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Pertenecer (Cuidaré de ti)


—Víctor… —escapó de los labios de Yuuri mientras su cuerpo se retorcía bajo el cuerpo de su amante.

—No es así como debes dirigirte a mí en este momento —respondió Víctor hablando directamente en el oído de Yuuri—. Lo sabes, ¿no es así? —Víctor recorrió el torso desnudo de Yuuri y guió sus manos hasta los pezones del más joven, sin piedad tiró de las pinzas que estaban aprisionando esos oscuros y pequeños botones.

El grito de Yuuri se escuchó con fuerza.

—Lo siento, Amo —logró articular mientras aún sentía la sangre golpear dolorosamente la zona lastimada. 

La suave risa de Víctor inundó los sentidos de Yuuri, quien se encontraba desnudo y con los ojos vendados. Las manos de Yuuri estaban atadas en su espalda, y sus tobillos uno en cada extremo de la parte inferior de la cama, dejando sus piernas totalmente abiertas para lo que Víctor deseara hacer. Y Víctor se movía dentro de Yuuri con una profundidad y una lentitud que al menor le parecía tan tortuosa como deliciosa. 

—Por favor… —gimió Yuuri cuando las manos de Víctor comenzaron a masajear sus pequeños botones.

—¿Por favor? —cuestionó Víctor.

—Por favor, necesito un orgasmo —suplicó. 

Víctor volvió a reír mientras sus manos recorrían cuerpo tibio que temblaba bajo el suyo. Su mano derecha subió hasta posarse en el delgado y frágil cuello de su amante, mientras que la izquierda se dirigía hacia el pene erecto de Yuuri. Acarició el glande húmedo y luego llevó sus dedos hacia la base donde un anillo retardaba el orgasmo. 

—Por favor… —volvió a suplicar el sumiso cuando los dedos de Víctor acariciaron sus suaves testículos.

—Mi esclavo está muy demandante el día de hoy, creo que debo enseñarle que yo soy el que toma las decisiones aquí —dijo Víctor con un tono de voz bajo, sensual, amenazante. Yuuri se estremeció al sentir el aliento de Víctor sobre su piel y aquellas manos grandes sosteniéndolo para levantar más sus caderas, quedando de rodillas en la cama, permitiendo que Víctor pudiera embestir su cuerpo con mayor profundidad y libertad. 

Yuuri gemía con fuerza mientras suplicaba por su liberación en medio de palabras entrecortadas y frases inconclusas. Víctor cerró los ojos mientras apretaba las caderas anchas del japonés, poco después liberó su orgasmo dentro de aquel cuerpo estrecho y caliente que rogaba por más. 

Víctor salió del cuerpo de Yuuri y lo miró extasiado, le encantaba verlo así; sudoroso, sometido y a su disposición. Recorrió su cuerpo con aquella mirada ennegrecida, desde sus tobillos atados a los extremos de la cama que al impedir al joven sumiso cerrar las piernas, le otorgaban al dominante un impúdico espectáculo; aquellas caderas alzadas que mostraban cómo el semen comenzaba a escurrir por entre medio de las redondas nalgas mientras su estrechez aún palpitaba. Luego recorrió aquellos delgados brazos que atados con firmeza en la espalda de Yuuri, impiden que se sostenga y provocan que su rostro se hunda entre las suaves almohadas que amortiguan sus jadeos. 

—Amo, por favor… —rogó Yuuri, deseando que Víctor volviera a tomar su cuerpo y le obsequiara el alivio que tanto necesitaba. 

—Veo que no aprendes —susurró Víctor acercándose al cuello de Yuuri—, tendré que castigarte por ser tan demandante. Debes aprender a mantener esa linda boquita cerrada y a aceptar lo que tu amo desee hacer contigo—. Víctor pasó su lengua por la hélix de la oreja de Yuuri provocando un gemido ahogado. 

Yuuri sintió como el ruso se alejaba de la cama y mordió sus labios para no seguir rogando por el orgasmo que necesitaba con desesperación. Víctor se acercó nuevamente a la cama y quitó la venda que hasta ese momento impedía la visión de Yuuri, Víctor sonrió cuando vio la expresión de sorpresa en aquel bonito rostro. Los labios de Yuuri temblaron y sus ojos buscaron encontrarse con los de su pareja. 

Víctor se había acomodado el pantalón, pero su torso estaba desnudo. Su postura y su expresión era firme, autoritaria, la vara en sus manos y la sonrisa ladina en sus labios le conferían un cariz peligroso. 

—¿Por qué debes ser castigado? —preguntó Víctor utilizando un tono severo. 

—Por anteponer mis deseos a los de mi Amo —respondió con voz temblorosa. 

