Solía hacer un ejercicio inútil y masoquista casi todas las noches para tranquilizar al peor traidor que conocí en mi vida: mi maldito corazón. Compraba un celular nuevo cada semana y llamaba a Víctor. Me quedaba callado al escuchar su voz y cuando él decía mi nombre colgaba de inmediato. Luego pensaba que Anya estaba a su lado y me quedaba mirando el aparato hasta que lo tiraba al suelo y descargaba toda mi furia en él.
Una noche antes de la navidad fui yo quien tuvo que contestar un número desconocido del extranjero que timbró varias veces. Pensé que era Víctor quien me llamaba de otro celular para que no le cortara la llamada.
—¿Yuri? —El tono de la voz me hizo conocido—. Perdón si te estoy molestando, pero quería hablar contigo. —Era Anya que hablaba en voz baja, como si estuviera ronroneando y yo sentí de inmediato una punzada entre el estómago y el corazón.
—Hola —le dije sin pensar en nada más que ella siendo feliz con Víctor—. No me molestas.
—Sé que estás muy enojado con Víctor porque regresó a París antes de tiempo y dejó todas sus responsabilidades en Rusia. —Anya pareció salir a la calle o tal vez abrió la ventana porque el ruido se colaba y ella tuvo que alzar la voz—. Yo quería hablar contigo en persona Yuri, pero la mamá de Víctor está tan delicada que no puedo viajar en este momento.
—¿De qué querías hablar? —Me importaba muy poco la madre de Víctor, te lo digo porque no puedo ser hipócrita con mis sentimientos.
Anya comenzó a dar algunos rodeos con sus frases. Me contó cómo había encontrado a Víctor en París y lo mal que estaba, cómo lo ayudó en un momento tan difícil para él porque encargarse de Le Beauté, de los hoteles, de la salud de su madre y de Nefrit, eran demasiado peso para él.
Me dijo que estuvo volviendo al alcohol, que en un inicio ella solo lo quiso ayudar y que después de hablar bien entre los dos, decidieron darse una nueva oportunidad.
La bella y fuerte Anya había caído una vez más en las redes de ese mentiroso y lo perdonó por su traición. Dijo que solo quería volver a empezar y no equivocarse más. Hubiera querido decirle lo engañada que estaba, pero era mejor callar porque después de contarme las penas y los apuros por los que pasó Víctor, me dijo que estaban muy bien y que habían decidido subir al siguiente nivel.
—Felicidades Anya, espero que Víctor y tú sean felices para siempre.
—Yuri lo dices como si estuvieras dando el pésame a alguien.
—Sabes que no tomo las cosas con tanto entusiasmo como tú.
—Yuri, quisiera que vinieras a nuestra boda. —Fue la peor invitación a boda que recibí en toda mi vida—. Víctor y tú han tenido muchas diferencias estos últimos meses, pero por favor ven a acompañarnos en un día tan importante para nosotros.
—Oye Anya no tengo tiempo. —No sabía cómo evadir ese compromiso. Anya y yo habíamos caído en las garras de Víctor, pero ella sufrió mucho por mi culpa—. Tengo algunas entrevistas en escuelas de diseño y no sé si podré ir.
—Por favor, Yuri —agudizó la voz y suplicó un par de veces más—. Víctor estará feliz de verte y yo también.
Cómo decirle a la hermosa que Víctor me deseaba fuera de su vida porque ya no me necesitaba más, porque ella ya lo perdonó y yo fui el amante que la reemplazó por un tiempo.
Sentí que mi estómago quemaba, era insoportable ese dolor y a pesar de sentirme herido por la noticia que me había dado Anya no sé por qué diablos acepté la invitación. O tal vez sí lo sé. Quería estar seguro de lo que estaba pasando. Algunas noches cuando algún mal sueño me molestaba, despertaba con la esperanza de que Víctor volvería a entrar al departamento y me diría que todo lo que estaba pasando solo era un maldito tinglado para disimular nuestro amor. Estaba tan enamorado de él, que yo hubiera aceptado.
—No creo que Víctor quiera verme —Era yo quien no quería verlo feliz sin mí.
