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Capítulo extra: Una vida, a otra vida (Tránsitos)


Yuuri salió de la cama sintiéndose aún dentro de la burbuja del sueño y apenas logró contener el grito de dolor cuando su pie descalzo golpeó una de las patas de la cama, mordiendo sus labios con fuerza mientras se ganaba una mirada retadora de la pequeña Satoko.

—Papi, shhh —dijo la niña con un dedo sobre los labios mientras sus ojos azules se desviaban y miraban sobre la cama, queriendo asegurarse de que su madre todavía dormía.

Victoria acostumbraba ser la primera en levantarse, habituada desde pequeña a disfrutar de las mañanas y siempre dispuesta a aprovechar cada rayo de sol, siempre enérgica y con una sonrisa luminosa. Yuuri, en cambio, con el pasar de los años se había vuelto una persona nocturna, prefería la quietud de la noche para disfrutar de sus caprichos, cuando las niñas dormían y podía disfrutar de la lectura o una buena película. 

Victoria era quien preparaba el café cada mañana y llevaba el desayuno a la cama para despertar a punta de besos al bello durmiente que rogaba por cinco minutos más, pero que definitivamente despertaba cuando sentía el peso de sus hijas sobre él, felices de ayudar a su madre a por fin arrebatarlo del mundo de los sueños. A cambio, por la noche Yuuri solía dar largos masajes en la espalda de Victoria, untaba sus manos en aceite y disfrutaba del contacto que no buscaba más que relajarla después de un largo día de trabajo, concentrándose cerca de su cuello, bajando por sus costados, siguiendo el camino de sus piernas y finalizando en sus pies. Cuando terminaba, generalmente Victoria ya estaba dormida con expresión de calma, y él la observaba por largos momentos, disfrutando del cuerpo desnudo de su mujer, expuesta sin temor, confiando completamente en él.

Pero ese día era especial, el 25 de diciembre era el cumpleaños de Victoria, y aunque ella en un primer momento dijo que no tenía la costumbre de festejar su cumpleaños, desde que Yuuri llegó a su vida se había encargado de hacer de esa fecha un día especial. 

Yuuri entró al baño y mojó su rostro, eran las cinco de la madrugada y sus hijas lo sacaron de la cama porque les había prometido hacer galletas para Victoria. Miró su rostro somnoliento en el espejo, pero dibujó una sonrisa que expresaba la felicidad que su familia le brindaba.    

Caminó a la cocina donde sus dos hermosas hijas lo esperaban sonrientes y con sus pequeños ojos azules, tan azules como los de Victoria, resplandecientes. Sería la primera vez que prepararían galletas para su madre y se sentían emocionadas.

—Primero tenemos que buscar los ingredientes —indicó Yuuri, a lo que las pequeñas asintieron, esperando sus instrucciones. 

Yuuri Katsuki siempre fue un hombre meticuloso y cuidadoso, hacía las cosas en un orden perfecto para evitar el desorden innecesario, en la cocina era similar; usaba y lavaba, ensuciaba y limpiaba, sacaba y guardaba, pero con el par de hiperactivas que tenía como ayudantes, no pudo evitar el desastre, el cabello negro de Hotaru estaba completamente blanco debido al puñado de harina sobrante que Satoko le lanzó, luego de que su hermana le hubiera roto un huevo en la coronilla.

—Escuché que el huevo le hace bien al pelo —se defendió Hotaru. Pero nadie, ni siquiera su padre, pudo librarla de recibir el ataque de harina. 

Y qué decir de los rastros de masa cruda que no pudieron evitar que cayera a sus pijamas cada vez que metían sus dedos para probarla, aprovechando cada distracción de Yuuri. 

Risas, juegos, y una cocina desastrosa (que bien valía la sonrisa de sus hijas) después, las galletas estaban listas para ser horneadas. 

—Mientras las galletas se hornean, yo limpiaré la cocina y ustedes se darán un baño.

—Sí, mi capitán —dijeron a coro para luego dirigirse a cumplir las instrucciones de su padre. 

Yuuri rio al verlas correr fuera de la cocina, pero luego suspiró resignado al ver la cocina hecha un desastre, valía la pena, se dijo. 

