—Otra vez perdiendo el tiempo, Víctor —dijo un joven alto, de hombros anchos, cabello oscuro y ojos azules acercándose a su amigo. Quien descansaba bajo la sombra de un árbol mientras leía un libro.
—¿Perdiendo el tiempo? —preguntó con desdén—. Veo que eres incapaz de comprender lo hermoso que resulta el disfrutar de un buen libro, mi querido Yakov.
—El maestro se ha molestado porque no has ido a la clase de esgrima —respondió el joven Yakov sentándose junto a su compañero. Ambos estaban en el más prestigioso instituto escolar de Rusia, cursando su último semestre de estudios.
—Sabes perfectamente que odio la esgrima —se quejó haciendo un puchero y dejando el libro a un lado.
—Odias cualquier cosa que requiera un mínimo de esfuerzo físico. A veces dudo que en verdad seas un alfa.
—¿Qué sabes tú lo que es ser un alfa? Después de todo no eres más que un simple beta.
—Y tú un inútil engreído. Quedan pocos meses para graduarnos, ¿qué piensas hacer una vez que salgamos de aquí?
—Empezar a disfrutar de mi juventud, por supuesto. —Víctor sonrió curvando encantadoramente sus finos labios color durazno mientras acariciaba su largo y suave cabello platinado—. Recuerda que yo soy noble, no necesito hacer nada para ganarme la vida, a diferencia de ti que sólo estás aquí por una beca de caridad.
—Yo estoy aquí porque ocupo mi cerebro y lo merezco —respondió Yakov enfadado, se puso de pie dispuesto a retirarse del lugar.
—No te enfades —pidió Víctor, también se puso de pie y se ubicó frente a su amigo—, sabes que a pesar de tu origen humilde eres el único al que considero mi amigo.
—Realmente no sé cómo logro soportarte, eres insufrible.
—Me soportas porque sabes que mi aprecio por ti es sincero. Dices que soy arrogante, pero soy el único con el que puedes relacionarte en este asqueroso lugar.
Yakov bajó la vista. Era cierto. Sus compañeros de instituto siempre lo habían despreciado por su origen humilde, aún más cuando ese beta de baja categoría, como solían llamarle, demostró ser el mejor de todos, destacando tanto en las actividades académicas, como en las deportivas y artísticas, especialmente en la esgrima y el piano.
Víctor era el único que le dirigía la palabra y con el tiempo se hicieron buenos amigos. El alfa era engreído y solía molestarlo por sus orígenes, pero sólo cuando estaban a solas. En público lo defendía de las ofensas de los demás y ya había amenazado a media escuela con enfrentarse a su furia si volvían a comportarse cruelmente con su amigo. La otra mitad de la escuela prefirió no buscarse problemas con el alfa de fríos ojos azules, después de todo, pertenecía a la familia Nikiforov, una de las más poderosas de Rusia.
Víctor tampoco se relacionaba con otros muchachos del instituto. A diferencia de Yakov, solían ir tras él intentando conseguir aunque fuera una sonrisa del atractivo alfa, y Víctor solía ser generoso en sus gestos; sonrisas gentiles y palabras amables que hacían suspirar a todos, alfas, betas y omegas por igual. Y es que Víctor podía atraer a cualquiera, seducía sin proponérselo. Los alfas quedaban prendados de su belleza y sus finos rasgos, de su natural coquetería y de ese largo cabello plateado que lo hacía parecer frágil. Los omegas, en cambio, temblaban con solamente percibir ese aroma a sándalo que desprendía, o al oír su voz sedosa y masculina. Amaban el lado protector que solía mostrar cuando molestaban a su amigo, les excitaba esa expresión seria y amenazante que transformaba completamente su bello rostro. Los betas se enamoraban completamente de él, de su elegancia, de su despreocupación, del sonido de su risa, o de sus preciosos ojos azules que parecían brillantes cristales. Yakov era el único que jamás cayó en sus encantos y justo por eso Víctor lo apreciaba. Porque Víctor, pese a su gentileza, odiaba a todos sus demás compañeros de instituto, los despreciaba por superficiales, los consideraba insignificantes, atraídos sólo por su apariencia y su apellido. Él estaba convencido de que si realmente le conocieran, pocos se quedarían a su lado.
—¿Y tú qué harás? —preguntó Víctor comenzando a caminar con su amigo hasta los dormitorios—. A diferencia de mí, que pretendo disfrutar de placeres carnales, bebida y juegos de azar, tienes que ganarte la vida.
—Así que te convertirás en uno más de esos nobles inútiles que dices despreciar —soltó un bufido su amigo.
—Sabes que me desencanto demasiado rápido de las cosas que me cuestan esfuerzo. No tengo la energía para ir en contra de la corriente, así que he decidido hacer sólo lo que se me da bien por naturaleza.
—¿Y qué sería eso?
—Disfrutar de la lectura, el arte y el buen tabaco —rió el alfa—, y como te lo dije antes, probar con el sexo y todo lo que me parezca divertido.
