El día siguiente a aquel en que Víctor les revelara la estrategia del Shinsengumi, Nishigori había hablado con Takao Murao, un joven beta que figuraba como alumno del dojo en el que hacía clases. Él era el único contacto con el que Takeshi contaba para contactarse con Katsura. Por protección, los Nishigori tampoco sabían lo que el líder del Ishin Shishi planeaba, ni siquiera Murao lo sabía; él no era más que el mensajero.
Katsura era cuidadoso con la información que revelaba y confiaba plenamente en aquellos a quienes hacía parte de sus movimientos. Enterarse de que el Shinsengumi había descubierto que vería al comerciante extranjero había activado sus alarmas. Había un traidor cerca y estaba seguro que no eran sus guardaespaldas, tampoco el amigo que le dio refugio en Edo. La única persona en la que pudo pensar fue en el niño beta que vivía con su amigo, el muchacho de aspecto jovial que tenía aquel llamativo mechón rojo en su cabello siempre los rondaba.
Siempre lo encontraba jugando con la pequeña Kaoru, la hija de su amigo, demasiado cerca para su gusto.
Pero ahora estaba lejos de Edo, oculto en un pueblo cercano a Osaka, podía contrarrestar la estrategia del Shinsengumi sin que ese chiquillo interfiriera en sus planes. Enviar a Víctor con Saito había sido una excelente decisión, le debía la vida y probablemente el futuro de Japón. Katsura estaba consciente de que él aún no podía morir, su presencia como líder era indispensable para que la revolución prosperara. Katsura era el alfa en quien cientos de personas ponían su esperanza de ver el nacimiento de un nuevo Japón cuando el poder fuera restaurado al emperador y el maldito Shogún Tokugawa fuera lanzado al infierno, donde pertenecía.
Tres grupos de espadachines llegaron a tiempo a la ciudad de Osaka. El primero se escondió en la bodega, el segundo se escondió en otros lugares y containers del puerto, finalmente el tercer grupo, liderado por Himura, se quedó fuera de la ciudad buscando impedir que Hijikata y Harada llegaran en ayuda de Saito y Okita.
Todo estaba saliendo como lo había planeado.
Los hombres del Shinsengumi eran fuertes, pero los del Ishin Shishi también, además, la superioridad numérica jugaba a su favor. Katsura miró a su alrededor cuando pudo quitarse de encima a uno de los hombres que le atacaban. Katagai había entrado a la bodega junto al comerciante irlandés, su misión era mantenerlo a salvo y lejos de las espadas del Shinsengumi. Ayakura tenía problemas con Okita, decidió ir en su ayuda, pero cuando lo hacía notó que Saito no estaba, Víctor tampoco. Por un momento pasó por su cabeza la idea de buscar al muchacho, pero el grito de Ayakura lo distrajo, Okita la había derribado y estaba a punto de clavar su espada en el abdomen de la mujer. Katsura lo impidió, Ayakura se puso de pie con presteza y ambos embistieron contra el más poderoso capitán del Shinsengumi. Katsura ya no podía pensar en nadie más, distraerse con Okita significaba firmar su sentencia de muerte.
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El primero en arremeter contra su oponente fue Saito, Víctor logró eludir aquella primera estocada interponiendo su espada defensivamente y luego dando un salto para salir del rango de ataque del Shinsengumi, pero Saito cambió rápidamente la dirección de su ataque, levantando su espada y clavándola sin un ápice de duda en el abdomen de Víctor.
La espada del más joven se resbaló de sus manos.
La sangre comenzó a derramarse.
Los ojos azules de Víctor se clavaron en los ojos ambarinos de Saito.
—G-gracias —dijo Víctor colocando sus manos sobre las de Saito, que aún se aferraban al mango de la katana. Ambos se miraban a los ojos mientras la sangre comenzaba a mojar sus dedos y a escapar entre los labios de Víctor mientras el color parecía esfumarse de su rostro—. N-no im-magino m-muerte más dulce q-que esta, m-morir p-por tu mano.
—Es un placer —respondió Saito retirando su espada de la carne del menor.
Víctor sonrió, fue una sonrisa sincera, la última antes de que ya no pudiera sostener su peso, cayendo sobre Saito.
El lobo sintió como la frente de Víctor se apoyaba en su hombro y fue consciente de la última respiración del talentoso espadachín, Saito sujetó el cuerpo inerte del joven alfa y lo recostó sobre el suelo. Limpió su espada y luego tomó la coleta con la que el muchacho recogía su cabello, lo corto de una vez y sin dudar con el filo mortal de su arma y luego lo acercó hasta su nariz, aspirando en aquellas hebras plateadas el aroma todavía vivo de Víctor. Se puso de pie y guardó entre sus ropas aquel cabello plateado, para posteriormente volver a la lucha, dejando el cuerpo de Víctor abandonado en aquel callejón.
En el preciso instante en el que Víctor exhaló por última vez, dos bebés, dos niños que recién aprendían a caminar en el mundo comenzaron a llorar desconsoladamente. Uno de los pequeños se encontraba en brazos de Yuko, ella intentaba consolarlo acariciando su cabello negro, sin entender que le había provocado aquel llanto, tan repentino y visceral, al pequeño que había tomado por hijo. El otro pequeño se encontraba lejos, muy lejos, sentado en el suelo y llorando sin consuelo mientras su cabello plateado, humedecido por el sudor, se pegaba a su frente y a su rostro, ocultando sus finos rasgos y la expresión de su dolor.
Ambos niños sentían como si algo les hubiese sido arrebatado, pero ninguno de los dos sería capaz de explicar o siquiera entender lo que en aquel momento les sucedió.
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Los hombres de Katsura no pudieron capturar ni matar al comandante Hijikata, tampoco a los tres capitanes. Pero sin dudas habían reducido considerablemente las tropas del Shinsengumi. Una pequeña batalla ganada mientras Katsura se mantenía con vida y manteniendo la certeza de que algún día lograría su objetivo de liberar al Japón.
—¿Qué haremos ahora? —preguntó Katagai mientras cargaba el cuerpo sin vida de Víctor.
—Iremos a Satsuma, hay mucho que planificar —respondió Katsura—. Pero también tenemos un pequeño traidor al cual eliminar —miró a Víctor con tristeza—. Asegurate que los Nishigori puedan darle un entierro digno a nuestro joven héroe.
—Así lo haré, señor.
Katsura se dio la vuelta y caminó a paso seguro. Ayakura y Himura caminaron a su lado. El pelirrojo se volteó y miró a Katagai cargando el cuerpo de Víctor, un leve malestar se instaló en su alma. ‘¿Cuántas muertes más harán falta para ver renacer el Japón?’ Se preguntó.
Fin de «Dragón de Fuego».