Una de las cosas que Lilia Baranovskaya aprendió a través de los años, es que muchas veces tenía que hacer cosas completamente impensables dentro de aquella psicoterapia de manual que enseñan en las universidades, esa era la única manera que a veces encontraba para salir del estancamiento y provocar reales efectos en la persona que solicitaba sus servicios: cosas que funcionaban una única vez, en un único momento y con un único paciente. Y cuando la ocasión llegaba, simplemente había que lanzarse al vacío y descubrir si lo impensable resultaba ser lo correcto, o simplemente los llevaba a estrellarse contra el pavimento.
Y Lilia estaba apunto de volver a saltar.
Ella miraba a través de la ventana, el cálido sol de verano entraba luminoso dándole un aire aún más acogedor a su consulta. El lugar no era demasiado grande, lo que contribuía a generar el sentimiento de intimidad y confidencialidad que requerían sus pacientes. Una de las paredes estaba tapizada de libros de psiquiatría, psicología y psicoanálisis, los que consultaba cada vez que tenía dudas sobre las reacciones de sus pacientes, intentando encontrar la respuesta en esos mentores invisibles cuyas letras escritas se imprimían también en ella. Cerca de los libros, había un cómodo diván sobre una alfombra cálida y un sofá pequeño oculto trás el mueble. Al otro extremo de la habitación se encontraba su escritorio, su portátil cerrado junto a cuadernos y lápices destacaban en perfecto orden, mientras dos cómodas sillas se enfrentaban a la que Lilia solía utilizar en sus entrevistas.
Durante los largos años de experiencia, la médico psiquiatra y psicoanalista había recibido todo tipo de pacientes, muchos casos habían sido realmente complejos; recordaba como en sus primeros años la frustración por verse estancada junto a sus analizantes la invadía, pero siempre pudo sobreponerse a todo ello y dar lo mejor de sí. Aunque no siempre haya tenido los resultados esperados. No dependía exclusivamente de ella, como en todas las cosas donde el control está puesto en las manos de otra persona.
Dos suaves golpes en la puerta de su consulta sacaron a Lilia de sus cavilaciones, la puerta se abrió después de su autorización y una joven de cabello rubio se asomó con una sonrisa.
—El señor Víctor Nikiforov acaba de llegar —anunció la menuda secretaria.
—Dile que pase —contestó sin poder evitar una sonrisa discreta al escuchar aquel nombre. Dos minutos después, un hombre alto de rasgos elegantes y mirada cautivadora entró con una amplia sonrisa.
—¡Lilia! —exclamó acercándose presto y encerrando a la mujer mayor en un cálido abrazo—. Me alegra mucho verte —expresó con sinceridad.
—También me alegra verte —contestó Lilia—. Me agrada ver con mis propios ojos lo bien que estás.
—Tú también luces muy bien, Lilia —respondió alejándose y mirando apreciativamente a la mujer.
—Tomemos asiento, Víctor, tenemos que hablar.
—No puedo negar que desde tu llamada muero de curiosidad por saber qué es lo que necesitas de mí. —Víctor se movió con elegancia y se sentó en una de las sillas junto al escritorio de Lilia, ella hizo lo mismo quedando frente a él.
—Agradezco que hayas venido sin dudarlo, pese a que no aclaré mis motivos.
—Lilia, sabes que por ti haría cualquier cosa que esté a mi alcance.
Víctor no mentía, sentía un profundo y sincero afecto por Lilia Baranovskaya, la conoció en el momento indicado; cuando se odiaba a sí mismo por no lograr sentir atracción por las mujeres, cuando se horrorizaba con las fantasías que invadían su cabeza. En ese momento se veía a sí mismo como un pervertido enfermo, como un sádico deleznable. Fue de la mano de Lilia que logró aceptarse a sí mismo como un hombre homosexual, fue con la guía de Lilia que logró externar las fantasías que lo horrorizaban; poco a poco logró entender también la parte más oscura de su personalidad, la parte que deseaba infringir dolor a otras personas para alcanzar su propio placer. Entendió y logró controlar aquellas fantasías, las aceptó como parte de quien era y buscó una manera segura de hacerlas realidad, convirtiéndose en uno de los dominantes más respetados dentro de la escena BDSM; Infringía dolor, pero solo a hombres que necesitaban de ese sufrimiento para alcanzar su propio placer. Sometía a otros hombres, convirtiéndolos en sus juguetes o mascotas, simples esclavos a su servicio, pero solo lo hacía con aquellos que se entregaban voluntariamente a sus manos. Aquellos que depositaban en él su voluntad y completa confianza.
—Supongo que escuchaste la noticia sobre las atrocidades que se cometieron contra los menores de edad a cargo del estado —dijo Lilia después de unos minutos.
—Cómo no hacerlo —respondió Víctor frunciendo el entrecejo—. Hace un año esa noticia remeció a la sociedad entera.
