i.
—¿Estás segura de que estarás bien? —preguntó Víctor mirándola a los ojos.
—No soy una niña, Víctor. Puedo cuidar de mí —respondió Sara fingiendo una sonrisa.
—Yo…
—Lo sé, lo sé… me lo has dicho cien veces.
Ambos guardaron silencio, estaban en la sala común del aeropuerto, Sara ya había dejado el equipaje, debía despedirse de su esposo y pasar por policía internacional para que la autorizaran a abandonar el país oriental. Pero ahí estaban, de pie, frente a frente, sin atreverse a decir nada.
Los ojos de Víctor se movían nerviosamente por el lugar, sin encontrar qué hacer o qué decir en un momento como ese. Nunca había sido bueno con los sentimientos de las demás personas y se sentía incapaz de decir algo reconfortante en un momento como ese, más aún sabiendo que era su responsabilidad lo que estaba ocurriendo con Sara.
Sara jugueteaba con su cabello mirando fijamente algún punto frente a ella, sin ver nada realmente.
—Sé que es egoísta pedirte esto —dijo finalmente Víctor—, pero espero que puedas perdonarme algún día.
—Cuando deje de doler, tal vez —respondió Sara—, pero con una condición.
—¿Cuál?
—No vuelvas a lastimar a otras personas por cobardía. Sé que no es fácil para ti, escuché toda historia y comprendo el miedo y el sufrimiento que también has sentido, pero no tienes derecho a arrastrar a otras personas. No tenías derecho a hacerme esto, Victor.
—Sara —dijo Víctor intentando acercarse a ella, pero siendo detenido por un gesto de sus manos.
—Necesito alejarme de ti. No te odio Víctor, pero duele, duele mucho. Sin embargo, puedo vivir sin ti, después de todo yo no creo en las medias naranjas ni en ninguna de esas tonterías. Yo te amo, te amo mucho, y duele que este proyecto que recién comenzaba a tu lado se derrumbe, pero dejaré de amarte de este modo, dejaré de sufrir por ti, no importa el tiempo que me tarde.
Sara se dio la vuelta y comenzó a alejarse de Víctor. Lágrimas traicioneras comenzaron a derramarse por sus mejillas mientras se despedía de ese país oriental, Japón, el país al que llegó rebosante de felicidad, esperanzas y sueños. Y del que se iba destrozada, dejando parte de su corazón atrás.
ii.
Después de volver del aeropuerto, Víctor se sentó junto a Yuuri frente a Toshiya, Hiroko y Mari. Los padres Yuuri eran amables y comprensivos, pero querían saber qué pasaba, cierto era que lo imaginaban, pero querían oírlo de boca de su hijo. También querían saber qué haría Víctor y cómo solucionaría lo de su matrimonio.
Yuuri era una persona extremadamente reservada, y sus padres siempre respetaron eso, pero estaban preocupados, y Yuuri, entendiendo los sentimientos de sus padres y deseando ser apoyado por ellos, accedió a contarles lo que ocurría, y también lo que era y significaba Víctor para él.
Toshiya, Hiroko y Mari lo escucharon sin interrumpir. Víctor a su lado estaba nervioso. No entendía lo que Yuuri decía, pero sí el significado de esa conversación. La primera en hablar cuando Yuuri guardó silencio fue Hiroko.
—No estoy de acuerdo con lo que hicieron, esa pobre chica está sufriendo por causa de ustedes. Pero eres mi hijo y siempre te apoyaré.
—Gracias, madre.
Hiroko se puso de pie y abrazó a su hijo menor. Víctor sonrió al ver ese gesto y se vio completamente sorprendido cuando después Hiroko extendió sus brazos para unirlo en aquel fraternal abrazo. Un abrazo cálido, un abrazo de madre.
—Bueno, supongo que esto quiere decir que hay un nuevo miembro en la familia —dijo Toshiya con esa sonrisa tranquila que lo caracterizaba.
Yuuri tradujo para Víctor lo que sus padres decían y luego traducía a Víctor para que sus padres entendieran. Hiroko no pudo evitar querer hacer preguntas sobre la vida de Víctor, y él sintió que lo mínimo que podía hacer era responder con honestidad. Toshiya escuchaba en calma y Mari con un gesto que bien podría ser confundido con holgazanería o indiferencia, pese a lo cual estaba bastante atenta a todo lo que el ruso decía.
—Entonces —dijo Mari cuando la conversación parecía estar acabando, lo hizo utilizando el inglés, un idioma que no se le daba muy bien, pero no quería intermediarios por lo que se atrevió a usarlo aunque su pronunciación no fuera la adecuada—, ¿prefieres que te llame Victoria? —preguntó seriamente.
—Sí, yo… No creo que me atreva aún a cambiar mi modo de lucir, al menos no en público, pero yo quiero comenzar a transformarme en lo que realmente soy y deseo ser. Comenzaré poco a poco… dejaré mi cabello crecer nuevamente… iré a un médico para ver si aún es posible algún tratamiento hormonal…
—Entiendo —dijo Mari—, bienvenida a la familia, cuñadita.
Mari esbozó una sonrisa traviesa que hizo que Yuuri se sonrojara, aún así apretó las manos de su pareja, quien sonreía con los ojos nublados de lágrimas, colmados de emoción.
iii.
—No puedo creer que tu familia sea tan amable —dijo con voz suave mientras apoyaba su cabeza en las piernas de Yuuri, quien estaba sentado en su cama, apoyando la espalda en la pared mientras acariciaba los finos cabellos plateados.
—Mis padres son los mejores —sonrió Yuuri— y Mari es increíble.
—Envidio un poco tu familia, ¿sabes?
—Bueno, pero ahora también es tu familia.
—Eso me hace feliz. Pero… cuando mis padres se enteren de que mi matrimonio acabó querrán matarme. —Su mirada azulina se oscureció—. Cuando sepan la razón me despreciaran.
—Estoy contigo, amor. No puedo cambiar las cosas, pero haré mi mejor esfuerzo para poder curar tus heridas y llenar esos pequeños vacíos.
—Yo también quiero ser un bálsamo para tus tristezas Yuuri —respondió levantándose y acercando su rostro al del japonés. Sus miradas se detuvieron en los ojos del contrario, examinándose, perdiéndose y embriagándose. Hasta encontrarse en un beso dulce, cargado de anhelos, de sueños y esperanzas.
De un amor que nace donde nadie lo esperaba.