I
—Buenos días señor Nikiforov, siento haberlo molestado, pero el señor Leroy no tiene familiares en Japón y necesitaba hablar con alguien sobre su condición —dijo el médico detrás de su escritorio mirando a Víctor.
—¿Su condición? —preguntó Nikiforov frunciendo el entrecejo.
—La conmoción cerebral que sufrió el señor Leroy le ha provocado una pérdida de memoria parcial. No recuerda nada sobre lo que sucedió al momento del golpe debido a que este provocó alteraciones en el proceso de consolidación de los recuerdos. Sin embargo, su Omega ha desaparecido y alguién llamó por teléfono avisando de su estado. Por lo que hemos de suponer que no fue un accidente.
—Entiendo —dijo Víctor mostrándose preocupado, pero en el fondo aliviado de que JJ no pueda relacionar a Leo en todo el asunto.
—Nosotros ya hemos hecho la denuncia, como parte del procedimiento normal. Sin embargo, la influencia de un Alfa como usted podría acelerar la investigación. Si ese Omega se atrevió a atacar a su amo debe ser encontrado y castigado severamente.
—Haré lo que esté a mi alcance para que este asunto se resuelva de la mejor manera —dijo Víctor poniéndose de pie—, ahora me gustaría ver a Jean.
II
Víctor entró a la habitación en la que se encontraba JJ, el Alfa se veía bien y lucía una sonrisa coqueta mientras miraba a la enfermera trabajar.
—Estás mejor de lo que esperaba, JJ —dijo Víctor sonriendo.
—¿Víctor Nikiforov, preocupado por mí? —respondió entre risas.
—El médico me ha dicho que no recuerdas nada del accidente.
—No fue un accidente, probablemente ese Omega inútil me atacó. Lo último que recuerdo es que estaba con él.
—No lo culparía si lo hubiera hecho. Aunque conociéndote, cualquiera sería capaz de golpearte.
—¡Víctor!
—No estoy diciendo mentiras, eres capaz de sacar de quicio hasta a la persona más tranquila. Y te conozco, sé perfectamente que no tratas bien a ese muchacho.
—Es un simple Omega, no tengo por qué tener consideraciones con él.
—¿Qué le harás si lo encuentras?
—¡Le daré el castigo de su vida!
—Disculpenme por involucrarme en una conversación de Alfas —dijo la enfermera visiblemente molesta—, sé perfectamente que estamos divididos por clases y cada uno de nosotros debe adaptarse al rol que le tocó dentro de la sociedad, sin embargo, mis estudios de enfermería me han mostrado que el organismo de un Omega no es tan diferente al de cualquiera de nosotros, ellos sienten dolor cuando son maltratados, y si usted, señor Leroy, está ahora sintiendo dolor e incomodidad por el golpe que se dio, debería pensar en cuántas veces le ha causado el mismo o más dolor a ese pobre Omega antes de enfadarse con él por haber respondido a su agresión.
—Ahora resulta que mi hermoso ángel gusta de defender Omegas —dijo Leroy mirando con coquetería a la mujer.
—No soy su ángel, señor Leroy —le respondió secamente—. Mi nombre es Isabella. Enfermera Isabella para usted —dijo antes de salir de la habitación.
—Esto si que es increíble —dijo JJ—, una simple Beta faltándome al respeto por causa de un Omega.
—Deberías escuchar las palabras de esa enfermera, se ve que es más inteligente que tú.
—¿Qué insinúas?
—Mira JJ, hasta hace poco tenía una pésima opinión de ti. Sin embargo, ahora que trabajamos juntos he descubierto que puedes ser una buena persona, los Betas que trabajan para ti están encantados porque los tratas bien, bromeas con ellos, compartes más tiempo con ellos que cualquiera de los Alfas que trabajan en la empresa. Has sido generoso en distintos aspectos con tus subordinados y pasando por alto la manía que tienes por sacar de quicio a las personas, te llevas bastante bien con todos. Pese a tu narcisismo no eres soberbio. Debo admitir que me has sorprendido.
—Ve al grano, Nikiforov. Es raro que tú me halagues.
—El punto es que no entiendo por qué no puedes ser un poco más amable con los Omegas. Ese muchacho, Guang Hong, es justo como se supone que debería ser un Omega; tímido, dulce, silencioso y sumiso. Si lo trataras bien, nunca podrías quejarte de su comportamiento. Entonces, ¿por qué lo maltratas?
—Odio a los Omegas —respondió con brusquedad.
—Eso es absurdo —insistió Víctor—, es como decir “odio a los rusos” u “odio a los de cabello negro”. Es meter en el mismo saco a demasiadas personas, por la opinión que tienes de un puñado de ellos.
—No es lo mismo, los rusos no son todos iguales ¡y lo del color de cabellos es demasiado absurdo! Pero, ¿los Omegas pueden ser diferentes? Son como animales. Son peor que animales, en su celo gozan con cualquiera, son repulsivos.
—Lo dices como si te doliera —dijo Víctor con una sonrisa burlona.
—¡Qué es lo que quieres que te diga, Víctor! —gritó JJ furioso—. Quieres que te confiese que vi al Omega que yo amaba rogando por más en los brazos de mi padre, de mi propio… —Jean cerró la boca al darse cuenta de lo que acababa de decir—. Demonios —susurró en voz baja.
—Ya veo —dijo Víctor sonriendo mientras desordenaba el cabello del canadiense.
