
¡Hola!
Regresé con el final (aleluya) de esta mini historia que comencé en octubre del año pasado. Espero sea de su agrado.
Sin mas preámbulo, ¡comencemos!
¿Será posible tener más de un alma gemela?
Hemos sido criados con la idea de que en la vida estamos destinados a encontrar a una persona que nos complementa, que nos amará incondicionalmente y con quien a su vez, pasaremos el resto de nuestras vidas en completa felicidad. El concepto, por muy romántico que sea, tiene una gran laguna en él y es que, quizás no tenemos una sola alma gemela.
—¿Seguro que quieres quedarte? —Víctor observa a la chica que se ha dirigido a él. En sus manos, el hombre sostiene con precaución una charola de pan, listo para hornearse—. A Yuuri le hubiera gustado que siguieras adelante.
Víctor mete el pan al horno y se toma el tiempo para prenderlo, lo observa un rato, absorto en sus pensamientos. Finalmente, suspira y dirige su mirada, enmarcada por un par de ojeras, a su interlocutora.
—Quiero permanecer aquí, junto al recuerdo de Yuuri —antes de que la chica logre debatir su decisión, Víctor levanta la mano, en señal de que no ha terminado—. Quiero continuar con esta vida tranquila que él llevaba. Vivir sencillamente y hacer pan… solo eso.
—¿Estás seguro?
—Completamente, Mari.
Ya ha pasado una semana desde la noche más triste en la vida de Víctor. No obstante, todas esas noches de insomnio, la esperanza de un encuentro se mantiene firme en el corazón del hechicero, como un pequeño foco alumbrando esta nueva y apabullante oscuridad.
Ahora que Mari se ha marchado a su casa, Víctor aprovecha el tiempo a solas para contemplar el cielo y recordar, por enésima vez, los momentos que vivió a lado de Yuuri.
—Te extraño, ¿lo sabes? —le susurra al viento, que mece con suavidad su cabello plateado.
—¿Y tú quién diablos eres?
La misteriosa y grosera voz interrumpe el hilo de los pensamientos de Víctor. El hechicero voltea a la derecha, luego a la izquierda y, un tanto confundido, al mirar hacia abajo para descubrir a un pequeño niño rubio que, a pesar de su tierna edad, lo mira con expresión adusta.
—¿Quién eres? ¿Dónde está Yuuri?
Víctor parpadea un par de veces tratando de comprender qué está sucediendo. El pequeño viste una capucha amarilla y sostiene una canastita llena de jugosas manzanas. Su actitud rebelde lo divierte un poco.
—No deberías ser tan grosero.
—Yo no hablo con desconocidos, ¿quién eres?
El hechicero recarga la cabeza sobre sus hombros, para acercarse de esta forma al niño. Sonriendo, revela su nombre:
—Soy Víctor, y tu te llamas…
—Yuri —responde el rubio, una pequeña espina se clava en el nostálgico corazón de Víctor ante la mención del nombre de su amado.
—Yuuri ya no está —responde muy a su pesar, no puede evitar Víctor, que su voz se quiebre ante esta aseveración.
—¡Mi nombre es Yuri! —con un dejo de enojo, el más pequeño cruza los brazos.
—¡Oh, qué coincidencia! —exclama Víctor, quien en contra de todo pronóstico, aliviana un poco su pena.
—Lo sé, él vive aquí. ¿Por qué dices que no está? ¿A dónde fue? Yuuri me prometió que no iría a ningún lado sin antes volver a verme.
Víctor calla, pues parece entender la situación. Él no conoce al pequeño Yuri, pero sin duda es alguien a quien su Yuuri sí conocía. No sabe qué decir. ¿Cómo explicar lo que ha sucedido?
El hechicero se aleja de la ventana e ignora el reclamo del pequeño que grita desde afuera que no lo deje así. Él exige ver a Yuuri y no piensa moverse hasta conseguirlo. Víctor abre la puerta de lo que es ahora su hogar y, con una seña, le indica a Yuri que es libre de pasar.
