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La Reina de Cristal (El fin de amar)


“Falta tan sólo una semana para el día de mi matrimonio y aún no conozco al que será mi esposo. Para mi padre, el rey Turno, simplemente soy una moneda de cambio, me ha entregado al segundo príncipe de Hematita para lograr un acuerdo económico con ese reino, sin tener en cuenta mi voluntad. Sé que debo entenderlo, es el deber de la familia real procurar lo mejor para su pueblo, aún así, no deja de doler. Mañana llega el príncipe Creonte, esta noche no podré dormir. Sólo le pido a los dioses poder amarlo y que me ame, o que al menos me quiera un poco y logremos ser buenos compañeros.”

Así empezaba el diario de vida que la reina Liliya había confiado a su hijo Yuuri, y que ahora leía Yurio. Su hermano mayor, después de haberle confesado que su padre era Eneas Altin, le había entregado el diario de su madre.

—Por favor —le dijo a Yurio mientras le confiaba ese tesoro que tanto cuidaba—, no juzgues a nuestra madre, aquí está todo lo que ella vivió y sufrió, leelo y entenderás un poco mejor su historia. Y tal vez eso te ayude a no cometer los mismos errores ahora que te has enamorado de Otabek. 

Yurio miraba el diario de su madre, la verdad es que la reina Liliya era una persona a la que no conocía. Murió cuando era muy pequeño y de ella sólo recordaba su cálida sonrisa. Yurio sonrió, al fin podría conocer un poco mejor a la mujer que le dio la vida. 

“Para Creonte no significo nada. Él nunca ha sido una persona afectuosa, pero desde que mi padre falleció, la indiferencia que muestra hacia mí se ha intensificado. Yo soy la reina de Cristal, pero me tiene confinada al palacio y no me permite ni siquiera opinar sobre los asuntos del reino. Mi único deber, según él, es cuidar de nuestra hija, Yulia. Ella es mi única luz y consuelo, pronto cumplirá dos años y es hermosa, como un rayo de sol, como la luna.” 

Mientras leía, Yurio no pudo evitar que sus ojos se aguaran y las lágrimas corrieran por sus mejillas en contra de su voluntad, se reprendió a sí mismo por ser tan débil y proclamaba un par de insultos contra su padre. Su madre era infeliz, Creonte jamás le mostró ni un poquito de cariño, ella había sido solamente el medio a través del cual alcanzó el trono del reino de Cristal, una moneda de cambio gracias a la cual el reino de Hematita y el reino de Cristal habían logrado enriquecerse. Una moneda de cambio como también lo serían sus hijos cuando el momento oportuno llegara. 

“Hoy he conocido a Eneas Altin, desde ahora en adelante será el encargado de mi seguridad. Es un hombre apuesto y muy gentil, creo que será más agradable que mi anterior guardián.”

Yurio comenzó a leer con más atención, el nombre del padre de Otabek había aparecido por primera vez en el relato de su madre. 

“Eneas tiene un hijo adorable, se llama Otabek y es tan solo dos años menor que Yulia. La madre de Otabek falleció hace un año y Eneas estaba apenado por haberlo traído a palacio, pero es muy pequeño para que lo deje solo. Si Yulia no fuese tan enfermiza dejaría que saliera a los jardínes y jugara con él, pero el asma crónica que padece es tan severa que Creonte prácticamente me ha ordenado confinarla en su habitación.” 

Cada vez que su madre escribía, el nombre Eneas aparecía entre sus líneas y el omega pudo notar como su madre se fue enamorando de este gentil caballero. No pudo evitar pensar en Otabek cuando la reina hablaba con admiración de las destrezas de Eneas Altin, o cuando describía su cabello negro y sus hermosos ojos que parecían un par de resplandecientes onix. Yurio creyó poder ser un testigo mudo de la confianza que comenzó a existir entre la reina y su protector, entre Liliya y Eneas, la monarca poco a poco dejó de escribir páginas cargadas del dolor que le provocaba la indiferencia de su marido y la vida sin brillo que llevaba, para escribir páginas alegres y cargadas de esperanza, ya que sabía que ella no le era indiferente al hombre que cada vez más se apoderaba de sus sentimientos y de su razón. 

