Todo empezó a dar vueltas. Yuri lo miró fijamente, esperando una broma que nunca llegó.
—Mi madre…
—Lo siento -murmuró Lobo-. Pensé que te habría contado… algo.
—Pero… ¿cómo sabes tú todo eso?
—Porque todo está relacionado con la princesa Svetlana. Las pruebas indican que una Mujer llamada Aleksandra Petrova, una doctora, La cabecera de los medicos reales, la sacó de Luna. -la miró atentamente, para ver si el nombre le sonaba de algo, pero era evidente que no ledecía nada. Otabek prosiguió- Los únicos terrestres con quienes la doctora Petrova podría haber tenido contacto antes de llevarse a la princesa eran los componentes de la delegación de la que formaba parte tu abuelo. Gente que los conocía en luna sospechaba que había tenido una relación con Nikolai Plisetsky durante su estancia y que por eso se quedaba esos periodos en Luna. Teorías que cobraron peso cuando descubrimos que Aleksandra dio a luz a una niña en la Tierra después de haber solitado un permiso para viajar a realizar una investigación sobre los diferentes avances médicos en la Tierra. Se haces los calculos, todo coincide con que la niña que trajo Nikolai era tu madre.
Incapaz de seguir en pie, Yuri se dejó caer en el suelo. Si Otabek decía la verdad… Si esas teorías eran ciertas… entonces su abuela era lunar.
Las ideas se agolpaban en su mente. Poco a poco empezaron a encajar las pistas que había ido reuniendo sin saberlo siquiera. Por qué su abuelo se mostrabatan comprensiva con los lunares. Por qué él y su madre nunca hablaban sobre la abuela, por lo menos cuando Yuri estaba presente. Por qué había insistido al igaul que su madre en que ella no nacieran en un hospital, y contractaron a una doctora y asistentes privados para el parto, ya que los análisis de sangre obligatorios habrían desvelado su ascendencia .
¿Cómo había podido mantenerlo en secreto tanto tiempo? Y de pronto comprendió que su abuelo quería que continuara siendo un secreto. Jamás había tenido intención de contarle a Yuri la verdad. Algo tan grande, tan importante. Y su abuelo se lo había ocultado.
—No hay secretos entre nosotros -musitó para sí misma, hundiendo la cabeza cuando las lágrimas volvieron a anegar sus ojos-. No hay secretos entre nosotras, nunca nos hemos tenido ninguna -hipo, sin poder contenerlo- clase de secretos, es imposible.
—Lo siento -dijo Otabek, arrodillándose frente a ella, quitandole las lagrimas que se le habían escpado con sus dedos – Estaba convencido de que lo sabrías.
—Pues no. —Se contesto con brusquedad. ¿Por qué su abuelo había decidido no hablarle de esa tal Aleksandra Petrova? ¿Por que su madre tampoco se lo dijo? ¿Para protegerla de la desconfianza y los prejuicios que con llevaba tener sangre lunar o había algo más? Un secreto aún más inverosímil que había estado guardando… Le dolía el pecho y se preguntó qué más le habrían ocultado.
De pronto Otabek se volvió hacia el sur, con una oreja hacia el cielo. Yuri ordenó sus pensamientos al instante y prestó atención, pero solo oyó el viento que susurraba entre los árboles del bosque y un agradable coro de grillos.
—Viene un tren -murmuró Otabek, a pesar de que Yuri no oía nada-.
Se volvió hacia ella, con cara de preocupación. Yuri advirtió que Otabektemía haber hablado de más, pero ella no tenía suficiente. Asintió con la cabeza, apoyó una mano en el suelo y se puso en pie.
—Y esa gente cree que mi abuelo sabe algo sobre la princesa porque…
Otabek dio la vuelta hasta el borde del pequeño precipicio y echó un vistazo alas vías.
—Creen que la doctora Petrova le pidió a tu abuelo que lo ayudara cuando trajo la princesa a la Tierra.