[…]

Victoria fingía dormir, fingía, porque después de escuchar el alboroto de sus hijas en la cocina era imposible volver a conciliar el sueño, mismo que perdió cuando escuchó a Satoko despertar ‘silenciosamente’ a su padre. Y después, tuvo que tragarse la carcajada cuando sintió el golpe de Yuuri contra la cama, aunque también le dio un poco de pena, golpearse los dedos en la pata de la cama era doloroso, solo esperaba que no hubiera sido en el dedo pequeño. 

En cuanto escuchó los pasos fuera de su habitación, Victoria cerró los ojos y esperó.

Las niñas abrieron la puerta despacio y luego Yuuri entró con una bandeja, el aroma del café y las galletas era muy agradable. Hotaru y Satoko tenían dibujos en sus manos como obsequio, cada una también llevaba una rosa azul.

—Bueno niñas —susurró Yuuri—, ahora despertaremos a mamá como teníamos planeado, a la cuenta de tres —aclararon sus gargantas para comenzar a cantar—: uno, dos, ¡tres!

—Los peatones corren torpemente entre los charcos, y el agua forma un río en el asfalto, y no entienden por qué en este día tan malo yo estoy tan contento.

»Toco el acordeón bajo la mirada de los peatones… Lamentablemente, el cumpleaños es sólo un día al año.

»Llegará de repente un mago en un helicóptero azul. Y me pondrá cine gratis, me felicitará el cumpleaños, y seguro que me dejara de regalo quinientos helados.

»Toco el acordeón bajo la mirada de los peatones… Lamentablemente, el cumpleaños es sólo un día al año. Lamentablemente, el cumpleaños es sólo un día al año.


Al finalizar la canción, Victoria ya estaba sentada en la cama, sonriente y sorprendida por el detalle que Yuuri había tenido de encontrar esa canción rusa y enseñarla a sus hijas.

—Felicidades, cariño —dijo Yuuri con una sonrisa.

Victoria miró a Yuuri con sus preciosos y transparentes ojos, tan llenos del amor que se habían profesado durante esos años que habían decidido transitar juntos.

—¡Yatta! —gritaron las pequeñas traviesas que saltaron sobre Victoria para llenarla de besos y entregarles sus obsequios.

—Que rosas más hermosas —dijo acercando las flores a su rostro para aspirar su perfume.

—¡Y tenemos dibujos! —dijo Hotaru emocionada mientras le mostraba un dibujo donde aparecían los cuatro, junto a sus abuelos y a la tía Mari.

—Yo te dibujé con tía Mila —dijo Satoko mostrando otro dibujo, donde aparecían ambas mujeres con los mismos ojos azules y sus cabelleras de distintos colores, pero igualmente llamativas. 

—Son los mejores regalos del mundo —afirmó Victoria abrazando a sus hijas—, mi familia. 

—Pero falta algo más —aclaró Yuuri acercándose hasta quedar junto a Victoria.

—¿Un beso de mi amado? —preguntó ella con coquetería. Yuuri rió suavemente y junto sus labios en un beso delicado.

—Sí, faltaba… —susurró Yuuri sobre los labios de Victoria—, pero, me refería a este delicioso desayuno preparado con la insuperable ayuda de nuestras preciosas hijas. 

—¡Galletas! —exclamó Victoria como niña pequeña cuando Yuuri dejó la bandeja sobre la cama—, me encantan —dijo tomando dos, probando una de inmediato y dibujando una expresión de placer en el rostro que hizo aplaudir a las niñas que la observaban con atención—. Esto está delicioso, son las mejores galletas que he comido jamás.

Hotaru y Satoko se abrazaron felices de que su madre elogiara las galletas. 

Los cuatro desayunaron entre risas, escuchando las historias que Hotaru y Satoko contaban de sus diferentes actividades. Hotaru había comenzado a patinar sobre el hielo y afirmaba que se convertiría en una gran patinadora. Satoko, en cambio, había comenzado a tomar clases de dibujo porque quería ser una pintora. Yuuri y Victoria apoyarían cualquiera de esos sueños, o los que tuvieran en el futuro.