Ignorando cualquier protocolo, el niño camina directo a la habitación del fondo y regresa, de inmediato, a la entrada cabizbajo, como clara muestra de que Yuri no encuentra lo que ha estado buscando.
—¿Y Yuuri? —Vuelve a preguntar. Víctor cierra la puerta tras él y suspira. El pequeño Yuri debe saber la verdad.
—Ya te lo dije, él ya no está con nosotros.
Contra todo su pronóstico, Víctor observa cómo la carita del niño se ilumina y, con un brillo inocente en su mirada, exclama emocionado:
—¡Entonces, funcionó! ¿Yuuri ya está mejor?
El hechicero siente quebrar su corazón al ver esa sonrisa sincera. Sabe que debe decir la verdad, pero si fue difícil para él hacerse a la idea, más lo será expresarla a aquel niño que él ignora, sabrá algo acerca de la muerte.
—Escucha. —Víctor se agacha para ponerse a la misma altura del más pequeño. Lo toma de hombros para fijar su atención y le duele saberse culpable de que, posiblemente, romperá en llanto esos ojitos verdes llenos de ilusión—. La semana pasada, Yuuri… mi Yuuri ha… Él ya no…
No es necesario continuar, Víctor observa la sombra del dolor que a él lo ha atormentado desde hace días, anegarse en forma de lágrimas que el niño intenta, con toda su fuerza retener.
—Mientes —declara Yuri con temblor en su vocecita.
—Yo más que nadie quisiera que fuera una mentira —admite Víctor, le duele ver al pequeño Yuri así, pues a pesar de no conocerlo, el dolor que a ambos los une ahora, le sirve al hechicero para empatizar con él.
El chiquillo se suelta, tiende ante Víctor la canasta de manzanas que ha cargado hasta este momento y exclama, llorando:
—¡Es mentira! Yuuri me dijo que estas manzanas lo hacían sentir mejor. Él se iba a mejorar porque yo le entregaba estas manzanas.
No se necesita ser un genio para entender, Víctor comprende un poco la situación y siente lástima por el pequeño. El hechicero sabe identificar objetos mágicos y, ni por asomo, esas manzanas, por más deliciosas que lucen, para nada emiten magia de ellas.
El hechicero sabe que el pequeño necesita tranquilidad; así que, con tacto amable toma canasta y observa las manzanas:
—Lucen deliciosas. ¡Perfectas para un pay!
El pequeño Yuri no emite palabra alguna. Mira al suelo e intenta acallar el hipo que se suma al llanto que emana de él. Víctor lo observa atento y respetando su dolor, procede a lavar las manzanas para preparar el pay que ha prometido. Al regresar, Yuri está sentado en el comedor, sus pies se mueven al compás de una canción imaginaria. Parece más tranquilo, por lo que Víctor decide continuar con su tarea, en silencio.
—Días después de tu partida, —relata Víctor, su voz se quiebra un poco al decir esto, pues le duele saber que en una vida pasada, él y Yuuri no habían podido amarse libremente—, un muchacho arribó a nuestro hogar. Era solo un niño, delgado y rubio. Venía con una canasta de manzanas. Me conmovió mucho la forma en que lloró cuando le expliqué la situación. Decía una y otra vez que se lamentaba no llegar a tiempo, en su inocencia, él creía que tu mejorarías con esas manzanas.
«Me contó cómo se conocieron y porque le fue imposible visitarte días antes. Después de irse, comprendí algo que me dijiste esa última noche que pasamos juntos: “Quisiera volver a ver al pequeño Yuri”».
El profesor Katsuki observaba curioso a su novio en busca de más explicaciones. Víctor sonreía con nostalgia, mientras seguía relatando sus teorías.
—Esa noche, después de ver a Yura partir, deseé con todas mis fuerzas que uno de tus últimos deseos se volviera realidad. Si tan solo existiera una forma de reencontrarte con ese pequeño, yo sería muy feliz.
—¿Entonces tú?
Un par de suaves toquidos a la puerta interrumpieron la conversación.
—Un vínculo tan fuerte como el amor —Víctor sostiene la mano de Yuuri y la besa con devoción—. O la amistad, deben estar unidos por un hilo rojo que nunca debería romperse.