—Lo creen, pero no están seguros.
—Puede que no, pero por eso se la llevaron -contestó él, volviendo a comprobar la estabilidad del tronco con el pie-, Para averiguar lo que sabía.
—¿Y alguna vez se han parado a pensar que tal vez no sepa nada?
—Están convencidos de que sí lo sabe. O al menos lo estaban cuando me fui, aunque no sé qué han averiguado desde…
—Bueno, ¿y por qué no van a buscar a esa tal doctora Petrovay le preguntan a ella?
Otabek apretó los dientes.
—Porque está muerta -se agachó, recogió la mochila olvidada y se la colgó del brazo-, Se suicidó, a principios de año. En un manicomio de la Comunidad Oriental.
La rabia de Yuri perdió fuerza, sustituida por cierto pesar por una mujer que minutos antes no existía para ella.
—¿Un manicomio?
—Estaba ingresada. Por decisión propia.
—¿Cómo? Era lunar. ¿Por qué no la detuvieron y la devolvieron a Luna?
—Debió de encontrar el modo de mezclarse con los terrestres.
Otabek le tendió la mano, y Yuri la tomó sin pensarlo dos veces, aunque se sobresaltó cuando los abrasadores dedos de este se cerraron en torno a los suyos. Al instante, Otabek relajó la presión y se subió al tronco.
Yuri enfocó el portavisor hacia el suelo para asegurarse de dónde poníanlos pies y trató de poner sus pensamientos en orden por encima del martilleo del pulso en sus oídos.
—Tiene que haber alguien más con quien tuviera contacto en la Tierra. El rastro no puede acabar en mi Dedusjhka. Según mi padre, él no les ha dicho nada, después de semanas de… de quién sabe lo que han estado haciéndole. ¡Tienen quecomprender que se han equivocado de persona!
Yuri detectó una extraña reserva en el tono que empleó Otabek.
—¿Estás segura?
La joven le lanzó una mirada asesina.
La heredera lunar era un mito, unaconspiración, una leyenda… ¿Cómo iba su recto y diligente Dedushka, un hombre que vivía en el pequeño pueblito de Rieux, a estar involucrado en algo así?
Sin embargo, ya no podía estar segura de nada. Y menos después de que su abuelo le hubiera ocultado algo tan serio como aquello. Un suave zumbido se mezcló con los susurros del bosque. Los imanes volvían a la vida.
Yuri sintió un pequeño apretón en los dedos, y un escalofrío le recorrió la espalda.
—Yuri , por el bien de tu Dedushka y por el tuyo, será mejor que puedas darles algo -dijo Otabek-. Por favor, piensa. Si sabes algo, lo que sea, podríamo sutilizarlo en nuestro favor.
—Sobre la princesa Svetlana.
Él asintió con la cabeza.
—No sé nada. -Yuri se encogió de hombros, con impotencia-. No sé nada.
Se sintió atrapada bajo su intensa mirada, hasta que, con gesto ceñudo, la soltó. Dejó caer su mano a un costado.
—De acuerdo, ya pensaremos en algo que podamos hacer, no pasa nada.
Yuri sabía que Otabekse equivocaba.
Si que pasaba, y mucho. Aquellos monstruos perseguían una quimera, y su Dedushka se había visto atrapada en medio, todo por una aventura amorosa que supuestamente había tenido lugar hacía cuarenta y pico de años… y Yuri no podía hacer nada al respecto.
Miró abajo y el estómago le dio un vuelco al ver lo alto que estaban. Engullidos por la oscuridad, era como si se encontrara al borde de un abismo.
—Tendremos solo unos treinta segundos -comentó Otabek-, Cuando llegue, debemos actuar con rapidez. Sin vacilar. ¿Podrás hacerlo?
Yuri intentó tragar saliva para humedecerse la lengua, pero la tenía tan seca como la corteza que crujía bajo sus pies. Trató de controlar el pulso acelerado,contando los segundos. El tiempo no corría, volaba, y el zumbido de los imanes era cada vez más nítido. Oyó el silbido del viento entre las vías.