Los niños huérfanos, o abandonados por sus familias, que habían quedado a cargo del estado para su protección y bienestar eran los más débiles del escalafón social: todos sabían que existían, pero pocos se preocupaban realmente por ellos, esta indiferencia permitió que una red de tráfico de menores funcionara durante más de una década. Niñas y niños fueron vendidos a burdeles o a hombres adinerados que querían tener un bonito juguete sexual, esclavos entrenados para olvidar su voluntad y someterse completamente a otra persona sin tener elección.
El horror fue descubierto hace un año, aunque nadie podría asegurar que todas las piezas fueron encontradas. El dinero siempre escondía los actos más repugnantes.
—Atiendo a uno de los muchachos que fue secuestrado, él ahora tiene 23 años, pero fue esclavizado con solo 11 años de edad.
—Tan pequeño…
—Demasiado joven descubrió lo peor del ser humano —concordó Lilia—. Después de ser rescatado fue llevado a una casa de acogida junto a otros muchachos en su situación, el estado ha estado financiando su recuperación, tanto física como emocional, la idea es hacerlos independientes para que puedan seguir con su vida. Sin embargo, el estado ha dado el plazo de un año, después del cual deben abandonar el lugar de acogida y comenzar a vivir por su cuenta.
—¡Cómo si fuera tan fácil! ¿Después de doce años de esclavitud pretenden que hagas magia?
—Tengo un mes, Víctor. Luego, Yuuri tendrá que valerse por sí mismo —respondió Lilia—. No lo abandonaré, estoy dispuesta a asumir su cuidado, pero… creo que hay una mejor manera de ayudarlo.
—¿Una mejor manera? —preguntó Víctor—, ¿eso tiene que ver conmigo?
—Víctor, Yuuri necesita ser entrenado nuevamente como sumiso.
—¡Pe-pero Lilia! Ese pobre chico ha sido esclavizado de la peor manera, no creo que sea sano darle un nuevo amo. Este estilo de vida debe ser una elección y ese muchacho no ha tenido oportunidad de escoger nada.
—Es exactamente por eso que te lo estoy pidiendo —suspiró—. Yuuri, él no concibe otro modo de vivir. Fue destrozado de tal manera que la única cosa que logra calmar su angustia es servir a otro, si no se le ordena nada está en un estado de ansiedad constante, como si esperara el peor de los castigos por no hacer algo para complacer a un otro. La única identidad que reconoce en sí mismo es la de un esclavo.
—Lo que me pides es arriesgado, no sé si sea capaz de ayudar a una persona tan quebrada…
—Has entrenado a otros sumisos.
—Novatos que escogen este estilo de vida y necesitan ser introducidos de buena manera a ella, para reducir los riesgos, para que no se dejen manipular por cualquier sádico sin escrúpulos. Entre eso y lo que me estás pidiendo hay kilómetros de distancia.
—Lo sé —respondió Lilia—, pero él necesita un amo al que servir, un amo que le muestre la diferencia entre un ser sin escrúpulos y un dominante dispuesto a cuidar de él. Necesita comprender que lo que le ocurrió no es correcto, que fue maltratado y abusado, pero eso no es algo que se le pueda enseñar racionalmente, es algo que tiene que experimentar, de la mano de un amo que le enseñe a identificar lo que le gusta y lo que no, lo que desea y lo que no. Un amo que le devuelva la voz.
—Quieres que lo reeduque para que comprenda que servir a otro es una elección.
—Así es.
—Pero, ¿cómo será capaz de elegir si no le mostramos otro tipo de vida? Es cierto que estaría mejor en mis manos, o en las de cualquier dominante sensato, que en las manos de aquellos que lo esclavizaron, pero aún así no sería una elección voluntaria. Sería lo único que puede hacer dado su escaso conocimiento de lo que significa una vida común, sin amos ni esclavos, sin roles.
—Una vez que él comprenda la diferencia entre lo que vivió y lo que le ofreces, una vez que sepa y entienda que puede decirte ‘no’, podemos mostrarle las otras posibilidades.
—Pero… Lilia, harás que me sienta un abusador si haces que lo someta a mí sin su real consentimiento.
—Víctor, llevo más de diez meses intentando mostrarle otro tipo de vida, pero es algo demasiado aterrador para él. Sigue aferrado a su antiguo amo y a lo que ese ser despreciable le enseñó, se lo grabó en la piel con sesiones interminables de dolor. A Yuuri le horroriza desobedecer sus mandatos pese a que no ha vuelto a tener contacto con él. Solo el saberse de otro amo logrará que pueda desprenderse de lo que ese monstruo le enseñó.
—Dios mío, Lilia… —Víctor llevó sus manos a su rostro y luego despejó su cara de las finas hebras plateadas que caían sobre sus ojos—. Está bien, confío en ti y si dices que es la mejor manera de ayudarlo lo creo.
—Y yo confío en ti, Víctor. Sé que lo harás bien y yo estaré contigo y con Yuuri para apoyarlos en lo que necesiten.