—¿Acaso debería recordarte que yo soy el dueño de tus orgasmos?

—No, Amo. 

—¿Acaso debería recordarte que sólo yo tengo el control de lo que ocurre?

—No, Amo. 

—Nunca hemos jugado con esto —dijo Víctor acariciando la larga varilla mientras sonreía—, pero quiero ver como luce tu piel después de ser azotado con esta vara. 

El cuerpo de Yuuri se estremeció.

Víctor caminó y se acomodó tras Yuuri, las caderas alzadas de su sumiso mostraba su trasero bien formado, el dominante acarició aquella suave piel y luego comenzó a darle suaves nalgadas, poco a poco subía la intensidad de ellas, calentando la zona y logrando que los músculos de Yuuri, tensos al ver la vara, se relajaran mientras comenzaba a disfrutar de aquellos azotes que la mano de Víctor le ofrecía. 

Cuando los jadeos de Yuuri comenzaron a aumentar de volumen, Víctor se alejó nuevamente y sostuvo la vara con firmeza. 

—No sirve como castigo si lo disfrutas demasiado —dijo completamente sumergido en el papel que representaba, sintiendo que era dueño de cada cosa que ahí ocurría. La sensación de poder que tenía al saber que Yuuri se encontraba en sus manos era adictiva y la saboreaba en su paladar mientras recorría la espalda de Yuuri con la punta de la varilla. 

—Amo —la voz de Yuuri era suave, quebrada, al igual que aquel jadeo ahogado que escapaba de su boca mientras la saliva escurría por la comisura de sus labios. Víctor se encontraba fascinado por los ojos brillantes, suplicantes, del sumiso y por el aroma a sexo y a sudor que colmaba la habitación.

El sumiso respiro profundo, buscando que su cuerpo no se tensara, decidiendo entregarse completamente a Víctor y a las sensaciones que él le quisiera brindar. La varilla alejándose de su espalda le indicaba que el castigo iniciaba.

—Sólo serán tres varillazos —anunció Víctor para después dejar caer el primer golpe. Fue un golpe firme, pero sin demasiada fuerza, Yuuri sintió que era una caricia algo más fuerte que las que le regalaron las manos de Víctor momentos antes, al azotarlo. Víctor tampoco se excedió con la fuerza en el segundo varillazo, aunque un gemido más fuerte escapó de los labios de Yuuri; sentía sus nalgas ardiendo—. Este es el último; tu verdadero castigo, mi precioso esclavo.  

Yuuri gritó con fuerza cuando la vara golpeó con potencia sobre su cuerpo, Víctor mordió sus labios cuando la marca blanca adornó aquellos glúteos redondos y carnosos; su erección volvió a crecer al saber que aquella marca era solamente suya. 

El dominante buscó el rostro de Yuuri, lágrimas de dolor se derramaban desde sus ojos castaños. Víctor se acercó a él, se sentó en la cama y comenzó a beber esa lluvia salada que mojaba las mejillas rosadas; beso su rostro, sus ojos, sus labios. Acarició su cabello negro y su espalda mientras los minutos avanzaban rápidamente. Cuando Víctor notó que Yuuri se encontraba más tranquilo, se puso de pie y comenzó a desatar uno de los tobillos del japonés, luego el otro, ayudándole a extenderse sobre la cama mientras masajeaba sus piernas. 

—Ven aquí —dijo después, ayudándolo a ponerse de pie, se ubicó tras él y desató sus brazos y muñecas, masajeo también. Posteriormente llevó a Yuuri junto a un espejo de cuerpo entero que tenían en la alcoba, hizo que se mirara mientras él acariciaba su torso y bajaba poco a poco hasta su miembro, acarició el glande y luego llevó sus dedos hasta la base, liberándolo del anillo que lo mantenía prisionero. 

Víctor comenzó a masturbar con suavidad el pene de Yuuri, quien dejó reposar su cabeza sobre el pecho del ruso. Poco a poco la intensidad de la masturbación fue aumentando y Yuuri comenzó a sentir como sus músculos se tensaban mientras el calor se concentraba entre sus piernas. Víctor acarició su torso, besó su cuello y finalmente recibió entre sus dedos el líquido tibio y viscoso que indicaban que finalmente el sumiso había alcanzado la tan ansiada liberación. El gemido que acompañó el orgasmo fue intenso y luego su cuerpo desfallecido tuvo que ser sostenido por Víctor. 