—¿Esta vez vas a dejar que salte sola? -preguntó al divisar un resplandor a la vuelta de la última curva-.
Las luces inundaron las copas de los árboles y trataron de colarse por los resquicios entre los troncos. Los imanes que quedaban a sus pies empezaron atraquetear.
—¿Quieres saltar tú sola? Otabek dejó la mochila entre los dos.
Yuri observó las vías, e imaginó un tren pasando a toda velocidad por debajo de ellos. Una vibración apenas perceptible le hacía cosquillas en los pies. Se le agarrotaron las rodillas. Arrojó el portavisor dentro de la bolsa y se subió a un nudo que sobresalía del tronco.
—Date la vuelta.
Otabek hizo amago de sonreír, aunque continuó con el entrecejo ligeramente fruncido, como si no consiguiera deshacerse de una preocupación constante. Dejó que se encaramara ella sola a su espalda y luego le subió las piernas un poco más,hasta que Yuri pudo rodearlo con ellas y estuvo bien sujeta.
A continuación, la joven entrelazó los brazos alrededor de los hombros de Otabek, pensando que tenía razones más que suficientes para considerarlo un ser despreciable. Había tenido en sus manos la oportunidad de rescatar a su abuelo, pero había preferido huir. Le había mentido y le había ocultado todos aquellos secretos que tenía derecho a saber… Sin embargo, lo cierto era que seguía allí. Estaba dispuesto a arriesgar su vida y a enfrentarse a aquellos de los que había huido para ayudarla.
Estaba dispuesto a llevarla hasta su Dedushka poniendo en peligro su vida y la de su familia. Se mordió el labio y se inclinó hacia delante.
—Me alegro de que me lo hayas contado todo. No es que no quiera patearte en las descendencias, pero has sido valiente y sincero al final. Te lo agradezco.
Otabek pareció desinflarse bajo ella.
—Tendría que habértelo contado antes.
—Sí, tendrías que haberlo hecho. -Ladeó la cabeza, sien contra sien-. Pero, aun así, no creo que seas despreciable, lo besó ligeramente en la mejilla y sintió que Otabek se ponía tenso.
Al entrelazar las manos con fuerza, Yuri notó que el pulso de Otabek retumbaba contra su muñeca. El tren dobló la curva, sigiloso como una serpiente. El cuerpo blanco y reluciente avanzaba hacia ellos a toda velocidad mientras la corriente de aire que creaba el vacío zarandeaba los árboles a ambos lados de la hondonada.
Yuri apartó la cabeza del hombro de Otabek y, al mirarlo de reojo, descubrió una nueva cicatriz, esta en el cuello. A diferencia de las otras, era pequeña y completamente recta. Parecía más el resultado de una operación que de una pelea.
En ese momento, Otabek se agachó y a Yuri le dio un vuelco el corazón, que la obligó a concentrarse de nuevo en el tren. Otabek agarró la mochila. Continuaba tenso y con el pulso acelerado, y Yuri no pudo evitar compararlo con la asombrosa calma que había demostrado cuando habían saltado por la ventanilla del vagón.
De pronto, el tren se hallaba bajo sus pies, sacudiendo el tronco y haciendo que a Yuri le castañearan los dientes. Otabek empujó la mochila y saltó. Yuri hundió las uñas en la camisa de Otabek y apretó los dientes para no chillar.
Cayeron con dureza sobre el techo, liso como un espejo, del tren levitador, que apenas descendió por el impacto, y Yuri lo notó de inmediato. No había sido un salto limpio.
Otabek resbaló y se balanceo demasiado hacia la izquierda, perdiendo el equilibrio a causa de la carga extra. Yuri profirió un grito al notar que, con el impulso, su cuerpo se separaba del de Otabek y giraba hacia el borde del techo. Hundió las uñas en los hombros de este, pero la camisa se rasgó y sintió que se precipitaba al vacío mientras el mundo daba vueltas a su alrededor.
