Regresé a la escuela el siguiente lunes y el ambiente se volvió más pesado que nunca. Solo Otabek era mi única compañía. Los demás me ignoraban, hablaban a mis espaldas, me hacían a un lado y nadie quería sentarse conmigo o formar grupo de trabajo. El kazajo también estaba aislado.
No me importaba porque tampoco quería hablar con esos imbéciles; pero sé que “el oso” se sentía mal por ese trato hostil, en especial durante los entrenamientos del equipo. Para Otabek era importante seguir jugando hockey pues a diferencia de mí, él sí aspiraba entrar en algún equipo profesional.
El campeonato tampoco podía esperar a que el colegio resolviera sus problemas, así que en el poco tiempo que había entre partido y partido, el entrenador Popovich se las arregló para mostrar nuevos rostros en el equipo. Los jugadores del primer año tuvieron que suplir los espacios dejados por los monos que me atacaron y entrenar más horas para lograr mejorar el nivel de su juego.
Pero ese sobre esfuerzo también les pasaba factura el momento de enfrentar a los equipos rivales y durante las semanas que estuve en el hospital tres chicos tuvieron desgarros musculares y esguinces. Sin importar los problemas y la inexperiencia de los nuevos titulares, el equipo se organizó y la San Marcos siguió avanzando hacia los partidos finales.
Esa noche el partido estaba demasiado complicado y no había manera de remontar el puntaje. La San Marcos por primera vez en mucho tiempo estaba comenzando a sentir el sabor de la derrota y aunque el “héroe” se esforzaba por llegar al arco contrario no encontraba ese hueco que le permitiera hacer un buen tiro.
Los demás jugadores ponían todas sus ganas, pero nadie podía hacerle el juego a Otabek, nadie podía pasarle la maldita pastilla negra con precisión y no hallaban la manera de alejar a los gorilas de la British School de Moscú que se le iban encima.
Mi coraje y ansiedad crecía con cada segundo de menos en el reloj y con los movimientos estúpidos de los chicos del equipo. Karim no sabía tapar bien el arco y Nikitin estaba en cualquier lugar menos en la defesa. Tenía tantas ganas de saltar a la pista de hielo, pero no lo hice porque apenas si podía mover el cuerpo y todavía mantenía el brazo sujeto por un firme cabestrillo.
Mila se había comprometido en llevarme a ver el que fue el primer partido de las semifinales del campeonato del oblats y también prometió devolverme temprano a casa luego de llevarme a cenar y Víctor aprobó solo porque ella le rogó muchas veces para que me dejara salir.
Ella miraba con pena y clavaba sus largas uñas rojas sobre su bolso de piel de conejo. Estaba molesta con aquellos tarados que se pasaron casi todo el tiempo sobre Otabek, ya sea tirándolo al suelo o impidiendo sus conocidos escapes.
Si yo hubiese estado en esa pista, lo más probable es que me hubiese pasado la pastilla y tendría a todos esos monos tras de mí y cuando estuviese cerca al arco hubiera cambiado un pase más para que el kazajo. Libre de molestos tontos “el oso” hubiese anotado un punto más para la escuela.
Pero Otabek estaba solo, tal vez más solo que nunca porque con cada empujón que le daban los defensas tenía que arreglárselas por sí mismo y ninguno de los hijos de perra de nuestro equipo salía en su defensa. Quería golpearlos a todos en las bolas para que reaccionaran.
En los minutos finales del partido cuando todos los demás dementes de nuestro equipo mostraban la actitud de perdedores con sus hombros caídos, la falta de ganas para seguir atacando y solo se limitaban a dar vueltas en la pista, el kazajo que luchó hasta el final tuvo la oportunidad de hacer dos movimientos extraordinarios y anotar dos puntos valiosos que podrían ser aprovechados para, tal vez, igualar el marcador.