—Debemos arreglarnos para ir a casa de los abuelos —dijo Victoria mirando el reloj sobre su velador.

—¡Nos darán regalos de navidad! —gritó Hotaru emocionada.

—Los regalos hoy son para mamá —se burló Victoria.

—Pero nuestro compañero de… de… 

—Chile —indicó Satoko.

—Chile, dijo que en navidad se hacen regalos a los niños. —Hotaru puso las manos en su cintura y los miró arrugando la frente.

Victoria apretó sus labios para no reír por la actitud de su hija.

—¿Qué te parece si tenemos una celebración navideña cuando lleguen los obsequios de tía Mila? —preguntó finalmente.

—¡Cierto!, hoy es el día especial de mamá —apoyó Satoko.

—Pero, ¿prometen que no lo olvidarán? —interrogó la niña.

—Sí —respondió Yuuri acariciando el cabello de su hija—, lo prometemos.  Ahora vayan a jugar, mamá y yo debemos vestirnos.

Hotaru tomó la mano de su gemela y corrieron a su habitación diciendo que verían dibujitos animados.

—Tienen demasiada energía —dijo Yuuri extendiéndose en la cama.

—Eso lo heredaron de mí —dijo Victoria orgullosa, aunque luego miró a su marido y con voz seductora le susurró—, aunque, si hablamos de aguante…

—¿Crees que Mari aceptaría quedarse esta noche con las niñas? —sugirió Yuuri acariciando el rostro de Victoria—, hace mucho tiempo que no tenemos una noche entera para nosotros…

—No creo que nos diga que no.

Se miraron a los ojos por un largo momento, las puntas de sus narices se acariciaban mientras se sonreían y se susurraban palabras de amor, Yuuri enredando sus dedos en el cabello largo de Victoria, mientras ella tomaba las manos de Yuuri y tocaba las uñas que ella misma había pintado celeste, rosa y blanco, emulando la bandera con la que se identificaba. 

Un beso amoroso selló el momento, como una promesa de amarse de todas las maneras posibles, con el cuerpo y con el alma, con caricias y sonrisas.

—Vamos a la ducha —dijo ella saliendo de la cama e invitando a Yuuri a tomar su mano, invitación que él jamás se atrevería a rechazar. 

[…]

—¡Tía Mari! —gritaron las niñas emocionadas cuando llegaron al portal de Yutopia y la vieron apoyada junto a la puerta, se soltaron de las manos de sus padres y corrieron hacia ella.

—¡Niñas con cuidado! —gritó Victoria—, el suelo aún está resbaloso por la última nevada.

—Sí, mamá —respondieron. Pero en realidad no hicieron caso y siguieron corriendo hasta lanzarse a los brazos de Mari, quien las recibió besando sus rostros y cargándolas a ambas.

—Están pesadas —les dijo—, en poco tiempo ya no podré tenerlas en brazos.

—Podemos turnarnos —sugirió Satoko.

—Entremos, les daré unos dulces —prometió Mari.

—Mari, no les des tantos dulces —pidió Yuuri—, el dentista luego es caro.

—Ese no es mi problema —respondió la mayor girándose para entrar al cálido hogar. 

Yuuri suspiró derrotado y Victoria no pudo evitar reír. 

—Entremos, cariño —dijo ella acariciando el brazo de Yuuri—, hace frío. 

El ambiente dentro de la casa de los Katsuki era acogedor y cálido, el aroma a katsudon escapaba de la cocina y la conversación alegre de la familia y amigos cercanos llenaba el lugar de una atmósfera íntima y alegre, hogareña y doméstica.

—Minako, no bebas tanto, aún es temprano —dijo Yuuri.

—No seas aguafiestas. Victoria, acompáñame —respondió la mujer abrazando a Victoria para acercar el sake y ofrecerlo a la rusa.

Satoko había desaparecido en la cocina, junto a sus abuelos y Mari, mientras Hotaru hacía unos pasos de ballet para mostrarlos a las trillizas Nishigori, las adolescentes aplaudían y sonreían elogiando a la niña. 

