—Te extrañé —dijo Christophe sonriendo.
—Yo también, Chris. Me hubiese gustado que fueras conmigo —contestó Víctor entrando en su casa acompañado del omega.
—A mi también me hubiese gustado ir —dijo él sonriendo—, pero el examen para la facultad de medicina es en pocos meses y prefiero concentrarme sólo en eso.
—Te entiendo, aunque creo que estás lo suficientemente preparado para entrar.
—Lo sé, pero estoy seguro de que como omega la exigencia que me pondrán será mayor.
—Me alegro de que no estés solo en el proceso.
—Es cierto, que Elizabeth también esté esforzándose por entrar a medicina me da ánimos para seguir.
—Estoy seguro de que serán excelentes médicos.
—Y le taparemos la boca a todos los que dicen que un omega no puede ejercer la medicina —dijo guiñándole un ojo al de ojos zarcos.
—Bienvenido a casa, señor Nikiforov —dijo una bonita beta pelirroja, mientras recibía el abrigo negro que Víctor acababa de quitarse—. ¿Desea alguna cosa?
—Gracias Mila —respondió sonriendo a la mujer—, pero prefiero descansar hasta que llegue la hora del almuerzo, iré a mi habitación.
Víctor se despidió de Mila y caminó desde recibidor hacia la escalera de mármol y barandilla de metal que se imponía solitaria en un amplio espacio con suelos de madera y paredes adornadas por creaciones de Prójor de Gorodéts, Iván Kramskói y Konstantín Makovski. Obras que delataban el origen de la familia Nikiforov, pese a que hacía tiempo habían emparentado con la nobleza inglesa.
—Víctor —dijo Christophe acompañándolo por la escalera—, invité a Elizabeth a almorzar. Después estudiaremos, como de costumbre.
—Bien, será agradable verla.
—Eso no lo sé —dijo poniendo una cara de duda.
—¿Qué es lo que ha pasado? —preguntó Víctor mientras ponía los pies en el segundo piso.
—Se ha peleado con Millicent.
Víctor rio mientras caminaban por el pasillo alfombrado.
—Esta vez es serio —lo miró con el ceño fruncido.
Víctor desordenó el cabello de Christophe y luego abrió la puerta de su espaciosa habitación.
—Siempre es serio entre esas dos. Aunque tienen objetivos similares están completamente en desacuerdo si se trata de la manera en que creen que es posible lograrlo.
Chris fue el primero en entrar a la habitación, se apresuró en lanzarse de espaldas a la cama.
—Entiendo a Elizabeth —dijo mientras enredaba un mechón de su cabello en el dedo índice y mayor de su mano derecha—, ve con frustración como cada año la moción a favor del voto omega es rechazada. En su opinión habría que empezar a lanzar tomates podridos a los congresistas que se niegan a aprobarlo.
Víctor rio ante la ocurrencia mientras se sentaba en la cama, junto a Chris, para comenzar a quitarse los zapatos.
—Por su parte, Millicent le dice que no actúe como lo harían los alfas, o incluso betas, que resuelven los conflictos con violencia.
Christophe se sentó de golpe y miró a Víctor.
—Bien, te dejaré descansar. Ya verás tú mismo el mal carácter que se trae Elizabeth.
Se puso de pie y salió de la habitación.
Yuuri y su familia se encontraban en la mesa, el omega miraba con aire ausente el puesto que el joven alfa había estado ocupando hasta el día anterior.
—¿Habrá llegado bien a Londres el señor Nikiforov? —preguntó de pronto.
—¡Claro que sí! —respondió Masumi—, Londres está sólo a tres horas. Probablemente Víctor ahora está almorzando… y con esa hermosa fierecilla.
Masumi sonrió mientras era observado con una mirada interrogante por parte de su familia.
—Me refiero a Christophe, el primo de Víctor —dijo—, fue acogido por los padres de Víctor cuando aún era un niño, se criaron como hermanos… es un hermoso omega.
—Pues no deberías dirigirte a un omega de la manera en que lo has hecho, Masumi. Menos aún si es de la familia Nikiforov —dijo su padre en tono reprobatorio. Masumi rió despreocupado—. Eres un caso perdido —concluyó el hombre mayor.
—El señor Nikiforov es un hombre agradable y sencillo —dijo su madre con seriedad—, pero no olvides que nuestra familia le debe mucho a la suya. Fueron los Nikiforov quienes nos ayudaron a escapar de la guerra civil en Japón y nos brindaron su ayuda para establecernos en Inglaterra…
—Sí, sí, sí…. Sus padres son unos santos, ya lo sé. Pero esa vieja historia ni a mi ni a él nos interesa.
Yuuri no pudo evitar reír al ver la cara de contrariedad en los rostros de sus padres mientras Masumi le restaba importancia a lo que decían. Ese chico siempre había mostrado una actitud despreocupada y no encontraba nada más odioso que las formalidades y tradiciones «anticuadas”.
A varios kilómetros de distancia, en una residencia lujosa, sentado en un comedor caoba con cómodas sillas y servido por Mila y otras chicas del servicio, se encontraba Víctor con dos Omegas: Christophe y Elizabeth.
