Tres semanas transcurrieron desde que Katsura y los demás abandonaran la posada de los Nishigori. Víctor se encontraba deseoso de cumplir con la tarea encomendada y por eso su ansiedad crecía; no había vuelto a encontrarse con Saito. Incluso se había acercado a los cuarteles del Shinsengumi, pero no había tenido suerte.
Los rumores decían que los Lobos de Mibu estaban muy ocupados saciando su sadismo con los líderes realistas encarcelados. Las habladurías se extendían por todo Kioto, sus habitantes estaban conmocionados, imaginando que los Shinsengumi estaban sometiendo a los Ishin shishi capturados a todo tipo de torturas para obtener información. También se hablaba de ejecuciones secretas de las familias de aquellos líderes y sus hombres.
El Shinsengumi solía pasearse por las calles de Kioto, portando con orgullo el uniforme que los distinguía y los hacía visible desde lejos por su llamativo haori de color azul claro cuyas mangas eran adornadas con rayas de montañas blancas. Víctor gastaba las horas del día recorriendo aquellas mismas calles deseando encontrarse con ellos, pero todo había sido en vano.
Al iniciar la cuarta semana la suerte de Víctor comenzó a cambiar.
La avenida principal de Kioto se vio repleta de imponentes y altaneros hombres que caminaban portando banderas rojas con el kanji “Sinceridad” impreso en amarillo. Las personas se hacían a un lado, intimidadas. Víctor en cambio se hizo notar.
Saito caminaba junto a Okita cuando un intenso y delicioso aroma a primavera llamó su atención, miró a su alrededor y divisó a escasos metros al joven de cabellera plateada que anteriormente había cautivado su atención.
—Okita —llamó a su compañero—, tengo asuntos pendientes, los alcanzo después —dijo con tono adusto para posteriormente alejarse a paso seguro del grupo.
Saito caminó hasta donde se encontraba Víctor quien lo saludó con su mirada azulina sobre sus ojos color ámbar y una gentil sonrisa adornando su rostro.
—Me alegra volver a verlo —dijo sonando honesto—, así puedo invitarle un poco de sake en agradecimiento por lo de la última vez.
—Aceptaré tu ofrecimiento —respondió con una sonrisa ladina paseando su mirada por el rostro del más joven—, pese a saber muy bien que nuestra ayuda no era necesaria.
—Lo importante es el gesto —rió con naturalidad el alfa menor—, conozco un lugar donde el sake sabe delicioso.
—A mí siempre el sake me sabe delicioso —contestó sin dejar su sonrisa—, pero probablemente en tu compañía sea aún mejor.
—¿Ah sí? —preguntó levantando una ceja.
—A veces viene bien un poco de aire fresco, en lugar de la compañía de hombres que tienen el aroma a sangre impregnado en el cuerpo.
—Pero yo tendré que conformarme con eso último, ¿no es cierto? —se quejó, para luego volver a reír.
Víctor comenzó a caminar y el Lobo de Mibu caminó a su lado.
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Yuko se encontraba en el jardín de su casa, tendía la ropa mientras cargaba en su espalda al pequeño Yuuri. La omega no podía negar que ese bebé le había traído felicidad, sabía que anhelar la maternidad era irresponsable cuando estaban al borde de una guerra civil, por eso había desistido de seguir intentando embarazarse y decidió cuidarse con un conjunto de hierbas que su madre le habían enseñado a hacer antes de fallecer. Sin embargo, Yuuri era un pequeño huérfano en el que ella podía volcar todo ese amor de madre que había estado alimentando desde pequeña en sus fantasías.
—En el resplandor de las luciérnagas —cantaba Yuko con su melodiosa voz sin dejar de hacer su trabajo— y la nieve iluminada por la luna…
—Yuko —dijo Nishigori interrumpiendo el canto de la mujer, quien mudo la suave melodía a una hermosa sonrisa.
—Que bueno que ya regresaron… ¿y Víctor? —preguntó.
—Vimos al Shinsengumi —contestó— finalmente comenzó su misión de acercarse a Saito.
—Estoy preocupada por él —confesó con angustia.
—Todo saldrá bien, Víctor es un chico inteligente y sabrá mantenerse alejado del peligro —contestó Takeshi en tono tranquilizador mientras acariciaba el cabello de su esposa.
—Realmente espero que lo que dices sea cierto.
—Claro que sí, ya verás que todo saldrá bien —su sonrisa confortante hizo que Yuko se sintiera un poco más confiada.
♤♡◇♧
Víctor y Saito se encontraban sentados frente a frente en un pequeño lugar que sólo servía ramen y sake.
—Y desde entonces vivo en casa de los Nishigori —dijo Víctor para después beber de golpe el sake que tenía en su pequeña copa. Saito lo imitó y luego tomó el tokkuri con ambas manos, sirvió en la copa de Víctor y luego dejó que Víctor sirviera en la copa de él.
Saito había interrogado a Víctor sobre su familia, el dojo al que asistía y sus amigos. Plisetsky consideró que lo mejor era hablar con la verdad, simplemente omitiendo aquello de lo que el Shinsengumi no debía enterarse. El joven mentiría si dijera que se encontraba totalmente tranquilo en compañía de ese hombre, la verdad es que sentía algo de temor al verse examinado por esos ojos de mirada intensa y peligrosa.
—Sientes culpa —dijo de pronto el Lobo de Mibu. Víctor se sorprendió por aquellas palabras, bajó la vista y una sonrisa triste se dibujó en rostro.
—Si no hubiese desobedecido a mi padre yo habría estado allí. Yo los habría protegido —confesó su remordimiento por primera vez.
—¿Habrías asesinado a esos hombres?
—Por defender a mi familia, sí —Víctor levantó su rostro y sostuvo la mirada de Saito—. No creo ser Dios para saber quién debe vivir o morir, tampoco para juzgar las razones que orillan a las personas a cometer actos malvados, pero no me quedaré de brazos cruzados si personas inocentes o aquellas que son importantes para mí sufren a causa de estas acciones. Si debo asesinar a alguien para proteger a quien me importa lo haré sin dudar, aunque no sea lo correcto.
—Creo que nuestro concepto de justicia es bastante similar —dijo Saito sin dejar de mirarlo a los ojos— para mí se resume en una sóla frase: destrucción inmediata del mal. Esa es la justicia del Shinsengumi.
Víctor pudo ver los ojos del lobo resplandecer con total convencimiento.
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Yakov se encontraba en el puerto de Osaka. Había entendido que el joven que encontró en Japón no necesitaba de él, al menos no en ese momento. Su breve estadía lo hizo comprender que lo perdido no se recupera y que debía aprender a vivir con sus propias culpas. Aquellas que constantemente le recordaban que debía haber hablado antes de que las cosas llegaran al punto en que estaban cuando al fin se encontró con Alexander Nikiforov.
«No puedo reparar en este Víctor los errores que cometí con el Víctor de mi pasado.»
No obstante, su viaje no había sido en vano. Al menos el poder hacer algo por la única familia que tenía aún Víctor Plisetsky lo animaba, Yuri crecería en la tierra de sus padres, lejos del caos que estaba cayendo sobre Japón. También pensó en llevarse al pequeño Yuuri japonés, pero una parte de él pensaba que ese bebé debía estar cerca de Víctor, como si su sola presencia pudiera actuar como protección para el alfa de cabello plateado. Yakov tenía el profundo deseo de que en esta vida ellos no fueran separados jamás.