El coach pidió tiempo e hizo los dos últimos cambios. Kruchev entró en la banda derecha de ataque y Voroviev se fue como mediocampo para hacer los pases y robar pastilla. El break terminó y todos volvieron a sus posiciones. Vi la pastilla ponerse en movimiento y observé que Kruchev y Otabek hacían un excelente pase de pastilla teniendo a los contrincantes de un lado para el otro sin que pudieran robarles el puck.
Otabek se puso en la posición para hacer su entrada triunfal y ponerse a solo medio metro del arquero cuando uno de los defensas, un enorme tipo de cabello castaño y pecas en la cara jaló al kazajo de la camisa y le hizo variar su objetivo. Otabek se estrelló contra la barda y con la fuerza del golpe su mano cuarteó la fibra de vidrio.
Todos protestamos por la agresión y lo siguiente que vi es que el tipo, en lugar de alejarse se acercó al “héroe” y le gritó algo que por el bullicio no pudimos escuchar. Otabek tiró su stick al suelo y se le fue encima al tipo, se sujetaron de los cuellos y de las correas de los protectores.
Vi un golpe del kazajo estrellarse contra el hombro del gigante para que lo soltara. El golpe desenganchó también el precinto de seguridad del casco y éste salió volando, así que el segundo puño se estrelló en la cara del sujeto. El imbécil retrocedió tres pasos y luego se abalanzó sobre Otabek como un león sobre un búfalo, el héroe se estrelló sobre la barda y no sé cómo se quitó el casco. Tal vez hubiera sido mejor que no lo hiciera porque que inmediato los golpes de puño bien cerrado hicieron brotar sangre de su nariz y lastimaron la mejilla de mi amigo.
Pero el kazajo ha sido muy duro siempre, así que lo siguiente que hizo fue irse sobre el gorila de la defensa y darle un buen cabezazo en la nariz dejándolo atontado. Cuando se libró del gigante, tres tipos más se tiraron sobre él y lo llenaron de golpes.
Los entrenadores y los organizadores del campeonato corrieron a la pista para separarlos, pero ninguno de los cobardes de nuestro equipo movió un solo dedo para defender a Otabek. Me llenó de indignación observar que esos malditos bastardos solo se limitaban a mirar de lejos y hasta les cedieron el paso a los tres atacantes que se le fueron encima al “héroe”.
El tumulto se armó sin que nadie pudiera sacar de ese rincón a mi amigo, que recibió varios golpes de puño en la cara y trató de defenderse como pudo. Grité el nombre de mi amigo varias veces pidiéndole que se cubriera la cabeza para que nadie le dañara como lo hicieron conmigo.
Mi desesperación hizo que saltara de mi asiento y en medio de mi rabia me olvidé del cabestrillo. Quise correr a la pista, pero un agudo dolor en la clavícula y las costillas me impidió ir más allá de los veinte pasos que caminé y fueron las manos de Mila me detuvieron por completo.
Al voltear mi cara hacia ella la vi llorando. Me asusté porque jamás la había visto quebrarse tanto.
—Yuri basta, no quiero que te hagan más daño. —Ella se cubrió el rostro con las manos y se sentó en un palco que había quedado vacío cuando todos los compañeros de la escuela bajaron a reclamar por la agresión.
—Está bien, está bien bruja me quedó. —Me sentía un inútil. Lo único que se me ocurrió hacer fue sentarme junto a ella y trate de consolarla—. No iré, ¿sí? Pero… ¡no llores carajo!
—No lo haré —me dijo y yo sabía que mentía porque por más que intentaba calmarse no paraba de temblar, pensando en la integridad de mi amigo.
El tumulto que se había formado alrededor de Otabek se desbordó. Aquellos que entraron para terminar la pelea iniciaron otras disputas en la pista de hielo. Jugadores, alumnos y entrenadores se convirtieron en una masa inmanejable y por algunos minutos contemplé cómo es que el héroe se mantenía agachado de rodillas y con la cabeza entre sus manos intentado soportar golpes y patadas.