—No Yuri estás equivocado, él desea verte y conversar para que arreglen sus problemas. —Anya parecía una devota suplicando ante un altar—. Yuri solo será un día. Tal vez podrías aprovechar tu estadía y yo te sacaría un par de citas para dos buenas escuelas de diseño aquí en Paris.
—Bien, pero no saques ninguna cita porque no voy a estudiar en París —le dije con rabia y con pena. Me había hecho a la idea de formarme en la escuela donde Lilia se formó, que dejar de lado ese plan me hizo perder las ganas por estudiar.
—Gracias Yuri. No sabes lo importante que es para mí tenerte el día de nuestra boda. —Anya me clavaba puñales sin saberlo y yo apretaba el celular con toda mi furia para no llorar—. Ese día tal vez podrían arreglar las cosas ente los dos; pero si quieres podrías llamarlo por su cumpleaños y conversar…
—Prefiero hablar en persona en tu boda… —Recordé que no sabía la fecha—. ¿Qué día será?
—El 14 de mayo—Linda fecha, significativa y primaveral.
Mi corazón se volvió diminuto al escucharlo y quise arrepentirme; pero hábilmente Anya ya me había sacado un sí. Me odié por no ser tan fuerte en mi decisión.
Cuando Anya colgó la llamada tiré mi teléfono contra la pared y lo vi hacerse añicos. No me importó, ni siquiera intenté recuperar algo de él, nadie me iba a llamar y yo quería estar solo para no mostrar mi cara de estúpido perdedor.
Corrí hacia la ducha y bajo el potente chorro de agua grité todo lo que pude, hasta que me dolió la garganta y mi cabeza parecía una bomba lista para explotar. Cuando miré mi piel arrugada decidí salir a mi dormitorio y luego de servirle a Potya un plato lleno de galletas, algo de atún y comprobar que tuviera suficiente agua, me cerré en mi habitación sin intención de salir.
Todo quedó oscuro, las cortinas cubrían muy bien la luz de sol y yo sentí que me dolía hasta la punta del cabello. «¿Cómo mierda puede doler tanto el amor?», me pregunté y con el cabello aún húmedo entré en la cama, me cubrí con todas las cobijas y me sentí como si flotara en el espacio, con la reserva de oxígeno a punto de acabarse al igual que mis ganas de vivir.
No me importaban las entrevistas en las escuelas de diseño que Lilia me pedía programar para enero, no quería ir a Nefrit, no deseaba ver ni hablar con nadie, ni siquiera respondía los mensajes de Otabek y las llamadas de Mila. No quería siquiera pensar en mi abuelo, mi padre o mi madre. Quería sumergirme en un lugar profundo, arrugarme como un papel y quedar para siempre allí.
Tal vez sería las tres de la tarde cuando desperté. Salí a beber algo de agua y ocupar el baño y encontré a la señora que se encargaba de la limpieza terminando la labor del día. Nos saludamos y le di las gracias por ocuparse de mi gato. Le dije que estaba resfriado y que durante el fin de semana no saldría así que le pedí comprase del supermercado comida para calentar en el microondas.
La buena señora Morósova retornó una hora después cuando yo miraba una película de terror para animarme un poco. Le di una buena propina por la ayuda extra y ella se despidió con esa amabilidad y distancia que guardaban todas las personas que trabajaban para mí.
Para compensar el vacío que sentía por dentro comí dos pizzas enteras. Puma Tiger Scorpio me miraba como si fuera un extraño, pero se mantenía a mi lado sin maullar y sin hacer movimientos bruscos. Ambos parecíamos dos fantasmas a punto de desaparecer en la oscuridad.
Había decidido ver en la televisión una maratón de la saga gore más famosa, necesitaba ver sufrir a otros para no concentrarme en mi propio sufrimiento, cuando sonó el teléfono fijo y me sacó de mi miserable momento para compadecerme a mí mismo. Cuando contesté la voz de Lilia retumbó en el auricular.
—¡Yuri te estuve llamando hace horas al celular! —Estaba muy molesta y a la vez preocupada por mí—. Pensé que te habías puesto peor.
—Me sigue el resfriado y estoy con un poco de fiebre, pero tengo mis medicinas y todo lo necesario para estar mejor el lunes. —Le mentí a Lilia porque no tenía ganas de verla.
—Si quieres puedo ir para hacerte algo de comer. —Esa mujer siempre me sorprendió con amor.
