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La humanidad vencida (Promesas y Esperanzas)


En una guerra no hay vencedores. Ese era el pensamiento que pasaba por la cabeza de Chris y los demás enfermeros y enfermeras cuando veían a los soldados llegar. Algunos sobrevivían sólo para encontrarse con sus cuerpos mutilados, e incluso los alfas más fuertes lloraban como niños al saber que deberían aprender a vivir sin un brazo o sin sus piernas, por culpa de los explosivos que se detonan a cada segundo en el campo de batalla. Muchos de ellos preferirían haber muerto. 

Cada vez que un soldado llegaba, el corazón de Christophe latía fuerte por el miedo de encontrarse con Víctor o con Masumi. Para el resto de los enfermeros era lo mismo, cada uno de ellos rogaba porque sus familiares estuvieran a salvo, y rompían en llanto cuando algún ser querido llegaba al borde de la muerte. Pero secaban rápido aquellas lágrimas y continuaban con su labor, la única noble labor en medio de las explosiones que oían tan cercanas y lejanas; salvar vidas. 

Salvar vidas mientras la humanidad perdía contra sí misma. 

Yuri Plisetsky, enfermero ruso afincado en Francia, intentaba bajar la fiebre del soldado alemán. Mojaba paños limpios en un cuenco de agua y luego cubría con ellos la piel morena de ese hombre que se debatía entre la vida y la muerte. Fue una sorpresa para el joven ruso cuando vio los ojos de un oscuro castaño abrirse y mirarlo fijamente. 

—Sind Sie der Todesengel? —preguntó en alemán, con la voz quebrada, en un susurro. 

Yuri lo miró sin comprender, pero no pudo evitar querer tranquilizarlo:

—Ne t’inquiète pas, ça va aller —dijo el omega mientras seguía acariciando la piel del soldado con los paños que humedecía en el fuentón de agua que estaba a su lado. 

El soldado no entendió lo que Yuri en el idioma que ahora utilizaba le quiso decir, pero sus ojos verdes, firmes como los de los soldados antes de partir a la guerra, le transmitían seguridad y confianza, por lo que cerró sus párpados y se dejó caer en un profundo sueño. 


La casa de Yuuri se encontraba repleta de niños y niñas de todas las edades. Alfas y betas se encontraban en la guerra por lo que las tareas que comúnmente llevaban a cabo habían quedado en manos de hombres y mujeres omega. Sinceramente hablando, la mayoría de los omegas de clases inferiores trabajaban de igual manera antes de la guerra, después de todo, el salario de sus esposos era bajo y no alcanzaba. Eran omegas de clases medias y superiores quienes se vieron obligados a dejar la comodidad de su hogar para reemplazar a los ausentes: Una experiencia absolutamente nueva para quienes habían pasado la vida entera pensando que sólo servían para las labores domésticas y de cuidados, experiencia que tal vez resultaría reveladora. 

La casa de Yuuri se llenaba de niñas y niños mientras organizaban diferentes actividades para entretenerlos y hacerlos felices el tiempo que sus madres se encontraban fuera de casa. Yuuri y su amigo Phichit, a quien había conocido en la universidad, leían cuentos. Mila les enseñaba a preparar galletas y cosas sencillas en la cocina, Guang Hong se encargaba de los juegos en el patio. 

Pasaban tardes alegres y agotadoras. Sin embargo, el corazón de Yuuri nunca estaba en calma. El temor de que alguna cosa sucediera a su marido en tierras francesas era un angustioso sentimiento que tenía arraigado fuertemente en el corazón. También se encontraba preocupado por su hermano, el sentimiento de amor filial entre ambos era fuerte. Pero sabía que debía sobreponerse a todo eso y seguir adelante con la misión que se había propuesto, después de todo, no era el único que tenía pesadillas por las noches mientras imaginaba un lejano campo de batalla. 


La guerra también impactó en el movimiento sufragista, Emmeline Pankhurst fue la primera en tomar la palabra apoyando a los soldados y llamando a los omegas a trabajar construyendo las armas que después serían enviadas al continente, su hija mayor Christabel, quien había tomado el liderazgo de la organización fundada por su madre, detuvo inmediatamente el activismo militante de los sufragistas. Esto provocó la molestia de sus otras hijas, también omegas. Sylvia y Adela rechazaron el apoyo que la organización brindaba al gobierno. Ellas eran pacifistas. 

La visión socialista de Sylvia le hacía ver la guerra como una manera más en que los oligarcas capitalistas utilizaban a los trabajadores y soldados para su propio beneficio. Adela en tanto hizo pública su oposición al servicio militar, Emmeline no dudó en declarar que se avergonzaba de ellas. 

Millicent, desde la otra vereda, se negó a trabajar en beneficio de la guerra. No obstante, destacó la labor que los omegas realizaron durante el tiempo en que el conflicto bélico duró, y también vio la oportunidad de demostrar que adoptar las maneras de actuar de alfas y betas no era lo correcto para quienes habían sido educados con la misión de dar vida. No eran los omegas quienes debían volverse como alfas para obtener lo que les era negado, eran los alfas y betas quienes tenían que aprender del punto de vista de los omegas y adoptar prácticas diferentes para enfrentar la vida desde el punto de vista de la paz. 

Mientras la guerra transcurría, las cartas de los soldados y la información que llegaba hicieron que más omegas apoyaran a sus soldados. En Francia, los omegas pasaban a ser botín de guerra de los soldados alemanes que al invadir abusaban y violaban, la indignación hizo que los omegas británicos levantaran su voz en una súplica que quería atravesar el mar para que los suyos defendieran a esos omegas como si se trataran de sus propias madres, hermanos y hermanas. La otra brutal cara de la guerra quedaba al descubierto: el cuerpo de los omegas se volvía territorio de conquista igual que las ciudades y los pueblos arrasados. 

En una guerra no hay vencedores. En una guerra la humanidad siempre pierde contra sí misma. 



Otabek: ¿Eres el ángel de la muerte?

Yuri: No te preocupes, te pondrás bien

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