—Padre —dijo Yurio entrando en el despacho del rey—, siento molestar, pero quisiera saber que ha ocurrido con mi hermano. Supe que ayer discutió con usted y que salió llorando, furioso de su cuarto.
—No hagas caso, Yuuri siempre ha sido demasiado sensible.
—Aún así quisiera saber, ¿tiene relación con el rey de Plata? Al parecer fue mi hermano quien despertó su interés y no yo.
El monarca se levantó de su asiento y se acercó a su hijo.
—Así parece, pero no estoy dispuesto a entregarle al heredero al trono.
—¿Y si convenzo a mi hermano de que me ceda el trono? Yuuri no es alguien ambicioso y si finalmente se casa con el rey Víctor tendrá el trono del reino de Plata. Supongo que eso será suficiente para él —propuso con aire inocente.
—Eso fue lo mismo que le propuse, pero se enojó porque le dije que de ese modo tú te casarías con uno de mis sobrinos.
—Padre, Yuuri es mayor que yo pero a veces se comporta como un niño y no piensa como debería hacerlo un futuro rey. Como usted mismo lo dijo es demasiado sensible, pero entiéndalo, él me ama y no quiere que yo me vea obligado a casarme con alguien que no sea de mi agrado. Sin embargo, podemos aprovecharnos de ese mismo amor que siente por mí y engañarlo un poco. Si le soy sincero yo no quiero el trono de Plata, no quiero irme a un lugar extraño con un hombre que probablemente me esté comparando con mi hermana muerta. Pero si es por el trono de Cristal, estoy dispuesto a hacer lo que sea.
—¿Qué propones?
—Permítale vivir su romance. No interfiera. Yo seré quien se encargue de que me ceda el trono, sabe bien que Yuuri no es capaz de negarme nada.
—Puede ser una buena idea.
—Claro que lo es. Si finalmente el rey Víctor pide la mano de Yuuri podría usted solicitarle que la fiesta de compromiso se realice aquí. Dentro de los invitados estarán nuestros primos y yo escogeré al que más me agrade, estaré con él y me encargaré de que Yuuri vea lo feliz que estoy de volver a verlo después de tantos años. Luego le diré que me enamoré.
—¿Realmente crees que eso funcione?
—¡Por supuesto! Confíe en mí padre. Déjelo en mis manos y le aseguro que el reino quedará en mis manos. Y el linaje de su familia se perpetuará en el trono de Cristal.
Dos días después, Anastasia tuvo una crisis de asma bastante fuerte. A los médicos les costó calmarla y finalmente recomendaron que la niña descansara en su habitación, sin actividad física ni nada que la agitara.
La mayor parte del día Víctor la pasaba cuidando a su hija, Yuuri se quedaba con él. Alena miraba a su hermana con preocupación, pero era una niña inquieta y finalmente abandonó la habitación en compañía de Yuuri. Fueron a jugar al jardín mientras Víctor le hacía compañía a Anastasia.
—Padre —dijo la pequeña.
—Dime, mi amor.
—Gracias por todo lo que me has querido.
Víctor acarició el cabello rubio de la princesa con una sonrisa dulce en sus labios.
—Eres mi hija, ¿cómo no voy a amarte? Tú y Alena son los motivos que he tenido para vivir todos estos años.
—Aquí encontrarás un motivo más —una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro de niña.
—Como siempre, tú lo sabes todo.
—No todo, pero sé que Yuuri puede ayudarte a sanar tu corazón. Y tú también puedes sanar el suyo.
Anastasia cerró los ojos. No dormía, pero estaba cansada.
Poco tiempo después tocaron a la puerta, Víctor abrió y salió de la habitación, cerrando la puerta tras él. Frente a él se encontraba Otabek.
—Disculpe mi atrevimiento —dijo el moreno—, pero quisiera saber como se encuentra la princesa.
—Estable, pero débil.
—¿Es posible verla?
—Ahora no, se encuentra descansando y no creo que sea apropiado. Tal vez otro día, cuando esté más repuesta.
—Majestad, yo creo que a la princesa le agradaría verme. Ella incluso ha ido a visitarme hasta mi casa.
—¿Qué?