—A diferencia de ti yo seguiré estudiando. El director del instituto me ha conseguido una beca universitaria por mi impecable rendimiento académico. Me convertiré en abogado.
—Te felicito. Realmente me hace feliz que no tengas que ser un simple obrero como tu padre.
—Eres un idiota.
—¿Acaso no piensas como yo? Sé que despreciarías usar la fuerza de tus manos en lugar de tu cerebro para llevarte el pan a la boca.
—Aún así eres un idiota, el trabajo de mi padre es…
—Importante, lo sé —lo interrumpió el alfa—. Es una pena que sea su trabajo, el de los demás obreros y gente pobre del pueblo, lo que sostiene la vida llena de lujos de nobles inútiles como yo —sonrió despreocupado—, pero así es la vida —finalizó.
—Eso te hace aún más idiota. Eres consciente de las injusticias, pero no estás dispuesto a hacer nada por corregirlas.
—¿Quién está dispuesto a perder los privilegios que posee? —preguntó entre risas el alfa—. Mejor cambiemos el tema. Tu hermana más pequeña está de cumpleaños este sábado, ¿no es así?
—Sí, Irina cumple seis años.
—Invítame este fin de semana a tu casa, tengo un regalo para ella.
—¿Invitarte a mi casa?
—¿Por qué no? Yo te he invitado antes a la mía.
—Sinceramente, no imagino aI alfa inútil que tengo frente a mí en un barrio pobre de San Petersburgo.
—Oh vamos, Yakov. La verdad es que muero de curiosidad por ver que tan pequeñas son sus viviendas. Y ya he avisado a mis padres que este fin de semana no estaré en casa.
—No tenemos camas de invitados.
—Eso es obvio, pero dormiré en tu cama.
—Es demasiado angosta para los dos.
—Tú dormirás en el suelo entonces.
—Está bien, pero te advierto que no tendrás baño privado, solo hay agua fría para bañarse y la cama es dura. Probablemente mueras de frío porque la leña es cara y no tenemos otro medio para calentar el hogar. Tampoco esperes que por ser el cumpleaños de Irina haya algo especial para comer, deberás conformarte con sopa aguada.
—No hay problemas. Que adorable soy, al fin entenderé como realmente vive el pueblo.
—Cállate idiota. Jamás entenderás nada. No porque convivas un fin de semana con personas pobres te convertirás en una de ellas. La cuna de oro en la que naciste seguirá esperando por ti.
—¿Qué te puedo decir? Tengo suerte desde mi nacimiento.
En ese momento llegaron a la habitación que compartían. Víctor había hablado personalmente con el director para que fuera Yakov su compañero de cuarto después del altercado que tuvo con su compañero anterior, un alfa que en celo había intentado abusar de Víctor. Eso había sido algo totalmente fuera de lo común. alfas y omegas tenían sus dormitorios en edificios separados para evitar inconvenientes de ese tipo, además contaban con supresores para contener su aroma e instintos, pero Víctor siempre había despertado interés en todos por igual. No obstante, su fragilidad era sólo una apariencia, y ese estúpido alfa siempre se arrepentiría por intentar poner un dedo sobre Víctor.
—Supongo que hay otras razones por las que no quieres ir a tu casa este fin de semana —dijo Yakov dejándose caer sobre su cama.
—No… bueno, una familia japonesa, amigos de mis padres, llegarán esta semana, creo que el jueves. La verdad no tengo interés en verlos. La última vez que los ví fue hace tres años cuando tenía quince, fuimos a visitarlos durante algunas semanas a Japón.
—¿No te agradan?
—No es que me desagraden. Los señores Katsuki son personas amables, diría incluso que la señora Hiroko es demasiado amable. Mari, la hija mayor, es quien más me agrada, supongo que es porque jamás demostró interés en mí. Me trataba con bastante indiferencia al principio, aunque después de charlar un par de veces descubrí que su sentido del humor es bastante irreverente. Definitivamente es de las pocas personas que aprecio. Y bueno, también está Yuuri, tenía 13 años cuando lo vi por última vez, pero me desagradaba mucho la manera en que me miraba.
—¿Cómo te miraba?
—Con devoción, como si yo fuera lo más hermoso del planeta.
—¿Y eso te desagrada? Realmente no te entiendo.
—Es la misma mirada que me dan todos quienes sólo ven en mí un alfa atractivo y de buen apellido. La mirada de gente hipócrita y superficial que tanto odio.
—Víctor, tenía trece años, era un niño. No puedes odiarlo por eso.
—Bueno, ya juzgaré cuando lo vea nuevamente. Según sé, su familia cayó en la miseria y mi padre ha querido ayudarles trayendolos a Rusia e invitándolos a vivir en nuestra mansión, como ves, tendré tiempo de sobra para conocerlo y hacer que me conozca verdaderamente —la sonrisa que se formó en el rostro de Víctor dio escalofríos a Yakov.