Ese momento recordé mi propio ataque y mi cuerpo se puso rígido. Quería abrazar a Mila, pero no podía hacerlo porque mi brazo me lo impedía, quería ponerme en pie y mis piernas no me respondían, quería mantener la calma y los gritos sonaban como agudas bocinas en mis oídos haciéndome temblar. Quise gritar que se callen, que paren y que dejen de lastimar a mi amigo y tampoco pude hacerlo. Noté cómo mi rabia quemaba mi estómago, mis manos, mis brazos, mis hombros y mi cabeza. Me sentí estúpido.
De pronto vi que Otabek se puso en pie, lo vi sangrante y algo confuso; lo vi retroceder y lo vi levantar su stick como arma de defensa y amenazar a todos esos malditos que lo querían seguir golpeando. Se parapetó entre ellos y la barda de defensa que rodeaba a la pista de hielo, lo vi gritar y amenazar mientras sostenía el palo y lo vi enfocar su mirada sobre esos idiotas que retrocedieron al notar que el palo se estrellaría contra sus putos rostros.
Sentí que mi corazón latía el doble de lo normal, como si estuviera dentro del pecho de Otabek y parecía que iba a estallar al sentir tanta injusticia, al ver que nadie estaba ayudando a mi mejor amigo y saber que yo no podía estar a su lado. Tal vez ese dolor agudo de mi pecho me hubiera producido un desmayo sino fuera que vi al coach Popovich llegar hasta donde se encontraba Otabek y enfrentar a toda esa jauría de delincuentes que amenazaban con golpearlo.
Popovich se puso en frente y a pesar del barullo pude escuchar sus gritos y sus amenazas. —¡Si dan un golpe más voy a pedir su expulsión malditos bastardos de mierda!
Creo que la amenaza hizo reflexionar a esos hijos de puta, pues los vi retroceder y solo se limitaron a insultar a Otabek y al coach.
“¡Maricas!” “¡Escuela de maricas!”
Eso fue lo que escuché y mi corazón se partió porque recordé el momento en que los idiotas de mi equipo me decían lo mismo a mí. Me quedé paralizado pues sentí que yo era el maldito responsable de todo ese desbande y del odio que vi en los rostros de los equipistas de la British y también de mis propios compañeros.
La vergüenza y el remordimiento llegaron como olas gigantescas cubriendo mi rostro con sus cálidos colores y haciéndome sentir miserable. Si no hubiera abierto mi bocota frente a esa putita de mi salón, si solo me hubiera dejado convencer por sus palabras y la hubiera follado por unos minutos, tal vez nada de eso estuviera pasando y tal vez hubiéramos anotado todos los puntos para ganar ese maldito partido y disputar la final.
Pero sobre todo mi amigo no estaría golpeado y herido y Mila… ¡dioses! Mila no estaría llorando a mi costado.
Volteé a verla y la vi muy pálida, con el maquillaje corrido y con el rostro tenso. Parecía no tener lágrimas y su mano sujetaba mi rodilla con fuerza porque no podía sostener mi mano herida. Cambié de lugar al otro asiento, estiré mi brazo sano y dejé que ella se refugiase en mi hombro y siguiera llorando.
—Mila ya pasó y Otabek tiene la cara tan dura que no le hicieron casi nada —le dije intentando aligerar esa tensión que cortaba el aire y, sin embargo, no era yo el indicado para poder darle consuelo porque en ese momento no podía detener el temblor de mis labios y la agudeza de mi voz que delataba mi miedo.
—Lo sé Yura, mi bebé está bien, solo un poco golpeado, pero… —Sus lágrimas otra vez salieron quemando sus mejillas—. ¿Cómo pudiste soportar ese ataque tú? ¡Te pudieron haber matado y qué hubiera sentido ese momento! ¡Lilia se hubiera enfermado! ¡No sabes cuánto te ama esa señora! ¡Y Otabek hubiera cometido tal vez una estupidez y Yakov se habría sentido responsable y Víctor… Víctor se hubiera vuelto loco si algo malo te hubiera pasado!
Escondió su bello rostro entre mi hombro y mis cabellos y siguió llorando hasta que su llanto solo se convirtió en hipos ligeros, los hipos se volvieron suspiros largos y luego nos envolvió el silencio porque todo el tumulto, los gritos, las amenazas y los insultos terminaron.