Risas, conversación y juegos animaron la velada, el katsudon preparado por Hiroko la volvió deliciosa y el pastel de cumpleaños, obsequio que Yuko preparó con sus manos, la endulzó. 

Cuando la comida ya se había acabado, Minako sonreía sosteniendo una botella de Sake y las mejillas de Victoria estaban tintadas de rojo producto del alcohol que también había bebido junto a la maestra de ballet.

—Mari —dijo Victoria abrazando a su cuñada—, ¿podemos dejarte a las niñas esta noche? Yuuri y yo queremos una celebración privada… —Minako, a su lado, estalló a carcajadas.

—Vamos a jugar afuera, aún hay nieve —dijo Áxel tomando de la mano a Satoko y Hotaru.

—Sí, vamos —apoyaron las otras dos trillizas, temiendo que dijeran algo inapropiado para las pequeñas, aunque probablemente las niñas no entenderían y las únicas incómodas serían las adolescentes. 

—Tienes suerte, Victoria —dijo Minako arrastrando las palabras—, en el ballet Yuuri siempre fue muy resistente.

—Y en la pista de hielo también —agregó Yuko con falsa inocencia.

—Puedo asegurar que su resistencia se amplía también a otros ámbitos más… privados —soltó Victoria sin vergüenza.

Las mujeres rieron, pero pronto se extrañaron de que Yuuri no hubiese intentado cambiar el tema de conversación. Entonces se dieron cuenta de que los únicos sonrojados eran Toshiya y Hiroko, mientras Mari las miraba con su habitual indiferencia.

La mirada de Victoria buscó a Yuuri, lo encontró a unos metros de distancia, con el teléfono móvil en sus manos y sus ojos brillantes de lágrimas contenidas.

—¿Yuuri? —cuestionó Victoria poniéndose de pie para llegar a su lado—, ¿qué…?

—Es… es Eriko —respondió con la voz temblando de emoción—, ya está en el hospital…

Victoria abrazó a Yuuri y comenzó a temblar, la risa y el llanto se mezclaban sin control. 

—Debemos ir —dijo finalmente mirándolo a los ojos.

[…]

A pesar de que Victoria siempre sintió a Víctor Nikiforov como una falsa envoltura, un personaje que se había inventado para ganar la aceptación de su familia y el mundo, debía admitir el mundo de privilegios que un hombre blanco, heterosexual y adinerado poseía. Cuando se deshizo de Víctor, no solo perdió a una parte de su familia; también perdió todos esos privilegios que por largo tiempo le parecieron naturales. Ser mujer en un país machista como Japón tenía sus desventajas, ser transexual las acentuaba.

Victoria no podía quedarse quieta viendo esas injusticias por lo que, con ayuda de todas las mujeres que le eran cercanas y el apoyo de Yuuri, creó una fundación que prestaba ayuda profesional de todo tipo a mujeres de cualquier edad: médicas, abogadas, psicólogas… estaban allí para asistirlas en cualquier tipo de situación, las más comunes eran violencia de género y discriminación laboral. Así fue como Victoria conoció a Eriko. 

Eriko era una muchacha de diecisiete años que había quedado embarazada de un amante casual y llegó pidiendo ayuda para abortar. No obstante, tenía ya más de veinte semanas por lo que el proceso era muy riesgoso e ilegal, le ofrecieron la opción de orientarla para dar el bebé en adopción, no muy convencida, ella aceptó. Sin embargo, pronto conoció a Victoria, quien se encariñó con la adolescente e hizo un papel maternal al verla con dudas y temores sobre el futuro del bebé que esperaba. Eriko estaba segura de que la maternidad no era algo a lo que pudiera enfrentarse, pero también deseaba que el niño que esperaba tuviera una buena vida.

Fue Eriko quien le propuso a Victoria adoptar a su hijo, convencida de que con ella tendría la vida que todo niño merecía. Después de asesorarse con una de las abogadas de la fundación, la opción más viable fue que Yuuri lo adoptara como padre soltero, Victoria aún estaba en un limbo legal que no le permitía casarse legalmente o adoptar como madre.

Pero en ese momento nada importaba, nada, excepto llegar al hospital donde Eriko había ingresado ya en trabajo de parto. 

