Yuuri paseaba por el parque que atravesaba la ciudad junto al precioso y viejo caniche que había pasado a formar parte de su vida desde que conoció a Víctor. Sujetaba la correa de paseo con su mano derecha, la misma que lucía un sencillo y especial anillo.
Paseaban a paso lento, pero de pronto el caniche comenzó a ladrar y correr con tanta fuerza que Yuuri no pudo seguir sosteniendo su correa y sólo pudo correr tras su mascota rogando por no perderla de vista.
—¡Makkachin! —gritaba agitado mientras seguía el paso del caniche marrón.
Hasta que frenó de golpe al ver a su perro siendo acariciado por un hombre mayor. El hombre levantó la vista y sus ojos azules miraron a los suyos.
—Lo siento —dijo Yuuri nervioso—, Makkachin se soltó y…
—Por supuesto, después de todo me conoce desde hace más tiempo que a ti.
—Debo volver a casa —dijo Yuuri llamando a Makkachin.
—Al departamento de Víctor querrás decir —corrigió con brusquedad.
—A nuestro departamento, porque aunque a usted no le guste, yo soy su esposo —dijo con firmeza y sin dejarse amedrentar por esa mirada fría.
—Gracias a leyes perversas de este país de mierda.
—Vuélvase a Rusia si tanto le molestan.
—No deberías hablarme así, mocoso de…
—Usted me ha insultado cuanto ha querido y yo nunca le he respondido por respeto a Víctor. Pero no voy a permitir que se siga inmiscuyendo en nuestras vidas. Él me ama y yo lo amo, ¿es tan difícil de entender?
—¡Es abominable! Víctor tiene que encontrar a una mujer que pueda darle hijos, niños que lleven nuestra sangre y hereden nuestra…
—Víctor ya renunció a su maldito dinero, ¡me escogió a mí!