Víctor caminó a paso lento por el parque que cruzaba la ciudad. Era una fecha importante y por eso decidió salir a distraerse, no quería pasar ese día en la soledad de su departamento. Había deambulado sin rumbo fijo durante todo el día, pero a las cinco de la tarde en punto llegó a aquella cafetería a la que había ido con Yuuri el día en que lo conoció. Sonrió y entró.
Se sentó en una mesa alejada junto a la ventana, pidió un capuccino y miró su teléfono móvil por primera vez en horas. Tenía muchos mensajes de Christophe, su amigo se preocupaba mucho por él y sabía que habían días especialmente difíciles para Víctor, su aniversario de matrimonio era uno de ellos. Por un momento pensó ignorar toda la preocupación de su amigo, pero después, un pinchazo de culpa lo atravesó y decidió contestar:
Estoy bien,
A diferencia de otros años esta vez me siento tranquilo.
No es necesario que vayas a casa, yo no estoy allí, llegaré tarde.
V.
Después de presionar enviar se ajustó los audífonos y comenzó a escuchar los nocturnos de Chopin interpretados por Claudio Arrau, uno de sus pianistas favoritos.
Sin quererlo, la calidez del café y la melancolía de la música lo transportó a un lugar distante, uno donde era él quien tocaba el piano mientras la silueta de su adorada Zvezda danzaba únicamente para él, como la figura etérea y efímera que siempre fue.
Los ojos azules dejaron de ver con claridad mientras los cálidos ríos salados comenzaron a caer por sus mejillas. Había sido feliz, tan feliz, que muchas veces creyó que no merecía esa felicidad, y cada una de esas veces tuvo miedo de perderla…
—Y la perdí —sollozó.
Llevó sus manos a su rostro para esconder las lágrimas que no podía contener. La música seguía sonando y los sentimientos continuaban fluyendo sin control.
Una mano sobre su hombro lo trajo de vuelta a la realidad.
Víctor miró a su derecha y vio a la mesera mirándolo con preocupación.
—¿Se encuentra bien? —preguntó la joven.
—Sí —respondió Víctor y le regaló esa sonrisa que nunca dejó de ser encantadora. Se quitó los audífonos y secó sus lágrimas—. ¿Podría traerme otro capuccino y pastel de chocolate? —preguntó amable.
—Claro, si necesita algo más sólo pídalo —la muchacha le sonrió, tomó la taza vacía y se alejó. Víctor la observó y luego volvió a tomar su teléfono móvil, intentaba distraerse y no dejarse envolver nuevamente por la nostalgia y melancolía.
Y el tiempo pasó y Víctor observó tras la ventana como poco a poco el sol se escondía. Miró su reloj, eran las siete de la noche. Suspiró. No tenía deseos de volver a su departamento, pero no podía seguir allí, esperando a alguien que sabía no iba a llegar.