Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar

Blanco (Tres Colores)


  1. Sueños Rotos

Leucemia.

Ese fue el fatídico diagnóstico que recibió Víctor, un adolescente de dieciséis años de edad que comenzaba a brillar en el mundo del patinaje artístico sobre hielo. Había obtenido la medalla de oro en el GPF en su primera temporada como senior después de ser campeón por tres años consecutivos en la categoría junior. Víctor, era una estrella que brillaba en la pista de hielo, pero ese diagnóstico haría que su vida diera un vuelco en 180 grados, en más de un sentido. 

Después de ganar el GPF Víctor comenzó a sentir diversos malestares: Decaimiento, fatiga, falta de fuerzas, mareos, náuseas, vómitos, inapetencia, disminución de peso. Al principio los ignoró, pensó que se debía al sobre esfuerzo que realizó para ganar su primera medalla de oro en su debút como senior, sin embargo, estos malestares no disminuían y lo que realmente lo preocupó, tanto a él como a su entrenador y a su padre, fue que comenzó a tener frecuentes cuadros de fiebre alta sin motivo aparente. Además, cada día se le hacía más difícil patinar por los constantes dolores en su cuerpo, especialmente las articulaciones. 

Y así fue como en un frío Abril el diagnóstico de Leucemia mieloide aguda vino a caer como un balde de agua fría sobre Víctor y su padre. 

—La leucemia está siendo muy agresiva —dijo el médico especialista—, por lo que necesitamos comenzar el tratamiento cuanto antes. Por las características del paciente creo que lo más apropiado sería una quimioterapia intensiva de tres ciclos, aunque lo mejor es un trasplante de médula. 

—¿Un trasplante? —preguntó Víctor.

—Sí, tu médula ósea está muy dañada, no es seguro que la quimioterapia surta efecto, y aunque podamos combatir el cáncer con quimioterapia las posibilidades de recaída son altas. Yo recomendaría hacer el trasplante ahora que aún es posible. 

—Pero para eso hay que encontrar un donador compatible —dijo Alexander Nikiforov enfocando sus orbes azules en los ojos del médico. 

—Los hermanos de igual padre y madre suelen ser compatibles.

—Yo no tengo hermanos y ni siquiera conocí a mi madre —dijo Víctor bajando la vista, enfocando sus nubladas pupilas en sus manos, que descansaban sobre sus rodillas. 

—En ese caso consultaremos la base de datos, también es posible encontrar un donante en cualquier lugar del mundo, si está registrado lo contactaremos. En cualquier caso, debemos comenzar con la quimioterapia lo antes posible. 

Víctor se levantó de la cama, eran las cuatro de la madrugada pero le era imposible dormir. Fue al baño y se mojó la cara con agua fría, luego enfocó sus ojos azules sobre su reflejo. Acarició sus largos cabellos plateados.

—Y tanto que costó que creciera así de largo —suspiró. Luego se rió por aquel pensamiento, su vida estaba en juego y él se preocupaba por su cabellera. Su estupidez lo hizo reír, pero pronto las lágrimas comenzaron a acumularse en sus preciosos ojos azules. Había sido fuerte, había escuchado su diagnóstico sin derrumbarse, pero ya no podía más, era un adolescente hermoso y talentoso, tenía un brillante futuro por delante y así, de la nada, todos los planes que tenía eran aplastados sin piedad. 

Víctor cayó de rodillas en la fría baldosa y lloró, lloró hasta quedar exhausto, hasta que ya no quedaban lágrimas y el llanto seco le hacía arder los ojos, hasta que no pudo más y se desvaneció. 

Alexander lo encontró al día siguiente, dormido en el suelo del baño, su corazón de padre se encogió, lo tomó en sus brazos y se prometió a sí mismo hacer cualquier cosa por su hijo, para mantenerlo con vida y devolverle cada uno de sus sueños. 

  1. Pasado y Presente: María. 

Víctor estaba sentado en esa molesta cama de hospital, su cuarto era individual y amplio, tenía grandes ventanales que lo iluminaban naturalmente y le permitían observar los hermosos jardines interiores que intentaban brindar un poco de paz a aquellos que por diversos motivos visitaban ese lugar. Víctor observaba distante, pronto comenzaría su primera sesión de quimioterapia y estaba aterrado, pero intentaba ignorar aquellos sentimientos, distanciarse emocionalmente de sí mismo parecía mejor idea que dejarse sobrepasar por el miedo y la desesperación que le amenazaban. 

Alexander estaba a su lado, intentaba verse optimista y ser fuerte para sostener a su preciado hijo, sin embargo, sentía una fragilidad que desconocía, Víctor era todo para él: su única familia, lo que más amaba, su fuerza y su vulnerabilidad. Sentía que si su hijo no lograba superar esto él caería en la oscuridad y el vacío, sin su hijo él no podría continuar. Pero su hijo lo iba a superar, aunque tuviera que romper promesas y traer fantasmas del pasado. 

La enfermera que realizaría el procedimiento, después de confirmar a través de una fluoroscopia que el catéter había quedado bien puesto, conectó el medicamento que ingresaría en el cuerpo de Víctor vía intravenosa. Estaría unos días en el hospital recibiendo constante y lentamente todos esos químicos que buscaban destruir esas células fuera de control que amenazaban su salud y bienestar, aunque en el proceso se destruiría mucho más que eso. 

Los efectos secundarios no tardaron en venir, y para Víctor se convirtió en una constante el sentir náuseas y vomitar todo aquello que ingería, también la diarrea y las úlceras en la boca. Después de la segunda sesión de quimioterapia su cabello comenzó a caer, cada vez que se peinaba o pasaba su mano por su cabeza cientos de delgados y hermosos cabellos plateados caían, antes de la tercera sesión decidió cortarlos, sería menos traumático para él que su cabello desapareciera después de mantenerlo corto. Después de la tercera sesión el médico les dijo que el tratamiento no estaba funcionando, era imperativo encontrar un donante de médula. 

Después de juguetear nerviosamente con su teléfono celular y mirar aquél número de teléfono que un buen amigo consiguió para él, aspiró profundamente y se decidió a marcar. Después de tres tonos se escuchó una voz femenina que reconoció inmediatamente pese al tiempo y la distancia que los separaba:

—Aló —escuchó imaginando cómo se vería aquella mujer—,¿con quién hablo? —preguntó ella al no obtener más que silencio—. Si no me dice inmediatamente quién es voy a cortar la llamada.

—María —dijo finalmente casi como una súplica.

—¡Alexander! —contestó ella sin poder negar que le hacía feliz escucharlo después de tanto tiempo—. Alexander, te he extrañado tanto. 

—Yo también, eras mi mejor amiga después de todo. Necesité mucho de tus consejos los últimos dieciséis años.

—Yo también, aunque era imposible que nuestra relación continuará después de… pero he sabido que estás bien, tu hijo es un lindo muchacho, lo he visto en televisión. Se nota que has sido un excelente padre. 

—Es por Víctor que te estoy llamando, María. 

—Alexander, nuestro acuerdo…

—¡Lo sé! He respetado nuestro acuerdo por más de dieciséis años, pero… está muriendo. Mi hijo está muriendo, María. 

El silencio en la línea telefónica se hizo insoportable.

—María —dijo Alexander sin poder contener los sollozos—, mi Víctor tiene leucemia. No está respondiendo a la quimioterapia y en los registros de donantes de médula no ha habido coincidencia. María, te necesito. 

—Yo… —María hizo una pausa y cuando volvió a retomar la palabra parecía que su voz se había quebrado un poco—, tomaré el primer vuelo que salga hacia San Petersburgo. 

Viajar desde Santiago de Chile a San Petersburgo no era tarea sencilla, el vuelo más próximo con asientos libres salía en un par de meses más, por lo que tuvo que comprar un boleto, nada barato, hasta Moscú, una vez en suelo ruso le sería más fácil moverse. El viaje duraría 23 horas con 20 minutos, si nada salía mal y no había retrasos de última hora. Pero María estaba acostumbrada a los viajes largos, su esposo era japonés y las veces que habían visitado a su familia habían pasado aún más horas entre aeropuertos y aviones, desde Chile no había ningún vuelo directo hacia el país asiático por lo que estaban completamente obligados a pasar por Estados Unidos o Europa cada vez que decidían visitar al resto de la familia Katsuki. 

María llegó al aeropuerto con tres horas de anticipación, consciente de que el mes de Julio era bastante movido en el pequeño aeropuerto ubicado en Pudahuel, a las afueras de la capital chilena. Porque aunque en Chile estaban en invierno, muchos turistas llegaban desde el otro hemisferio, algunos para visitar las pistas de esquí de la maravillosa cordillera de los andes y otros para visitar el norte del país, que incluso en estas fechas tenía un clima muy agradable. El otro factor que María consideró fue que su viaje coincidía con las vacaciones de invierno, en la que muchas familias aprovechan que sus hijos no deben asistir a clases para escapar del frío invierno santiaguino o visitar a sus familiares en otros lugares del país.