Cuando llegaron, el bebé ya había nacido, sin embargo, el personal del hospital ya había sido informado del proceso de adopción del recién nacido; Eriko había firmado todos los documentos en los que cedía la custodia del niño a Yuuri y, cuando el bebé nació declinó recibirlo en sus brazos. 

Ahora era Victoria, en una de las habitaciones del hospital, quien acogía al pequeño en su pecho.

—Es precioso —fue lo único que pudo decir mientras las lágrimas mojaban su rostro y la risa escapaba por su boca.

Yuuri la observaba con dulzura, compartiendo en silencio ese íntimo momento en el cual recibían a su nuevo hijo, Youta era el nombre que Eriko había escogido, el único regalo que le dejaría y, a la vez, un deseo y un augurio: que brillara tanto como la luz del sol.

Después de ese entrañable momento, Mari y las niñas entraron también a la habitación.

—Mami, ¿ese es nuestro hermanito nuevo? —preguntó Hotaru acercándose a Victoria.

—Sí, mi niña —respondió Victoria sentándose en un sofá junto a la ventana e invitando a sus hijas a acercarse.

—Es tan chiquitito —dijo Satoko sin atreverse a acercarse mucho.

—Y suave —agregó Hotaru pasando con cuidado su dedo sobre la mejilla del pequeño.

—¿Nos lo llevaremos a casa? —preguntó Satoko mirando a sus padres.

—No todavía —dijo Yuuri, quien al ver el puchero en sus hijas acarició sus cabecitas—, pero en pocos días podremos tenerlo con nosotros.

[…]

Eriko se encontraba descansando en la cama de la blanca e impersonal habitación del hospital, su cabello negro estaba desperdigado por la almohada y sus ojos rasgados miraban el cielo invernal a través de la ventana. Estaba tranquila, respiraba en calma y sus emociones estaban en paz. 

—Eriko —pronunció Victoria, sacando a la muchacha de su estado contemplativo—, ¿cómo te sientes?

—Estoy bien —respondió buscando la mirada de Victoria—, al fin todo pasó —sonrió.

—¿Estás segura de tu decisión?, ¿aún puedes…?

—Estoy segura —interrumpió—. Cuando lo oí llorar supe que yo no soy su madre, pero que le deseo el amor de una familia. Sé que con ustedes lo tendrá, ya eres su madre Victoria, desde antes de su nacimiento lo quisiste así, al igual que yo.

—Si quieres conocerlo puedes…

—Es mejor que no.

—Si algún día cambias de parecer las puertas de mi hogar estarán abiertas para ti.

—Gracias, pero ahora, preferiría que estemos alejadas, necesito recuperar la vida que tenía antes de que esto pasara.

—Entiendo, entonces, me voy.

—Sean felices.

—Tú también, Eriko.

Victoria salió de la habitación y Eriko se permitió derramar las lágrimas que había estado conteniendo. Una mezcla de emociones que, sin embargo, no minaban la certeza de estar haciendo lo correcto: Tenía que llorar para luego secar las lágrimas, tomar aire y continuar. 

[…]

Katsuki Youta llegó a completar la felicidad de Victoria y su familia. Ella sostenía a su hijo en los brazos mirándolo con adoración, mientras Satoko y Hotaru, una a cada lado, acariciaban las pequeñas manos de su hermano. 

—Nuestro compañero, de… de…

—Chile —intervino Satoko.

—Chile, tenía razón —dijo Hotaru con una sonrisa—, el viejito… viejito… 

—Pascuero.

—El viejito pascuero existe y nos trajo un regalo muy gordito. 

—Nos trajo el mejor regalo de todos —concordó Victoria—, la persona que vino a completar nuestra familia. 

Victoria sonrió mirando a sus hijas con todo el amor del que una madre era capaz, ellas la abrazaron en respuesta, restregando sus pequeñas naricitas en las mejillas de Victoria.

Yuuri observó la hermosa postal frente a sus ojos y también sonrió: lo que tenía frente a él era el mejor regalo que cada amanecer, y cada puesta de sol, le obsequiaba.

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