La gente salió de las instalaciones del estadio y la pista se quedó vacía. Los limpiadores comenzaron a hacer su trabajo en el hielo y entre las butacas y solo los dos, Mila y yo, protegidos uno en brazos del otro, seguimos sentados hasta que las luces comenzaron a apagarse y un hombre de larga barba nos dijo que debíamos retirarnos.
Cuarenta minutos después de la pelea, Mila sujetaba mi brazo sano y yo tenía las piernas temblorosas mientras bajábamos por la rampa del estadio hacia la salida. No había nadie a nuestro alrededor y con mucho cuidado salimos hasta los jardines exteriores donde nos detuvimos porque Mila quería llamar a su amado “oso” y yo también quería saber cómo estaba, cuán golpeado lo habían dejado y cuál fue el motivo de la pelea. Aunque creía adivinar el motivo y me daba miedo que mi amigo confirmase mis sospechas.
Del otro lado de la línea contestó Otabek y yo también pude escucharlo. Le dijo que estaba bien solo con algunos golpes y raspaduras en el cuerpo, la cara y las manos; pero que estaba tan bien que no había sido necesario que lo llevaran al hospital. Bueno eso fue lo que dijo él.
Luego nos pidió que lo esperásemos para ir a su casa pues nos necesitaría a ambos para explicar a sus padres lo que había sucedido y el motivo de su reacción. Mila le dijo que lo amaba mucho y cerrando los ojos secos dio un beso al auricular mientras buscábamos la salida número uno por donde los equipos se desplazaban.
Vimos salir a todos los estúpidos de la British School de Moscú y nos quedamos lejos para no provocar más reacciones, además yo debía proteger a Mila de los insultos que podrían decir esos malditos. Supimos que el partido fue suspendido sin fecha de reinicio y los minutos finales se jugarían en el mismo local, pero sin público.
Cuando vimos que su bus se alejó del complejo deportivo, nos acercamos hasta la puerta y explicamos al delgado guardia de seguridad que uno de los miembros de nuestro equipo nos estaba esperando y que nos iríamos con la delegación de San Marcos.
Entonces el hombre me observó con sus ojos oscuros y sin vida, me reconoció de partidos anteriores y mirándome de soslayo comentó algo que me hizo sentir miserable.
—El chico a quien golpearon es el mismo con el que jugabas en los otros partidos ¿no es así rubio? —El tipo juntó sus gruesas y negras cejas mientras me miraba con cierto morbo.
—Sí ¿acaso te incumbe eso? —le dije muy molesto porque parecía inspeccionarme con la mirada.
—El león del equipo contrario le dijo que era un marica como tú. —El tipo se puso a reír y yo quise patearle el trasero.
—Cállese viejo borracho —le espetó Mila muy molesta y me sujetó del brazo sano—. Está hablando con la novia del chico al que golpearon esos canallas y este jovencito tiene muchas enamoradas en todo el mundo, ¿no ve que lo guapo que es?
Me sentí muy mal por el comentario y peor aún porque mi querida Mila tuvo que mentir y dar explicaciones a un pobre miserable que tenía las venas llenas de alcohol y la cabeza llena de mierda.
Otabek salió por la puerta pequeña de la villa de deportistas que acogía los encuentros de hockey regional y unos segundos después la puerta grande se abrió para dejar salir el bus de la escuela. El kazajo se acercó a nosotros con la cara golpeada y la nariz hinchada. Yo sabía bien cuánto duele esa lesión, además de tener que respirar por la boca porque no puedes hacerlo bien por ninguna de las fosas sientes cómo si tu nariz fuera a explotar.
Mila lo abrazó y el recio oso soportó el dolor que le provocó el emocionado gesto de su novia. Yo me acerqué y solo junté mi frente con la suya como solíamos hacer antes de cada partido para desearnos suerte, solo que esa vez lo que quería era pedir perdón.