Después de dejar su equipaje y despedirse de su esposo, quien prometió alcanzarla en Rusia en cuanto pudiera, entró a la larga fila que había en policía internacional, un lugar al que su marido ya no podía acompañarla. Después de que le timbraron en pasaporte, otorgando el permiso para salir del país, la rusa, mitad española, se dirigió hacia el control policial, en el que se aseguraban que ni en su ropa, ni en su equipaje de manos, llevara productos prohibidos. Cada vez que pasaba por esos controles se preguntaba porque la gente insistía en querer entrar con botellas con agua, cortauñas o tenedores y cuchillos, los que iban a parar al enorme basurero transparente junto con un montón de cosas más. Cuando finalmente entró al lugar donde estaban las puertas de embarque ya habían pasado dos horas. El vuelo salía a las 12:30 y el embarque empezaba a las 12:00 en punto. Tenía 30 minutos para visitar las tiendas o sentarse a tomar un café. 

El primer vuelo duraría cuatro horas, llegaría a Sao Paulo a las 5:30, horario local, ahí estaría 2 horas con 50 minutos y abordaría el segundo avión hacia Zürich, en un vuelo con una duración de 11 horas con 40 minutos, pisando suelo Suizo a las 11 de la mañana del día siguiente, 1 hora con 20 minutos después abordaría rumbo a Moscú, 3 horas con 30 minutos después llegaría finalmente a Rusia, siendo las 5:50 de la tarde, y al fin habiendo acortado el tiempo y la distancia que la separaban de Alexander, de Víctor y un lejano pasado que dieciséis años atrás había decidido olvidar. 

3. Pasado y Presente: Toshiya. 

Tochiya tuvo que huir de Japón. 

No huía de nadie en particular, simplemente escapaba de la culpa y el remordimiento. Se recriminaba a sí mismo por la trágica muerte de su querida esposa Hiroko y su pequeña hija Mari. Si no hubiese sido por ese sake que que aceptó tal vez sus reflejos hubiesen estado en mejores condiciones y hubiera podido esquivar ese camión que se incrusto con fuerza en la puerta del copiloto: Hiroko murió instantáneamente, Mari murió un poco más tarde mientras era atendida en el hospital y su hijo menor, Yuuri, quedó con secuelas con las que tendrá que convivir de por vida; ceguera cortical debido al fuerte golpe en su cabeza, impidiéndole ver más que alguna luz difuminada por el resto de su vida. Y él único responsable de todo lo ocurrido, fue el único qué libro sin heridas de consideración. Si no fuese por Yuuri, Toshiya habría decidido morir, Yuuri, fue quien lo mantuvo con vida, sin embargo, no soportó estar en Japón, no soportó encontrarse con la familia de su esposa muerta, no soportó vivir en la misma casa que compartió con ella, no soportó comer los mismos alimentos que disfrutaba a su lado. En cuanto pudo decidió tomar el primer avión al destino más lejano, más desconocido. No quería que nadie lo encontrara, quería esconderse en un lugar donde el pasado no no estuviera presente cada día. 

Toshiya Katsuki llegó a Santiago de Chile cuando su pequeño Yuuri tenía sólo cinco años, siete años habían pasado desde entonces y muchas cosas cambiaron, conoció a María, quién le ayudó a superar su pasado y perdonarse. Incluso pudo visitar Japón, la tumba de Hiroko y Mari, y volver a mantener contacto con sus familiares y amigos. Toshiya había encontrado la paz con esa hermosa mujer mitad rusa, mitad española. Se casaron cuando Yuuri tenía siete años y eran padres de unas hermosas gemelas de cuatro años llamadas Aurora y Violeta Katsuki. 

María había ayudado a Toshiya para que él enfrentara su pasado, ahora Toshiya estaba dispuesto a ayudar a María para que ella pudiera enfrentar el suyo. 

Después de dejar a su esposa en el aeropuerto se dirigió a su hogar, Yuuri, quien ya tenía doce años jugaba con sus hermanitas en la habitación de juegos que tenían en el segundo piso, un lugar que habían acondicionado para que sus hijos estuvieran seguros y sin riesgos de accidentes. Abajo, Lili, la mujer que los ayudaba con los quehaceres de la casa, estaba afanada con la limpieza del comedor. 

Toshiya había pedido el día libre, se lo habían dado a regañadientes ya que era el administrador de un hotel muy conocido, ubicado en una de las zonas más exclusivas de la capital, razón por la cual no pudo acompañar a su mujer a Rusia, el mes de Julio era frecuentado y tenía que esperar a Agosto si quería tomar sus vacaciones. 

—¿Mamá ya se fue? —preguntó Yuuri al percatarse de la presencia de su padre.

—Así es, pronto la alcanzaremos en Rusia —respondió Toshiya acariciando el cabello de su hijo para luego besar a las pequeñas gemelas que exigían su atención. 

—Quiero conocer a Víctor —dijo Yuuri jugando con sus manos—, aunque me da miedo que me odie. 

—¿Odiarte? —preguntó Toshiya frunciendo el ceño—. No digas tonterías Yuuri, Víctor no tiene razones para odiarte. Además, ya lo has oído por televisión, se nota que es un muchacho muy amable. 

—Sí, su tono de voz es cálido y alegre, siempre se ríe. Un chico como él no debería enfermar. 

—Ningún muchacho debería pasar por algo como lo que está pasando Víctor —reflexionó Toshiya. 

Al fin en San Petersburgo, María se encontró con Alexander apenas salió de los controles habituales y llegó a la sala común del aeropuerto. Los ojos azul cielo de María se llenaron de lágrimas al contactar con los ojos de un profundo azul oscuro que poseía su mejor amigo. 

—María —dijo Alexander acercándose a ella y abrazándola con fuerza. 

—Alex —musitó ella respondiendo el abrazo, escondiendo su rostro en el pecho de ese hombre que era tan importante para ella. 

Estuvieron mucho tiempo abrazados, incluso derramaron algunas silenciosas lágrimas, antes de separarse. 

—¿Cómo está, Víctor? —preguntó ella mientras avanzaban al coche de Alexander.

—No está muy bien, el primer ciclo de quimioterapia no dio buenos resultados. En Agosto comenzarán con un segundo ciclo. 

—Ya veo…

—Víctor es un chico valiente y de mentalidad optimista, eso lo mantiene con ánimo de seguir intentando curarse. Pero el médico ha dicho que la única opción segura y que le permitiría vivir sin el constante temor de una recaída es el trasplante de médula. 

—Intentémoslo, Alexander. 

—Tu esposo…

—Mi esposo vendrá en Agosto, traerá a nuestros hijos. Yuuri no tiene mi sangre, pero lo conozco desde que tenía cinco y es como si lo fuera, no recuerda a su madre biológica así que soy la única madre que conoce. También tenemos un par de gemelas preciosas, son dos lindas japonesitas por donde las mires, pero con el color de mis ojos y nombres escogidos por mí. 

—Estaré feliz de conocer a tu familia. 

—Y no sabes como me alegra poder presentártela, Alexander. Sabes lo mucho que te quiero, nunca he dejado de hacerlo a pesar de estos dieciséis años apartados. 

—Tampoco ha cambiado lo que siento por ti, María. Eres y siempre serás mi mejor amiga, te agradezco tanto que hayas venido. 

—¿Dudaste alguna vez que lo haría? —preguntó arqueando sus cejas—. Alexander Nikiforov, en cualquier momento en que me hubiese llamado yo habría tomado el primer vuelo a Rusia. Siempre será así. 

—¿Quieres venir a casa?

—No, no creo que sea apropiado. Víctor no me conoce y podría incomodarle mi presencia, no quiero imponerle nada.

—Él es un chico muy bueno, María…

—No me cabe duda, pero aún así… arrendé un pequeño departamento a través de Airbnb, creo que es lo más apropiado, después de todo mi esposo e hijos llegarán pronto también. No podemos adueñarnos de tu casa. 

—Sabes que no me molestaría en lo absoluto, además es una casa amplia. 

—Prefiero ir al departamento. Llévame, debo darme un baño y cambiarme esta ropa. Después quisiera conocer a Víctor. 

—Me alegra que al fin lo vayas a conocer.

—A mí también… hemos sido unos imbéciles, Alexander. Nunca debimos alejarnos, éramos tan buenos amigos, siempre soñé con conocer a tus hijos y que vieras crecer a los míos. Víctor debería conocerme como la gran amiga de su padre que soy, debería ser amigo de Yuuri, debería querer a mis pequeñas gemelas. 

—Las cosas no resultaron tan sencillas, María.

—Es cierto, la cagamos —sonrió María—, pero ya estamos juntos otra vez. 

El resto del camino lo hicieron en silencio, Alexander conducía sumido en sus pensamientos y María en sus recuerdos. Llegaron a un edificio bastante céntrico, bajaron las maletas y subieron hasta el piso cinco, ahí entraron a un acogedor departamento de tres habitaciones, dos baños, un pequeño living comedor y una cocina americana con todo lo necesario.