“Hoy ya no he podido más con lo que siento. Eneas y yo hemos hecho el amor. Entregarme a él ha sido lo más hermoso que he vivido y soy capaz de perder la vida por volver a estar entre sus brazos. No me importa nada, no me importa el marido que me trata con indiferencia, no me importa el reino sobre el cual no tengo ninguna incidencia porque mi opinión no vale nada, no me importa el honor de mi familia porque mi propio padre lo vendió. Sólo quiero ser amada por Eneas, sólo desearía tomar a Yulia y huir con Eneas y su pequeño hijo.”


Yuuri se encontraba sentado en el balcón de su alcoba. Después de dejar a Otabek y entregarle el diario de su madre a Yurio había estado recordando su infancia. Su madre siempre procuró que ella conociera a su padre y a Beka, como Yulia era una niña enfermiza, Yuuri no pasaba mucho tiempo con ella, en sus juegos infantiles siempre era Beka el que estaba a su lado, y Eneas y su madre siempre estaban presentes también. Liliya le confesó que ellos eran su familia, algo que para Yuuri era evidente y no lo cuestionó, aunque supo inmediatamente que era algo que nadie debía saber. 

—Tienes el cabello de un hermoso azabache como el de mi madre, tu abuela Lavinia. Te pareces mucho a ella —le había dicho un sonriente Eneas tomándolo en sus brazos y besando la frente de su hermoso hijo. 

Yuuri sonrió ante sus recuerdos, él se sintió muy amado por ese hombre que era su padre, pero al que nunca pudo llamar libremente papá. Lamentablemente, Eneas Altin murió en el cumplimiento de su deber cuando todavía era muy joven. Su madre quedó destrozada, y Yuuri temió que perdiera completamente la cordura, tan solo su nuevo embarazo volvió a hacerla sonreír. Para Yuuri, su querido hermano Yurio vino a salvar a su madre de la desesperación. Sin embargo, cuatro años después Liliya siguió a su amado Eneas. Yuuri deseaba pensar que en ese lugar que quedaba más allá de la vida, sus padres por fin fueron libres de amarse sin miedos ni temores, libremente, sin culpas y sin tener que esconderse. 

Pocos años después, cuando el pequeño Yurio reciéncumplía cinco años y Yuuri tenía trece. El Rey Creonte entregó a su hija mayor en matrimonio, Yulia, una hermosa omega de ya dieciocho años, obedeciendo el mandato de su padre marchó rumbo a uno de los países fronterizos a contraer matrimonio con el rey del reino de Plata. Era un día cálido cuando su carruaje partió acompañado de una comitiva de doncellas y soldados. Al frente de todos ellos iba el joven alfa Otabek Altin, quien con dieciséis años era un prodigioso espadachín y a quien Creonte había enviado a servir a su futuro yerno. 

Más de diez años han transcurrido desde aquél entonces. El momento en que nuevamente el orden establecido por los dioses no había podido ser roto por los deseos de simples mortales. Yuuri suspiró profundamente intentando que las lágrimas no salieran de sus ojos, se abrazó a sí mismo buscando contener su propio sufrimiento, y cómo muchas otras veces, lo encerró muy dentro de su corazón. Había cosas que el príncipe se negaba a recordar. 


La noche siguiente, durante la cena, Creonte nuevamente se sorprendió al notar lo silenciosos que estaban sus hijos. Sin embargo, tenía una noticia que dar. Antes de que los sirvientes trajeran la comida, Otabek Altin entró al comedor.

—Buenas noches, Majestad —dijo inclinando la cabeza en señal de respeto—.  Me han dicho que requería mi presencia.

—Así es —respondió Creonte—, toma asiento, ésta noche cenarás con nosotros.