—Usted mismo me dijo que la princesa parecía saber cosas que estaban fuera de su alcance. Por lo que me ha dicho, yo creo que de alguna manera ella sabe que su madre y yo nos enamoramos y que también son mis hijas.
—¡Qué! —la voz aguda de la pequeña Alena alertó a los hombres, quienes giraron sus rostros hacia donde la pequeña se encontraba. Yuuri venía un poco más atrás.
—Hija —pronunció Víctor preocupado.
—Eso no es cierto —dijo Alena mirando a Otabek—, ¡mentiroso!
—Alena —dijo Víctor acercándose a ella. Se inclinó a su lado y acarició su cabello negro—, debemos conversar, mi pequeña.
—Padre, eso es mentira. Yo soy tu hija.
—Claro que eres mi hija. Eso nunca cambiará.
—¿Por qué ese hombre miente? —preguntó abrazándose al cuello de su padre mientras lloraba. Víctor la tomó en sus brazos y se puso de pie.
—Yuuri —dijo al omega que miraba la escena preocupado—, por favor cuiden de Anastasia. Estaré en mi habitación hablando con Alena.
Yuuri asintió y Víctor caminó por el pasillo con su pequeña en brazos.
—Beka, ¿estás bien? —preguntó Yuuri al ver que su hermano tenía la mirada perdida por donde Víctor se había marchado.
—Quisiera ser yo quien pudiera consolar a la princesa Alena. Pero es ese hombre quien la ha criado, el único que puede llamarse legítimamente su padre.
—Debe ser doloroso para ti verlas amar a otro alfa como su padre. Pero ellas son felices, Víctor las quiere mucho, y sabes que eso es difícil de encontrar dada las circunstancias.
—Lo sé y eso me tranquiliza, pero…
—Beka, aún puedes tener un espacio en el corazón de esas niñas. Tal vez no como padre, pero sí puedes ser alguien especial e importante en sus vidas. No desistas de eso.
—Alena entenderá —la débil vocecita llamó la atención de Otabek y Yuuri. Anastasia había abierto la puerta de la recámara y los miraba con una pequeña sonrisa.
—Princesa, no debería levantarse —dijo Otabek preocupado.
—No te preocupes —respondió ella sonriente—, aún no es mi tiempo.
—Entonces… mamá. Ella te engañó —dijo Alena. La niña estaba sentada en el regazo de Víctor, apoyada en su pecho.
—No juzgues a tu madre. Los adultos cometemos muchos errores. Otabek, Yulia y yo hicimos cosas que no debíamos.
—¿Tú también?
—Sí. Yo fui muy egoísta. Me enamoré de Yulia y pensé que eso bastaba para casarme con ella, pero nunca le pregunté qué era lo que ella deseaba.
—¿No estás enojado con ella?
—No, ahora no. Pero me enojé mucho cuando lo supe y los separé. Otabek volvió a este reino y tu madre se quedó conmigo en el reino de plata. Creo que continúo siendo egoísta, a pesar de todo lo sucedido, fui yo quien se quedó con lo más valioso; ustedes, mis hijas.
—Papá, yo no quiero verlo más, tú eres mi único padre.
—Hija, no quiero que creas que me traicionas si quieres conocer a Otabek. Yo sé muy bien el lugar que tengo en tu corazón y en tu vida. Él es una buena persona y creo que también merece que le des la oportunidad de acercarte a ti.
—¡Yo lo odio!
—Claro que no, y no quiero que lo hagas: mis hijas son seres dulces y nobles, bajo ningún punto de vista quiero que alberguen ese tipo de sentimientos.
—Beka, ¿qué haces aquí? —preguntó Yurio cuando vio a Otabek dentro de su habitación.
—No te preocupes, nadie me vio. Yuuri me ayudó —respondió el moreno para luego acercarse y abrazar al omega rubio.
—¿Ocurre algo, Beka? —preguntó Yurio al sentir un leve temblor en el cuerpo del alfa mientras lo abrazaba con necesidad.
—Yurio… Anastasia y Alena son mis hijas.
—¡Qué!
—Yulia y yo traicionamos al rey Víctor. Esas niñas son también mis hijas.