—Se ve mejor que en las fotos —dijo María inspeccionando todo—  y está muy limpio, me agrada. 

—Ve a ducharte pronto, para ir a casa con Víctor.

—Está bien, no me tardo.

—Si sigues siendo igual no debería creerme eso. Te tardabas horas cada vez que salíamos. ¿Recuerdas cuántas veces llegamos tarde al teatro por tu culpa?

—¿Mi culpa? Déjame decirte querido Nikiforov que de joven eras peor que cualquier muchacha, tardabas más que ninguna cepillando tu bellísimo cabello color plata y encrespando tus pestañas.

—¿Que yo, qué?

—No intentes mentir, que sé perfectamente que lo hacías —María carcajeó sin pudor alguno y luego se fue rumbo a la que sería su habitación. 

Víctor se había sentido muy débil los últimos días, su estómago parecía no querer saber nada de la comida y eso lo hacía tener poca energía, sólo deseaba estar acostado. Ese día su padre lo había dejado al cuidado de Lina, su enfermera particular, ya que él tenía que salir, no le dio explicaciones de lo que haría, lo cual le pareció bastante extraño al adolescente —¿acaso tendrá una cita?— se preguntó. Era algo que se esperaría, después de todo su padre era un hombre jóven y atractivo, aunque jamás había tenido pareja, al menos nadie que él hubiese conocido. 

Víctor se encontraba recostado sobre su cama, escuchaba “Les marionettes” de Zbigniew Preisner mientras en su cabeza intentaba imaginar como la patinaria. Creía que era la música perfecta para describir cómo se sentía y deseaba fervientemente poder expresarlo como mejor sabía, sobre el hielo. 

La puerta de su habitación se abrió dando paso a su padre, tras él una hermosa mujer de larga cabellera rubia y hermosos ojos de un claro y suave azul que recordaba a un cielo despejado entró sonriéndole. Víctor se sentó en la cama y devolvió la sonrisa a esa mujer —¿acaso mi padre tiene novia?— se preguntó intrigado.

—Víctor… ella, ella es… es… se llama María y bueno… ella… —ante el tartamudeo de su padre Víctor supuso que había dado en el clavo, sonrió aún más, aquella mujer era muy hermosa y lo miraba con ternura. 

—Soy María Petrova —dijo ella acercándose al menor, se inclinó junto a la cama de Víctor para acariciar suavemente sus mejillas—. Soy tu madre, Víctor. Tu madre biológica. 

Y Víctor creyó que había olvidado cómo se hacía para respirar. 

4. Pasado y Presente: El embarazo. 

María lo miraba en calma, mientras Alexander se quedaba sin uñas. Víctor no reaccionaba, sus ojos se movían confundidos y las palabras de la hermosa mujer resonaban en su cabeza.

—¿Eso es cierto, padre? —preguntó por fin, exigiendo una respuesta a Alexander. 

—Sí, hijo —Alexander se acercó a María y Víctor, puso una mano en el hombro de la mujer y con la otra acarició la cabeza de su hijo—. Víctor, hay muchas cosas que no te he dicho, pero quiero que sepas que María es una mujer excepcional, mi mejor amiga. Quisiera pedirte que la escuches, ella ha viajado desde muy lejos para poder verte. 

—Yo… necesito estar solo, por favor —pidió Víctor, a lo que Alexander y María accedieron inmediatamente. 

—Me odia —aseguró María dejándose caer al sofá de la sala.

—Claro que no, sólo necesita asimilar la noticia. Él ya sabía que su madre estaba viva, aunque no le conté cómo sucedieron las cosas, y él tampoco indagó, tal vez por miedo a lastimarme —dijo Alexander sentándose junto a ella.

—No trates de animarme, Alexander. La verdad es que no merezco que me vea como madre cuando yo nunca lo vi como un hijo. De todos modos, no vine aquí a pedir que me acepte, vine porque creo que tenemos una esperanza para salvar su vida. 

—Y no sabes cuanto te lo agradezco. 

—Es un lindo chico, sus ojos son como los míos —dijo sin poder evitar una sincera y orgullosa sonrisa. 

—Eso es cierto, son como un pedazo del cielo —Alexander sonrió mientras acariciaba con ternura las mejillas de María. 

Víctor estaba de pie, ensimismado mirando por la ventana, una lágrima cayó por sus níveas mejillas. 

—Al fin mi madre ha querido venir a verme —se dijo esbozando una tímida sonrisa—, es muy bonita —suspiró—. Pero tengo miedo, si empiezo a quererla y se va otra vez no lo soportaré. Pero quiero… —Se dio vuelta y miró la puerta—. Quiero estar con ella —comenzó a llorar con más fuerza y cubrió su rostro con sus manos—. ¡No seas cobarde, Víctor! —se reprendió a sí mismo mientras secaba su rostro—. Esta puede ser la última oportunidad que tienes para conocerla —sonrió triste. 

Víctor caminó despacio, salió de su cuarto y se dirigió silencioso hasta la sala. Allí encontró a su padre acariciando con ternura a María, mientras ella lo miraba dulcemente y le sonreía. Realmente ambos parecían quererse mucho, entonces ¿por qué se separaron durante dieciséis años? Se preguntó. 

—Yo… —dijo haciendo que Alexander y María se dieran cuenta de su presencia y lo miraran—, quisiera que me contaran lo que pasó cuando nací, por favor —pidió el muchacho mirándolos suplicante, pero sin rastros de rencor. 

María sonrió, realmente Alexander había hecho un excelente trabajo como padre. Educó a un joven excepcional, que además de desbordar talento era tremendamente noble.  

—Yo he venido a contarte todo, Víctor —respondió María. El adolescente se sentó en un sofá y María comenzó su relato. 

María y Alexander se conocían desde pequeños, estuvieron juntos desde la primaria y siempre fueron grandes amigos. Con diecisiete años se graduaron de la secundaria y sus caminos por primera vez se separarían. Mientras Alexander pensaba ingresar a la universidad en Rusia, María se iría a estudiar lengua y literatura moderna a España, país natal de su madre. 

Sin embargo, una noche, ambos adolescentes le dieron un giro inesperado a su relación. En un par de meses se separarían para no verse en mucho tiempo, así que aprovecharon cada minuto para estar juntos. Fue así como se quedaron en casa de Alexander mientras su familia no estaba. Pensaban pasar el tiempo viendo películas y bebiendo un poco, pero las cosas se les escaparon de las manos y terminaron haciendo el amor. A la mañana siguiente se encontraban avergonzados ya que su relación nunca había pasado de algunos besos fugaces, siempre habían privilegiado su amistad por sobre cualquier calentura o deseo físico. Sin embargo, intentaron restarle importancia al asunto, sería un bonito recuerdo y nada más. 

Pero ese bonito recuerdo trajo consecuencias. Un mes después de esa noche de pasión, María se enteró de su embarazo. Ella deseaba ser madre en el futuro, pero un hijo a esa edad y en esos momentos no era algo con lo que pudiera lidiar. Tenía muchos planes para su vida y definitivamente un niño no cabía en ellos. Inmediatamente pensó en el aborto o la adopción, después de meditarlo, se dio cuenta de que no sería capaz de darlo en adopción, no podría vivir sabiendo de la existencia de ese niño, no sí no tenía la certeza de que había sido adoptado por una buena familia con padres que lo amaran, la incertidumbre de que tal vez de crecería en un frío centro estatal la mataría, definitivamente no podía vivir con esa duda. En ese momento pensó que abortar era la mejor opción. Primero pensó en hacerlo discretamente, sin decirle a nadie, pero sabía que Alexander la apoyaría en cualquier decisión, además, seguía siendo su mejor amigo y la persona en la que más confiaba. 

Cuando Alexander se enteró de su embarazo le ofreció una tercera opción, él estaba dispuesto a criar a ese bebé. Después de reflexionarlo un poco, María pensó que era lo mejor; Alexander era el mejor hombre que conocía y amaría a ese niño más que a nada en el mundo. María accedió a continuar con su embarazo y siete meses después nació un hermoso niño.

—Alexander —dijo María con el niño en sus brazos—, quiero que se llame Víctor. Significa vencedor, victorioso, y yo sé que este niño lo será. Por favor cuidalo mucho, es el tesoro más grande que puedo darte. 

—Lo cuidaré y lo amaré más que a nada en el mundo. 

Poco tiempo después, María retomó sus planes. Se instaló en España y al terminar sus estudios quiso hacer un magíster en literatura latinoamericana por lo que se inscribió en la Universidad de Chile. En Chile conoció a Toshiya y se enamoró de él, además, se doctoró en literatura y comenzó a dar clases en algunas universidades locales. 

—Víctor —dijo María después de terminar con su relato—, en ese momento yo no podía ser tu madre, mientras crecías en mi vientre yo te quise y cuando naciste te amé, pero me sentía como una niña, incapaz de cuidar a otro niño. Por eso te confié a Alexander. No estaba equivocada, sabía que te amaría como a nada.

