—¡Víctor! —Llamó Lukyan desde la sala, él estaba de pie y junto a él, sentada en uno de los sillones, se encontraba una hermosa mujer de cabello rubio y ojos grises que lucía un prominente vientre que mostraba sus siete meses de embarazo—. Hermano, ven, Yulia y yo estamos decidiendo nombres para nuestro futuro hijo, o hija.
Víctor sonrió y se sentó junto a su cuñada.
—¿Y qué nombres han pensado? —preguntó acariciando el vientre de Yulia.
Víctor tenía catorce años recién cumplidos y su hermano mayor estaba a quince días de los veintiuno. En un viaje que hizo a Rusia conoció a Yulia, un año menor que él, y se enamoraron apasionadamente. Para todos, especialmente para Nikolai, fue una sorpresa cuando Lukyan regresó a Japón junto a su hermosa y alegre esposa. Yulia pasó a ser la única omega de esa casa y de esa familia compuesta por amables y encantadores alfas.
—Si es niña se llamará Karenina, como vuestra madre —respondió Yulia con una linda sonrisa. Karenina había muerto cuando Víctor tenía tres años de edad, por lo que no la recordaba mucho, a diferencia de Lukyan.
—Si es niño aún no lo hemos decidido —dijo Lukyan—. Hay varios nombres que nos agradan; Aleksey, Iván, Mikhail…I
—Yuri —dijo Víctor—, si es niño llámenlo Yuri.
—¿Yuri? —preguntó Yulia—. Es lindo, me agrada.
—Y empieza igual que Yulia —sonrió Lukyan—. ¿Habías estado pensando en nombres para el bebé, Víctor?
—No… ese nombre simplemente apareció de pronto en mi cabeza y me pareció hermoso. Además, existe tanto en ruso como en japonés por lo que me parece adecuado.
—Es cierto, es perfecto —dijo Yulia sonriendo.
—Mi hermanito es muy listo —Lukyan sonrió mientras desordenaba el largo y bonito cabello de Víctor. El menor sonrió ante la muestra de afecto que le daba su hermano mayor.
Víctor era un chico afortunado. Pese al temprano fallecimiento de su madre, Nikolai y Lukyan siempre lo colmaron de amor, lo que hizo que creciera como un muchacho alegre, afectuoso, determinado y seguro de sí mismo. Víctor estaba lleno de vida y su único deseo era vivir su juventud al máximo, disfrutando de las cosas que lo que lo apasionaban y luchando por aquello que creía justo
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Lilia miraba a su esposo con una expresión difícil de descifrar. Se sentó frente a él y juntó sus manos sobre sus rodillas.
—Déjame ver si te he entendido bien —dijo con su voz serena, pero firme—. Has renunciado a tu trabajo como juez porque planeas embarcarte a Japón, ¿me equivoco?
—Sólo he pedido un año libre, después podré volver a mi cargo —contestó Yakov algo nervioso.
—Un año libre —la mujer levantó una ceja—, eso significa un año sin salario.
—Hemos ahorrado bastante. Además, desde que dejaste a los Nikiforov te ha ido bastante bien como maestra.
—Yakov, yo no dejé a los Nikiforov —dijo con expresión sombría.
—Como sea que haya sido. Yo puedo irme a Japón con una parte de nuestros ahorros, y tú puedes vivir muy bien con el resto más tu salario. Yo, en verdad siento que debo ir a Kioto.
—Haz lo que quieras. —Cedió exasperada—. Llevas años soñando con ese lugar, espero que encuentres lo que sea que vayas a buscar, y si no, que al menos se te quiten esas locas ideas de la cabeza.
—Muchas gracias por ser tan comprensiva, Lilia.
—¿Acaso tengo otra opción, Yakov?
—Lilia…
—En fin. Sé que para ti fue muy dolorosa la pérdida de Víctor Nikiforov, yo también lo apreciaba. Pese a su apatía su naturaleza era noble. Si realmente crees que sus palabras fueron un mensaje y los sueños que estás teniendo un llamado, ve.
—No podría haberme casado con nadie mejor que tú, Lilia.
Una diminuta, pero perceptible sonrisa, se dibujó en el rostro de la mujer de treinta y cuatro años.
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El primero de Marzo nació Yuri Plisetsky. Vino al mundo a las tres de la tarde, con un precioso cabello dorado y los ojos verde jade iguales a los de Lukyan.
Víctor saltó de felicidad cuando su pequeño sobrino lloró por primera vez. Lukyan lloró al mismo tiempo, de felicidad, en brazos de su padre, y Yulia no encontró palabras para describir lo que sintió cuando tomó a su pequeño hijo entre sus brazos.
Eran una linda familia feliz.
Pero pronto quedarían atrapados en los crueles acontecimientos de un inestable Japón.
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Yuuri, el que por tantos años se había hecho llamar hermano Gabriyel en su intento por enterrar todo aquello que destrozó su alma cuando aún era un adolescente, caminó lentamente por las oscuras y eternas escaleras que lo llevaban a lo más alto del campanario de la iglesia principal del monasterio.
La voz imaginada de Yuki lo perseguía, primero fue en sueños que brumosos se volvían pesadilla, después incluso durante el día repitiendose como mantra dentro de su cabeza.
Mi padre te espera.
Se había tornado en la frase que lo atormentaba, de la que no podía escapar aunque tapara sus oídos, aunque corriera, aunque se negara a dormir.
O tal vez simplemente era la expresión de su deseo. Su deseo de encontrarse con la única persona que había amado. La persona a la que le dio todo de sí, la persona que lo hizo inmensamente feliz, pero que también lo sumergió en la más profunda de las tristezas. Víctor, Víctor, el hombre al que aún no podía perdonar, el hombre al que seguía amando con desesperación.
Víctor, su nombre era dulce en sus labios, pero un puñal para su corazón.
Víctor.
Víctor.
Víctor.
—¡Víctor! —gritó con fuerza cuando llegó a la cima del campanario y su cabello fue mecido por el viento que soplaba con fuerza—. ¡Te odio! ¡Te amo! ¡Te odio tanto!
Los ojos castaños ya no derramaban lágrimas. Todas se habían acabado el día en que se separó del pequeño cuerpo sin vida del que fue su hijo. Sin embargo su alma lloraba, no había existido un sólo día en que no lo hubiera hecho.
—¿Realmente me esperas en alguna parte, Víctor? —preguntó al viento como si sus palabras pudieran traspasar el tiempo y el espacio para llegar al hombre que lo había marcado—. ¿Mi alma puede alcanzarte, aún? —sus ojos se movían buscando una respuesta—. ¿Volverás tú a destruirme? ¿Volveré yo a dejarte morir?
Los ojos de Yuuri escocían. Lloraban sin lágrimas, tan tristemente, tan dolorosamente.
Yuuri se sostuvo de uno de los pilares del campanario y miró hacia el vacío.
—Yo ya estoy muerto —confesó—, este cuerpo perdió su alma incluso antes de que tu cuerpo perdiera la tuya, mi amor —cerró los ojos y se dejó caer.
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—¡Nooo!
Víctor despertó sudando, temblando, asustado. Miró a su alrededor y al verse en su cuarto comenzó a relajarse. Su respiración agitada comenzó a normalizarse poco a poco y él intentó recordar aquel sueño que lo hizo despertar sintiéndose angustiado. Pero no lo consiguió.
Víctor no recordaba su sueño.
Víctor no recordó nada.