Al salir de la villa vi el carro de Víctor y encendí mi celular. Me había estado llamando más de media hora y yo no me di cuenta, no sé por qué siempre me sucedía lo mismo con él. Se bajó del auto y se acercó a mí para darme un beso en la frente y revisar si estaba bien, de inmediato miró a Mila que con gesto de tristeza recibió su beso en la mejilla y por último miró a Otabek y con cierta resignación le sonrió, el kazajo también intentó responder, pero como tenía el labio partido por dentro solo pudo hacer una breve mueca.
—¿Dónde te llevo Otabek? —le dijo Víctor a mi amigo y éste le pidió que lo dejase en su casa y que por favor pudiera estar yo para explicar a sus padres el motivo de sus golpes. Mi hermano accedió.
En el camino, mi hermano nos contó que la pelea que se produjo salió en los noticieros y que uno de los chicos del taller le informó sobre el problema y él salió desesperado pensando que algo malo podría ocurrirme, pero no lo dejaron entrar a pesar de haberle suplicado a un guardia de seguridad.
Después se quejó porque como siempre no respondí a sus llamadas y Mila tampoco lo hizo, entonces solo se le ocurrió llamar a su amigo Georgi y éste le dijo que me vio junto con Mila sentados en las butacas esperando que todos se fueran, por eso aguardó en el carro a que salgamos.
Víctor no pidió explicaciones a Otabek, pero Mila sí lo hizo y mi amigo solo se limitó a decir que contaría todo delante de sus padres. Insistió en que yo estuviera presente porque su papá debía saber por qué había reaccionado de la manera como lo hizo. Su comentario me produjo una gran rebelión en las tripas.
Al entrar a la casa del oso nos recibió su hermanita menor, la más pequeña y nos dio la bienvenida con una sonrisa, pero cuando vio a su hermano se asustó tanto que se puso muy seria y entró llamando a su mamá.
Esperamos en el vestíbulo de la casa hasta que la madre de Otabek llegó. Yo me moría de miedo por lo que ella sentiría al verlo hecho un desastre, pero también me sentí muy mal al imaginar el rostro de amargura de su papá. No había conocido a un hombre tan serio como el señor Altin y yo le temía mucho.
La madre del kazajo lo miró con seriedad, acarició con cuidado su mentón y le dio un beso suave en la mejilla, luego nos invitó a pasar. Fue el padre de Otabek el que nos recibió con ese aire de solemnidad que a mí me hacía temblar y cuando vio a su hijo se puso en pie de inmediato y lo miró muy molesto.
—¿Por qué te peleaste? —Se acercó al “oso” y comenzó a revisarlo de pies a cabeza—. ¿Por qué respondiste de esa manera infantil a tu agresor? ¿No imaginaste el problema que se armaría y el lío en el que ibas a meter? ¿Dónde quedaron los valores que te he enseñado? ¿Cómo puedes preocupar de esa manera a tu madre y tus hermanas? ¿Qué harías si algo malo te hubiera pasado, si tal vez perdías un ojo o te rompían la cabeza? ¿Cuánto dolor nos hubieras causado?
El padre de Otabek se alejó unos tres o cuatro pasos, tomó la muñeca de su mano derecha con la otra mano por detrás de su cintura y esperó una respuesta. Su rostro estaba más serio que de costumbre. Lo miré con mucho miedo.
—Responde que voy a escucharte.
—Traje a Yuri a casa padre para que veas el motivo por el cual no seguí tus enseñanzas y te soy sincero al decirte que no me arrepiento. ¿Lo ves? Casi lo matan hace algo más de dos meses y juré que eso jamás volvería a pasar; pero pasó hoy. —Otabek no apartaba los ojos de los de su padre. Al verlos uno frente al otro solo pude imaginar a dos tigres enfrentándose en la nieve—. Ese tipo me atacó primero e insultó a mi amigo, luego insultó mi origen y la honra de mi madre. No podía dejarlo pasar porque sería ignorar las lesiones que tiene Yuri y porque tú me enseñaste a proteger al desvalido. También me enseñaste a defender el honor de nuestra familia. No podía ignorar que se burlasen de él y que pretendieran atacarme usándolo. Somos hombres de honor padre y yo solo actué como tú me enseñaste a ser. Golpeé y me golpearon; pero no permití que mi amigo y mi madre resultaran mancillados por las bocas sucias de hombres sin honor.