—¿Y ahora? —preguntó Víctor moviendo sus dedos entrelazados—. Has venido a verme, a decirme que eres mi madre, ¿volverás a marcharte?

—No, ahora que te tengo frente a mí nuevamente no podría separarme de ti otra vez. A menos que tú no quieras verme. 

—Yo… yo quisiera… yo quisiera pasar tiempo contigo —dijo el muchacho fijando sus bonitos ojos azules en los de María. El adolescente tenía miedo y sus sentimientos hacia ella eran confusos, pero siempre deseó conocer a su madre, y teniendo la posibilidad de morir tan próxima, decidió que lo mejor era cumplir ese deseo. 

—Muchas gracias, Víctor —dijo María acercándose a él y envolviéndo en un cálido abrazo. 

5. Presente y Futuro: Familia. 

—Sigues siendo tan hermosa como siempre, María —dijo Alexander mientras sus manos acariciaban la espalda de la mujer y sus dedos largos comenzaban a bajar el cierre del vestido azul oscuro que ella llevaba puesto. 

—Y tú eres tan apuesto y dulce como te recordaba

María sonrió mientras se apresuraba a desabotonar la, a su juicio, interminable fila de botones de la camisa de su compañero. Se sonrieron mutuamente y luego se besaron con pasión. 

Se abrazaron unos instantes y luego comenzaron a quitarse la ropa, María jaló con fuerza la chaqueta de Alexander y luego terminó de desabotonar su camisa. Alexander se liberó de ella dejándola caer al suelo. María acarició el pecho de Alex hasta sentir como él la giraba para después aprisionarla contra la pared. Con su mano izquierda la acariciaba mientras con la derecha terminaba de abrir el vestido ceñido que ella vestía y aprisionaba su piel. Una vez abierto liberó sus senos redondos y rosados que eran del tamaño preciso para que Alexander los tomara con sus manos, apretándolos y acariciandolos. María movió su cabello rubio, invitando a Alexander a besar la piel desnuda de su cuello, él aceptó la invitación provocando un delicioso temblor en el cuerpo de la mujer. 

Siguieron en su tarea de desnudarse mientras se prodigaban caricias, dulces y apasionadas, lentas y deliciosas. Una vez desnudos se tendieron sobre la cama, caricias y besos fueron repartidos. María tomó la iniciativa subiéndose sobre el cuerpo de Alex y dejándose caer sobre sobre su dura erección, los sonidos provocados por los movimientos rítmicos de su cadera, jadeos y gemidos inundaron la habitación.

María alcanzó el clímax mientras se encontraba a horcajadas sobre Alexander. Un gemido largo escapó de sus labios para luego desplomarse sobre el pecho de su amante. Alexander acarició y besó su pelo con ternura mientras la abrazaba y sonreía con ella jadeante y satisfecha sobre él. 

Esperó unos minutos y luego cambió de posición, quedando él sobre ella, comenzó a embestirla con suavidad, provocando que la espalda de María se tensara y arqueara. Él paró un poco, pero al ver los ojos lujuriosos y anhelantes de María continúo, esta vez con mayor ímpetu. Hasta alcanzar el clímax también. 

Se abrazaron unos instantes, hasta que Alexander logró regularizar su respiración. Después se puso de pie y fue a buscar una toalla húmeda para limpiarse y limpiarla un poco. 

—Ha sido mejor de lo que recordaba —dijo María sonriendo.

—Ni que lo digas. Ya tengo ganas de repetir, aunque hay una parte de mí que necesita esperar un poco —río. 

—Pues en cuanto esté listo vamos por la segunda ronda. 

—Nunca me imaginé volver a hacer esto contigo. 

—Yo tampoco —admitió María—, pero tampoco en el pasado… ¿qué pasó con nosotros esa noche? 

—Supongo que una mezcla de cosas, nos queríamos mucho y el saber que nuestros caminos se separarían, el alcohol que nos desinhibió, la innegable atracción física. Una mezcla de todo eso y quizás más. No lo sé muy bien, pero esa noche me dio a Víctor, que es lo más hermoso que tengo. 

Las semanas avanzaban lentamente para Víctor, que a mediados de Agosto comenzó con un segundo ciclo de quimioterapia. María y Alexander estaban siempre junto a él, y los días que estaba internado mientras el medicamento ingresaba en su sistema, no lo dejaban solo. Alexander era compositor y solía mostrarle grabaciones de nuevas melodías que estaba creando, Víctor también tenía gran sensibilidad musical, por lo que podía dar recomendaciones, además de captar los sentimientos que su padre estaba intentando mostrar a través de su música. Esperanza, era el tema que logró descifrar en su última composición.

Así como Alexander le hablaba de música, María hablaba de literatura. Solía leerle algunos cuentos, la mayoría eran traducciones que ella misma hacía del castellano al ruso. 

—Sólo he estado en España por competiciones —dijo Víctor—, nunca habría imaginado que mi madre fuera mitad Española. ¿Eso quiere decir que yo soy un cuarto de español? —preguntó en tono serio mientras ponía su índice sobre los labios.

—¡Claro! —contestó María risueña.

—Debería aprender el idioma entonces. 

—Sería genial, si quieres te enseño y cuando estés recuperado podemos viajar a la ciudad de tu abuela. En realidad es un pequeño pueblo al que volvió al quedar viuda. 

— Cómo se llama ella?

—Su nombre es Josefa, María Josefa. En algunos lugares de España es popular ponerle María a las mujeres, acompañado de un segundo nombre. 

—¿Tú tienes un segundo nombre?

—No, a tu abuelo le gustaba María, y como mi madre prefería que la llamaran Josefa, decidió que yo sería sólo María. 

—Háblame del pueblo de Josefa. 

—Es un pueblo de Castilla – La Mancha llamado Sigüenza. Es pequeño y hermoso, la gente es muy agradable. Tiene un castillo y muchos lugares históricos que debemos visitar juntos. 

—Espero poder hacerlo —dijo Víctor con una sonrisa triste en sus labios. 

—Lo haremos, claro que lo haremos, cariño —respondió María tomando la mano de Víctor y apretándola con decisión.

—Gracias, por estar aquí —dijo Víctor volviendo su sonrisa en una llena de esperanzas. Logrando que el corazón de María saltara dentro de ella, había una sensación cálida que estaba comenzando a sentir por ese muchacho. 

María no quería engañarse ni engañar a nadie. Ella no había criado a Víctor, por lo que no lo veía exactamente como a un hijo, lo quería, siempre lo quiso y jamás podría haberlo olvidado, pero siempre que pensaba en él o lo veía por televisión lo hacía diciendose que era el hijo de su mejor amigo. Sin embargo, conviviendo con él, sintiendo la dulzura de su carácter y la gentileza de su corazón, esas emociones cálidas la recorrían por completo. Cada día le quería más. 

El teléfono de María sonó sacándola de sus pensamientos. 

—Es mi esposo —dijo mirando a Víctor.

Era una videollamada, María contestó y Víctor comenzó a juguetear con sus manos. Hablaban en castellano así que no entendía nada. 

—Víctor —dijo de pronto María— quisiera presentarte al resto de mi familia, ¿quieres conocerlos?

Víctor batió sus pestañas algo sorprendido, pero después asintió. María se acercó más y mostró a Víctor quien fue saludado por un hombre oriental, un chico oriental y dos pequeñas niñas que también tenían rasgos orientales, pero que tenían los ojos azules, ese especial tono azul claro que poseía María y también él. 

—Él es mi esposo Toshiya —dijo María—, él es Yuuri, cuando conocí a Toshiya Yuuri era un niño pequeño. 

—Yuuri —dijo Víctor fijando sus ojos en el bonito niño japonés. Yuuri escuchó cuando Víctor pronunció su nombre y se sonrojó, haciendo que Víctor riera. 

—Es muy tímido —le dijo María—, no asiste a la escuela por lo que no tiene muchos amigos —Víctor frunció el entrecejo al escuchar eso, ¿por qué tiene que ser tan solitario? Se preguntó. Sin embargo, María continuó con las presentaciones dejando esa pregunta sin respuesta—, ellas son nuestras hijas, Aurora y Violeta. 

—Tus hijas —susurró Víctor mirando a esas gemelitas—, son preciosas —sonrió. 

El corazón de Víctor era amable, y realmente apreció a esas pequeñas niñas con las que compartía el mismo color de ojos. Sin embargo, no pudo evitar sentir dolor. Esas niñas habían disfrutado de su madre, y él nunca podría recuperar esos dieciséis años en los que no tuvo su amor. 