Una mano la atrapó por la muñeca y detuvo la caída con un doloroso tirón en el hombro.
Chilló, moviendo los pies, que se golpeaban contra el suelo. Cegada por el cabello, que le azotaba la cara, levantó la otra mano y la agitó en el aire con desesperación hasta que dio con el brazo de Lobo, al que se asió con toda la firmeza que sus dedos resbaladizos le permitieron.Oyó un gruñido -o más bien un rugido- y sintió que la jalaban hacia arriaba mientras ella trataba de buscar en el lateral del tren algún sitio donde afianzar los pies, hasta que por fin la subieron al techo de un tirón.
Se alejaron rodando del borde, y Otabek acabó encima de ella. Le apartó el cabello alborotado de la cara con manos nerviosas, la cogió por los hombros y le frotó la muñeca magullada, volcando toda su rabiosa energía en comprobar que seguía allí. Que estaba bien.
—Lo siento. Lo siento mucho. Me he desconcentrado, he resbalado… Lo siento mucho. Yura. ¿Estás bien?
Yuri resollaba. Poco a poco, todo empezó a dejar de dar vueltas, pero la adrenalina seguía corriendo por sus venas y temblaba de pies a cabeza. Miró a Otabek sin poder hablar y le cogió la mano para tranquilizarlo.
—Estoy bien -consiguió decir al fin, entre jadeos, e intentó sonreír, pero Otabek no le devolvió la sonrisa. Estaba aterrado-, Puede que se me haya salido algo en el hombro, pero… -se interrumpió al ver una mancha roja en el vendaje de Otabek. Había detenido su caída con el brazo vendado y se le había reabierto la herida- ¡Estás sangrando!.
Hizo ademán de tocar la venda, pero Otabek gruño y le cogió la mano apretnadosela con más fuerza de la necesaria. Yuri se encontró atrapada en aquella mirada, intensa y asustada.
Otabek seguía sin aliento. Ella seguía temblando, no podía dejar de temblar. Solo era capaz de pensar en el azote del viento y en lo frágil que Otabek parecía en ese instante, como si fuera a desmoronarse al más leve movimiento. Conocia esa sensación, ella también sentia que se desmoronaría.
—Estoy bien -insistió Yuri, rodeándole la espalda con el brazo libre y atrayéndolo hacia sí hasta que se sintió a salvo bajo su cuerpo y enterró la cabezaen el cuello de Otabek. Notó que él tragaba saliva antes de estrecharla entre sus brazos y contra su pecho-.
El tren viró hacia el oeste. La velocidad desdibujaba el contorno del bosque a ambos lados de ellos. Pasó una eternidad hasta que Yuri se vio capaz de respirar sin que sus pulmones se agarrotaran por el esfuerzo, hasta que la adrenalina dejó de correr por sus venas. Otabek continuaba abrazándola, con tal deseperación como si fuera a desaparcerer en cualquier momento.
Sentir su aliento en la oreja era la única prueba que Yuri tenía de que Otabek seguía siendode carne y hueso y no se estaba convertido en una estatua. Yuri se apartó de él en cuanto cesaron los temblores. Otabek cedió aregañadientes y abrió los brazos, que la sujetaban como una tenaza, y ella por fin se atrevió a volver a mirarlo a los ojos.
El horror y el espanto habían desaparecido, sustituidos por el calor, el anhelo y la indecisión. Y el miedo, mucho miedo, aunque Yuri dudaba de que tuviera nada que ver con que había estado a punto de caer del tren.
Sintiendo un hormigueo en los labios, levantó la cabeza hacia él. Sin embargo, Otabek se apartó de inmediato como un resorte, y el viento helado y cortante llenó el espacio que los separaba.
—Tenemos que bajar antes de que lleguemos a algún túnel -dijo, con voz áspera y temblorosa.