Víctor tomó en sus brazos a Yuuri y lo llevó hasta la cama, extendiendolo boca abajo, fue al baño, limpió sus manos y tomó toallas húmedas para limpiar un poco a su exhausto sumiso mientras lo acariciaba y repartía besos sobre su piel. Cuando dio por finalizada la limpieza, llevó sus manos al lugar que había golpeado, la marca blanca se había oscurecido, quedando remarcados los bordes paralelos a la zona que entró en contacto con la piel. El ruso aplicó gel de árnica sobre las nalgas de Yuuri y masajeó con cuidado, buscando evitar inflamaciones y aliviar el dolor. 

—Me gusta como se ve —dijo Víctor mirando nuevamente la marca—, ¿te ha dolido mucho? —Víctor se acomodó en la cama junto a Yuuri y acarició las hebras azabaches que se pegaban a su frente. 

—Sí —respondió Yuuri mirando los ojos del ruso—, pero está bien. Puedo con ello mientras no sean demasiados golpes. 

—Entiendo —dijo Víctor sonriendo, ambos se miraron sin decir nada por un largo, agradable e íntimo momento. Víctor rompió aquel estado de contemplación acercándose más a Yuuri, posando sus labios sobre los ajenos, rozándolos mientras repetía palabras de amor. 

Yuuri se dejó seducir por aquellas palabras y abrazó el cuello del ruso buscando un beso profundo, un beso que lo hizo sentir deseado, amado, respetado incluso portando aquellos deseos de sumisión. La marca en su piel dolía, pero él se sentía satisfecho porque poco a poco arrastraba a Víctor a ese juego donde las fantasías cobraban vida, porque deseaba conocer aún más de aquel Víctor dominante capaz de tomarlo en sus manos y hacer con él según sus propios deseos. 

⊙⊙⊙⊙⊙⊙⊙

Cálido. Se sentía cálido. Mientras Yuri despertaba comenzaba a sentir la calidez de las mantas sobre su piel desnuda y la suavidad de un colchón bajo su cuerpo. Su cabello era acariciado de un modo que lo hizo sonreír sin darse cuenta mientras recuperaba la consciencia. Abrió sus ojos verdes y se encontró en una habitación austera, de muebles color caoba y blanco, junto a él se encontraba Otabek, quien se entretenía mirándolo y acariciando sus hebras doradas. 

—¿Descansaste? —preguntó Otabek al ver sus ojos abiertos.

—Sí, yo… no me di cuenta cuando me dormí —respondió apenado Yuri.

—Al parecer fue un juego intenso, te dejó agotado. 

—¿Qué hora es?

—Son las tres de la madrugada.

—Demonios, se suponía que hoy debía bajar al salón de Eros contigo.

—No hay problema, puedes hacerlo mañana. Además, J.J se encargó de describirte a todo el que quiso oírlo.

Yuri se sonrojó ante la mención del canadiense, los recuerdos aparecieron de golpe en su cabeza; la incomodidad que sintió cuando Leroy entró, el placer que luego obtuvo de su mano, el tortuoso castigo al que fue sometido y, finalmente, el intenso goce que obtuvo, un goce que lo hizo sentir desfallecer. 

—¿Lo harás muy seguido? —preguntó Yuri para luego morder su labio inferior. 

—¿Cederte a otros dominantes? —respondió queriendo asegurarse que era a eso a lo que se refería. 

—Sí.

—No es algo que acostumbre hacer —respondió Otabek—. Supongo que después del entrenamiento tienes claro que es una práctica más dentro de este mundo. Sé que no siempre es cómodo en un inicio, pero comer como un perro; en el suelo y sin usar las manos, tampoco lo es y es otra práctica común… como tantas otras en que los sumisos renuncian a su confort por el placer del Amo. 

—Lo sé, después de todo, el motivo de un sumiso no es el placer, es la obediencia;  es ahí donde se encuentra la liberación. No en el dolor como para un masoquista, ni en el placer sexual como para un sátiro. Aunque al final las tres cosas se mezclen y terminen por dejar de diferenciarse. 

—Tampoco olvides que mi prioridad es tu seguridad. Si dejo que alguien te toque es porque esa persona es de mi absoluta confianza, y son muy pocas las personas en las que deposito mi confianza, por lo tanto, compartir a mi sumiso no es algo que haga con frecuencia. ¿Tienes alguna objeción?

—No, sólo quería escucharte decir eso. 

—¿Te sentiste bien? ¿Incómodo? ¿Molesto?

—Al principio me sentí algo incómodo, no esperaba que apareciera un tercero cuando recién iniciaba la sesión… la primera después del entrenamiento. Pero mi deseo de obedecer siempre estuvo presente, no me lo cuestioné demasiado cuando le permitiste entrar al juego y disfrute de lo que él hizo. Sin embargo, odie su sonrisa de suficiencia después de mi orgasmo, ese tipo es muy arrogante para mi gusto —Yuri sacó la lengua en un gesto que provocó una sonrisa en el rostro siempre serio de Otabek. 