Otabek levantó la vista y después de saludar a los príncipes se sentó junto a Yuuri. No era la primera vez que Otabek cenaba con el rey y sus hijos, como capitán de la guardia real, generalmente el rey lo hacía llamar cuando quería darle alguna misión que involucraba directamente a alguno de los miembros de la familia real. Mientras comían, Creonte reveló de qué se trataba la nueva misión del joven Altin.

—En dos semanas el rey del reino de Plata visitará nuestro país por primera vez —dijo el sonriente rey—. Quiero que vayas a recibirlo a la frontera y lo escoltes hasta el palacio —ordenó mirando directamente a Altin. 

—Como ordene, majestad —respondió Otabek.

—¿Vendrá solo? —se interesó Yurio.

—Claro que no, una de las razones de su visita es que las niñas conozcan la tierra de su madre —respondió Creonte a su hijo. 

Yuuri miró a Otabek quien le devolvió la mirada, el capitán de la guardia estaba más pálido de lo acostumbrado, pero intentaba actuar con normalidad. El príncipe de cabello negro tomó la mano de su hermano y la apretó bajo la mesa, buscando otorgarle apoyo y tranquilidad. Yurio, ajeno a lo que pasaba por la cabeza de su amado, conversaba con su padre, realmente la noticia la había agradado, por fin conocería a sus sobrinas.

—Espero que esas mocosas no den tantos problemas —dijo con voz seria, pero sonriendo—. ¿No te parece genial que al fin las conozcamos? —preguntó Yurio mirando a Yuuri.

—Claro que sí —respondió Yuuri con una dulce sonrisa—, yo siempre he querido conocer a las hijas de Yulia.

—No entiendo por qué el rey del reino de Plata nunca nos invitó a visitarlas —reclamó Yurio—, y aunque él no pudiera venir, las niñas podrían haber venido a pasar una temporada. Ese sujeto es un egoísta. 

—El rey Víctor —comenzó a decir Otabek—, seguramente tuvo sus motivos. Soy testigo de lo mucho que él amaba a la reina Yulia y su muerte seguramente fue un duro golpe. Además, he sabido que una de las princesas heredó la mala salud que de niña afectó a la reina. Tal vez por eso no quiso separarse de ellas ni viajó al reino de Cristal cuando eran más pequeñas. 

—Es cierto —confirmó Creonte—, la condición de Anastasia es incluso peor que la de Yulia cuando niña. 

—Eso quiere decir que tal vez ahora la mocosa está mejor y por eso viaja con ellas —sonrió Yurio—, espero que sea así. Estoy contento de al fin conocer a las pequeñas Anastasia y Alena. 

El resto de la velada continuó con normalidad. La noticia había logrado que Yurio dejara de darle vueltas a lo que había leído en el diario de su madre y volviera a comportarse parlanchín e insolente como siempre lo hacía, algo que extrañamente le hacía gracia al rey, que bien sabía que Yurio sabía comportarse adecuadamente cuando la situación lo requería, por lo que no le molestaba que en situaciones informales actuara como le diera la gana. Yuuri también seguía la conversación. Sólo Otabek parecía más callado de lo habitual, en esos momentos sus pensamientos lo transportaban a un pasado que nunca dejó de estar presente en su alma. Ese pasado que estaba contenido en una sonrisa cálida y la mirada pura de unos ojos verde jade que nunca dejaron de observarlo. 


La mañana siguiente, el príncipe Yurio fue llamado al despacho de su padre, eso era algo bastante inusual por lo que el príncipe se apresuró en acudir al llamado del rey, bastante curioso por lo que él le diría.

—Ya estoy aquí —dijo entrando por la puerta de madera caoba. Su padre estaba junto a la ventana y lo recibió con una sonrisa.

—Cierra la puerta y acércate, hijo.

El rey lo miraba de manera diferente, cuando Yurio se acercó su padre acarició su rostro y le dijo.

—Eres un omega muy bello, mereces ser el esposo de un rey. 

—¿De qué está hablando, padre?