—No, no vengas. Podrías pescar mi virus también y el lunes seremos dos enfermos llenos de mocos y babas en el taller. —Reí un poco para que pensara que ya estaba algo mejor.
—Entonces nos vemos el lunes, pero ten prendido tu celular por si acaso. —Una vez más me retó.
—Lo que pasa es que el celular se cayó al agua y se malogró. —Quería que Lilia cortase la llamada ya.
—Si te sientes mal por favor llámame. —Insistió y yo me quedé escuchando el sonido agudo del final de la llamada.
De inmediato mis ojos buscaron los restos del celular roto y los hallaron en la barra del bar, juntos todos dentro de un cenicero de murano. La señora Morósova los había recogido y con mucho cuidado los dejó en un lugar seguro.
Caminé a ellos para buscar mi tarjeta y ponerla a otro aparato que tenía guardado por ahí, lo encontré y lo puse fuera de un cenicero, lo contemplé unos segundos y de pronto mis ojos se desviaron a las decenas de botellas de colores llenas de amargo alcohol.
Whisky del más caro, ron de Jamaica añejado en toneles de roble y vodka añejo de hacía doce años. Ginebra, brandy y coñac con esos colores rojos que me atrajeron de inmediato. Champán dorado, Baileys Irish, Amaretto y licor de menta. Crema de café, crema de cacao y Kahlúa. En la nevera esperaban docenas de botellas de cerveza y unas latas de sake japonés.
En todo el tiempo que viví en ese departamento jamás me había interesado por probar esos licores y me pregunté por qué Víctor teniendo una dotación tan grande en casa siempre salía a tomar a bares y pubs. Tal vez nunca lo sabré.
Recorrí con mis dedos las frías superficies de las botellas, leí los nombres en las etiquetas. No tenía idea del sabor de la mayoría de esos tragos, solo había tomado vino y champán en las ceremonias y el sabor de la cerveza me parecía horrible. Pero quise probar y de entre todas esas botellas grandes y pequeñas, delgadas y anchas, transparentes y coloridas, saqué un vodka añejado hacía quince años y serví un poco en un vaso. Me supo a sudor de diablo y decidí cerrar la botella, pero esa sensación de calor que me dejó en el pecho me animó un poco.
Volví a la sala con la botella en la mano, había dejado en pausa la segunda parte de Jigsaw, serví otra pinta de licor en el vaso y tomando poco a poco seguí viendo los cuerpos mutilados, los gritos de dolor y la trama cada vez más incoherente de las secuelas.
Me quedé dormido en algún momento, entre la película seis y la siete. No sentía nada, ni frío, ni calor, solo el mareo constante y el sentimiento de triunfador. Si Víctor se había ido con su mujer yo haría lo mismo ese sábado, me iría a las discotecas y me acostaría con el primer hombre que me invitase una copa. Ya tenía la edad y juré que lo haría, pero no lo logré. Ni siquiera pude moverme del sillón a mi habitación.
Al día siguiente por la tarde, desperté y me sentí pésimo. Los escalofríos vencieron mis ganas de salir. Me metí a la cama con una horrenda resaca, con hambre y sed, pero a la vez no quería comer nada porque todo me daba asco. Solo quería que se pasara esa sensación de caída libre que sentía todo el tiempo y las náuseas que me hicieron correr más de una vez al baño.
En la noche estaba más hambriento y me detuve frente al refrigerador, solo tenía pollo asado congelado, otra caja de pizza, ensaladillas en bolsas, albóndigas listas para el horno y palmeni crudo. También tenía una enorme torta de chocolate, que tan solo verla me provocaba escalofríos.
Menudo gilipollas que no sabía tomar y que no tenía amigos. Que no tenía el coraje para salir a una discoteca y que se cagaba de frío mientras esperaba preparar un té con limón y comer el pollo que puso a calentar.
Una hora después me sentí más estable. Preparé los platos de mi querido gato que cada vez se alejaba más de mí. Seguro sentía toda la pestilencia del alcohol y de inmediato volví a encender la película en el minuto en el que me había quedado dormido la noche anterior.