Yuri se incorporó, ruborizándose al verse asaltada por un deseo casi irresistible de arrastrarse tras él. Y no para bajar del techo del tren, sino para que volviera a estrecharla entre sus brazos. Para sentirse abrigada, a salvo y protegida una vez más.
Reprimió sus impulsos como pudo. Otabek no la miraba, y ella sabía que él tenía razón. No era seguro seguir allí arriba. Dudando de que pudiera sostenerse en pie, avanzó medio a gatas, medio arrastras hasta la parte delantera del vagón, adaptándose a los movimientos sutiles del tren.
Otabek iba a su lado, sin llegar a tocarla, pero en ningún momento lo bastante lejos como para no tener tiempo de impedir que cayera si se acercaba demasiado al borde. Cuando alcanzaron el extremo del coche, Otabek se descolgó hasta la plataforma que unía los dos vagones. Yuri echó un vistazo y vio la mochila a los pies de Otabek; la había olvidado por completo.
Sorprendida, se le escapó una risita; el lanzamiento había sido perfecto. Tal vez, si no lo hubiera besado en la mejilla justo antes de saltar, también lo habría sido su equilibrio. Se puso nerviosa y se preguntó si ella habría sido la causa de su distracción. Se sentó, con las piernas colgando por el borde.
—Fantasma -dijo, tendiéndole los brazos para que la cogiera al saltar a la plataforma-.
Las manos de Otabek la bajaron con suma delicadeza y permanecieron en su cintura tal vez algo más de lo estrictamente necesario después de que Yuri plantara los pies en el suelo. O no lo suficiente. Otabek parecía confuso y desesperado, muy tenso. Evitando la mirada de Yuri, recogió la bolsa y desapareció en el vagón.
Yuri se quedó boquiabierta frente a la puerta, esperando a que el viento helado la serenara y templara el recuerdo abrasador de las manos en su cintura,sus hombros, sus muñecas… No podía pensar en otra cosa que no fuera en el deseo agónico de besarlo.
—Vamos Tonta, ¿¡que te esta pasando!?, controla esas estúpidas hormonas.
Se dejó caer contra la barandilla, se remetió el pelo en la capucha e intentó convencerse, con escaso éxito, de que Otabek había hecho bien en apartarse. Ella siempre se lanzaba sin pararse a pensar, y le era fácil en cierta forma jugar con los sentimientos de los demás, cosa que a veces le traía problemas. Se encaprichaba con alguién, lograba tener su atención pero luego se aburria y ese tipo de relaciones no duraban mucho. Aquello era solo un ejemplo más de su costumbre de dejarse llevar por las emociones, y todo por un tipo al que conocía desde… Empezó a contar y descubrió, con cierta sorpresa, que apenas hacía unos pocos dias que se conocían. ¿Seguro? ¿Aquella espeluznante pelea en el granero había tenido lugar la noche anterior? ¿El arrebato de su padre en el hangar había ocurrido esa mañana? Aun así, siguió sintiendo lo mismo. Todavía le ardía la piel. La fantasía de que la estrechara entre sus brazos no se desvaneció. Había deseado que la besara. Y todavía lo deseaba. Lanzó un suspiro y, cuando volvieron a responderle las piernas, entró en el tren.
Era un vagón de carga, amplio y hasta arriba de contenedores de plástico. La luz de la luna se coló por la puerta que acababa de abrir. Otabek se había encaramado a una pila de contenedores y estaba recolocándolos para tener más espacio. Yuri subió junto a él. Aunque el silencio resultaba incómodo, todo lo que se le ocurría le sonaba trillado y artificial, de modo que decidió sacar un peine de la bolsa y empezó a desenredarse el enmarñado cabello, llenos de nudos por culpa del viento.
