1: Corazón destrozado
Víctor no lo podía creer. Estaba destrozado, pero a la vez se negaba a aceptar lo que estaba ocurriendo en su vida. Yelena había roto su compromiso faltando menos de tres semanas para su matrimonio, ¿por qué? Víctor amaba a esa mujer y ella siempre le demostró el mismo amor. Sólo se separaron por dos semanas debido a un viaje de trabajo al que él debía asistir, todo iba de maravillas entre ellos, se despidieron melosos en el aeropuerto y él marchó seguro que el próximo viaje que haría sería el de su luna de miel.
“Lo siento Víctor, estas dos semanas que hemos estado separados lo he pensado mejor y he decidido cancelar nuestra boda. Ya no quiero estar junto a ti.”
Tiene que ser una maldita broma. Pensó Víctor en el momento en que esas palabras fueron dichas, incluso ahora, días después no podía evitar pensar eso; no podía ser más que una cruel broma del destino.
“No te preocupes por nada, yo avisaré a los invitados y cancelaré las reservaciones.”
Fue lo que dijo a modo de disculpa. Para luego marcharse sin más. Dejando a Víctor sumergido en un lamentable estado de autodestrucción. Bebió por dos días seguidos, rompió todo lo que estuvo a su alcance, sintió lástima por sí mismo.
Cuando los intentos de sus amigos por hablar con él se hicieron insistentes tomó una decisión, empacó una pequeña maleta, se dirigió al aeropuerto de San Petersburgo y compró un asiento en el primer vuelo disponible, poco le importaba el lugar de destino, lo único que quería era salir de Rusia e irse lo más lejos posible.
Abordó el avión sin siquiera reflexionar sobre qué haría al llegar a su destino, ya nada le importaba, sólo quería desaparecer y que nadie lo encontrara.
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Yelena estaba sentada en la consulta médica con los ojos fijos en su médico y amigo. La joven tenía los dedos de sus manos entrelazados jugando nerviosamente mientras esperaba que él le hablara.
—Yelena, según los análisis de sangre estás embarazada.
—¡Qué! —exclamó con una expresión entre sorprendida y asustada.
—¿Sabes lo que significa eso, verdad?
—No puede ser, siempre he sido muy responsable con los anticonceptivos, esto no puede estar pasando.
—Yelena, debes tomar una decisión.
—Debo recuperar a Víctor, sé que él será un excelente padre. —Un par de lágrimas cayeron silenciosamente por las suaves mejillas de aquella hermosa mujer.
—Nunca debiste dejarlo ir en primer lugar.
—En eso te equivocas. Yo no podía seguir junto a él —suspiró—, sin embargo, este bebé lo cambia todo. Debemos estar juntos por este bebé.
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Ya en el aeropuerto de Narita y habiendo pasado por policía internacional, Víctor comenzó a preguntarse qué debía hacer. No quería quedarse en Tokio porque si bien era una ciudad preciosa e interesante, era excesivamente ruidosa y llena de gente. Deseaba algo más tranquilo. Podía tomar el tren desde Narita a Tokio y ahí tomar alguno de los trenes de alta velocidad y bajarse en cualquier lugar, aunque no estaba seguro de poder hacerlo fácilmente, la barrera idiomática era un problema.
Caminaba distraído sin decidir qué hacer cuando chocó a un joven japonés haciendo que este tirara un vaso con café de mala calidad que posiblemente había comprado en alguna de las máquinas cercanas.
—Lo siento —dijo en inglés el apenado ruso al darse cuenta de la bebida caliente derramada en el suelo.
—No se preocupe, fue un accidente y sólo es café barato —respondió en un muy bien pronunciado inglés el joven de cabello negro frente a él.
Víctor levantó la mirada y sus hermosos ojos de un cristalino azul claro se clavaron en las orbes castaño rojizas del joven. Víctor pudo ver como la pálida piel del muchacho se ruborizaba frente a su mirada, mientras que sus ojos se agrandaban sorprendidos y sus labios se movían sin poder pronunciar las palabras que seguramente se le atoraban en la garganta.
—¿Ocurre algo? —preguntó el ruso preocupado.
—No, sí… usted, ¡usted es Víctor Nikiforov!
—¿Eh? ¿Me conoces? —preguntó sonriendo por primera vez en días—. No tenía idea que en Japón también era conocido —dijo poniendo su dedo índice sobre sus labios con gesto pensativo.
—Lo que pasa es que yo estudié en Estados Unidos, recién vengo llegando de Detroit. Estudié literatura y allá su obra es muy popular desde que se ha traducido al inglés.
—¿Me dejas reponer el café que tiré? —preguntó Víctor—, vi una cafetería hace poco, y la verdad tengo un poco de hambre también ¿me acompañas?
—¡Claro! —respondió un entusiasta japonés, estaba cansado porque su viaje había sido largo, pero no todos los días tienes la oportunidad de conocer a tu escritor favorito; la persona que tanto admiras.
Victor y Yuuri conversaron por largos momentos en la cafetería del aeropuerto. Víctor no había hablado con nadie desde el momento en que Yelena había roto con él. No quería enfrentarse a la mirada compasiva de sus cercanos, sin embargo, ese chico de nombre Yuuri no sabía nada de lo que había pasado con su vida sentimental por lo que podía hablar de otros temas y distraerse un poco de su dolor. Además, no siempre tenías la suerte de encontrar a un Japonés que habla inglés con tanta perfección, por lo que supuso que le sería de ayuda a la hora de decidir a qué lugar ir después de llegar a Tokio.
—Me gustaría ir a un lugar tranquilo, donde pueda relajarme y no ser molestado —le dijo—. Necesito unas largas vacaciones —agregó.
—¿Te gustan las aguas termales? —preguntó algo avergonzado el japonés—. Mi familia es dueña de un Onsen en Hasetsu, una ciudad pequeña y tranquila. Ellos también alquilan habitaciones, no son para nada lujosas, pero son limpias y acogedoras, casi nunca hay huéspedes porque el sitio no es muy turístico.
—Me parece fantástico —respondió Víctor—, si tu familia es tan amable como tú estaré encantado de hospedarme en tu hogar.
2: Deseando Amar.
Después de pasar más de un mes en Hasetsu, Víctor sentía que había sido la decisión más acertada que pudo tomar. Su corazón poco a poco se tranquilizaba en esa pequeña ciudad junto al mar, preciosa y tranquila.
Víctor solía salir a correr muy temprano y regresaba a la pequeña posada de los padres de Yuuri justo a tiempo para el desayuno. Él era uno de los pocos huéspedes del lugar, ya que al no ser un lugar turístico, las ganancias de la posada provenían mayoritariamente de las aguas termales que los lugareños tanto apreciaban, o de la comida deliciosa que servían para quien quisiera almorzar o cenar allí.
Los padres de Yuuri, Hiroko y Toshiya, eran personas increíblemente amables y cálidas, más que como un huésped lo trataban como a un hijo, y Mari, esa chica con aspecto desaliñado e indiferente, resultó tener un sentido del humor bastante oscuro, realizaba comentarios mordaces y era capaz de echarse a reír por cosas que harían llorar a cualquiera. Sin lugar a dudas, a Víctor le agradaba mucho la hermana de Yuuri. Los desayunos en compañía de esa familia eran bastante divertidos, y hacían que realmente deseara extender su estadía el mayor tiempo posible.
Después del desayuno Víctor se dedicaba a escribir. Los primeros días sólo se sentaba frente al computador sin que sus ojos despegaran la mirada de esa página en blanco que no lograba llenar. Como si toda esa confusión de sentimientos en su interior simplemente no pudieran ser expresados en palabras. Pero poco a poco pequeñas frases, lineas, palabras, fueron apareciendo y pintando de negro la página antes imaculada. Víctor no sabía que resultaría de todo aquello: ¿Una novela? ¿Un diario de vida? ¿Un sin fin de frases sin sentido mezcladas sin orden? No lo sabía, no le importaba, simplemente era la única forma que tenía de expresar sus sentimientos, su confusión, su decepción, su enojo, su tristeza, su nostalgia y su amor. Porque Víctor amaba y deseaba seguir amando pese a que aquella a la que le entregó su amor lo despreció.
En sus conversaciones con Yuuri, Víctor se enteró de que el muchacho patinaba, nunca lo hizo profesionalmente, pero desde niño amó deslizarse sobre el hielo. Víctor también lo amaba, en Rusia era bastante común que la gente supiera patinar sobre el hielo y él no era la excepción. Desde ese día, cada tarde Yuuri y Víctor acudían al Ice Castle, una pequeña pista de hielo que pertenecía a la familia Nishigori, unos buenos amigos del japonés.
Eran tardes divertidas en las que el ruso, después de muchos días, volvió a reír genuinamente en compañía del muchacho de ojos color vino. Las horas pasaban sin que ninguno de ellos pareciera darse cuenta, terminaban saliendo bastante tarde y luego caminaban en un cómodo silencio bajo el cielo nocturno. Muchas veces fueron a la playa y disfrutaron de ver ese mar en calma mientras la luna se reflejaba en las aguas oscurecidas. Disfrutaban su tiempo juntos y cada día que pasaba ambos deseaban que ese tiempo se alargara más, y más.
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—¿Cuántas veces tengo que decírtelo, Yelena? No sé dónde está Víctor —dijo un ya exasperado hombre de ojos verdes apoyado en el marco de la puerta de su casa, las visitas de Yelena eran frecuentes y él ya ni se molestaba en dejarla pasar.
—Si no lo sabes tú que eres su mejor amigo, ¿quién demonios lo sabe? ¡Chris! ¡Por favor, dímelo! —exigió la rusa.
—Demonios, Yelena. El último mensaje que recibí de Víctor lo envió desde el aeropuerto. Míralo.
Chris tomó su teléfono y le mostró el escueto mensaje que Víctor le envió antes de partir:
“Chris, estoy en el aeropuerto, necesito alejarme de toda esta mierda. Todavía no sé a qué lugar me iré, pero no debes preocuparte, estaré bien”.
—Le he enviado miles de mensajes, también lo he llamado, pero su teléfono siempre está apagado. Él necesita tiempo para superar que lo dejarás prácticamente plantado en el altar y conociéndolo sé que quiere superarlo solo —sentenció Chris.
—Pero yo estoy arrepentida Chris, necesito recuperarlo.
—Oh, Yelena. Déjame decirte que eso será imposible. Él no regresará hasta que te haya sacado de su cabeza y su corazón, pueden pasar años antes de que vuelvas a ver su bonita nariz.
—¡Chris! ¡Estoy embarazada!
—¿Qué?
—Lo que oyes, y mi hijo no tiene porque sufrir las consecuencias de las pataletas de su padre. Nunca esperé que Víctor Nikiforov fuera tan cobarde y corriera a esconderse a la primera dificultad.
—Si llego a saber algo de él te lo informaré, él tiene derecho a saber que será padre —dijo Chris acariciando su frente y sintiéndose derrotado.
—Gracias Chris —dijo Yelena dándose la vuelta y alejándose del lugar.
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Tres meses habían pasado desde que Víctor se instaló en Hasetsu. Tres tranquilos y pacíficos meses en los que su convivencia con Yuuri se fue haciendo indispensable: desayunar con él, conversar con él, patinar con él, caminar con él, sentarse en la playa con él. Y cuando no estaba con él, pensar en él y escribir sobre él, porque sin darse cuenta, aquello que comenzó siendo escrito por desamor, se convirtió en un escrito que de sanación y esperanza, pero que seguía expresando una cosa, Víctor deseaba amar. Víctor deseaba ser amado.
Y Yuuri, él ya había empezado a amar.
3: Amando
Yuuri siempre admiró a Víctor Nikiforov, cada vez que leía algo escrito por ese magnífico novelista ruso su corazón parecía brincar de felicidad. Sentía una extraña conexión con algunos de sus personajes, como si Víctor describiera algunas partes de su personalidad en ellos y de paso le mostrara que había al menos una persona en el mundo que lo comprendía.
El día que lo encontró en el aeropuerto de Narita creyó que estaba soñando, aunque supo que no era así porque ese encuentro había sido aún más maravilloso de lo que cualquier sueño podría llegar a ser. Víctor era mejor de lo que imaginó, tan cálido y gentil, tan humano después de todo. Aún se reía al recordar que por la distracción del mayor su café quedó tirado en el suelo. Pero Yuuri habría estado dispuesto a perder más que un simple café tan sólo por una mirada de aquellos ojos zarcos que parecían un trozo del cielo.
La admiración que Yuuri sentía por Víctor jamás se acabaría, el japonés estaba seguro de eso. Motivos para admirar había de sobra, y ahora conocía algunos más: su manera de escribir, su calidez, su capacidad para encajar en cualquier lugar y ganarse la simpatía de la gente, su franqueza. Sí, Yuuri admiraba a Víctor Nikiforov. Pero tres meses después de aquel primer encuentro podía estar seguro de que no era sólo eso lo que sentía por él.
Yuuri amaba a Víctor. Pero no estaba seguro de que pensaría el ruso si le declaraba aquel amor.
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—¡Víctor!
—Hola, Chris —dijo risueño al escuchar la exclamación de su mejor amigo a través del teléfono.
—Al fin me llamas, hombre. Me tenías preocupado.
—Lo siento, pero me conoces. Sabes que necesitaba tiempo lejos para reponerme.
—¿Y ya estás mejor?
—Sí, estoy bien. Yo, he conocido a una persona que me gusta.
—Víctor, Yelena ha estado buscándome, quiere saber donde te encuentras. Me dijo que quiere arreglar las cosas contigo.
—Oh, no creí que eso fuera posible.
—¿Quieres intentarlo, Víctor?
—No, como te dije, ya conocí a otra persona.
—Pero Víctor, estuviste cinco años con Yelena. Lo que viviste a su lado no lo puedes cambiar por cualquier persona.
—No es cualquier persona, Chris. Es un chico precioso, tímido, dulce, noble y me encanta. Desde que vivo con él cada día es maravilloso.
—¡Vives con él! No te parece que vas demasiado a prisa, considera la posibilidad de estarte engañando para no pensar en ella.
—No vivimos juntos en ese sentido, idiota. Su familia es dueña de un onsen y hospedería. Me hospedo con él y su familia, no somos pareja.
—¿Estás en Japón?
—Sí, en una pequeña ciudad llamada Hasetsu. Es un lugar muy tranquilo y pacífico. Me ha ayudado a poner en orden mis pensamientos. Y Yuuri, él ha sido un bálsamo para mi corazón.
—Sin embargo, no quieres encontrarte con Yelena, eso quiere decir que aún sientes cosas por ella.
—Por supuesto, Chris, estuvimos juntos cinco años. Fuimos felices y siempre la voy a querer, pero siento que Yuuri y yo podríamos crear una historia aún más bella. Adoro estar con él, aunque sea tan sólo compartiendo nuestros silencios. Me hace sentir en calma, acompañado, comprendido, alegre.
—Sabes que te apoyaré en lo que decidas, amigo.
—Lo sé, por eso quise contártelo —sonrió.
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Christophe tenía su teléfono celular en las manos, indeciso. Sabía que Víctor no quería ver a Yelena, pero estaba seguro de que su amigo querría enterarse del hijo que esperaban. Tomó aire y marcó el número de la mujer.
—¿Has sabido algo de Víctor? —preguntó ella inmediatamente.
—Hola a ti también —murmuró Chris—. Está en Japón, en una ciudad llamada Hasetsu.
—No sabes cuanto te lo agradezco, Chris.
—No lo hago por ti. Víctor merece saber que será padre, pero te lo advierto, él no volverá contigo, él ya tiene a alguien más.
—¿Qué?
—Lo que oyes, me llamó exclusivamente para contarme lo maravilloso que es su chico y lo feliz que está a su lado.
—Pues veremos cuanto le dura ese entusiasmo —contestó Yelena cortando la comunicación.
4: Miedo a perderte
Estaban sentados a la orilla del mar, el viento frío mecía los cabellos negros y plateados al compás de una calma melodía. Yuuri esbozaba una pequeña sonrisa mientras miraba su mano sujetada por el ruso, sus dedos entrelazados lo hacían sentir feliz.
—Yuuri —dijo el de ojos zarcos haciendo que el japonés levantara la vista y sus ojos cálidos hicieran contacto con los del ruso. Víctor sonrió mientras parecía estar poniendo en orden sus pensamientos. Suspiro—. Antes de venir a Japón yo estaba a punto de casarme —comenzó a decir sin dejar de mirar los ojos de Yuuri, que ahora lo miraban con sorpresa—, pero ella, Yelena, decidió terminar con todo a sólo tres semanas de la boda.
—Lo siento —dijo Yuuri bajando la mirada—, debe ser duro para ti —esas palabras eran amargas para él.
—Fue duro y por un momento pensé que me volvería loco de dolor. Pero te conocí a ti —el ruso levantó suavemente el rostro de Yuuri acariciándolo con sus manos—. Has sido un bálsamo para mí dolor, tu presencia me ha ayudado mucho. Tú me das tranquilidad y felicidad, me sorprendes, me haces sentir vivo. Yo estoy seguro de que te puedo llegar a amar más de lo que he amado a nadie, yo ya he comenzado a amarte, Yuuri.
—Víctor —pronunció Yuuri mientras las lágrimas comenzaron a correr como ríos por sus mejillas—, yo también, yo te amo, te amo…
Víctor sonrió, lo abrazó y lo besó gentilmente, disfrutando por primera vez de aquella húmeda, deliciosa y dulce boca que se abría con deseo y amor únicamente para él.
♣︎
Yelena estaba de pie fuera de Yutopia. La ropa ancha que usaba no hacía evidente su embarazo, además, pese a tener ya cinco meses su pancita aún era pequeña y ella no había subido mucho de peso. Suspiró decidida a entrar cuando sintió suaves risas y una animada conversación. Reconociendo una de las voces miró hacia la vereda de enfrente y divisó a Víctor sonriente mientras besaba la mano de un chico japonés, que se ruborizaba ante la muestra de afecto del ruso.
—Así que esa es la persona con la que te has estado divirtiendo —dijo para sí misma—, pero se acabó, regresarás conmigo a Rusia o dejo de llamarme Yelena Kuznetsova.
Víctor y Yuuri se encontraban en su propia burbuja, por eso, no se dieron cuenta de la mujer que esperaba en las puertas de Yutopia hasta que casi se chocaron con ella.
—Víctor —dijo ella llamando la atención del ruso.
—Yelena —pronunció el ruso mientras perdía el color del rostro.
Yuuri reconoció el nombre de la mujer y apretó la mano de Víctor, se sentía inseguro y su cuerpo estaba rígido. Esa mujer era realmente hermosa.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Víctor, recomponiendose un poco al notar el nerviosismo de Yuuri. Lo apegó a su cuerpo y lo abrazó por la cintura.
—Víctor, he venido a arreglar las cosas contigo. Fui una estúpida al romper nuestro compromiso, tuve miedo y terminé haciéndonos daño. Pero te amo y estoy dispuesta a lo que sea con tal de recuperarte. —Yelena miraba directamente a los ojos azules de Víctor, en ningún momento dirigió su mirada a Yuuri. Haciéndolo sentir realmente pequeño y casi invisible.
Yuuri se preguntaba qué debía hacer, esa mujer lo ignoraba y sentía el leve temblor que recorría el cuerpo de Víctor: ¿Ansiedad? ¿Enojo? ¿Duda? No sabía exactamente qué estaba sintiendo el ruso en ese momento y tampoco se atrevía a mirarlo a la cara.
Una parte de Yuuri quería salir huyendo, pero sus manos se aferraban a las manos de Víctor y su cuerpo se negaba a alejarse de él. No quería dejarlo solo con esa mujer, no quería.
—¿Qué te hace pensar que quiero arreglar las cosas contigo? Por si no te has dado cuenta ahora estoy con otra persona —Víctor besó la mejilla de Yuuri. Y por primera vez Yelena dirigió su clara y fría mirada hacia el japonés.
Yelena sonrió.
—¿Realmente crees que puedes borrar cinco años de relación? —preguntó la rusa al japonés.
—Yelena —dijo Víctor como advertencia.
—¿Realmente crees que Víctor puede olvidar tan rápido todas las noches de amor y pasión que hemos tenido?
—Yelena, por favor.
—¿Crees que unos pocos meses se pueden equiparar a todo lo que he vivido con Víctor?
—Yelena, detente.
—¿Realmente piensas que Víctor pudo dejar de amarme tan rápido? ¡Oh! ¡Tú no tienes idea de lo dulce, apasionado y amoroso que es!
—¡Basta, Yelena! —gritó el ruso—, Yuuri no tiene por qué seguir escuchándote, y a mí tampoco me interesa hacerlo. Por favor, vete.
Víctor tomó la mano de Yuuri y comenzó a caminar dentro de Yutopia, pero la voz de Yelena lo dejó petrificado.
—¡Tendremos un hijo, Víctor! —dijo la rusa sonriente—. Un precioso bebé, cariño.
Víctor soltó a Yuuri para girarse nuevamente a enfrentar a Yelena.
—¿Qué demonios estás diciendo?
—Lo que escuchaste, mi amor. Tendremos un bebé.
—No puede ser.
—Ojalá que herede tu cabello, sabes que me encanta.
—No puede ser —Víctor no sabía cómo sentirse ante lo que Yelena decía. Él siempre quiso tener un hijo con ella, pero no ahora, no ahora que había decidido olvidarla y entregarle su amor a Yuuri.
Yuuri, el ruso giró su cabeza y miró a Yuuri tras él, el japonés derramaba unas lágrimas, temblaba y sentía que su corazón se partía.
—Yo, creo que debo irme —dijo el japonés intentando alejarse.
—Es lo mejor que puedes hacer —dijo Yelena—. Aléjate de Víctor, mi bebé necesita a su padre.
Yuuri se detuvo al escuchar a Yelena —¿debo alejarme de Víctor?—, se preguntó —por el bebé que ella espera—, se dijo —no—, se negaba —no quiero—, estaba siendo egoísta —¿es correcto negarme?— No quería dejarlo ir —Víctor es mío—, decía esa voz en su cabeza que no lo dejaba moverse —Víctor es para mí—, se decidió —no dejaré que ella me lo quite.
—No. Me niego a alejarme de Víctor —dijo Yuuri girándose y mirando directamente los ojos de Yelena—, tuviste la oportunidad de ser feliz a su lado y la desaprovechaste, ahora es mío.
Víctor abrió los ojos sorprendido al escuchar a Yuuri hablar de esa manera.
—¿Quieres que mi hijo crezca sin su padre? —preguntó Yelena retadoramente—. Veo que ni siquiera te importa el bienestar de un inocente.
—Sí me importa —dijo Yuuri—, más si es el hijo del hombre que amo. Pero no estoy dispuesto a renunciar al amor de Víctor.
—¿Y a qué estás dispuesto entonces? —preguntó Yelena cruzándose de brazos.
—A cualquier cosa, incluso a irme a Rusia para que pueda estar cerca de su hijo —contestó sin dudar—, pero no volverá contigo como pareja. No lo permitiré.
Una enigmática sonrisa se formó en el rostro de Yelena mientras sus ojos no se despegaban de la mirada decidida de Yuuri.
5: Las razones de Yelena
—Bien —dijo la rusa—, admito que me agrada tu actitud. Al parecer ustedes dos no han estado jugando. —Yelena miró al ruso y ahora habló mirándolo a él—. Será mejor que me vaya a mi hotel, piénsalo bien Víctor. Estos cuatro meses de embarazo que me quedan podríamos vivirlos juntos y felices, como siempre lo soñamos.
Yelena se dio la vuelta, pero luego de avanzar algunos pasos una punzada en el vientre la hizo detenerse, intentó ignorar el dolor, pero era demasiado fuerte, comenzó a sentirse mareada y de pronto todo se fue a negro.
—¡Yelena! ¡Yelena! —gritó el ruso que, al notar que algo no andaba bien con ella, había corrido a su lado, llegando a tiempo para evitar que cayera sobre el pavimento al perder la consciencia.
♣︎
5 meses antes.
Yelena había estado sintiéndose mal. Decaimiento, fatiga, falta de fuerza, inapetencia y dolor en las articulaciones fueron los primeros síntomas que presentó. Al principio los ignoró porque pensó que se debían al estrés de preparar una boda, sumado al sobre esfuerzo que estaba realizando en su trabajo para poder tomar unas verdaderamente largas vacaciones de luna de miel.
Yelena le tenía preparada una sorpresa a Víctor, boletos de avión y un tour que recorría gran parte de América latina. Empezando por el hermoso México, después visitarían Cuba y República Dominicana, posteriormente llegarían a las islas margaritas de Venezuela. También visitarían Perú, Argentina y Chile.
Yelena quería tener todo preparado para ese viaje, había estado revisando páginas y páginas de internet seleccionando todo lo que debían hacer, cada día encontraba más alternativas. América era hermosa y única. Podrías pasarte la vida entera conociéndola y siempre te sorprendería. A Yelena le costaba escoger, pero no quería decirle a Víctor, era su sorpresa, su regalo al hombre que amaba.
Pero los síntomas de Yelena no desaparecían. Lo peor coincidió con el viaje de Víctor. El ruso viajó a Barcelona para el lanzamiento de uno de sus libros en castellano, tenía pactadas algunas entrevistas y la firma de libros en la librería “La central” del raval. En esos días, Yelena presentó fiebre alta y el dolor de sus articulaciones se acrecentó. Gracias a Georgi, un amigo médico, pudo realizarse prontamente todos los exámenes y el diagnóstico fue claro: leucemia mieloide aguda. Yelena no entendió todo lo que los médicos le dijeron, tal vez porque hablaban con tecnicismos, tal vez porque le costaba digerir la noticia. Lo único que supo es que sus posibilidades de supervivencia era escasas, y que debía comenzar el tratamiento lo antes posible.
Yelena no quiso atar a Víctor. Pensó que el ruso no merecía empezar una vida de casados teniendo que soportar ver a su esposa bajo las condiciones que los médicos le explicaron. Los efectos secundarios de las drogas podían llegar a ser tan fuertes como los síntomas de la propia enfermedad. Yelena prefería terminar con el compromiso y dejar a Víctor libre, sabía que le rompería el corazón y que tal vez el ruso terminaría por odiarla, pero creía que era más fácil para él recuperarse de una decepción amorosa que verla deteriorarse día a día hasta que, probablemente, tuviera que verla morir.
Y Yelena rompió el compromiso, pidiendo que Víctor encontrara otra persona a la cual pudiera entregarle su gentil y apasionado amor.
Pero hubo algo con lo que Yelena no contaba; ella estaba embarazada.
El embarazo lo cambió todo, sus médicos dijeron que debían comenzar el tratamiento de todos modos, pero ella sabía que eso provocaría un aborto. Yelena sabía que esa decisión no era equivocada, pero también entendía que era poco probable que su vida se salvara. Tal vez ese hijo o hija podía ayudarla a tener unos últimos momentos felices junto al hombre que amaba, tal vez ese hijo o hija sería suficiente para que Víctor pudiera reponerse a la pérdida, con ese bebé que era parte de ambos, ese bebé que el ruso podría amar cuando se sintiera solitario. Eso pensó Yelena, sin imaginar que los sentimientos del ruso ya habían comenzado a cambiar.
♣︎
Cuando Yelena abrió los ojos lo primero que vio fue al jóven japonés que estaba sentado en una silla cerca de la cama en la que ella se encontraba acostada.
—¿Qué me ocurrió? —preguntó tratando de sentarse en la cama pero fallando en el intento.
—Te desmayaste —respondió Yuuri bajando la mirada—, Víctor ahora está hablando con el médico que vino a examinarte.
—¿Estamos en tu casa?
—Sí… Yelena, yo… disculpame —dijo Yuuri con nerviosismo—, sé que las embarazadas no deben alterarse y aún así, yo…
—No fue tu culpa que me haya desmayado —respondió Yelena.
—Aún así, lo siento. Yo en verdad no quiero que le pase nada malo a tu bebé. —Yuuri levantó la mirada y sus ojos color vino contactaron con los ojos azules de Yelena. La rusa pudo ver que el muchacho era sincero y que realmente había algo de culpa y angustia en su mirada.
—No es tu culpa —volvió a decir sonriendo.
Yelena había viajado a Japón con la intención de recuperar a Víctor, de pasar sus últimos meses a su lado, de crear bonitos recuerdos de despedida. Cuando Chris le dijo que él ya estaba saliendo con alguien no le dio importancia, pensó que era sólo una manera de intentar olvidarla. Pero no era tonta y percibió que los sentimientos de ellos eran reales. Sabía que Víctor no podía haberla olvidado tan pronto, si lo presionaba un poco era posible que él dejara a Yuuri, pero ese muchacho de bonitos ojos castaños era verdaderamente dulce. Y tal vez…
—Yuuri —dijo Yelena—, ¿aceptarías criar a este bebé junto a Víctor?
6: Nunca te haría daño
Yuuri pensó que había oído mal. Yelena no podía estar preguntándole una cosa así, era imposible.
—¿Qué? —preguntó intentando poner más atención ésta vez.
Yelena esta vez logró sentarse en la cama, suspiró y dijo:
—Lo que escuchaste, Yuuri. Dijiste que mi bebé te importa porque es hijo del hombre que amas ¿no es así? Entonces, tú ¿podrías cuidarlo por mí? —Los ojos azules de Yelena se nublaron con amargas lágrimas que no pudo evitar derramar. Había sido fuerte durante los últimos meses, por su bebé y por ella misma, intentando forzar su cuerpo para que resistiera ese embarazo hasta que su bebé fuera capaz de nacer, intentando forzarse a no llorar. Intentando reprimir su tristeza y también la ira que sentía por haber perdido la maravillosa vida que planeaba por culpa de una enfermedad.
Pero había llegado a su límite, y ese llanto que comenzó silencioso se volvió una sinfonía de sollozos amargos.
Yuuri estaba perplejo, no entendía lo que sucedía, pero sabía que Yelena tenía que calmarse, por su bien y el del bebé. Sin pensarlo mucho se acercó a ella y la abrazó, Yelena respondió al abrazo y se sintió reconfortada por el cálido japonés. Cuando pudo tranquilizarse un poco secó sus lágrimas y mirando los ojos marrones de Yuuri dijo:
—Terminé el compromiso con Víctor porque tengo leucemia y moriré pronto. No quería atarlo a una enferma ni que viera mi deterioro. El embarazo me tomó por sorpresa y creí que era buena idea recuperarlo, pensé que con un bebé sería más fácil para él reponerse a la pérdida, y la verdad yo también deseo pasar mis últimos momentos a su lado.