Víctor se acerca a abrir la puerta y, de inmediato, una alta figura rubia hace su aparición en el lugar. Yuri Plisetsky sonríe con alivio al ver a su profesor favorito sano y salvo.
—¿Llegué a tiempo? —pregunta, el asomo de una sonrisa surca ese joven rostro.
—Justo a tiempo, Yura —contesta Yuuri con una sonrisa tierna.
Sin dudarlo más, Yuri se lanza a los brazos de su maestro con cuidado de no lastimarlo. Yuuri lo siente temblar, sabe que el chico ha sucumbido al llanto.
—Perdón —repone Yuuri, mientras le acaricia la cabeza—. Perdóname por no cumplir mi última promesa.
Yuri Plisetsky se separa de su profesor y lo observa con asombro, intercambia miradas con Víctor, quien asiente ligeramente con la cabeza. El más joven emite un suspiro de alivio y exclama:
—Vaya que demoraste en recordarlo —repone Yura, la mirada de asombro de Yuuri no tiene precio—. Todo fue un dolor de cabeza desde que nos volvimos a ver. El anciano se negaba en decirte nada y tú no ponías empeño en recordar.
Yura toma las manos de sus profesores y los incita a entrelazarlas.
—Un estúpido hilo rojo no debería ser ni la señal ni el impedimento para que dos tontos tórtolos como ustedes estén juntos. Solo te pediré un favor, Yuuri.
—¿Sí?
—No me alejen de su lado. No ahora que recuperé a un buen amigo.
Yuuri le indica a su alumno que eso no pasará. Está muy feliz con esta nueva aunque rara revelación. Curiosamente, algo en su interior se ha completado ahora que sabe la importancia de Yura en su vida.
—Y respecto a la promesa, claro que la cumpliste. Aunque mentiste ¿sabes?, ese hechicero hacía unos pays horrendos.
Víctor compone un puchero e intenta defenderse argumentando que era su primer día como panadero. Después de un momento, y ante la situación, los tres se rinden a una sonrisa sincera, felices de estar al fin juntos.
A veces, el amor nos lleva a realizar locuras. Acciones que, en un momento parecen idóneas, después quizás, tendrán consecuencias las cuales son difíciles de mesurar. Respecto a las almas gemelas, existen diversas leyendas que indican que hay formas de identificar a tu otra mitad por diversos métodos.
En otros mundos y quizás en tiempos antiguos, incluso inventaron los hechizos necesarios para que estas almas gemelas sigan unidas incluso después de la muerte.
Hay cosas inexplicables en la vida. Quizás el hilo rojo del destino sea solo una ilusión, pero aún con esta leyenda, que es una forma esperanzadora de pensar que todos somos capaces de encontrar el verdadero amor, nada se compara a tomar tú mismo las riendas de la situación y encargarte de tu propio destino.
Aunque, ¿sabes? Yo tengo la teoría que un vínculo tan fuerte como el amor y la amistad, prevalecen más allá de la eternidad.
Un año después, una tierna pareja de profesores de universidad contrae nupcias en una hermosa catedral. Ambos vestidos de blanco, los presentes dicen que los novios se miran con todo el amor con el que, en mucho tiempo, no se había visto a nadie igual.
—Prometen amarse y respetarse durante todos los días de su vida.
—Incluso en la muerte —respondieron al unísono, Víctor y Yuuri, para después intercambiar los anillos que ahora los hacía esposos.
FIN.

Y con esto damos fin a este relato, que espero, haya sido de su agrado.
¿Qué opinan? ¿Se esperaban esto? ¿Lo veían venir? Cuéntenme, ¿qué les ha parecido?
Mil gracias por sus comentarios, votos, estrellitas. Son un aliciente para terminar con todos mis pendientes. Prometo hacerlos, ya he cumplido algunos de ellos.
Falta una escena extra que es chiquita y complementaria de esta. Se encuentra en el siguiente capítulo.
Nos vemos en otra ocasión, de nuevo, gracias por leer.
xoxo