6. Pasado, presente y futuro: Decisiones.

El día 30 de Agosto Toshiya Katsuki llegó al aeropuerto de San Petersburgo en compañía de su hijo Yuuri y sus pequeñas hijas Violeta y Aurora, quienes parloteaban saltando naturalmente por diferentes idiomas, el castellano, el cual hablaban gracias a su lugar de nacimiento, el japonés que era el idioma en el cual Toshiya se dirigía a ellas, y el ruso, que era el idioma con el cual María les hablaba. 

María los fue a recibir al aeropuerto en compañía de Alexander. Víctor había quedado al cuidado de Lilia, su profesora de ballet y una buena amiga de Alexander, al igual que su esposo Yakov, entrenador del ruso más joven. Las pequeñas gemelas corrieron a los brazos de su madre, quien se inclinó para recibirlas en un fuerte y caluroso abrazo.

—Las extrañé mucho, mis pequeñas —dijo besándoles el rostro y acariciando sus cabellos. 

El siguiente en saludarla fue Yuuri, quien se acercaba con cuidado junto a su padre.

—Te eche mucho de menos, mamá —le dijo mientras recibía el cálido abrazo de la mujer.

—Yo también, mi pequeño Yuuri —le dijo besando sus cabellos negros.

Toshiya esperó paciente a que sus hijos fueran mimados por María, quien después lo miró a los ojos y le sonrió.

—Mi Toshiya —pronunció para luego lanzarse a sus brazos, siendo recibida con un cálido y sentido abrazo. 

El primer encuentro entre Víctor y las pequeñas gemelas fue algo caótico. Las niñas parecían no entender que él sólo las entendía cuando hablaban en ruso, y después de explicarles un par de veces decidió que era una pérdida de tiempo por lo que prefirió asentir a cualquier cosa que le dijeran. Después de veinte minutos en los que las niñas se subieron sin pudor a la cama del adolescente, que había amanecido algo falto de energías, se quedaron dormidas. 

Toshiya y María siguieron a Alexander hasta el dormitorio de visitas para acostar a las pequeñas, que gracias a dios, según sus padres, acostumbraban dormir siesta. 

—Lo siento, las pequeñas son muy revoltosas —dijo Yuuri, en un correcto inglés, al quedarse a solas con Víctor, hasta el momento sólo se habían saludado. Yuuri era tímido y después de sentarse en un sofá que estaba en uno de los extremos de la habitación de Víctor se había quedado en silencio. 

—Son alegres —dijo Víctor dirigiendo su mirada azulina a Yuuri, encontrándose con esos bonitos ojos castaños que le recordaban al otoño, pero que no lograban ver. 

Se quedaron en silencio. Aunque no la viera, Yuuri sentía sobre él la mirada de Víctor y comenzó a sentirse algo nervioso, movía sus dedos y mordía su labios intentando encontrar algo de lo que hablar con el muchacho de voz aterciopelada.

—La música que utilizaste en tu último programa libre era muy hermosa. Mamá dijo que fue creada especialmente para ti. 

—¿Mamá? —preguntó Víctor sin poder pasar por alto que el menor hablaba de María, no quería sonar enojado, pero Yuuri pudo darse cuenta de cierto resentimiento en el tono de su voz. 

—Lo siento, sé que tal vez deberías odiarme por haber tenido algo que te correspondía a ti. Pero, realmente yo necesité mucho de ella. 

María tenía en sus brazos a un delgado y sucio niño japonés. Estaba enfadada, sus ojos miraban con rabia al hombre borracho que yacía en el suelo.

—Eres una desgracia de hombre, Toshiya Katsuki. ¿Has visto a tu hijo? Está sucio y hambriento, pero en lugar de comportarte como un padre, prefieres seguir llorando por estupideces.

—¡Estupideces! ¡Mi esposa y mi hija murieron! —dijo cayéndose al intentar ponerse de pie.

—¡Y muertas se van a quedar! 

—Eres cruel…

—Pero Yuuri está vivo, imbécil. 

—Yuuri…

—Sí, Yuuri. El niño al que has descuidado, pero ya no más. No permitiré que tu hijo siga viendo la desgracia de hombre que tiene por padre.

—¿Qué estás diciendo?

—Me lo llevo.

—¡Yuuri es mío!

—Te equivocas, Yuuri no es un objeto, es un niño que necesita cuidados, ropa limpia, comida, cariño, no un padre alcohólico que lo único que hace es llorar. Si no me lo llevo yo, probablemente el estado terminará por quitartelo por incompetente y negligente. 

—Necesito a Yuuri —sollozó cubriéndose el rostro. 

—Cuando decidas dejar el patético estado en el que te encuentras, harás tu maleta y vendrás a mi casa. Te estaremos esperando, Toshiya. Pero que te quede claro; mi casa, mis reglas. Y si no las cumples, te puedes ir despidiendo de nosotros. 

—No podría odiarte, Yuuri. Tú no eres responsable de lo que hizo María. —Víctor se puso de pie con cuidado y caminó hasta llegar junto a Yuuri, se sentó a su lado—. La verdad es que tampoco puedo enojarme con ella; pude nacer porque ella estuvo dispuesta a sostenerme en su cuerpo después de todo —suspiró—, y mi padre es el mejor padre del mundo, nunca me ha faltado nada a su lado, me ha apoyado incondicionalmente, ha cumplido todos mis caprichos. Realmente mi vida fue afortunada hasta el momento en que me diagnosticaron leucemia, e incluso ahora me ha traído sorpresas. 

—Eres muy buen chico —dijo Yuuri sonriendo, y haciendo que el mayor se sonrojara—. ¿Puedo tocarte, Víctor? Yo no puedo verte, pero quiero saber como eres. 

—Claro —respondió rápidamente. 

Yuuri acercó sus manos al rostro de Víctor, quien cerró los ojos y sintió como las pequeñas manos del japonés lo tocaban con delicadeza. El toque del japonés era suave y meticuloso. Tocó cada parte de su rostro e incluso llevó sus manos más allá de su frente.

—Mi cabello era precioso —dijo Víctor, quien ahora no tenía ni un solo cabello sobre su cabeza. 

—Madre me contó que tu cabello era como un río de plata —afirmó Yuuri—, volverá a crecer y será aún más hermoso. 

—¿Realmente lo crees?

—Estoy seguro —dijo bajando sus brazos mientras sonreía. 

Víctor fijó nuevamente sus ojos azules sobre los bonitos castaños de Yuuri, unos ojos que no veían, pero que miraban sin atisbo de duda. Y por alguna extraña razón Víctor se sintió confiado y sonrió.

—Sí, me recuperaré y mi cabello crecerá aún más bonito que antes. Pero no tan lindo como el tuyo —Víctor besó la mejilla del japonés y posteriormente lo abrazó. 

7. Presente y futuro: Esperanza

Víctor y Yuuri comenzaron a pasar mucho tiempo juntos. Yuuri nunca tuvo amigos ya que no asistía a la escuela, se educaba en casa y daba pruebas para pasar de nivel, pero nunca se atrevió a asistir a un colegio debido a su incapacidad visual. Eso lo había vuelto un niño tímido que sólo se relacionaba con su familia. 

Víctor en cambio era un muchacho con mucho desplante y podía relacionarse con cualquiera, sin embargo, debido a sus constantes entrenamientos y viajes, también se había vuelto algo solitario. Enfrascado en el patinaje, no se daba el tiempo para crear una verdadera amistad. 

Ninguno, por distintos motivos, había tenido una verdadera amistad. 

Y allí se encontraban, intentando crearla en una situación familiar extraña y circunstancias difíciles, cada uno lidiando con sus temores y sufrimientos. Queriendo encontrar apoyo y consuelo. 

Porque aunque no lo dijera, Yuuri odiaba no poder ver y odiaba recordar los malos tiempos en los que tal vez habría muerto de hambre si no fuera por María. Y porque aunque no lo dijera, Víctor tenía miedo, miedo de amar a María y que lo abandonara nuevamente, miedo de morir y no poder cumplir sus sueños, miedo de dejar solo a su padre. 

Y ambos necesitaban aunque fuera una persona que fuera capaz de abrazarlos y decirles que lo que sentían estaba bien, y que todo estaría bien. 

Y ambos estaban allí, compartiendo esos pensamientos, por primera vez creando un lazo más allá del lazo familiar, un lazo escogido en medio de luces y oscuridad. 

Alexander y Toshiya se encontraban sentados en la cama de Alexander. Ambos estaban nerviosos y tenían la vista fija en la puerta del baño. Pasaban los minutos, pero para ellos parecían horas. Alexander se levantaba, giraba por el cuarto y se volvía a sentar, Toshiya jugaba con sus dedos y mantenía la vista en el suelo. 

La dinámica continuó hasta que María abrió la puerta y salió del baño. Ambos la miraron interrogantes. 

—Pues sí —dijo esbozando una tímida sonrisa—, vamos a tener un hijo. 

Alexander cubrió su rostro con sus manos y comenzó a llorar sin poder detenerse. 

—Se los agradezco tanto —dijo el ruso entre sollozos. 

Toshiya puso su mano en el hombro de Alexander. 

—Tu hijo sobrevivirá —le dijo el japonés con una sonrisa. 

