A pesar de que era Domingo, el equipo platino se encontraba en las dependencias de sus oficinas. Las cuales pasaban desapercibidas para cualquier persona que no tuviera información sobre ese equipo de élite.
—Los tres clubes que vamos a investigar son Eros, Algolagnia y El imperio de los sentidos —dijo Yakov a su equipo—. Mila, compártenos lo que has investigado.
—El club Algolagnia lleva seis años de funcionamiento, es el segundo más prestigioso después de Eros —comenzó la pelirroja con seriedad—, su dueño es de origen canadiense y se llama Jean Jacques Leroy. Según lo que he podido averiguar es hijo de unos magnates dueños de revistas de moda y agencias de fotografía y modelaje. Es un chico rebelde que al graduarse de la universidad decidió iniciar su propio negocio en lugar de trabajar para sus padres. Además del club BDSM es dueño de una importante marca de ropa interior bastante atrevida en la que su mujer, Isabella Yang, es la diseñadora estrella.
—¿Has averiguado algo más de la vida privada de Leroy? —preguntó Chris.
—La vida de Leroy es bastante similar a la de cualquier joven de su posición económica. Durante la universidad estuvo envuelto en algunos conflictos, al parecer era bastante popular y le gustaba emborracharse con sus amigos. Chocó un automóvil nuevo con 20 años de edad en estado de ebriedad y protagonizó algunas peleas que lo llevaron a ser arrestado. Sin embargo, todo eso pareció quedar atrás una vez que salió de la universidad y se alejó de Canadá, cortó relación con los amigos que tenía y se centró en hacer crecer el pequeño capital que sus padres le aportaron para que hiciera su propio negocio, comenzó con un club nocturno, pero luego ingresó en este estilo de vida y lo transformó en un club BDSM. Conoció a Isabella, quien estudiaba diseño de vestuario, cuando ella terminó la universidad se casaron y juntos crearon la renombrada marca de ropa íntima que tiene el mismo nombre del club; Algolagnia.
—Es un muy buen nombre —acotó Víctor.
—No sé qué significa —dijo Georgi.
—Es una palabra que viene del griego antiguo —afirmó Mila—, de algos que significa dolor y lagneia que significa placer. De hecho la línea de ropa diseñada por Isabella se divide en dos: “Algos” que es una línea con ropa de cuero y con algunos accesorios en metal. Y “Lagneia” que utiliza el encaje y las transparencias. Existe “Algos” en color rojo que se llama “Desobedece” y “Algos” en negro que se denomina “Castiga”.
—Wow —rio Víctor—, qué sexy.
—“Lagneia” se divide en “Elegancia” que es una línea donde manda el color negro, “Seducción” con el rojo como color principal, “Pureza” donde el blanco y los tonos rosas predominan y “Divino” donde el azul, el color plata y el dorado se combinan.
—Buen trabajo —dijo Yakov—, Georgi —cedió la palabra al otro muchacho ruso.
—El club “El imperio de los sentidos” es relativamente joven, sólo con tres años de funcionamiento ha alcanzado mucha popularidad, peleando su lugar junto a los prestigiosos Algolagnia y Eros. El dueño de este club se llama Celestino Cialdini, es de origen italiano y vive en Rusia hace quince años. Fue un importante productor de películas pornográficas, sin embargo, el negocio dejó de ser rentable con el florecimientos de este tipo de páginas a través de internet, por lo que pese a seguir realizando estas películas para adultos, invirtió en el club BDSM.
—¿Algo interesante en su vida privada? —preguntó Phichit
—Ha estado casado tres veces y los tres divorcios fueron bastante escandalosos. La verdad es que hay muchos rumores sobre él, después de todo siempre ha estado rodeado de hermosas actrices y prostitutas de alta categoría que buscan incursionar en el cine para adultos, pero nunca ha tenido problemas con la justicia. No tuvo hijos y sus ex-esposas no viven en Rusia, una es italiana, otra es estadounidense y la tercera es española, cada una vive en su país de origen. No hay nada más que sea relevante —concluyó Georgi.