El resto de la noche fui niño bueno y solo tomé un par de termos llenos de té de manzanilla para calmar los ligeros espasmos de mi irritado estómago y otra vez me sentí solo. Había rechazado un par de veces la invitación que me hiciera Lilia para vivir con ella y también la que hizo Yakov para que lo acompañase en su lujosa mansión de abogado solitario que solo tenía alguna que otra escapada los fines de mes.
Fueron muy amables en querer alojarme, pero yo usé la excusa que pronto iría a alguna escuela de diseño y que sería un doble trabajo hacer ese traslado. Así que estaba allí en el departamento donde alguna vez Víctor y Anya me recibieron con mucho cariño. Me hallaba solo, excepto por mi gato que me miraba algo aprehensivo desde el otro sillón.
—¿Tú también me vas a dejar Potya? —le dije con el pecho adolorido—. ¿Tú también eres un traidor?
Me puse a llorar una vez más y mi amado peludo se levantó de su cómodo cojín para restregar su cabeza varias veces sobre mi cabello y mis mejillas. Tal vez pensaba secar mis lágrimas con su enorme cola era una buena idea. Lo abracé con cuidado, como a él le gusta y cubrí nuestros cuerpos con la gran manta que había llevado al sofá de la sala.
Seguí secando mis lágrimas con la manga de mi pijama a intervalos porque no tenía nadie con quien comentar la película y con quien compartir mi noche. Recordé las veces que tenté a Víctor para que hiciéramos el amor, cuando él se negaba a tocarme y maldije el día que había pasado la línea de lo prohibido porque si yo hubiera evitado esas actitudes inmaduras tal vez esa noche estaría viendo otra película con mi hermano o quizá Anya hubiera preparado los palmeni y yo estaría a punto de viajar a Londres, París o Bélgica para estudiar diseño.
Víctor tenía razón. Lo nuestro era un imposible. No debimos darnos la libertad de ser amantes cuando el mundo, un dios o la vida nos había destinado para ser hermanos. Por eso no tenía a nadie junto a mí y comenzaba a pelear con un pasado que me aplastaba. Pensé entonces que por esa falta grave que había hecho me merecía estar solo y lleno de dudas y sin ganas de levantarme y con ganas de seguir tomando para sentirme más liviano.
Una vez más fui al bar y tomé una botella de bourbon. Su sabor era horrendo y hasta hoy no lo soporto; pero es el mejor trago, el más noble para beber y no sentir que tu vida se va por un caño al día siguiente. Me serví un vaso y decidí que no tomaría demasiado, solo un poco para calentar mi cuerpo y animarme mientras seguía viendo la sangre y muertes absurdas dentro de la pantalla del televisor.
El lunes fui uno de los primeros en entrar al taller de Nefrit y comencé a realizar algunos trazos sobre el papel. Nada llamaba mi atención como para dedicarle mi imaginación. Mi mente volaba libre hacia París y se encontraba de nuevo en la puerta del departamento de Víctor, volvía a ver a Anya sonriendo tan feliz y, cuando descubrí el intenso dolor que sentía entre el pecho y la espalda cada vez que pensaba en ellos, me arrepentí de haber aceptado ir a su boda.
Era demasiado para mí y decidí que no iría. ¿Qué podía suceder si no aparecía en la boda? ¿Me iban a castigar? ¿Alguien me sermonearía? ¿Me impondrían alguna multa? No iba a pasarme nada, solo no comería pastel y no vería cómo el hombre a quien más amaba en este puto mundo juraba amor eterno a la mujer que más envidiaba.
Ese día en el taller estuve demasiado distraído. Arruiné un vestido, pero no me dolió mucho porque me parecía feo. Revisé algunos papeles junto con el contador y con el gerente de comercialización y entendí muy poco lo que me explicaban. Aprobé la cotización de telas de Arabia Saudí porque según Madame Lilia eran muy buenas y almorcé en mi oficina.
La tarde no fue la excepción y la gran señora Varanovskaya no iba a pasar por alto mi desgano y falta de inspiración.
—Necesito saber qué te está sucediendo, porque si no me dices las cosas como son no podré ayudarte.
—Víctor se va a casar y Anya me pidió que fuera a la ceremonia.
—¿Cómo te hace sentir eso?
—Me duele mucho. Siento que mi pecho se rompe a cada rato.
—No te va a doler por siempre —dijo con la mirada algo triste—. Sé cómo se siente cuando te mienten.