María sonrió al ver a aquellos dos hombres que tanto amaba, su mejor amigo y el amor de su vida.

—Bueno —dijo ella—, y este bebé será de los tres —sentenció. 

—No —dijo Alexander—. Si Toshiya está de acuerdo, él es el único padre para ese bebé. 

—Claro que no —dijo Toshiya—. Tú eres su padre, yo no tengo derecho a interponerme. 

—No sean bobos —dijo María soltando una carcajada—, nuestra situación familiar ya es lo suficientemente extraña como para preocuparse de estas cosas. Alex, tú me pediste este bebé para intentar salvar a Víctor, pero no quiero que veas a mi bebé tan sólo como un medio para salvar a tu hijo. 

—Claro que no, María. Yo querré mucho a ese bebé también —sonrió Alexander.

—Entonces se su padre, como lo has sido de Víctor —sonrió María despeinandole el cabello. 

—Lo seré. 

—Toshiya —dijo María acercándose a su esposo—, te agradezco mucho toda tu comprensión, también te pido que seas un padre para este bebé, se criará con nosotros y quisiera que también recibiera tu amor. 

—Por supuesto, María. Lo amaré, de la misma forma en que tu amaste siempre a mi Yuuri —respondió Toshiya abrazando a su esposa. 

—Me gustaría —dijo Alexander mirando a Toshiya— que tú escogieras su nombre. 

—Si María está de acuerdo —dijo Toshiya mirando a la mujer, ella solamente asintió. 

—¿Qué? —preguntó Víctor pensando que su cerebro estaba funcionando mal y que estaba entendiendo tonterías. 

—Alexander y yo tendremos un hijo —repitió María—, vas a tener un hermanito, o hermanita —sonrió.

—Creo que no estoy entendiendo —dijo Víctor acariciando su sien, convencido que había algo mal con su cerebro—. ¿Tú y mi padre? ¿Un hijo? ¿Cómo?

—Víctor —dijo María riendo—, no creo que a tu edad deba explicarte cómo se hacen los bebes. 

—Por favor no me hagas imaginar cosas —rogó Víctor—, además no era eso a lo que me refería.

—Lo sé —dijo María acariciando las mejillas de Víctor. 

—¿Entonces?

—La intención de Alexander al llamarme después de tantos años era la de tener un bebé para poder realizar el trasplante de médula que necesitas. Antes de que yo llegara él ya había averiguado sobre clínicas de inseminación artificial, pero desistimos de esa idea porque además de costar un ojo de la cara no era seguro que funcionara. Con el permiso de Toshiya lo hicimos con el método tradicional en mis días fértiles. Eso es todo, Víctor. 

Víctor abrió la boca intentando decir algo, pero las palabras no salían. Pestañeó un par de veces intentando ordenar sus pensamientos, pero finalmente lo único que pudo hacer fue ponerse a llorar. 

—Víctor —dijo María abrazando al adolescente—, no tienes por qué llorar. Haremos lo que sea por mantenerte junto a nosotros. Y tener un bebé no es malo, será un niño afortunado porque tendrá un precioso y talentoso hermano mayor que le enseñará a patinar. 

—Sí, yo… yo le enseñaré a patinar, mamá —respondió Víctor aferrándose a los brazos de María. 

8. Suave paseo sobre el hielo

El segundo ciclo de quimioterapia había terminado. Al principio, debido a los efectos secundarios de la droga, Víctor estuvo muy débil. Náuseas y vómitos eran pan de cada día. Sin embargo, con el pasar de los días comenzó a sentirse mejor. Además, su ánimo había mejorado considerablemente y eso era un factor fundamental para enfrentar su tratamiento y recuperación. 

Víctor había decidido confiar en las palabras de María, ella le había prometido que de ahora en adelante no lo volvería a apartar de su vida y creía que su embarazo era prueba suficiente de que en verdad ella ansiaba su recuperación. Era extraño para él, que siempre estuvo solo junto a su padre, de pronto estar rodeado de tantas personas: su madre, las pequeñas gemelas, el amable Toshiya y, por supuesto, Yuuri. El tímido japonés que pasaba las horas con él. Todo esto era nuevo y extraño para Víctor, pero no le desagradaba. 

La habitación de Víctor era amplia, contaba con una cama, un sofá, un escritorio y una mesa con dos sillas cerca de la amplia ventana que daba a la calle. Además de la puerta a su baño privado y otra al walk in closet donde además de su ropa guardaba los trajes que había usado para patinar. Yuuri pasaba las horas en ese dormitorio, sentado en una de las sillas y utilizando la mesa para dejar sus libros y su regleta braille, la cual le permitía escribir. Víctor solía mirarlo, encantado con la expresión serena y concentrada que ponía el japonés mientras estudiaba. Nunca había asistido a la escuela, por lo que la disciplina era fundamental para poder pasar los cursos por su cuenta. 

—Yuuri.

—Dime, Víctor. 

—¿Es difícil estudiar solo? 

—La verdad no lo hago solo, tengo un tutor que me guía y ayuda a entender los contenidos. Me ha ayudado a desarrollar hábitos de estudio para poder organizar mi tiempo y así no verme sobrepasado cuando se acercan las fechas de evaluación. 

—Eres admirable. Yo sinceramente no soy bueno en la escuela, en Rusia se dan muchas facilidades a los niños y adolescente con talento para el deporte así que no tengo problemas con ello. Pero preferiría dedicarme solo al patinaje. 

—Me encantaría poder verte patinar. Es una pena estar imposibilitado de hacerlo. 

—¿Y si patinamos juntos?

—Yo nunca he patinado.

—¡Yo puedo enseñarte!

—No creo que lo logre.

—¡No te soltaré! Prometo que no te dejaré caer. 

—Está bien, patinaremos juntos.

—Vamos ahora mismo.

—¿Qué? Pero Víctor, estoy estudiando, y tú no puedes salir.

—Claro que puedo, estos últimos días me he sentido bien… Además, extraño mucho el hielo. 

La voz de Víctor sonó algo triste, nostálgica y el corazón de Yuuri se estrujó, él deseaba escuchar a un Víctor alegre. 

—Está bien, vamos. Pero debemos pedir permiso. 

—No te preocupes por eso, Yuuri. Tú, sólo sígueme. 

—No están en ningún lugar del departamento —dijo María mirando a Alex con expresión preocupada.

—Creo saber dónde están. Después de todo, Víctor ama ese bendito lugar —respondió Alexander dibujando una sonrisa. 

—Vayan a buscarlos, yo me quedo con las niñas —dijo Toshiya mientras las gemelas correteaban alrededor de la sala. 

—Tengo miedo —dijo Yuuri aferrándose a los brazos de Víctor mientras entraban en la pista de hielo. 

—Sólo afirmate de mí y deja que tus pies se deslicen por el hielo. 

—No me sueltes.

—Claro que no, confía en mí Yuuri. 

Víctor se ubicó detrás de Yuuri, lo sujetó por la cintura con su mano derecha mientras con la izquierda tomaba la mano izquierda del menor. Yuuri puso su mano derecha en el brazo derecho de Víctor aferrándose a él. El mayor comenzó a deslizarse suavemente, como un paseo calmo y agradable. Yuuri comenzó a sonreír cuando escuchó la melodiosa voz de Víctor cantar una canción, haciendo que los nervios que antes sentía se esfumaran.

Un nido de estrellas, da abrigo a mi voz, me enseña el silencio de la soledad —Yuuri lo escuchaba y su corazón brincaba—. Viajero que al cielo invita a volar, hay lluvia de estrellasen mi corazón, hay lluvia de estrellas guiando mi voz

—Tu voz es hermosa.

—No es cierto, lo que pasa es que me escuchas con cariño. 

—Es cierto, Víctor, yo te quiero mucho —dijo Yuuri sintiendo su piel ardiendo. 

Víctor dejó de patinar y giró a Yuuri para mirarlo de frente. No sabía por qué, pero el rostro sonrojado de ese lindo lindo niño le provocaba una sonrisa, su cabello negro, suave y aromático llamaban a una caricia y esos ojos nublados que no podían ver le hacían latir el corazón. 

—Como lo supuse, están en la pista de hielo —dijo Alexander mirándolos desde algunos metros. Estaba dispuesto a acercarse y llamarlos cuando María lo detuvo.

—Espera un momento, Alex. Creo que ellos… ¿crees que ellos? 

—¿Ellos qué?

—Míralos. 

Víctor acarició las mejillas de Yuuri. 

—Yo también te quiero, Yuuri —le dijo sonriendo y ganando una sonrisa como respuesta. La sonrisa más hermosa que haya visto, una sonrisa que fue capaz de estremecerlo. 

Víctor se acercó más a Yuuri, acercó sus rostros y le dio un suave beso en la frente. 

—No sé qué me pasa, Yuuri, pero realmente me encanta estar contigo. No quiero que te vayas de Rusia —le dijo para después abrazarlo. 