El padre de Otabek asintió en silencio y luego me miró, sus ojos parecían dos puñales filosos, pero no eran puñales de ataque, eran de defensa, de respaldo y de apoyo.
—¿Por qué lloras Yuri? —me dijo con voz calma.
—Perdón… —No pude detener mis lágrimas. En el instante que escuchaba al oso solo me dejé vencer por el dolor y la rabia—. Yo tengo la culpa señor, cometí un error en la escuela y desde ese momento todos me señalan como si fuera lo peor que existe y Otabek es el único que me ha apoyado en la escuela. Lo que ha pasado hoy es por mi culpa, yo no quería que lo hirieran. Yo no debí decir tonterías y por mi culpa ahora mi amigo está golpeado y lo miran mal y hoy nadie del equipo lo defendió. Y yo tampoco pude hacerlo y me siento un inútil y un mal amigo por meterlo en estos líos y porque él no se merece pasar todo esto por mí.
Lo solté todo. Casi todo, no pude decir al padre de Otabek que él me defendía a pesar de saber que era verdad todo lo que comentaban de mí. Que era un marica, pues sí lo era, si eso debe soportar un hombre que gusta y ama a otro hombre, pues que me digan marica mil veces, pero yo no renunciaría a ser lo que soy y hoy lo digo con orgullo. Marica y qué.
Mila sostuvo mi mano y Víctor me tomó del hombro. El padre de Otabek le dio una suave palmada en el amoratado rostro de mi amigo y luego le dio dos besos en las mejillas. Lo vi distinto, lo vi contemplar con orgullo a su valiente osezno y yo me sentí menos culpable por todo.
Entonces la madre de Otabek nos pidió que nos lavásemos las manos y con mucho cariño anunció que la cena estaba servida.
Nos sentamos a la mesa y luego de observar la oración de la familia, comimos una entrada de arenque, un delicioso plato de Plov con cortes de ternera, unos bollos dulces llamados baursak que acompañamos con leche fermentada de yegua.
Otabek y yo comimos en silencio, su mamá miraba a Mila con mucha curiosidad, creo que sospechaba algo y ella solo sonreía y hablaba un poco con las hermanitas del oso. El padre de mi “héroe” y mi hermano hablaron de negocios y de política. Comentaron sobre la zona euro que limitaba demasiado el comercio con Rusia. También de los juegos olímpicos se vieron empañados por la denuncia de la medicación de los atletas. Hablaron de las exportaciones de Kazajistán que se habían duplicado ese año y si Nefrit pudiera inaugurar más tiendas en el país de los Altin.
Fue una noche en familia como hacía un buen tiempo no disfrutaba. Mi recuperación me alejó de las reuniones y salidas grupales. Solo víctor y yo cenábamos juntos todas las noches antes de irnos a dormir.
Después de dejar a Mila en el condominio donde vivía, volvimos muy tarde a casa, a pedir disculpas a Potya por haberlo hecho esperar demasiado por la cena y cuando tuvimos suficiente de sus ronroneos nos duchamos juntos. Víctor tenía que ayudarme en mi baño diario porque mi brazo todavía seguía enyesado.
Víctor tardó un poco en entrar a la cama porque debía preparar algunas carpetas para una presentación que tenía por la mañana en la empresa. Yo aproveché ese tiempo para escribir al kazajo y preguntarle cómo se sentía.
Otbk: me duele la cara y mi padre me hará operar la nariz cuando pase la inflamación.
Gato: tu mamá miraba mucho a Mila.
Otbk: ella ya sabe.
Gato: que la bruja es tu chica? Qe dijo?
Otbk: solo me ha dicho que llegue a la mayoría.
Gato: tu mamá es buena.
Otbk: tienes la copia de la presentación de lingüística.
Gato: Seeeee.