—Ahora que el rey de la Plata viene de visita, estuve pensando que mis nietas necesitan una segunda figura paterna, el de un omega. Y él necesita un esposo, un rey que lo acompañe. 

—¿Qué trata de decir?

—Yulia era la princesa más hermosa que ha nacido en este reino y en todos los alrededores, supongo que Víctor jamás ha encontrado un o una omega que se le compare y por eso aún está solo. Pero tú, querida hijo, eres tan hermoso como ella, el único que está a su altura. Y además de belleza posees juventud. Estoy seguro de que no le serás indiferente al rey de la Plata, por eso yo quiero proponerle que se despose contigo.

—No.

—Serás también rey de la Plata, alégrate Yurio.

—No, no, no. Me niego.

El rey cambió la actitud amable que estaba teniendo con su hijo y la miró furioso.

—Se hará lo que yo diga. En cuanto el rey Víctor ponga un pie en el palacio te presentarás ante él con tu mejor sonrisa, y si él acepta la oferta matrimonial que le haré, le dirás que eres el omega más feliz del mundo por poder ser su esposo y su rey. 

—¡Jamás! Aunque me llevarás arrastrando al altar, jamás seré esposo de nadie que yo no quiera. Diré que no aunque amenaces con matarme después. 

—Veremos si es cierto lo que dices —Creonte rio con malicia y tomó a Yurio del brazo saliendo con él fuera del despacho y arrastrándolo por los pasillos del palacio. Yurio gritaba para que lo soltara, le estaba haciendo daño con ese agarre tan fuerte. Los guardias miraban sorprendidos y Yuko, una de las muchachas del servicio, corrió a avisarle al príncipe Yuuri, quien llegó corriendo y detuvo a su padre. 

—¿Qué ocurre? —preguntó interponiéndose en el camino de Creonte—, por favor suelte a mi hermano, lo lastima. Lo que sea que haya pasado podemos solucionarlo de mejor manera. Padre, por favor. —Yuuri se acercó a su padre y lo tomó de los brazos.

—Suéltame —dijo Creonte mirándolo a los ojos—, la decisión ya está tomada y Yurio la conoce bien. Ahora se va a los calabozos a reflexionar sobre sus propias elecciones. 

—No haga eso padre.

—Quítate de mi camino, Yuuri. A menos de que también quieras regresar a ese lugar. 

Yuuri palideció al escuchar a su padre hablarle tan fríamente y amenazarlo de ese modo. Se quitó de enfrente y vio con impotencia cómo su padre arrastraba a Yurio. Ese era el rey Creonte, alguien que sólo permitía la obediencia ciega y aplastaba la voluntad de quien osaba desobedecer, sin importarle quien fuera.  


Otabek caminaba por los oscuros pasillos de los calabozos. Eran pasillos pequeños, asfixiantes. Ubicados en los subterráneos del palacio, pasillos largos y laberínticos.  El capitán de la guardia caminaba con una antorcha en la mano y los guardias que lo veían lo dejaban pasar saludándolo con respeto. 

El príncipe Yurio se encontraba en una celda oscura, ni siquiera una antorcha le permitió su padre, estaba sentado en el suelo frío ya que no había ningún tipo de mobiliario. Llevaba allí una hora y ya se le hacía insoportable tanto silencio, tanta oscuridad y tanto frío. Yurio estuvo seguro de que cualquiera que pasara mucho tiempo allí perdería la cordura. 

Cuando la puerta se abrió pudo distinguir el rostro de Otabek iluminado por una antorcha, se puso de pie y se lanzó a sus brazos. Iba a hablar pero Altin puso sus dedos sobre los labios fríos de Yurio.

—Debemos tener cuidado —le dijo en un susurro—, hay guardias bastante cerca de aquí. 

Yurio asintió y Otabek cerró la puerta tras de sí.

—Este lugar es horrible —dijo Yurio despacio y sin soltar a Beka.

—Lo sé. Por eso debes salir de aquí, Yura.

—¿Me sacarás?