—Bien —dijo Yakov—, mientras el grupo principal esté en su entrenamiento con Otabek. Mila, Georgi y yo comenzaremos a visitar estos clubes. La reunión ha terminado.
Empezaron a salir de la sala de reuniones y cada uno comenzó a dirigirse a su propio escritorio. Excepto Yuri, el rubio parecía ensimismado, como pocas veces.
—¿Te ocurre algo, Yurio? —preguntó Yuuri.
—Que no me llamo Yurio, joder.
La suave risa del japonés logró relajar al ruso.
—¿Qué opinas de esta misión, cerdo?
—¿Y así te quejas porque te llamo Yurio? —hizo un puchero—. La verdad no me agrada el tener que exponerme de este modo, pero al menos estoy con Víctor.
—¿Y lo de ser sumiso?
—Bu-bueno —Yuuri comenzó a tartamudear y su rostro se puso totalmente carmesí. El rubio rió.
—¿No me digas que ya han practicado? ¿Te ha azotado? —preguntó mientras se carcajeaba.
—¡Yurio! No te burles —pidió Yuuri avergonzado.
—Entonces es cierto —afirmó Yurio mirándolo con seriedad. Yuuri se aseguró de que la puerta estuviera bien cerrada y luego se sentó junto al rubio, comenzó a jugar con las manos y le dijo.
—Yo… quería probar… y me gustó —se cubrió el rostro con las manos.
—¿Por qué? —preguntó el rubio.
—No lo sé. Cuándo decidí hacerlo simplemente dejé de pensar y… lo único que había en mi cabeza era satisfacer a Víctor. Sólo pensar que lo estaba complaciendo de la manera en que él quería me daba mucho placer a mí también.
—¿Por qué? —insistió el ruso.
—Fue liberador. Pero supongo que es porque es Víctor, yo sé que él jamás me dañará, por eso… por eso puedo entregarle incluso mi voluntad.
—Así que liberador… —Yuri echó su cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y pensando en lo que había ocurrido tan sólo un día atrás.
—Otabek Altin es de confianza. Yakov lo estima bastante, estarás bien con él. Me preocupa Phichit.
—Pues el hamster no parece preocupado —respondió Yurio poniéndose de pie—. Me iré a casa, ya no tengo nada que hacer aquí y debo hacer algunas cosas en casa antes del famoso entrenamiento que comenzamos mañana.
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Yurio caminaba por un parque aún sin entender qué era lo que había pasado con él el día anterior. Es cierto, fue decidido a actuar como un sumiso para beneficio de la investigación que estaban iniciando.
—Pero más que actuar, parece que me convertí en uno —dijo en voz baja haciendo una mueca de disconformidad.
Pensó en las palabras de Yuuri, en una de ellas: liberación. Sí, él había sentido la liberación cuando dejó ir sus pensamientos, en ese momento su cuerpo se relajó, en su cabeza ya no había nada, y sólo un estado de paciente espera lo envolvió.
Yuri Plisetsky estaba confundido, una parte de él estaba enfadado consigo mismo, se sentía humillado y avergonzado por lo que hizo. Pero no podía negar que disfrutó de esa dominación a la que se sometió. Por primera vez su cabeza estuvo en silencio, por primera vez los pensamientos no lo hostigaban, por primera vez dejó de sentir todas aquellas emociones nocivas que descomponían su carácter y le imposibilitaban tener una relación amorosa o incluso de amistad, a excepción del anciano calvo y el cerdo, que a decir verdad se la habían impuesto.
Sí, Yurio tenía muchas cosas en las que pensaba constantemente. Sin embargo, la idea de dejar de pensar, aunque fuera por breves espacios de tiempo, se hacía muy tentadora.
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El día lunes llegó y con ello la misión comenzó. Víctor, Yuuri, Yurio, Christophe y Phichit llegaron muy temprano a Eros. Allí, Otabek Altin los esperaba con una minivan que abordaron para dirigirse a las afueras de San Petersburgo. Donde el entrenamiento, al fin, daría comienzo.