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Marchitarse para renacer (Flor de Agua)


Nueve meses después, Kioto, Japón

Nikolai Plisetsky se encontraba dando vueltas de un lado a otro por la sala de su casa. Él era un diplomático ruso que vivía hacía ya dos años en la capital de Japón. Se había mudado en compañía de su esposa, Karenina, y su hijo mayor, Lukyan, un bello niño de seis años, rubio y de ojos verde jade, como su padre. 

Lukyan estaba sentado en una silla alta, sus pies se movían rítmicamente sin tocar el suelo mientras miraba a su padre. Quien literalmente se comía las uñas de lo nervioso que se encontraba. Su amada Karenina estaba dando a luz a su segundo hijo. 

La caminata ansiosa de Nikolai fue detenida cuando la partera apareció en la sala con una sonrisa y un bebé entre sus brazos.

—Su hijo ha nacido, es un hermoso y saludable varoncito —dijo la mujer japonesa con una amplia sonrisa. 

Nikolai extendió sus brazos para recibir en ellos al hermoso bebé. Lo miró con amor y grabó en su memoria cada uno de los detalles de su pequeño; su piel blanca, sus ojos azulados que parecían estar fijos en los de Nikolai y ese inusual cabello plateado que era como hermosos rayos de luna. 

—Víctor —pronunció Nikolai—, ese será su nombre. 

♤♡◇♧

Nueve meses antes, Serguiév, Rusia

—Víctor —dijo Yakov sacudiendo su cuerpo—. Víctor reacciona —pero no reaccionaba—, ¡Víctor! 

Yakov acercó su rostro al del alfa, no respiraba. Buscó su pulso, no lo encontró. 

—Víctor —pronunció sin querer dar crédito a lo que estaba ocurriendo—. No… no puede ser verdad… —Los ojos de Yakov se llenaron de lágrimas. Y lloró, lloró como pocas veces se había atrevido a hacerlo. Abrazó el cuerpo de su amigo con sumo cuidado, como si temiera hacerle más daño del que el mismo Víctor le había provocado los últimos meses. Estaba tan delgado que por un momento Yakov sintió miedo de romperlo, sin embargo, ¿qué importaba ya? Ese cuerpo ya no contenía el alma del que fue su único amigo, lo había perdido. 

Lo había perdido para siempre.

¿Lo había perdido para siempre? 

♤♡◇♧

El día domingo por la tarde Alexander y Anastasia llegaron a Serguiév. Siguiendo la pista dada por Yakov habían ido a preguntar al convento Smolny. En ese lugar les indicaron que Yuuri se encontraba en el Monasterio de la Trinidad y San Sergio. 

Los Nikiforov, pensaron que llegar a Yuuri les haría encontrar a Víctor. No se equivocaron. Pero jamás esperaron encontrar a su hijo muerto. 

La culpa, el dolor y la desesperación se apoderaron de ambos por igual, pero lo expresaron de maneras diferentes. Anastasia lloró sin cesar, sus ojos grises estuvieron velados por las lágrimas durante horas, días, meses. Su cabello plateado era arrancado por ella misma cuando la desesperación se volvía insoportable. Alexander se vio tan acabado como antes lo estuvo su hijo, sus iris azules se tornaron opacos, su apetito se esfumó, en ocasiones no podía controlar la rabia. Rabia hacia sí mismo por jamás comprender a su hijo, por no darle el amor que se merecía, por preferir mantener la apariencia de hombre estricto y correcto en lugar de confiar en su hijo, de abogar por él, de escucharlo. 

Pero ya no había vuelta atrás. Ni Anastasia ni Alexander fueron capaces de conocer lo mejor y lo peor de Víctor. Y la vida no siempre daba segundas oportunidades.

♤♡◇♧

Un año después.

Yakov se encontraba de pié en una pequeña sala bastante iluminada. En sus manos tenía un libro, dentro del libro había dos cartas. 

La puerta de la sala se abrió y un joven novicio japonés entró con un semblante sereno. 

—Buenos días —saludo cordial a su visitante. 

—Buenos días, Yuuri —respondió Yakov mirándolo fijamente. 

—Soy el hermano Gabriyel. Por favor, llámeme así de ahora en adelante. 

—Hoy se cumple un año desde la muerte de Víctor. 

—Lo sé. 

—¿Cómo puedes actuar de manera tan fría? Ni siquiera te presentaste en su funeral. 

—Cómo ya le dije antes, soy el hermano Gabriyel. Ese al que llamaban Yuuri murió junto con su hijo. 

—He venido porque tengo algo que te pertenece —dijo Yakov ignorando las palabras del novicio—, yo fui el encargado de retirar las cosas que Víctor tenía en el instituto. Entre ellas guarde este libro que te regaló. Adentro hay dos cartas, una se la escribiste tú, la segunda te la escribió él. —Yakov extendió el libro, pero el japonés no lo miró.

—Se equivoca —le dijo sereno—, nada de eso me pertenece. —Se dio la vuelta y abrió nuevamente la puerta—. Que tenga un buen día —se despidió antes de salir y perderse entre los pasillos del monasterio. 

Los ojos castaños no habían llorado desde que ingresó como novicio al monasterio. Los ojos castaños no volverían a llorar nunca más. 

Fin de «Flor de Agua»

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