—Jean es un buen tipo —dijo después.

—¿Lo conoces hace mucho tiempo? —preguntó el rubio acomodándose mejor en la cama. 

—Lo conocí en Canadá, estuve un semestre como estudiante de intercambio, fui yo quien lo inició en el BDSM. 

—Vaya, Otabek Altin reclutando Dominantes desde que era un joven estudiante —rio. 

—En realidad, fue mi sumiso —contestó sin perder esa expresión calma que lo caracterizaba. 

—¿Tu sumiso? —preguntó incrédulo—. ¿Un tipo tan arrogante como sumiso?

—¿Un policía de carácter fuerte como mi sumiso? —Otabek dibujó una sonrisa ladina y luego acarició el rostro de Yuri con sus dedos gruesos. 

—Tienes razón… —Un suspiro se escapó de entre sus labios.

—Digamos que en ese momento Jean necesitaba ser disciplinado, aprender sobre el control cediéndole el poder sobre sí mismo a otra persona. Pero él es un Dominante y pronto buscó realizarse como tal. 

—Es muy tarde, debería irme a casa… —dijo Yuri fijando su mirada en el reloj que adornaba una de las paredes.

—No es necesario, puedes dormir aquí, esta habitación es privada —informó Otabek—. Además, tengo algo para ti. 

—¿Para mí? 

Otabek se puso de pie y caminó hasta una cómoda ubicada en el extremo contrario de la habitación, abrió el primer cajón y sacó una caja negra, la tomó entre sus manos y volvió junto a Yuri. Plisetsky recibió la caja con las manos temblorosas; sabía lo que allí había. 

—Ábrela —ordenó Otabek sentándose en la cama. 

—Lo dominante te sale aunque no estemos jugando —bromeó Yuri intentando ocultar su nerviosismo.

El policía llevó sus manos a la caja, la abrió y encontró dentro de ella un fino collar de cuero negro. Lo tomó entre sus manos, era relativamente liviano y acolchado, en la parte delantera sobresalía un anillo de acero niquelado del que colgaba un pequeño cascabel plateado. El resto de la joya era bastante sobria y solo sobresalía un triskel bordado en color rojo a uno de los costados. 

—Es un collar de propiedad, que cierra y abre con esto —dijo Otabek mostrándole a Yuuri un pequeño candado de acero que tenía grabadas las iniciales del dominante. Altin tomó el collar en sus manos—. Gírate y levanta tu cabello —Yuri obedeció y Otabek colocó el collar en su cuello delgado y elegante, lo ajustó y luego colocó el pequeño candado en el pasador de metal que sobresalía luego de entrar por el primer ojal de los tres que habían en la parte posterior del collar, asegurando el cierre. 

Yuuri llevó sus manos al collar, y una extraña sensación invadió su cuerpo. No supo darle nombre, pero por primera vez sintió que pertenecía a un lugar, como si hubiese llegado a casa después de un largo viaje. Las manos de Otabek tocaron sus brazos, la respiración de Otabek acarició su mejilla.

—Ahora eres mío —dijo con su tono de voz demandante, pero con una emoción diferente, con el anhelo colándose en aquellas palabras; Yuri se rindió a él cerrando los ojos y entregándose a sus brazos fuertes, Otabek abrazó a Yuri, pegándolo a su cuerpo, luego con la mano derecha giró su mentón y atrapó sus labios en un beso voraz y apasionado. 

□□□□□□□□□□□□

Mientras Yuuri junto a Víctor y Yuri junto a Otabek encontraban una nueva manera de vivir sus deseos recientemente aceptados, no muy lejos de ahí, en la misma ciudad, pero escondidos bajo tierra, varios jóvenes sumisos habían sido convertidos en esclavos en contra su voluntad. 

En una habitación, que parecía una cárcel, tres muchachos estaban atados a gruesos barrotes de acero. Los tres estaban desnudos, no obstante, sus rostros estaban ocultos en una máscara de cuero ajustada que sólo permitía ver sus bocas abiertas por mordazas de anillas que les impedía cerrar la mandíbula. 

Junto a ellos había dos hombres, ambos estaban vestidos con una túnica larga de color negro, la túnica tenía una capucha que ocultaba sus rostros.

—Estos son los varones que no están siendo usados —dijo uno de ellos—, puede escoger el que guste, después de todo, sirven para lo mismo. 

—¿Realmente puedo hacer lo que quiera? —preguntó el segundo hombre.

—Por supuesto, son esclavos, basura que sólo sirve para satisfacer nuestras fantasías. 

—Seres desechables. 

—Exactamente, y en este lugar, eso no es un simple juego. 

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