—¿Y cómo ha estado la discusión en el congreso? —preguntó Víctor.
—Estupenda —se apresuró a contestar Christophe—, Stuart Mill impecable como siempre y Sojourner Truth maravillosa.
—Fue un lujo escucharla —dijo Elizabeth—, aunque su intervención no servirá de nada. Los pequeños cerebros obcecados de nuestros queridos congresistas mañana, durante la votación de la nueva moción a favor del voto Omega, volverán a negarnos ese derecho, como lo han hecho siempre.
—Al menos ten un poco de confianza —dijo Víctor.
—¿Confianza? Si no se cambian los métodos no se modificarán las cosas —respondió Elizabeth—, fue Mary Wollstonecraft quien puso sobre la palestra la cuestión de los derechos civiles de los omegas al publicar «Víndicación de los derechos de los Omegas» en 1792, ¿sabes cuántos años han pasado desde entonces? —preguntó mirando a Víctor directamente a los ojos.
—Son ciento veinte años —contestó él.
—En ciento veinte años no hemos avanzado nada. Stuart Mill ha presentado dos mociones en favor de nuestros derechos; en 1866 a favor del voto omega y en 1867 para agregar la palabra omega en el acta de la reforma a la constitución que habla sobre los derechos civiles. ¿De qué ha servido? ¡De nada! —dijo molesta—. Y la tonta de Millicent planea pasarse la vida presentando proyectos de ley que los congresistas, educados alfas y betas, se molestan en someter a votación porque piensan que no pueden ser descorteses con una omega, pero que de antemano saben que no prosperará.
—Entiendo tu molestia —dijo Víctor—, pero no creo que el esfuerzo que hace Millicent sea en vano. Aunque tampoco estaría mal que otras siguieran por caminos diferentes y sus esfuerzos se potenciaran.
—Nos convertiremos en los mejores médicos de Inglaterra —afirmó Chris— y les demostraremos a todos que podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos. No somos delicadas florecillas incapaces de enfrentarnos a los avatares de la vida sin un alfa que nos proteja, somos omegas fuertes y podemos destacar en el ámbito que nos propongamos. Les enseñaremos que podemos usar nuestro cerebro tanto como ellos, e incluso más porque los obstáculos que debemos sortear para alcanzar las mismas metas son aún mayores.
Como predijo Elizabeth, nuevamente la propuesta de Millicent y la National Union of Women’s Suffrage Society fue rechazada. Corría el año 1912 y la molestia que sentía Elizabeth era compartida por muchos omegas; los que adscribían al pensamiento pacifista de Millicent y pensaban que la obtención de los derechos civiles debía conseguirse por la vía constitucional, y los que ya se estaban hartando de tener que esperar y recurrían a la acción directa.
Millicent recibió estoica el resultado de la votación. El rechazo no había sido una sorpresa para ella, después de todo, dedicaba la mayor parte de su vida a intentar convencer a los congresistas de que el voto era un derecho del que los omegas estaban siendo privados injustamente y sabía perfectamente cuál era el pensamiento de cada una de las personas que había votado. Se sentó en una de las bancas que quedaba en los jardines del congreso, un lugar familiar para ella.
—El sentimiento constante de frustración es agotador —se dijo a sí misma mientras miraba el cielo.
—Millicent —escuchó una voz familiar llamarla a sus espaldas. Sonrió al ver a dos hombres acercándose a ella. Uno de ellos era un alfa que se veía diez o quince años mayor que la mujer, sus ojos ciegos no lograban ver pero se desplazaba con seguridad. Se sentó junto a Millicent mientras que el otro hombre, un beta y quien ejercía como su mayordomo, se quedó de pie y en silencio.
Millicent abrazó a su compañero.
—Me alegra que estés aquí, mi amor.
—Nuevamente mi voto fue en vano.
—Claro que no. Cada voto favorable expresa el sentir de miles de omegas. Aunque no se apruebe, nuestro deseo se hace presente cada año.
La dulce sonrisa que adornaba el rostro de Millicent no pudo ser vista por su marido, pero el sonido de su risa lo penetró por completo, al igual que ese aroma a vainilla que desprendía el cuerpo de la mujer.
Días más tarde, Yuuri recibió correspondencia, la primera carta de Víctor, su corazón alterado galopó con violencia en su pecho mientras sostenía el sobre cerrado con la carta que había esperado con más ansias de las que se atrevería jamás a confesar. El recuerdo del joven alfa cuyos ojos eran un trozo del cielo lo asaltó y la memoria de sus labios lo hizo temblar mientras que, encerrado en su habitación, sujetaba la carta sin decidirse a leer.
Mary Wollstonecraft fue una destacada filósofa y escritora inglesa. Ella dijo algo que tal vez para ustedes sea obvio pero que en esa época fue revolucionario. Esto fue, que las mujeres no son por naturaleza inferiores al hombre, sino que parecen serlo porque no reciben la misma educación, y que hombres y mujeres deberían ser tratados como seres racionales.
Y como dato anecdótico: es madre de Mary Shelley, autora de Frankenstein.