Porfin, Otabek dejó de mover cajones y se sentó a su lado. Con las piernas dobladas. Las manos entrelazadas en el regazo. La espalda encorvada. Sin tocarla. Yuri lo estudió por el rabillo del ojo, tentada de salvar la distancia que los separaba, aunque solo fuera para descansar la cabeza en su hombro. Lo que hizo,en cambio, fue acercar la mano y reseguir su tatuaje, que distinguía en la penumbra. Otabek se puso tenso.
—¿Alikhan decía la verdad? ¿Crees que te matarán por haberlos abandonado?
Durante el breve silencio que se siguió, Yuri notó el latido del corazón de Otabek en la punta del dedo que descansaba sobre su brazo.
—No -dijo al fin-. No tienes que preocuparte por mí.
Yuri pasó el dedo por una larga cicatriz, un corte que se había extendido de la muñeca al codo.
—Dejaré de preocuparme cuando todo esto acabe. Cuando nos encontremosa salvo y lejos de ellos.
Otabek la miró de reojo, luego bajó la vista a la cicatriz y al dedo que descansaba en su muñeca.
—¿Cómo te hiciste esta? -preguntó Yuri-. ¿En una pelea?
Otabek apenas movió la cabeza.
—Haciendo el imbécil.
Yuri se mordió el labio, se acercó disimuladamente y acarició una cicatriz más tenue que tenía en la sien.
—¿Y esta?
Otabek se vio obligado a levantar la cabeza para apartar la cara.
—Esa fue fea -contestó, aunque no dio más explicaciones-.
—Ya… -murmuró Yuri pensativa, y a continuación pasó el nudillo por una cicatriz diminuta que tenía en el labio-. ¿Y…?
Lobo le cogió la mano y detuvo la caricia. Apenas la apretaba, pero la sujetaba con firmeza.
—Para, por favor —dijo, desviando la mirada hacia sus labios. Yuri se los humedeció de manera instintiva y vio la desesperación en sus ojos.
—¿Qué ocurre? -un instante- ¿Otabek?
No la soltó. Yuri acercó la otra mano hacia él y le acarició los nudillos con el pulgar.
Otabek hizo una brusca inspiración. Los dedos de Yuri recorrieron su brazo, el vendaje y la mancha de sangre seca. Estaba sumamente tenso, pegado contra la pared. Los dedos que sujetaban la mano de Yuri se crisparon.
—Es… Es a lo que estoy acostumbrado -dijo, con voz estrangulada-.
—¿Qué quieres decir?
Otaek tragó saliva, pero no se explicó. Yuri se inclinó un poco más hacia él y le tocó la mandíbula. Los pómulos pronunciados. El pelo, tan rebelde y suave al tacto como había imaginado.
Finalmente, Otabek ladeó la cabeza y la apoyó en su mano, dejándose acariciar por sus dedos. Mirandolo con los ojos tristes
—Es de una pelea -murmuró-. De una pelea más sin sentido, como todas.
Volvió a clavar sus ojos en los labios de Yuri.
Ella vaciló, y al ver que Otabek no se decidía, se acercó y lo besó.
Con delicadeza. Solo una vez.
Otabek la aparto suavemente
— Yo… no me rechaces… por fa…
Este le puso un dedo en los labios para callarla
—No planeaba hacerlo
Y le devolvio el beso con más fuerza. Su cabeza daba vueltas, sentia las mejillas calentandose y el martilleo de su corazón le impedía respirar, por lo que al final, Yuri se apartó lo justo para dejar pasar un poco de aire caliente entre ellos y vio que Otabek se rendía definitivamente con un suspiro resignado, que le rozó los labios.
A continuación, la atrajo hacia sí nuevamente y la estrechó entre sus brazos, aprontándola más hacia él. A Yuri se le escapó un leve jadeo cuando Otabek enterró una mano entre sus cabellos dorados y le devolvió otro beso más posesivo.
Llamen a los bomberos que esta que arde todo!!
xD
Espero que les guste el capitulo! No se olviden de brindar un comentario de que les parece o dejar el voto en la estrellita.
Nos vemos pronto!