—¿Ese cascarrabias te engañó? —No pude evitar la sorpresa.
—Nos engañamos los dos. —Lilia me tomó la mano y con un suspiro lleno de nostalgia abrió su corazón—. Me enteré de que Yakov había tenido un affaire con una colega suya y ciega por los celos no lo escuché y decidí que yo también merecía un romance de fin de semana.
La mirada de Lilia se oscureció y con voz susurrada siguió hablando sobre su romance clandestino que luego salió a la luz cuando menos ella deseaba y que acabó con la confianza de Yakov.
—Yo también lloré mucho, pero todo se había arruinado. Así que decidí tomar la responsabilidad por todo lo que había pasado y planteé el divorcio. —Ella sonrió de lado como resintiendo la decisión—. Yakov aceptó y no hubo vuelta atrás.
—¿Cuánto tardaste en olvidarlo? —Yo necesitaba saber si me tomaría mucho tiempo dejar pasar ese dolor.
—Nunca lo olvidé Yuri —dijo ella con toda su sabiduría—. No se puede olvidar un amor, solo se debe superar la distancia y el hecho de que ya no se pueda volver a tener una vida feliz con esa persona. Y el día que lo ves sin sentir dolor, ese es el momento que estás libre del desamor.
Me puse a pensar que me tomaría demasiado tiempo volver a ver a Víctor y no sentir que se me molía el corazón ver que era feliz sin mí. Esa sensación que sentía formarse en mi pecho cuando lo recordaba e imaginaba junto a Anya me confirmó que estaría bien si no iba a su boda.
Lilia me pidió que la esperase para ir juntos a cenar en el restaurante de siempre y cuando me dejó en la puerta del departamento sacó de la guantera de su auto una invitación. El sábado había una presentación especial en el hotel Four Seasons, un desfile que presentaba modelos de trajes de época y de trajes para películas.
Me dijo que sería divertido y que me ayudaría a distraer la mente, mientras de una buena vez decidía en qué escuela de diseño iba a estudiar. Acepté con cierta duda el extravagante sobre y corrí a ver a mi gato, él nunca me dejaría solo, él era mi único amigo en San Petersburgo.
La semana pasó sin muchas anécdotas que resaltar y salvo un diseño especial que se me ocurrió hacer para un traje de dos piezas que se pondría la esposa del ministro Kosak en un evento de caridad, no tuve muchos aciertos porque seguía pensando de qué manera me debía deshacer del recuerdo de Víctor Nikiforov. Lo peor es que al intentar olvidarme de él también estaría perdiendo a mi hermano y no lo podía remediar.
Tres días antes del cumpleaños de Víctor salí a un buen spa para verme bien en el desfile y la fiesta que darían los organizadores para los invitados. En la tarde fui donde un estilista que acomodó mis greñas de la mejor manera posible. Vestí un traje de tres piezas color lavanda con una camisa blanca impecable y luego de ponerme mucho perfume y algunas joyas subí al auto que renté para que me llevase y recogiese de cualquier lugar donde fuera esa noche.
Me puse a pensar que ya era hora de sacar mi licencia de conducir y de nuevo llegaron los recuerdos a mi mente. Vi con claridad las manos de Víctor sobre el volante, su sonrisa y sus gestos cuando miraba por el espejo retrovisor, recordé la vez que hicimos el amor en el estacionamiento y lo mucho que juró amarme. Estuve al borde de pedir al chofer que retornase al edificio; pero cuando vi las luces y los viejos conocidos ingresando por la puerta del hotel me animé a entrar.
Sería uno de los primeros desfiles a los que asistiría solo y aunque no me sentía cómodo con las miradas de los demás, decidí seguirles el juego y saludar a cuanta persona extraña, de la que no sabía o no recordaba el nombre, me saludaba.
Me encantó la presentación, fue como si animaran un cuento y pude apreciar modelos muy antiguos de trajes y vestidos, recreados a la perfección.
Al verlos sentí el deseo de hacer lo mismo, pero con un carácter muy personal, tal vez como una obra propia y no como un diseño de colección. Me gustaron en especial los modelos de trajes del siglo XIX, con sombrero y levita. Los hombres de esa época se veían muy elegantes y parecían verdaderos caballeros.