—Yo tampoco me quiero ir —respondió Yuuri abrazando a Víctor mientras dejaba descansar su rostro sobre el pecho del mayor—. Yo quiero estar contigo. 

9. Siempre juntos

—Toshiya, tenemos que hablar —dijo María.

Ambos estaban ya metidos en su cama matrimonial. Toshiya dejó el libro que leía en el velador y María se acercó, dejando descansar su cabeza sobre el pecho de su marido.

—Al principio —continúo ella—, pensaba que después de todo esto volveríamos a nuestra vida normal. Tenemos nuestra vida hecha en Santiago. Pero, aunque irnos no significa perder el contacto con Víctor, tengo deseos de estar más presente en su vida. Ya no es como antes, ahora nos conocemos y nos queremos. 

—Yo empecé desde cero una vez, en un país desconocido en el que no conocía a nadie. Aquella vez fue huyendo de los recuerdos —reflexionó Toshiya—, por ti lo haría nuevamente, María. 

—Eres maravilloso —María levantó su rostro y comenzó a besar el de su marido. 

—Creo que es bueno para nosotros también. Yuuri se ha hecho cercano a Víctor y me hace feliz que al fin tenga a un amigo. Las niñas son pequeñas y se adaptan con facilidad a todo, además conocen el idioma. Tenemos ahorros, y sabes que mi sueño es abrir un restaurante de comida japonesa, tal vez sea el momento para hacerlo, tú estarás en tu país de origen y el bebé que esperas crecerá rodeado de toda su familia. 

—Es cierto, podemos ser felices aquí —sonrió María.

—Lo seremos. 

—Oye Toshiya, ¿qué pensarías si con el tiempo, Yuuri y Víctor se vuelven algo más que amigos?

—¿A qué te refieres?

—Tal vez son ideas mías, son apenas adolescentes, pero… el otro día en la pista de hielo Víctor miraba a Yuuri de una manera muy especial y Yuuri le sonreía maravillosamente, nunca lo había visto sonreír así. Se me pasó por la cabeza que ellos, tal vez, estaban comenzando a sentir algo más allá de una amistad. 

—La verdad nunca me había imaginado que a Yuuri le podría atraer un chico. 

—¿Te desagradaría que fuera así?

—No realmente. Víctor es un buen chico, Yuuri estaría bien con él. 

—Me alegra que pienses eso. Ambos son tan dulces. 

María volvió a apoyarse sobre el pecho de Toshiya, siendo cubierta por sus brazos en un cariñoso contacto. 

Alexander miraba a su hijo. Víctor estaba recostado en el sofá de la sala viendo una revista de deportes, donde hablaban de algunos patinadores jóvenes. Se veía más alegre desde que había ido a la pista de hielo y no paraba de repetir que quería volver a patinar junto a Yuuri. El ruso mayor empezaba a pensar que María tenía razón en sus sospechas. ¿Será que las mujeres son más perceptivas?, pensó. 

Alexander sintió un poco de tristeza. El amaba a su hijo por sobre todas las cosas y si resultaba cierto que sus inclinaciones sexuales lo hicieran estar con Yuuri, u otro chico, él lo apoyaría, al igual que María. Sin embargo, Rusia no era un país amable con la homosexualidad. Le dolía imaginar que su hijo pudiera ser víctima de la estúpida intolerancia de personas ruines que no saben lo que es el amor. 

Alexander acarició la cabeza de hijo, Víctor lo miró extrañado.

—¿Pasa algo, papá? Hace rato que me miras raro. 

—No pasa nada, hijo. Sólo pensaba en lo mucho que te amo. Hijo, quiero que sepas que yo te apoyaré siempre, en cualquier cosa que decidas hacer con tu vida. 

Víctor sonrió y abrazó a su padre.

—Siempre lo has hecho, papá. Eres el mejor. 

—No, tú eres el mejor. Estoy muy orgulloso de ti.

Alexander abrazó más fuerte a su hijo y unas lágrimas cayeron por su rostro. Tenía tanto miedo de perderlo, aunque no dejaba que la desesperanza lo venciera; Víctor era fuerte y María daría a luz a tiempo. 

Yuuri llegó temprano, entró en la habitación de Víctor sonriendo, en sus manos tenía un hermoso saxofón. Víctor quedó bastante impresionado al verlo. 

—Tú me mostraste algo que te gusta, y pude patinar contigo aunque sólo fuera un poco —dijo el japonés—,  por eso quiero mostrarte algo que a mí me gusta hacer. No soy muy bueno así que no tengas muchas expectativas. Sólo me gusta. 

La mano izquierda de Yuuri sujeto la parte de arriba del instrumento mientras que la derecha tomaba la parte inferior. Luego dirigió la boquilla hasta sus labios, sellándolos por completo alrededor de ella. Comenzó a producir diferentes sonidos, desde el Do sostenido, simplemente probando que el instrumento sonara adecuadamente. Cuando estuvo conforme comenzó a tocar una canción.

Víctor comenzó a escuchar como los sonidos graves comenzaban a salir suavemente de ese instrumento mientras Yuuri apretaba sus párpados e inflaba sus mejillas. Los dedos de Yuuri parecían acariciar el saxofón mientras que, inconscientemente, su cuerpo se movía al compás de la melodía. Volviéndose uno con la música. 

La melodía era suave, lenta, sutil. Víctor se sentía acariciado por ella. Lo transportaba a un estado de paz en el que no había pensamientos, sólo sensaciones hermosas y un corazón profundamente conmovido. No podía negar que algo en aquella melodía le parecía triste, nostálgico, pero a la vez profundamente amoroso y reconfortante; como un tímido y dulce consuelo. 

Víctor cerró los ojos y dejó que sus mejillas se vieran bañadas por las lágrimas que siempre se esforzaba por retener. Con ellas se iba un poco del peso que cargaba. 

Cuándo Yuuri terminó de tocar, escuchó un sollozo que Víctor no pudo contener. El japonés se acercó a él, dejó el saxofón sobre la cama del ruso y puso sus manos en el rostro del mayor, secando las lágrimas con delicadeza. 

—Tocas precioso. Prométeme que algún día tocarás la música de mis programas.

Yuuri sonrió y puso su frente sobre la de Víctor.

—Lo prometo. Porque de ahora en adelante siempre estaremos juntos, ¿verdad? 

—Así es, Yuuri. Siempre estaremos juntos. 

10. Brillante futuro

Kazumi, ese fue el nombre que Toshiya escogió para la niña que María trajo al mundo. La pequeña de cabello claro y ojos azules nació para llenar de paz los corazones de sus padres y hermanos, trayendo esperanza para afrontar el futuro. 

Paralelamente, Víctor se sometió a la que todos esperaban fuera su última quimioterapia. Se le administraron altas dosis con el fin de destruir toda célula cancerosa, destruyendo también el resto de su médula ósea, para permitir así que crezcan las nuevas células madres. 

Las células madres que se extrajeron del cordón umbilical de Kazumi se le trasplantaron posteriormente. Inyectándolas en su torrente sanguíneo a través del catéter para que viajaran a través de él hasta llegar a la médula, para así poder restaurarla. 

Y al finalizar el tratamiento, Víctor se dio cuenta de que ganó más de lo que perdió durante ese año de enfermedad. 

Víctor entrenó arduamente para recuperar su estado físico y así volver a vivir de su pasión. Cuando estuvo listo para volver sobre el hielo la prensa deportiva y los fanáticos del patinaje artístico se emocionaron. Al fin volvería el aquel con dieciséis años recién cumplidos ganó el oro en el grand prix final en su debut como senior, pero que inmediatamente después se retiró sin participar en el campeonato mundial de esa temporada.

Con sus ya dieciocho años regresó con todo, haciéndose uno con el hielo nuevamente, haciéndose uno con la música; como si los patines fueran el instrumento y su cuerpo la melodía. Su desempeño deslumbró, así como las composiciones que danzaba, esas donde el saxofón tenía el papel principal. El saxofón de Yuuri. 

Alexander y Yuuri compusieron juntos la música para Víctor. En largas sesiones en la que ambos daban forma a lo que sentían por Víctor, y a lo que Víctor deseaba expresar durante esa temporada: Gratitud. 

En el tema libre, Víctor contaba entre saltos, giros y movimientos todo lo que había ocurrido en su vida después de ganar el Grand prix, pero no su enfermedad; lo que narraba era el encuentro con aquellas personas que ahora formaban parte de su vida, la familia numerosa que lo abrazó cuando más lo necesitó y de la que nunca más se separaría. La canción que danzaba se llamaba: Estrellas luminosas. 

