Capítulo 1: El nuevo Obispo
Víctor bajó del automóvil que lo transportaba vistiendo los ropajes finos de su nueva posición dentro de la jerarquía eclesiástica; morado bajo la túnica blanca y sobre su cabeza la mitra blanca ornamental. Respiró profundamente mientras observaba la entrada de la catedral, estaba a pasos de ingresar a la ceremonia que lo investiría como nuevo obispo y fuertes emociones bullían en su interior y transitaban por sus venas recorriendo su cuerpo entero. Víctor era el sacerdote más joven en obtener tal posición; desde que ingresó al seminario se propuso serlo y jugó muy bien sus piezas para conseguirlo.
Antes de comenzar a acercarse a la puerta a través de la que ingresaría a la catedral, fue abordado por una mujer que logró acercarse peligrosamente pese al resguardo y las medidas de seguridad que se tomaban para tal evento.
—¿Qué hará con los sacerdotes acusados de pedofilia? —preguntó a gritos al verse alcanzada por un par de hombres que la alejaban del joven sacerdote.
Víctor miró los ojos marrones de la mujer que era arrastrada fuera del perímetro de seguridad. La reconoció, era una periodista que había estado investigando algunos casos que podían resultar escandalosos para la iglesia, no obstante, el poder de la obra de dios era tal que la pobre mujer quedó sin trabajo y sin posibilidad de dar a conocer los casos de los que se enteró. Nadie la iba a escuchar.
Con esa certeza, Víctor desvió la mirada y la dirigió a esas puertas de madera que lo separaban de sus ambiciones y que se abrían ante él para hacerlo alcanzar la gloria.
La ceremonia comenzó con la procesión de entrada. Precedida por quien abandonaba su puesto; el cardenal Bellamy, otros dos cardenales y la mayoría de los obispos del país también formaron parte de esta procesión. Más de 400 sacerdotes estaban presentes en el lugar.
Al inicio de la misa se proclamó la Bula del Santo Padre, en ella se nombraba a Monseñor Víctor Nikiforov como el nuevo arzobispo de la arquidiócesis capitalina. Después de eso vino la parte más emotiva, cuando el cardenal Bellamy le cedió su lugar en la sede y le entregó el báculo; el signo del pastor.
Durante su primera misa como arzobispo, Víctor reflexionó sobre el papel de los obispos a la hora de evangelizar y agradeció el ser parte de la iglesia de Cristo.
—Hermanos —dijo Víctor mirando a todos los sacerdotes presentes—, los invito a entregar su vida a Dios para que sea él quien guíe sus caminos y haga con sus vidas lo que él desee, de acuerdo a su plan divino que nos conmina a servir —la voz de Víctor sonaba potente, pero poseía una calidez y un carisma que envolvía y hechizaba—. No olvidemos nunca que nuestra misión es entregar la palabra de Dios y dar esperanza a quienes más lo necesitan, a los que sufren, a los que son vulnerados. Debemos otorgar nuestro consuelo a quienes tengan sed de Dios, y mostrar la dicha de pertenecer a la santa iglesia de nuestro señor.
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Víctor se encontraba en un almuerzo de celebración con los otros obispos y cardenales. También habían asistido algunos invitados especiales, por ejemplo el director del orfanato y seminario en el que el nuevo obispo se formó como sacerdote; el padre Luis Lombardi. El nuevo Obispo lo había evitado, no podía soportar la presencia de ese hombre, sin embargo, la persistencia del viejo cura dio sus frutos y hubo un momento en el que ambos se quedaron solos.
—Monseñor —dijo el sacerdote con una sonrisa ladina—, creo que debería darme las gracias por todos los contactos que le presenté. Mi intervención seguramente le facilitó mucho su rápido ascenso.
—Si es así —respondió Víctor devolviéndole una mirada profunda—, tal vez podría haber conseguido el ascenso para usted.
—Lamentablemente Dios no me bendijo con tan maravillosa belleza —respondió con una expresión extraña, acercando sus dedos al rostro de Víctor. El recién investido arzobispo esquivó la caricia del hombre mayor.
—Pues entonces es saber utilizar mi belleza la que me catapultó a este sitio, no usted.
—Arrogante como todo obispo —rió el viejo sacerdote—, pero ya quiero ver hasta cuando te durará esa pose. Sé que esa periodista, Minako, estuvo fuera de la catedral.
—Una mujercita sin importancia a la que nadie escuchará —respondió con seriedad.
—Me pregunto qué podría hacer una mujercita sin importancia con cierta información de monseñor Nikiforov —los ojos de Víctor brillaron amenazantes, pero su contraparte no se detuvo—. Quizás que tipo de ideas tendrían las personas de usted si supieran de Yuuri.
—No menciones su nombre con tu asquerosa boca —amenazó.
—¿Yo, asqueroso? —rió—. ¿Y tú? ¿Eres capaz de decir que tu alma está limpia? ¿Qué edad tenía Yuuri cuando lo conociste? ¿Doce?
—Te lo advierto por última vez, no vuelvas a pronunciar su nombre en mí presencia. Aún no me conoces lo suficiente como para saber de lo que soy capaz, mi alma es inmunda, y no sabes cuanto.
Víctor se dio la vuelta y se alejó rumbo al baño. Necesitaba calmarse antes de volver junto a los demás.
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Víctor regresó a su residencia ya entrada la noche. Caminó hacia su cuarto y una sonrisa dulce iluminó su rostro al verlo dormido con esa expresión de calma en su rostro. Se inclinó junto a la cama y acarició el cabello negro, brillante y aromático de su amante, besó su frente con amor y espero a que abriera sus ojos castaños, cálidos y otoñales.
—Víctor… al fin llegas —dijo sonriendo e incorporándose en la cama para abrazar al mayor.
—Te extrañé muchísimo el día de hoy, cariño.
—Y yo a ti —Yuuri besó los labios del sacerdote y luego lo miró haciendo un puchero—. No me gusta que seas obispo, tendrás menos tiempo para nosotros.
—Sabes cual es mi anhelo, ¿verdad?
—Llegar a roma —respondió Yuuri.
—Llegaremos juntos y luego…
—Luego los aplastaremos.
—Así es, amor mío. Los destrozaremos.
Ambos se miraron intensamente, Yuuri atrajo a Víctor sobre su cuerpo y comenzaron con una sesión de besos que se extendería durante gran parte de la noche.