Cuando el desfile de trajes terminó comenzó el desfile de fotógrafos que nos pedían una sonrisa para las revistas y secciones de sociales donde todos apareceríamos con alguna leyenda boba. Periodistas especializados corrían con las filmadoras y los micrófonos intentado hacer el mayor número de entrevistas y los organizadores nos llamaban para que vayamos a la mansión de Nikita Velovsky, un oligarca de la industria peletera de Rusia, que mataba tantos animales en sus granjas como estrellas tiene el firmamento con tal de seguir vendiendo gruesos abrigos, gorros y guantes de piel.
El tipo insistió y habló de hacer un contrato de colaboración entre Nefrit y su empresa peletera que me vi obligado a aceptar y decirle al chofer que iríamos a las afueras de Peterburg. El chofer era un hombre joven y algo callado, pero ponía muy buena música y mientras escuchaba algo de Imagine Dragons sentía un enorme vacío y esa sensación me dejaba desubicado. La ausencia de Víctor me quemaba la piel y fue peor cuando muchos de los asistentes me preguntaban por él. Me limité a decir que él se fue a París porque tenía que cuidar de su madre enferma.
Llegué a la mansión de Velovsky como media hora después y cuando entré por fin al salón luego de subir los cincuenta escalones de la entrada, descubrí que la fiesta estaría divertida. Habían dividido el lugar en salas especiales y en ellas las personas se acomodaban de acuerdo con sus gustos por la música, la compañía, el trago y hasta las drogas que servían.
Yo solo quería comer bien, hacer notar mi presencia al anfitrión, tomarme unas fotos y luego escabullirme como un gato.
Cuando la esposa de Velovsky me reconoció, sujetó mi mano y me llevó a un salón donde abundaban las chicas y los chicos de mi edad. Modelos, cantantes nuevos, hijos de artistas e hijos de millonarios. Entré y me miraron como bicho raro, hice lo mismo y me dirigí a la barra donde pedí un doble con hielo.
La música electrónica nos invitaba a movernos y después de una media hora de haber estado como ermitaño sentado en ese sillón un par de chicas, una con un vestido rojo muy corto con mangas largas y la otra con un vestido rosa pálido sin hombros se acercaron y me sacaron a bailar.
No me negué, necesitaba hacer otras cosas para sentir que estaba vivo y no adormecido por el recuerdo de mi hermano.
—Es la primera vez que te vemos solo —dijo la rubia del vestido rojo.
—Qué bueno que tu hermano se fue lejos—añadió la morena de vestido rosa y tacones muy altos—. Él nunca te dejaba estar con amigos.
—Creo que te cuidaba demasiado. —La rubia levantó su cabello y pegó su cuerpo al mío mientras seguía moviéndose con buen ritmo.
—Creo que pensaba que seguía siendo un niño —respondí por responder y tomé la morena de la cintura.
Las dos se turnaron para estar entre mis brazos y las dos frotaron sus firmes traseros contra mi entrepierna. El ambiente, la música y el escocés que tomé me hicieron pensar por un momento que yo también podía ser “muy macho” si me lo proponía.
En esa fiesta ninguno de los chicos se atrevería a bailar de esa manera tan sensual con alguien de su mismo sexo. Hacerlo sería mal visto y hasta podría ser denunciado. Y yo podía ser loco, pero no era un inconsciente que se arruinaría la vida provocando a esa horda de machos homofóbicos.
Ya había sufrido sus golpes y sus insultos en el pasado.
Así que cerré las puertas del closet y con el trago surcando por mis venas, decidí que esa noche follaría con esas dos modelos. Cuántos hombres darían la vida por haber estado en mi lugar.
Después de comer algo del bufete y beber mucho salimos de la fiesta en medio de una lluvia de flashes que impactaban contra nuestros ojos cansados. El auto de alquiler nos llevó hasta el edificio donde vivía y subimos riendo por cualquier tontería.
El ingreso al departamento fue algo accidentado porque ellas se colgaban de mi cuello y cuando se abrió la puerta los tres caímos en el piso. Nuestras risas maceradas por el alcohol provocaron que mi querido gato se refugiase en algún rincón donde nadie lo pudiera ver.