—Muy bien, entonces vendrá a vivir conmigo cuando termine su tiempo en la casa de acogida.
—Sí, yo utilizaré el tiempo que queda para prepararlo, aunque creo que deberían conocerse antes de que lo lleves contigo.
—Sí, eso es necesario. Al menos debemos vernos tres veces antes de llevarlo conmigo. La primera vez estaremos aquí los tres juntos, la segunda vez nos dejarás a solas, pero no saldremos de aquí y en la tercera cita lo llevaré a conocer la casa para que sepa donde vivirá.
Lilia levantó una ceja al ver la manera tan natural en la que Víctor comenzó a disponer de la situación, pero no dijo nada, estaba de acuerdo con él.
(…)
Yuuri estaba sentado en el diván de Lilia, jugaba con sus dedos de manera agresiva, los retorcía y apretaba con fuerza. Siempre era lo mismo, la angustia flotaba alrededor de Yuuri, quien se negaba a hablar de las cosas que su antiguo amo le había prohibido decir, con el miedo irrazonable de que sería castigado severamente si hablaba de aquellos días interminables y largas noches en las que era utilizado para servir y dar placer. Yuuri sabía que su amo no regresaría, pero aún así, el pánico lo paralizaba y si era presionado severas crisis se presentaban.
Una de las pocas cosas que había logrado hablar con Lilia era sobre su necesidad de tener un amo, su vida nunca tuvo significado más allá del servir a su amo, sin él se sentía perdido y su existencia ya no tenía sentido. Pero quería vivir, pese a todo quería seguir vivo y para eso necesitaba encontrar a alguien a quien servir. Durante los once años que vivió en ese infierno le habían arrebatado todo; sus sueños, sus gustos e incluso su propia personalidad, lo habían convencido de que él no era nadie, drenándolo por dentro, convirtiéndolo en una especie de robot que respiraba y obedecía, una pequeña mascota sin alma que existía para el bien de alguien más. Lo único que podía sentir durante su cautiverio era dolor y miedo.
El proceso de reconstruirse a sí mismo, de lograr verse como una persona, era difícil, la angustia de sentirse arrojado al vacío lo paralizaba; anhelaba volver a sentir dolor y miedo, porque al menos en ese momento sabía qué era: un esclavo que debía obedecer, servir y satisfacer, en cambio ahora, expropiado de esa identidad sumisa, no era nada, y al no ser nada su cuerpo se deshacía en pura angustia.
—Yuuri. —La voz de Lilia atrajo su atención—. Quiero que conozcas a alguien —Yuuri se hizo pequeño sobre el diván en que se encontraba. Las personas le daban miedo, se había acostumbrado a aquellas que veía a diario, pero salir a la calle seguía siendo abrumador—. Es un amo —dijo Lilia esperando por la reacción de Yuuri.
—U-un amo —tartamudeó Yuuri. De pronto se sintió mareado y la bilis subió por su esófago hasta quemar su garganta. Deseaba un amo con la misma fuerza que le aterraba encontrarse con uno. Deseaba servir con la misma fuerza que le aterraba ser castigado.
—Es un buen amo —dijo Lilia.
—Cuando me castigaba había mucha sangre… —soltó Yuuri jadeando, llevó sus manos hasta su cabeza, apretó su cabello mientras temblaba, recordando su pasado y sin siquiera darse cuenta de lo había dicho en voz alta.
—Con él no habrá sangre —afirmó Lilia acercándose a Yuuri—, es un buen amo —repitió—. ¿Quieres conocerlo?
—Y-yo… lo necesito —contestó mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
(…)
Víctor saludó a Lilia cuando la mujer abrió la puerta de su consulta, Yuuri ya estaba adentro, acurrucado en el diván como si fuera un animalito asustado.
—Yuuri —pronunció Lilia—, él es Víctor, el amo del que te hablé.
Yuuri se sobresaltó, pero rápidamente se puso de pie. Víctor logró observar sus ojos por pocos instantes y en ellos solo pudo vislumbrar terror, su cuerpo parecía rígido, como si fuera incapaz de moverse mientras su vista se clavaba en las puntas de sus zapatos.
—Buenos días, Yuuri —dijo Víctor con un tono de voz sereno, pero demandante, exigiendo una respuesta por parte del muchacho. Yuuri se estremeció ante la voz del dominante y silencioso caminó hasta quedar a pocos pasos de él, se arrodilló con lentitud y elegancia, quedando en una postura aprendida de sumisión y respeto.
«Nunca me mires a los ojos y jamás te pongas de pie a menos de que yo te lo ordene».
—P-por favor… amo, por favor, permí-permítame servirle —suplicó con la voz entrecortada—. Por favor —un sollozo involuntario escapó de la boca de Yuuri, quien humillándose aún más, bajó su frente hasta los pies de Víctor.
Víctor buscó los ojos de Lilia con una mirada triste: nunca la sumisión de otro ser humano le había dolido tanto.