientras sonreía. 

Minako se alejó de Chris, entró al baño y de uno de los cajones del mueble sacó un strap on, lo limpió con con cuidado y luego bañó uno de sus extremos en lubricante; poco a poco lo introdujo en su vagina hasta ajustarlo perfectamente y dejar su largo pene de silicona listo para utilizarse dentro de su sumiso. 

La dómina caminó hacia la cama y se ubicó tras su dócil cachorro.

—Prepárate para mí.

Christophe llevó sus manos a sus nalgas mientras su rostro se hundía en el suave cobertor de seda, comenzó a introducir sus dedos lentamente mientras suaves jadeos escapaban de su sus labios entreabiertos. Los ojos de Minako brillaron ante la sensual imagen que el sumiso le obsequiaba; su cabello húmedo pegándose a su rostro, sus ojos nublados por el brillo de éxtasis, sus limpios jadeos, su piel perlada por el sudor y marcada por su mano. El erotismo convertido en hombre, el hombre convertido en sumiso, el sumiso que introducía sus dedos dentro de su ano para la satisfacción de la diosa de mirada penetrante que era estimulada con la belleza de su sumisión. 

Minako acarició su pene de silicona con las manos llenas de lubricante, se acercó a Chris y retiró sus dedos para lentamente introducirse dentro de su cuerpo, mientras entraba en él las paredes de su propio interior eran estimuladas en penetración simultánea. Las caderas de Minako se movieron despacio, ondulantes, satisfaciendo su cuerpo mientras el interior de Christophe era abierto y acariciado. 

Las sensaciones comenzaron a ser desesperantes para el sumiso, inconscientemente sus manos se dirigieron a su entrepierna, encontrándose con un pene inútil; encerrado e impedido de crecer para luego liberarse a través de la expulsión gozosa de su semen. 

Las embestidas de Minako comenzaron a ser más rudas, y Chris no pudo evitar rogar por más con aquella voz grave que parecía exhalar aire cada vez que suplicaba. Minako también gemía mientras la deliciosa tensión aumentaba en su cuerpo, mientras el cosquilleo bajo su piel comenzaba a concentrarse ardiendo en su vientre, y más abajo, provocando que sus piernas se fijaran rígidas mientras el goce explotaba y la recorría por completo. Fue elevada y envuelta en el goce que en aquella ocasión le pertenecía a ella, únicamente a ella. 

♧♧♧♧♧♧♧♧

En un subterráneo a las afueras de Moscú, una sumisa estaba acostada en un mesón de piedra irregular, haciendo que su cabeza quedara más baja que sus pies. Sus ojos estaban vendados y sus manos y pies estaban fuertemente atados, dejándola casi en total inmovilidad. Tenía miedo, temblaba porque ya había comprobado en carne propia que la persona a su lado estaba dispuesta a causarle más dolor del que ella toleraba y que no tendría piedad ante su sufrimiento. 

—He recordado que tenías sed —escuchó aquella voz fingiendo amabilidad.

La muchacha sintió como esa persona le introducía en la boca un bostezo, un artefacto de hierro que sirve para impedir que la boca se cierre. Ella aún no imaginaba lo que venía, pero cuando sintió la delgada tela sobre su rostro se sacudió intentando quitarsela, la angustia que sentía al visualizar el tormento próximo la carcomía, sintió que le faltaba el aire incluso antes de que el agua comenzara a derramarse sobre su rostro, sobre la tela, arrastrándola lentamente hasta lo más profundo de su garganta, haciéndole experimentar una espantosa sensación de ahogo. Cuando la asfixia se le hizo insoportable el agua dejó de caer y el tejido fue arrancado con brusquedad causándole un dolor agudo que expresó en un un grito intenso. Un grito que murió rápidamente debido a la repetición inmediata de la misma tortura de agua. 

El tiempo pasaba lentamente y ella ya no sabía cuántas veces había experimentado esa horrible sensación que la acercaba a la muerte. Sólo sabía que cada una de esas veces había sido el dolor lo que la traía de nuevo a la vida, a respirar con desesperación e intentar vanamente liberarse de las cadenas que herían su piel introduciéndose en su carne. 

—Supongo que ya has tenido suficiente agua por hoy —escuchó nuevamente aquella voz— o tal vez necesites un poco más, creo que te daré una última vez.

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