—Deja de hacer eso, imbécil. Y no te atrevas a sentir lástima por mí.
—Nunca sentiría lástima por un Alfa tonto como tú. Pero sabes perfectamente bien que somos precisamente los Alfas quienes más tendencia tenemos a dejarnos llevar por nuestros instintos. Y respondiendo a tu pregunta, por su puesto que los Omegas son distintos entre sí, yo convivo con varios de ellos y son muy diferentes. No deberías desquitarte con Guang Hong por algo de lo que no es responsable y si no te gustan los Omegas, simplemente mantente alejado de ellos.
—¿Tú sabes dónde está mi Omega, verdad?
—Sí, lo sé. Pero no dejaré que le hagas daño. Sabes que mereces lo que te ocurrió. Si quieres pagaré por él, pero no te lo entregaré.
—No tienes derecho a hacer lo que te venga en gana, Víctor. La ley está de mi lado en este asunto.
—Lo sé, por eso no pensaba decírtelo. Pero después de esta conversación, creo que puedo confiar un poco más en ti.
—Está bien —resopló—, te lo regalo, haz lo que quieras con él.
—Entonces, recordaste lo que sucedió y fue un accidente ¿no es así? —dijo Víctor con tono inocente.
—Un estúpido accidente —respondió poniendo los ojos en blanco.
II
Dos semanas después.
Phichit bebía un café apoyado en el auto negro que conducía para Víctor. Estaba en el estacionamiento del edificio corporativo de las empresas Nikiforov esperando a su jefe, que pronto se dirigiría hacia una reunión en la ciudad de Tokio.
—Al fin vuelvo a verte, precioso —la voz de Christophe Giacometti lo sacó de su ensimismamiento.
—¿En qué puedo ayudarle, señor Giacometti? —preguntó formal.
—Vamos, Phichit. Me gustas, quiero que repitamos lo de la otra noche en Osaka.
—Esa noche estaba ebrio. Y creo que usted lo está ahora, no es adecuado que alguien como usted venga a buscar a un simple chofer como yo.
—No puede importarme menos. Nunca alguien me había gustado tanto como tú, creo que jamás podría cansarme de tu compañía.
—Señor Giacometti, debe estar acostumbrado a que cualquier Beta al que le dirija su atención salte de felicidad y le abra las piernas cada vez que usted lo quiera. Pero yo no volveré a hacerlo, y es probablemente por eso que se encuentra aquí. Es un simple capricho.
—No lo creo.
—Si el día en que despertamos juntos yo hubiese aceptado su invitación a desayunar y luego hubiera dejado que me follara cuanto quisiera, usted no estaría aquí.
—Pero aquí me tienes.
—Y le pido que se marche.
Chris se dio la vuelta y se marchó contrariado. Cuando estuvo solo Phichit se rio:
—Alfa idiota, no volverás a estar entre mis piernas aunque me quede célibe para el resto de mi vida —dijo con decisión y sonrió burlesco.
III
El tiempo pasaba rápido, los días y las semanas se transformaban en meses casi sin que se dieran cuenta, y las cosas en la mansión Nikiforov avanzaban bastante bien. Poco a poco se fueron sumando personas a ese pequeño refugio que estaban construyendo, un lugar de paz para Omegas.
La investigación que dirigía Emil iba viento en popa, ahora tenía más colaboradores, incluyendo a Isabella que ahora trabajaba también en el pequeño centro médico y de investigación. La Beta destacaba por su inteligencia y gracias a sus aportes pudieron avanzar más rápidamente en la creación de supresores y anticonceptivos. Los supresores ayudaban a calmar los síntomas del celo y los anticonceptivos a prevenir embarazos no deseados. Los primeros Omegas en beneficiarse con esto serían los que vivían en la casa refugio, pero tenían la esperanza de que poco a poco las cosas fueran cambiando, al menos, Víctor había logrado que un parlamentario que le debía una enorme suma de dinero propusiera una ley que impedía que las casas rosas contaran con Omegas menores de edad. No era mucho, pero era un primer paso. El dinero de Víctor y de sus amigos ayudarían a comprar los votos necesarios. Lamentablemente, el dinero aún era incapaz de comprar leyes más audaces.
Después de Huang Hong, llegaron más chicos al refugio de Omegas; Masumi, Ryuuki, Tsubame, Hotaru, Hiroko, etc., Celestino ya tenía un buen grupo al cual enseñar.
Kenjiro, el amable Beta que anteriormente ayudó a Yurio, también comenzó a trabajar para Nikiforov. Era el encargado de cuidar a Luca, Sofía y las trillizas de Yuuko mientras asistían a clases. Las tres pequeñas alfas habían nacido fuertes y sanas, eran muy inquietas y risueñas. Kenjiro también ayudaba a Celestino y aprovechaba de aprender del Alfa. Deseaba ser una especie de maestro de primaria para cada niño y niña que formara parte de esa comunidad que nacía en la propiedad Nikiforov.
La pequeña hija de Mila era la más pequeña del grupo de niños. La pequeña Beta pelirroja fue inscrita como hija de Víctor para no tener que entregarla al estado. Otabek e Isabella se hicieron cargo del parto y los análisis de sangre, por lo que pudieron hacer las alteraciones necesarias para aquello.
Y el tiempo pasó en ese pequeño remanso de felicidad, hasta que una nueva noticia los emocionó: Yuuri estaba embarazado por segunda vez.