Encendí el equipo de sonido y nos servimos un trago más y para hacer más divertida la noche ellas propusieron jugar el juego de verdad o castigo.
—¡Verdad! —gritó la rubia— ¿Es cierto que solo tuviste una novia hasta ahora?
—Estaba saliendo con una italiana que es fotógrafa —dije para desviar su atención.
—Pero ¿no fuiste novio de una modelo? —preguntó la morena.
—No voy a contestar —le dije con firmeza.
—¡Entonces castigo! —replicó con una gran sonrisa la rubia—. Quítate ese chaleco que te está ajustando tanto el cuerpo.
Las preguntas, las respuestas, las risas y los castigos se sucedieron unos a otros y cuando menos lo pensé estábamos bailando desnudos en la sala del departamento de mi hermano.
Caímos sobre la alfombra y nos besamos con la rubia hasta que nuestras lenguas enredadas pidieron un alto. Después fue el momento de besar a la morena que con sus rizos hasta la espalda se arrastró como una serpiente por la alfombra y me apretó en sus brazos mientras su lengua exploraba mi boca con gran curiosidad.
Dispuesto a reponer el aire que me faltaba me retiré un poco y la rubia se acercó a la morena, acarició con mucha suavidad sus labios, la morena los absorbió un par de veces y cuando estuvieron a tan solo un par de centímetros de distancia jugaron con las puntas de sus lenguas y se besaron sin parar.
Entonces decidí dejarlas con su fiesta particular, me serví una copa más, entré en mi habitación donde me esperaba un asustado Potya. Apagué la luz, me puse auriculares para no escuchar la bulla que esas chicas hacían en la sala y resistiendo el mareo que me provocó el alcohol, me quedé profundamente dormido.
Al día siguiente desperté a mediodía. Las chicas se habían ido y el desorden quedó. La señora de la limpieza estaba refunfuñando cuando aparecí en la sala, entonces calló y me saludó. Me serví algo de comer y me senté toda la tarde frente al televisor viendo películas gore y de terror. Esa era la burbuja que construí sobre mí y que no quería tocar para que no me estallara en la cara.
Estar así en la nada, sin tomar control sobre mi vida y en una aparente calma, era gratificante porque me hacía sentir como si nada malo hubiera pasado entre Víctor y yo. Me daba la fantasiosa sensación que él entraría en cualquier momento al departamento y abriría la puerta y escucharía el sonido de sus llaves sobre la mesa de vidrio de la entrada. Lo vería sonreír y se sentaría junto a mí y poco a poco acomodaría su cabeza sobre mi hombro, luego caería en mi regazo, me miraría con ternura, me abrazaría con cuidado y me acercaría a su boca para darme un largo beso.
Guardaba en esa burbuja de ilusión mi corazón para que no se rompiera más y por mí hubiera prolongado indefinidamente esa espera para salvarme del dolor.
El veinticinco de diciembre llegó con muchas fotografías de mi salida con las dos modelos de la fiesta circulando por las redes sociales y los medios de chismes, Víctor rompió su silencio y me escribió un corto mensaje.
Vitya: Sé que fuiste con unas chicas al depa, solo te pido que t cuides x fa.
Cuando leí su mensaje tan frío sentí que la hoguera de mi vientre se volvía a encender y que la ira se apoderaba de mi mente con tontas imágenes donde golpeaba a Víctor. Su mensaje me pareció falso y carente de cariño y a pesar de saber qué día era y lo que significaba para él y para mí, no le dije feliz cumpleaños ni lo felicité por su próximo matrimonio como un hermano debe hacer. Repasé una vez más pequeña frase y decidí responderle con una sola palabra.
Yo: “Imbécil”.
No me arrepiento de haberle dicho imbécil a mi hermano. Me había seducido, me había mentido y había traicionado mi amor. Eso lo convertía en el imbécil más imbécil que hubiera conocido en ese tiempo y a mí me convertía en otro imbécil por haberme dejado engañar.
Víctor seguía ardiendo en mis recuerdos y, aunque me parecía un completo imbécil, yo lo seguía amando.

NOTAS DE AUTOR: Agradezco vuestro interés por Tabú. Un saludo especial a Lady que siempre deja sus comentarios y quiero preguntarles: ¿Con quién creen que habla Víctor y con quién Yuri? Gracias por leer la historia.