El tema corto estaba dedicado a Yuuri, quien se había convertido en alguien sumamente especial para Víctor, su primer y mejor amigo, la persona a la que quería contar cada cosa que pasaba por su cabeza, la primera persona en la que pensaba cuando despertaba, con la que soñaba. Quería expresar en el hielo lo hermoso que era poder estar junto a Yuuri. Y Yuuri quiso expresar también, a través de la música, lo hermoso que era poder estar junto a Víctor: Ángel. Así denominó la canción, porque para Yuuri, Víctor era su ángel de voz cantarina, aterciopelada y suave, su ángel de manos frías, grandes y delgadas, de abrazo cálido y risa contagiosa. Porque para Víctor, Yuuri era su ángel hecho de luces, colores y música. Su ángel de sonrisa pura y de rostro inocente, de cabellos brillantes como el cielo estrellado, su ángel de manos suaves y cálidas, de abrazo sincero. 

Víctor ganó el oro en una de las fases del Grand prix que se celebró en Moscú, asegurando su cupo al Grand prix final que se llevaría a cabo en Barcelona, al día siguiente Yuuri cumplía quince años por lo que muy temprano tomó el avión de regreso a San Petersburgo. 

Celebraron los quince años de Yuuri con una cena en el restaurante de Toshiya. Víctor le regaló su medalla, la había ganado para él. La cena fue un momento familiar muy agradable. Kazumi no se despegaba de Víctor, quien tuvo que cargarla hasta que se durmió. Las gemelas preferían cambiar su objetivo y después de molestar a Yuuri subiéndose en sus piernas y preguntándole el millón de cosas que su curiosidad causaba, decidieron que querían jugar con el tio Alex, para después lanzarse a los brazos de sus padres, Aurora a los de María y Violeta a los de Toshiya, diciendo que querían dormir. 

Cuando decidieron que era hora de irse, Víctor y Yuuri pidieron permiso para que el japonés pasara la noche en casa del patinador. Y así, María y Toshiya fueron a su hogar junto a las tres pequeñas y Alexander se llevó a los adolescentes a su casa. 

Víctor estaba nervioso, muchas veces había dormido con Yuuri, pero él había decidido que se declararía al japonés el día de su cumpleaños y ya eran las diez de la noche. Sólo tenía dos horas para cumplir con lo que se había prometido. 

Yuuri salió del baño después de cepillarse los dientes. Como acostumbraba quedarse en casa de Víctor tenía algunos objetos personales ahí, entre ellos el pijama azul que tenía puesto. 

—¿Tienes sueño? —preguntó el japonés—, hoy tomaste el avión muy temprano. 

—No, no tengo sueño —contestó Víctor acercándose a Yuuri y tomando entre sus manos las suaves manos de Yuuri.

—¿Ocurre algo? —preguntó el menor al sentir un leve temblor en las manos de Víctor. 

—Estoy nervioso. 

—¿Por qué?

—Porque quiero confesarte algo. 

—¿Ha pasado algo malo? ¿Te encuentras bien? 

—No es algo malo, Yuuri. Al menos eso espero —Víctor rió algo nervioso. 

—Entonces dímelo. 

—Primero que todo, discúlpame por decirlo aquí, así, debí preparar algo mejor. Pero prometo hacer algo lindo después. 

—Víctor…

—Yuuri —Víctor tomó con más fuerza las manos de Yuuri, tomó aire y finalmente se confesó—. Estoy enamorado de ti —dijo con seguridad—, te amo, te amo mucho y quiero pedirte que seas mi novio. 

La boca de Yuuri se abrió con sorpresa, posteriormente las lágrimas bañaron su rostro. Estaba quieto, inmóvil, sin voz.

—Yuuri —pronunció Víctor algo inquieto, preocupado. 

—Te amo también —respondió finalmente Yuuri abrazando a Víctor—. Sí quiero, sí quiero ser tu novio. 

Víctor alzó a Yuuri y giró con él mientras reían alegres. 

Cuando los giros se detuvieron y Yuuri tocó nuevamente el suelo, Víctor acunó su rostro y acarició sus mejillas. Yuuri se sonrojó e inconscientemente humedeció sus labios, el ruso acercó sus rostros y cerró los ojos cuando sus bocas contactaron con delicadeza. Sus labios se acariciaron gentilmente hasta que la lengua de Víctor penetró la dulce cavidad de Yuuri, explorando con lentitud, cariño y curiosidad. Yuuri respondía con el mismo afecto, aferrándose a los hombros de Víctor mientras saboreaba su primer beso; tan dulce, tan cálido, tan amoroso. Tan lleno de anhelo e inocencia. 

—No será fácil —dijo Víctor después de romper el beso y mientras acariciaba las finas hebras azabache de Yuuri—, este país no es amable con las parejas del mismo sexo. 

—No me importa —respondió Yuuri determinado—, mientras me ames y nuestra familia nos acepte no me importa nada más. 

—Pienso lo mismo. Sólo me importa la opinión de nuestra familia, y estoy seguro que nos apoyarán. 

Después de algunos besos más ambos se metieron a la cama, se abrazaron, se besaron nuevamente y se durmieron envueltos en la calidez de su amor; Víctor aspirando el aroma que el cabello de Yuuri desprendía, Yuuri escuchando los tranquilos latidos del corazón de Víctor. 

11. Tú y yo

—Y el oro es para Víctor Nikiforov. Esto es increíble, después de estar tanto tiempo alejado de la pista de hielo Nikiforov a vuelto con todo. Acaba de cumplir los 19 años de edad y ya ha ganado el oro en los dos Grand Prix final que ha participado. Sin lugar a dudas, estamos frente al nacimiento de una leyenda. 

Víctor regalaba una esplendorosa sonrisa desde lo más alto del podio. 

Fotografías, entrevistas, banquete. Todo eso lo mantuvo algo alejado de su familia, quienes habían ido a apoyarlo en pleno por ser el grand prix final en el que regresaba para poner su nombre en lo más alto del patinaje artístico sobre hielo 

Cuando al final pudo respirar tranquilo, podría al fin disfrutar de las vacaciones en Barcelona. Si bien era invierno, la temperatura era agradable en comparación con Rusia, lo que permitía dar paseos nocturnos por la ciudad. 

Una de esas noches, Víctor decidió escaparse con Yuuri, su novio. 

Caminaron hasta el final de vía Laietana y pasearon por el paseo de Colón, sintiendo en sus pieles la brisa marina y la tranquilidad del mar nocturno. Luego siguieron su paseo por el Moll de la Fusta, el principal muelle del puerto viejo. Escucharon el ruido de los barcos y rumor del suave oleaje. 

—¿Tienes frío? —preguntó Víctor situándose tras Yuuri y rodeando su cuerpo en un abrazo. 

—No —respondió Yuuri acariciando las manos de Víctor—, me gusta estar aquí, sintiendo el sabor del mar en el aire mientras escucho la melodía del agua en tu compañía. 

Víctor sonrió y besó la mejilla de Yuuri. 

De pronto, una suave música rompió el silencioso momento que los dos jóvenes enamorados compartían. Esa música era tango. 

Víctor giró a Yuuri, abrazó su espalda con su brazo derecho, acariciando suavemente con su mano abierta. Luego tomó delicadamente la mano derecha de Yuuri entre su mano izquierda. 

—¿Bailarás conmigo? 

—Pero, yo no sé bailar, menos tango.

—No te preocupes, sólo debes abrazarme como si fuera el amor de tu vida —ambos rieron—, y dejarte guiar por mí mientras acaricias el suelo con tus pies. ¿Recuerdas cuando patinamos por primera vez? —Yuuri asintió—. Es similar, como un suave paseo en el que tus pies se deslizan suavemente sobre el suelo, sin prisa. 

—Esta bien —Yuuri apoyó su cabeza en el hombro de Víctor y se dejó guiar. 

La música suave de aquél tango moderno los envolvía y encerraba en una nube donde sólo existían ellos dos. De pronto, en medio de la música la voz de Víctor volvió a cantar:

Perseguiré

Los rastros de este afán

Como busca el agua a la sed

La estela de tu perfume

Me atravesó

Tu suave vendaval

Rumbo a tu recuerdo seguí

La senda de tu perfume

—Víctor —pronunció Yuuri visiblemente emocionado cuando Víctor, después de dejar de cantar, besó tiernamente sus labios. 

—Dije que haría algo lindo —respondió el ruso separándose un poco de Yuuri. Luego tomó sus manos—, ya llevamos saliendo un mes, pero ¿aceptas, nuevamente, ser mi novio? 

—Sí, aceptaré las veces que sean necesarias —respondió Yuuri entre risas. 

—Entonces… —Víctor tomó la mano de Yuuri y deslizó un anillo en su dedo anular. 

Yuuri acarició el anillo, suave al tacto. Sonrió y se arrojó a los brazos de Víctor, rodeando su cuello con sus delgados brazos.

—Te amo, Victor. 

—Yo yo a ti, mi lindo Yuuri —Víctor acarició las mejillas del menor y besó sus labios, disfrutando de su dulce sabor—, te amaré siempre. 

—Y yo a ti. 

Entre cálidos abrazos y dulces besos sellaron ese compromiso. Dispuestos a recorrer la vida juntos, sin importar lo que ésta les trajera por delante. 

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: