Vicder echó un vistazo a un cultivo de hojas frondosas a través de la ventana de la cabina de mando. Los campos se extendían en todas direcciones, y el horizonte, infinito, únicamente se veía interrumpido por una granja de piedra a poco menos de dos kilómetros de allí.
Una casa. Un montón de hortalizas. Y una nave espacial gigantesca.
—Esto no llama nada la atención.
—Al menos no estamos en medio de ninguna parte -dijo JJ, que se levantó del asiento del piloto y se puso la cazadora de piel- Si alguien llama a la policía, tardarán un buen rato en llegar hasta aquí.
—Caso contrario de que ya estén de camino -canturreo Vicder-.
Tenía el corazón acelerado desde que habían empezado a descender hacia la tierra, un descenso que se le había hecho eterno, mientras su cerebro repasaba las más de mil suertes distintas que podían aguardarlos. A pesar de que había estado repitiendo aquel ridículo mantra todo lo que había podido, todavía no tenían modo de saber si había servido de algo, y ella seguía conservando la desalentadora sensación de que sus esfuerzos por ocultar la nave utilizando la magia lunar eran tristemente inútiles. No entendía como podía manipular radares y ondas de radio con solo unos cuantos pensamientos confusos. Sin embargo, lo cierto es que nadie los había descubierto en el espacio y, por el momento, daba la impresión de que la suerte no los había abandonado.
Granjas y Huertos Plisetsky parecía completamente desiertos. La rampa del muelle de carga empezó a descender.
—Ustedes salgan y pásenlo bien -oyeron decir a Chris en ese momento- Yo ya me quedo aquí, solin, sin nadie, buscando interferencias de radar y ejecutando diagnósticos. Me lo voy a pasar en grande.
—Cada vez se te da mejor lo del sarcasmo -contestó Vicder, y alcanzó a JJ en lo alto de la rampa cuando esta aplastó bajo su peso una preciosa hilera de plantas de hojas exuberantes-.
Leroy entrecerró los ojos para protegerse del resplandor que proyectaba su portavisor.
—Bingo -dijo, señalando la casa de dos plantas, era tan vieja que debía de haber sobrevivido a la Cuarta Guerra Mundial- Está aquí.
—¡Por lo menos tráiganme algo como recuerdo! —gritó Chris cuando Leroy bajó de la rampa.
Hacía poco que habían regado las plantas y la tierra estaba mojada, por lo que los bajos de los pantalones se les lleno de barro cuando cruzó en medio del huerto, trazando su propio camino hacia la casa. Vicder lo siguió, embelesada ante la hermosa vista que se extendía ante ella y el aire fresco y puro, tan agradable después de permanecer encerrada con el oxígeno reciclado de la Rampion. Ni con la interfaz auditiva apagada había experimentado una paz tan absoluta. Sentía una sensación de Nostalgia ante estas tierras.
—Qué silencio…
—Da escalofríos, ¿verdad? No sé cómo la gente lo soporta.
—Pues yo creo que es agradable.
—Sí, igual de agradable que una morgue.
Un conjunto de edificios más pequeños salpicaban los campos: un establo, un gallinero, un cobertizo y un hangar lo bastante grande como para albergar varios levitadores o incluso una nave espacial, aunque no tan grande como la Rampion. En cuanto lo vio, Vicder se detuvo en seco y frunció el entrecejo, tratando de retener un recuerdo vago y confuso que parecía reconocer el hangar. Las tierras cubiertas de un manto blanquecino… se le erizo la piel.
—Espera.
JJ se giró hacia ella.
—¿Has visto a alguien?
Sin contestar, Vicder cambió de dirección, chapoteando en el fango. Leroy fue tras ella y no dijo nada hasta cuando la vio abrir la puerta del hangar de un empujón.
—No sé si allanar los cobertizos de Nikolai Plisetsky sea la mejor manera de presentarnos. El tipo Estuvo en el ejercito, ¿Qué tal que tenga una arma dentro de la casa?
Vicder se volvió y recorrió las ventanas vacías de la casa con la vista sin hacerle caso.
—Tengo que comprobar algo -dijo, y entró- Luces.
Las luces se encendieron tras un breve parpadeo, y Vicder ahogó un grito ante lo que se encontró. Herramientas y piezas de recambio, tuercas y tornillos, ropa y trapos sucios por todas partes, desparramados sin orden ni concierto. Los armarios estaban abiertos, las cajas de almacenaje y de herramientas estaban volcadas. El suelo, blanco y satinado, apenas se veía debajo de aquel desbarajuste. En el otro extremo del hangar había una pequeña nave de reparto con la luna trasera hecha añicos. Las esquirlas de cristal lanzaban destellos bajo las potentes luces. El cobertizo olía a aceite de motor y a gases tóxicos, y un poco como el puesto del mercado de Vicder.
—Vaya Desastre -comentó JJ, indignado- Ya no sé si confiar en un piloto que siente tan poco respeto por su nave.
Vicder no le hizo caso. Estaba muy ocupada repasando los estantes y las paredes con su escáner.
A pesar del caos generalizado, su interfaz neuronal había captado algo. Tenía una sensación general de familiaridad, pequeños Deja Vu, como recuerdos enterrados. El modo en que el sol incidía en el interior a través de la puerta. La mezcla de los olores de la maquinaria y el estiércol.
El dibujo del entramado de las vigas. Iba de un lado al otro, despacio, sin reparar en dónde ponía los pies. Avanzaba poco a poco por temor a que aquella sensación de familiaridad se desvaneciera.
—Esto…, Vicder-dijo JJ, volviendo la vista hacia la granja-, ¿Qué estamos haciendo aquí exactamente?
—Shh, estamos buscando algo.
—¿En medio de este lío? Pues que tengas suerte.
Vicder encontró un pequeño espacio despejado en el cemento y se detuvo, pensativa. Observó a su alrededor con detenimiento. Segura de que ya había estado allí. En un sueño, en una bruma. Se fijó en un estrecho armario metálico pintado de marrón, de cuya barra colgaban tres trajes.
Todos llevaban insignias del ejército de la FEA bordadas en las mangas. Enderezó la espalda, se dirigió hacia allí y apartó las chaquetas a un lado.
—No vas en serio, ¿verdad? Vicder, no es momento para preocuparte por lo que llevas puesto -dijo Leroy, acercándose hasta ella-.
El tictac de su cabeza apenas le permitía oírlo. Aquel desbarajuste no era una coincidencia. Alguien había estado allí buscando algo. Buscándola a ella. Deseó no estar tan segura, pero no podía negarlo. Se agachó delante del armario y deslizó una mano por uno de los rincones del fondo hasta que rozó el tirador que sabía que encontraría. Pintado del mismo color marrón del armario, pasaba completamente desapercibido entre las sombras, salvo que uno supiera dónde buscar, y ella lo sabía… porque había estado allí. Hacía seis años, semiinconsciente a causa de los narcóticos y en un estado que siempre había confundido con un sueño, había salido por allí. Con todos los músculos y las articulaciones doloridos a causa de las operaciones recientes y el del frio infernal. Salió arrastrándose de una oscuridad infinita y abrió los ojos con un parpadeo, como si fuera la primera vez, a un mundo mareantemente deslumbrador. Vicder apoyó una mano en el armario y tiró con fuerza del asa con la otra.
La puerta secreta opuso más resistencia de la que había esperado; estaba hecha de un material bastante más pesado que la chapa del armario. Finalmente consiguió abrirla con un fuerte tirón, basculó sobre las bisagras ocultas y la dejó caer hacia atrás, sobre el cemento, lo que levantó una nube de polvo. Un agujero cuadrado se abría delante de ellos. Había una escalera de mano atornillada a los cimientos, cuyos peldaños de plástico conducían a una habitación subterránea.
JJ se dobló por la cintura y se apoyó las manos en las rodillas.
—¿Cómo rayos sabías que eso estaba ahí?
Vicder no podía apartar los ojos del pasaje secreto, estaba emocionada y asustada al mismo tiempo.
—Visión ciborg -se limitó a contestar, incapaz de contarle la verdad-.
Bajó la escalera y sacó la linterna ensamblada al tiempo que la envolvía un aire denso y viciado.
El haz de luz iluminó una habitación tan grande como el hangar de arriba, sin puertas ni ventanas. Casi con miedo de descubrir con qué había topado, musitó vacilante:
—Luces.
Oyó el runrún de un generador independiente al ponerse en marcha, antes de que los tres largos fluorescentes del techo se encendieran gradualmente, uno detrás del otro. Leroy salvó los últimos cuatro peldaños de un brinco y plantó los pies en el duro suelo. Al darse la vuelta, se quedó helado.
—¿Qué Carajos… qué es esto?
Vicder no pudo responder. Apenas podía respirar.
En medio de la sala había un tanque de unos dos metros de largo, con una tapa de cristal abombada, rodeado de un sinfín de máquinas sofisticadas: monitores de signos vitales, indicadores de temperatura, escáneres bioeléctricos… Máquinas con diales y tubos, agujas y pantallas, clavijas y controles. Una larga mesa de operaciones situada contra la pared del fondo disponía de varias luminarias de cirugía que le salían de cada extremo como si fuese un pulpo metálico, y junto a esta había una mesita con ruedas en la que se veía una botella casi vacía de esterilizador y una colección de instrumentos quirúrgicos: batas, bisturíes, jeringuillas, vendas, mascarillas y toallas.
En la pared colgaban dos telerredes. Así como ese lado de la cámara secreta imitaba un quirófano, el lado contrario se parecía bastante más al taller que Vicder tenía en el sótano del edificio de apartamentos de Anya, en el que no faltaban destornilladores, extractores de fusibles y un soldador. Piezas de recambio de androides y chips de ordenador. Una mano biónica inacabada, con tres dedos.
Vicder se estremeció. Aquel aire impregnado del olor de una sala de hospital y de la humedad de una cueva subterránea le helaba la sangre. JJ se acercó a la tapa de cristal con suma cautela. El tanque estaba vacío, pero todavía se distinguía la huella imprecisa del cuerpo de un niño, impresa en la sustancia gelatinosa que recubría el interior.
—¿Qué es esto?
Vicder hizo ademán de llevarse una mano al guante cuando recordó que ya no llevaba.
—Una cámara de animación suspendida -contestó con un hilo de voz, como si los espíritus de cirujanos desconocidos pudieran estar escuchándola- fueron creadas para mantener a alguien vivo, aunque inconsciente, durante largos períodos de tiempo.
—¿No son ilegales… las leyes de superpoblación o algo por el estilo?
Vicder asintió. Se acercó al tanque, apoyó los dedos en el cristal e intentó recordar si había despertado allí, pero no pudo. Solo consiguió rescatar imágenes confusas del hangar y la granja, tenia vagos recuerdos, brumosos de alguien sentado en una silla leyéndole pero ya no sabia si eso pertenecía más a sus sueños. No lograba recordar con exactitud esa mazmorra. No había recuperado la conciencia por completo hasta un día antes que llegara su Padre a buscarla y llevarla de camino a Nueva Pekín, a punto de iniciar su nueva vida como una niña huérfana adolorida, asustada, confusa, y ciborg.
La huella impresa en la gelatina parecía demasiado pequeña para haber pertenecido a su cuerpo, pero sabía que así era. La pierna izquierda había dejado una marca mucho más profunda que la derecha a causa del peso, y se preguntó cuánto tiempo habría pasado allí tumbada, sin pierna alguna. Le picaban los ojos, la típica sensación cuando tenía ganas de llorar y su sistema no se lo permitía.
—¿Qué crees que hacían aquí abajo?
Vicder se humedeció los labios, tragando el nudo que se le formaba en la garganta.
—Creo que trataban de ocultar y mantener con vida a una princesa.