Otbk: Pásame me olvidé hacerla.
Gato: mañana llevo tu copia.
Reino el silencio y yo no pude más con mi curiosidad debía saber qué le dijo ese hijo de perra a Otabek para que se comporte como un cavernícola.
Gato: Dime qué dijo ese bruto.
Otbk: Nada.
Gato: Estoy hablando en serio.
Otbk: Que eras un marica.
Gato: Qué más.
Otbk: Que eras mi perra.
Gato: Qué más.
Otbk: Que era otro marica hijo de…
Gato: Perdóname.
Otbk: nunca más me pidas perdón por esto.
Otbk: volvería a pelearme mil veces por ti.
Otbk: eres mi mejor amigo.
Otbk: te quiero.
Gato: yo tmb te quiero oso rabioso.
Otbk: duerme.
Gato: tú también.
Lo que literalmente le dijo ese orangután a mi amigo fue una frase más hiriente y la dijo con tanto odio que cuando vi los videos y los comentaristas hablaron sobre las palabras que podían entenderse bien en los labios de ese despreciable monigote, entendí por primera vez lo que significaba el odio que no solo me golpeó, también golpeó a los que más quería.
A Otabek que recibió una buena paliza, a Mila que lloró tanto que se resfrió tres días, a Lilia que nos miraba a Víctor y a mí con mucha preocupación, a Yakov que asumió el caso de agresión de Otabek a pedido de su padre y sentó una demanda a los organizadores del campeonato y al estúpido que agredió a mi amigo.
También dañó a Víctor que comenzó a recibir ciertos comentarios y mensajes acosadores en sus redes sociales, a la empresa que tuvo cierta dificultad con la oficina de trabajo por causa de unos funcionarios del gobierno que querían hacer una sorpresiva inspección laboral.
Ese día en el que vi cómo la ignorancia, el odio y la intolerancia se adueñaban de la pista de hielo y de la cabeza de esos jóvenes que agredían a mi mejor amigo, fue un día fundamental en mi vida porque decidí hacer algo que sería lo más conveniente para todos.
Al día siguiente pedí una entrevista con la directora de la escuela y con el profesor Georgi Popovich como testigo, además le pedí que grabar lo que hablaríamos en ese breve tiempo que la señora Kormarova me concedió.
—Adelante Yuri toma asiento —dijo la directora y el profesor Popovich que estaba junto a ella me miró con cierta extrañeza.
—Señora Kormarova lo que voy a decirle es algo importante para mí por eso le pedí esta cita especial. —Confieso que tenía algo de miedo, pero estaba decidido. —¿Qué diría y qué haría usted si yo le dijera que mis compañeros de aula fueron unos brutos y que jamás debieron pegarme de esa manera? —Dudaba un poco de mi decisión por eso en un inicio desvié el tema.
—Estaría completamente de acuerdo contigo Yuri —respondió la mujer mientras se acomodaba mejor en el sillón.
—¿Y seguiría de acuerdo conmigo si le dijera que ellos tenían mucha razón y que yo sí soy gay? —Miré cómo la directora pasó de una expresión de extrañeza a una de absoluto enfado, con las mejillas enrojecidas y el entrecejo muy junto.
Georgi Popovich me miró con los ojos tan grandes como dos platos, producto del espanto que le causó mi confesión intempestiva.
Sé que fui muy imprudente y temerario; pero no me arrepiento porque me sentí tan descargado, tan libre y seguro de mí mismo, como no me había sentido durante la audiencia con mis atacantes y sus padres y el resto de mis compañeros.
La señora Kormarova le pidió al entrenador que cerrara la puerta de su despacho con seguro y en voz baja me dijo su opinión.

Notas de autor:
Plov – es una de las recetas protagonistas de Kazajistán. Este tipo de platos suelen prepararse en ocasiones especiales. Una receta en la que el arroz se cocina en un caldo condimentado y se acompaña con cordero y verduras.
Baursak – Se trata de un plato nacional kazajo elaborado con trozos esféricos o triangulares de masa y fritos en aceite.