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[Cinco, Yuuri] Sempiterno


Los últimos tres meses habían sido maravillosos.
Yuuri encontró en Víctor a un hombre gentil, inteligente y bondadoso. La atracción que sintió por el ruso, rápidamente comenzó  a transformarse en un sentimiento más fuerte. Yuuri nunca antes había estado enamorado, pero si debía ponerle nombre a eso que había llegado a sentir por Víctor, ese nombre sería amor. 

Poco a poco comenzó a mostrarle a Víctor aquellas cosas que le gustaban. Le hablaba de filosofía, de cómo un libro de Nietzche que llegó a sus manos cuando aún estaba en la escuela le abrió la puerta a decenas de cuestionamientos. De cómo Hannah Arendt le había dado una nueva perspectiva del mal. De cómo Foucault se había vuelto su maestro. 

Víctor lo escuchaba atentamente cuando el torbellino de ideas que se arremolinaban en su cabeza lo hacían saltar de Spinoza a Sartre o de Simone de Beauvoir a Derrida. De lo mucho que volvía a los griegos, Aristóteles, Platón, los sofistas, la mitología, esa mitología tan rica que nunca se ha cansado de explicarnos las cosas. 

Y Yuuri parecía volar entre las palabras, explicando por qué el psicoanálisis, o cierta manera de entender el psicoanálisis, era más cercano a la filosofía o literatura que a la psicología. De cómo podía disfrutar el leer a Lacan aunque fuera bajo la perspectiva crítica que le daba conocer los textos de Monique Wittig, Judith Butler o Luce Irigaray.

Y Víctor lo escuchaba y la música que creaba Yuuri con sus palabras, su voz y sus gestos eran las melodías que el ruso deseaba tocar. 

A cambio, Víctor le hablaba de Bach y Chopin, de Beethoven y el mejor intérprete que ha tenido; Claudio Arrau. También le hablaba de los músic.os contemporáneos por los que se decantaba, como Yann Tiersen o Ryuichi Sakamoto, de lo mucho que adoraba el piano, de la sensualidad de las notas que producía el contrabajo, de lo erótico que es escuchar el saxofón con la compañía adecuada. 

Y Yuuri sonreía porque él también adoraba oír a Víctor, y porque la música era un placer que compartían. 

—Mi maestra de ballet adora a Bach —dijo uno de aquellos día mientras disfrutaban del sol y caminaban de la mano por el parque que atravesaba la ciudad.

—¿Bailas ballet? —preguntó un Víctor muy sorprendido frenando su andar.

—Bailaba —contestó Yuuri con una sonrisa—, lo dejé cuando entré a la universidad, aunque fue una decisión difícil, Minako-sensei decía que tenía talento para ser un bailarín profesional, pero finalmente opté por estudiar filosofía. 

—Realmente me gustaría verte bailar —dijo Víctor, lo miraba con los ojos brillantes, emocionados y colmados de anhelo—. ¿Te gustaría que hiciéramos música juntos? Yo con mis manos sobre el piano y tú con tu cuerpo danzando. —La voz de Víctor salió más grave e insinuante, tomó las manos de Yuuri y sin dejar de mirarlo a los ojos besos sus finos dedos. 

—Me encantaría crear música junto a ti. 

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