—No puedo hacerlo, el rey se enfurecería y sería peor para los dos.

—¿Entonces?

—Cuéntame la razón por la que te envió a los calabozos.

—Dijo que le ofrecería mi mano al rey de la Plata. Y yo le respondí que no me casaría con él aunque me llevara a rastras al altar. 

—Su majestad vendrá hoy al anochecer a preguntar si sigues opinando lo mismo. Si accedes a aceptar a el rey de la Plata te sacará de aquí.

—Pero yo no quiero… —Yurio subió el volumen de su voz por lo que Beka lo calló con un beso. Luego le sonrió.

—No te preocupes Yura, primero el rey Víctor tendría que aceptar.

—¿Tú crees que no lo hará?

—Estoy seguro de que no aceptará. Y de todas formas seré yo quien vaya a recibirlo a la frontera con el reino de Plata, hablaré con él. 

—¿Le dirás lo nuestro?

—No, si no es necesario. Yura, debo irme, siento tener que dejarte aquí. Hablaré con su majestad para que venga lo antes posible y puedas salir de este lugar.

—No te preocupes, Beka —Yurio sonrió—, pensaré en tí y olvidaré el lugar en el que estoy —Yurio y Otabek se besaron apasionadamente, Beka dejó caer la antorcha que se apagó al contacto con el suelo y abrazó a Yura apegándolo con fuerza contra él. 

—Nunca, nunca dejaré que te obliguen a estar con un alfa al que no desees. Aunque tenga que pasar por sobre la voluntad del rey. 

—Yo sólo deseo estar contigo, Beka. Te amo.

—Y yo a ti, Yura. 

Besó las manos de Yurio y después se marchó. 

Como Otabek dijo, cuando atardecía el rey Creonte fue a la celda donde se encontraba su hijo. Yurio hizo caso a las palabras de Otabek y su padre, complacido, lo tomó de la mano y la sacó de ese horrible lugar. 


Los días pasaron rápidamente. Yurio y Otabek se veían a escondidas y Yuuri los ayudaba en lo que podía. Por su parte, Creonte ya imaginaba a su hijo sentado en el trono de Plata. También pensaba en Yuuri, quería que él se desposara con alguien de su familia para que el próximo gobernante del reino de Cristal también fuera de su familia, tenía algunos candidatos, pero aún no decidía nada. Tal vez el príncipe Jean, hijo menor de su hermano mayor, o Seung, hijo de una de sus hermanas. No lo había decidido aún, y en el fondo, le molestaba tener que entregar a Yuuri a alguien de su familia, aunque sabía que era lo necesario para que fuera sangre de la familia real de Hematita la que se perpetuara como regente del reino de Cristal. Solamente tenía que escoger al mejor entre sus sobrinos para que fuera el próximo rey. Pero en el fondo, Creonte preferiría que fuera Yurio quien ascendiera al trono, él poseía el carácter de un rey, era parecido a su abuela, la reina Amata. También poseía la dignidad y belleza de Liliya. Yuuri era demasiado tímido y demasiado simple para ser un rey. Aunque eso no era lo peor de Yuuri, pensó frunciendo el entrecejo, a sus ojos, lo peor del príncipe omega es que ya no era puro. 


Dos semanas pasaron y Otabek se encontraba montado en su espléndido caballo blanco, una comitiva pequeña lo acompañaba. En cuanto el carruaje con banderas del reino de Plata cruzó la frontera, Otabek se adelantó a sus hombres y se detuvo frente al carruaje.

—Rey Víctor Nikiforov del reino de Plata, he venido a darle la bienvenida al reino de Cristal. 

La puerta de carruaje se abrió y de él bajó un hombre alto de hermoso cabello plateado y ojos claros como el cielo. En sus brazos cargaba a una niña de cabello rubio que lucía pálida y frágil.

—No pensé que fueras precisamente tú quien viniera a darme la bienvenida —dijo Víctor mirando a Otabek una vez que él se bajó de su caballo. 

—Es un placer volver a verlo, majestad. 

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