—No… no puede ser… —dijo Yuuri realmente impresionado.
—Pero Víctor ahora te tiene a ti, por favor Yuuri, ama a mi bebé —Yelena tomó las manos del japonés y las puso sobre el pequeño vientre que comenzaba ya a notarse—. El médico dijo que tal vez soporte sólo hasta los siete meses de embarazo, en ese caso mi bebé tendrá que ser puesto en una incubadora, pero confío en que todo saldrá bien y crecerá sano.
—Yelena…
—No podré estar para educar y cuidar a mi hijo. Pero sé que Víctor será un gran padre, él es un hombre muy bueno. Yuuri, te confiaré lo que más he amado en esta vida, Víctor y nuestro hijo. Por favor, amalos mucho.
—Yo…
—Promételo, Yuuri.
—Lo prometo —dijo el japonés mientras que las lágrimas caían de sus bonitos ojos.
Ninguno de los dos había notado que Víctor estaba en la puerta de la habitación. Tenía las manos en su boca mientras las lágrimas caían sin control por sus mejillas. Respiró profundo y se acercó a las dos personas que amaba.
Víctor no dijo nada, no era necesario. En ese momento los tres corazones sufrían. Lo único que podían hacer para reconfortarse era abrazarse, besarse, acompañarse. Y sellar un compromiso. Estarían los tres juntos hasta que Yelena se marchara para siempre.
El amor de Víctor por Yelena quedaría congelado cuando ella se marchara y luego sería volcado sobre su hijo. El amor de naciente de Víctor por Yuuri crecería y se fortalecería con el tiempo.
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Cada día que pasaba Yelena estaba más débil. Habían decidido quedarse en Japón, para evitar que ella pasara por otro viaje en avión, y porque realmente la rusa no tenía motivos para regresar a San Petersburgo, no tenía familia y su mejor amiga, Mila Babicheva, se había mudado a Florencia para vivir con su novia, Sara.
Cuando llegó a los seis meses, Yelena ya no pudo levantarse más. Víctor cuidaba de ella lo mejor posible, y Yuuri también ayudaba en su cuidado. El japonés había llegado a considerarla una amiga.
Al llegar a los siete meses hubo complicaciones mayores y a los siete meses y medio Yelena fue internada. Dos semanas después finalmente nació su hijo. La rusa estaba feliz de haber podido resistir hasta los ocho meses de embarazo, asegurando la salud del niño.
El día del nacimiento de Luká, a quien Yelena nombró de ese modo porque quería que fuera una luz en la vida de su padre, Víctor estuvo con Yelena dentro de la sala de cirugía, el nacimiento fue a través de cesárea ya que la rusa no tenía fuerzas para traerlo al mundo de manera natural. Cuando el llanto de Luká se escuchó, ambos rusos lloraron, el bebé fue puesto en brazos de Víctor, quien lo acercó a su madre, ella besó su cabecita cubierta de finos cabellos plateados y sonrió.
—Heredó tu cabello —dijo en un murmullo.
Dos días después Yelena murió. Su cuerpo había llegado al límite.
♣︎
Un año después:
Víctor, Yuuri y Luká estaban junto a una tumba. Víctor la adornaba con flores mientras Yuuri sentado en el suelo tenía a Luká en su regazo.
—Mamá —dijo el pequeño apuntando la tumba de Yelena.
—Así es amor, vinimos a visitar a mamá —dijo Yuuri acariciando la cabecita del pequeño—. Le venimos a contar que eres un bebé muy bueno, aunque de seguro ella ya lo sabe —Yuuri besó la frente de Luká.
—Papi —dijo el niño sonriéndole al japonés mientras le lanzaba besos usando su mano.
—Me voy a poner celoso —dijo Víctor sentándose junto a ellos—, yo también quiero besos de ustedes dos.
Yuuri rió y Luká estiró sus bracitos a Víctor.
—Papá —pronunció mientras era cargado por el ruso. Luká le dio un beso en la mejilla izquierda, dejándola llena de saliva. Yuuri entonces dejó otro beso en su mejilla derecha.
—Ya tienes los besos de los dos —dijo el japonés con una sonrisa dulce.
—¡Quiero más! —exclamó el ruso con un puchero, haciéndolos reír a los dos.

😭😭😭😭😭
Gracias por esta bella historia!!!!
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Me hace feliz que te guste, le tengo cariño porque es de las primeras historias que escribí.
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Me encantó! Amo tus historias… 💕
E
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💜💜💜
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